1.- Guardias de Mar
En la maniobra de “salir a la mar”, durante
la situación de “babor y estribor de guardia” y mientras el práctico está a
bordo, es Él el que ha izado y maniobrado las velas para coger la brisa y sacar
la nave de la ensenada, de modo que, a cierta distancia de la playa, puede
entregar el mando a nuestros asustados pasajeros y, bajarse para que sigan su
derrota.
Y el práctico se baja de la nave, se ordena
retirada de babor y estribor de guardia y entran las sucesivas “guardias de
Mar”.
Si bien, en la actividad habitual de los
buques y en la Marina, esto es así, en nuestra aventura, el práctico no toma un
bote de regreso, sino que “hace como que regresa” caminando sobre las
aguas…
Sin embargo, lo que parece ser una actitud
de Dios de, nuevamente, probar la paciencia del alma, en realidad no obedece a
ese deseo de esconderse por gusto a hacérnoslas pasar mal, sino que es la
naturaleza del ser humano, del hombre en su conjunto lo que realmente impide
cruzar el umbral más allá.
Denominemos esta situación una natural
resistencia del “yo” al avance espiritual.
Hay que ser conscientes de que cuanto mayor
sea el avance del espíritu, tanto menor relevancia tiene en la vida mi propio
yo o, dicho de otra manera, como refiere Meister Eckhart, “cuanto más lleno
de Dios esté, más vacío de mí mismo también estaré” y con ello, menor será
el predominio de mi mente. Parece resultar, por tanto, que la mente es, a
partir de un momento determinado, realmente un impedimento para avanzar en la
unión personal con Dios.
Es una tremenda paradoja incomprensible para
mí mismo. Siendo conscientes de que hasta ahora de un modo u otro, la mente ha
estado retrocediendo en la comprensión de los fenómenos espirituales, llega un
momento en el que la capacidad mental del ser humano ya no es que no sea útil
para ser consciente de lo que al alma le sucede, sino que es un lastre, un
estorbo, forma parte del problema hasta convertirse su anulación, su negación, condición
sinequanon para continuar.
Es el hecho de que si la salida de Egipto la
protagonizó la mente y a ésta Dios le obligó a pasar cuarenta años de desierto,
las pataletas, las dudas, las lágrimas y las protestas de Marta, de la mente, a
lo largo del camino a causa de no comprender lo incomprensible hace que en
determinados momentos se comporte, la mente, como el pueblo judío en Masá y
Meribá y, Dios responda con la conocida exclamación:
“Durante cuarenta años, aquella generación me asqueó, y dije: Es
un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado
en mi cólera que no entrarán en mi descanso." (Sal, 94)
Y la mente humana “no entrará en el descanso
del Señor”, no cruzará el Jordán ni conquistará las murallas de Jericó, se
ponga la mente como se ponga. Simplemente porque no puede, “¡no puede!”,
porque cruzar la mente este segundo umbral la expondría al rostro de Dios.
18 —Déjame
verte en todo tu esplendor —insistió Moisés. 19 Y el Señor le respondió: —Voy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a
conocer mi nombre. Y verás que tengo clemencia de quien quiero tenerla, y soy
compasivo con quien quiero serlo 20 . Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y
seguir con vida 21 .» Cerca de
mí hay un lugar sobre una roca —añadió el Señor—. Puedes quedarte allí 22. Cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de
la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado. 23 Luego,
retiraré la mano y podrás verme la espalda. Pero mi rostro no lo verás».
“Nadie puede ver a Dios y seguir con vida”.
Ninguna mente, por inteligente que sea puede ver el rostro de Dios y seguir con
vida. Así que el paso de la segunda puerta no es otra cosa que la muerte
literal de la mente. Y Dios prefiere que eso suceda por las buenas, es decir,
como se dirigió a los vendedores de palomas cuando entró en el templo y echó a
los mercaderes. “Quitad eso de ahí”, es decir, dejar la mente para los
asuntos de este mundo y dejar que el alma sea la que pueda volar sin ataduras
ni cuestionamientos absurdos al encuentro de Dios, “sin ritos absurdos ni
santos amanerados”, como Teresa de Jesús ruega a Dios, seamos librados.
Tras la muerte, la mente muere con el
cuerpo, porque la mente reside en el cerebro. Es el alma la que trasciende. El
encuentro con Dios en este mundo sólo es posible si el yo personificado en
nuestra mente muere previamente y sin rastro de duda, es decir, se queda en el
atrio de casa, como nuestro perro se queda fuera, para los asuntos del jardín.
Este hecho, cuando te das cuenta de él, te
sitúa ante un descomunal abismo del que antes no te habrías percatado y, mira
que Jesús lo indica en el Evangelio: “si no os hacéis como niños (Mt 18, 3)”
o "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero
el que pierda su vida por mi causa la salvará."(Lc 9, 24)
Negarme a mí mismo supone negar el valor que
pueda tener mi mente en todo esto, lo que me deja en una desnudez tal que da
escalofrío. Hasta el extremo de preguntarme seriamente “quién soy yo”; lo que
he creído ser toda mi vida ¿es una ilusión?
Pues sí, de alguna forma ha sido una ilusión
en la medida en que me he empeñado en ser lo que había creído que era. Por eso
ante el abismo de morir en la cruz de mis defectos y miserias, es decir, de mis
pecados, la mente se me rebela como el pueblo en Masá y Meribá. Y por eso
mismo, no podrá cruzar el Jordán de la segunda puerta.
Y las dos condiciones para poder morir
finalmente a los dictados de la mente, que se resistirá hasta el último
momento, son eliminar los juicios de valor y discriminación ética, es decir,
abandonar los criterios por los que hasta ahora y durante toda nuestra vida
hemos considerado qué es bueno y qué es malo o bien, por qué razones hemos
dirigido nuestros pasos en este mundo, fuente ambas, los juicios y
discriminaciones, de todas nuestras torpezas, debilidades y lo que las
religiones denominan pecados.
Hemos querido ser autosuficientes para
juzgar a los demás según nuestro criterio y conducirnos por este mundo según
nuestros propios intereses, es decir, comer la manzana del árbol de la vida,
con el resultado ya conocido.
Los juicios son superados con la
contemplación y la mental discriminación con el discernimiento espiritual. Pero
ambos, contemplación y discernimiento, no son originarios del hombre sino de
Dios. Y para acceder a este estado, la mente, como el perro, ha de quedar
voluntariamente fuera de las moradas interiores, dedicada sólo para los asuntos
del jardín.
2.- Por el Océano de la Sabiduría
Y así, comienzan las interminables
singladuras de la navegación por el Océano de la Sabiduría. Lo que me sirvió
para recorrer cada jornada del Camino, mis botas, mi macuto, mi ropa, mi
bastón, mi sombrero para el sol, mi mapa de la ruta, mis alberges donde
descansar tras cada dura jornada, mis tiritas y pomadas antinflamatorias para
las ampollas, mi cantimplora con agua, mi bocadillo, mis enseres de aseo
personal, mis ritos, mis liturgias, mis rezos, hasta mi cansancio y mi
descanso; en una palabra, “todas las cosas de mi vida”, repito, “todas las cosas de mi vida”, ya no sirven, ya no me sirven; ni siquiera el Camino me sirve.
Porque ya no hay Camino, sólo hay agua, la
inmensidad de la Mar océana, donde sólo existe el viento que sopla desde y
hacia donde sólo él sabe y conoce. Y tan sólo existe y por un brevísimo
instante de tiempo, la estela que mi barca va dejando tras sí.
Es por eso, que la mente sólo puede hacer
una cosa, centrarse en el rutinario día a día de navegación y en las tareas de
mantenimiento de la nave.
Pero más le vale “no mirar al horizonte”,
porque podría entrar en pánico; porque sólo va a ver agua, la línea del
horizonte y un cielo, a veces despejado, pero otras con negros nubarrones que
no presagian nada bueno.
Y es que en la nave y en medio de la mar, la
sensación más descriptiva que uno puede experimentar es la que todos los
místicos describen como de vacío, silencio, soledad y oscuridad; que no sé cuál
de las cuatro es más dramática. La que resume las cuatro sensaciones es “la
noche”.
3.- Vivir en un oxímoron
Dicen los entendidos, que un oxímoron o “contradictio in terminis”
es una figura retórica que consiste en usar dos conceptos contradictorios,
opuestos entre sí, mutuamente excluyentes, pero que ambos generan una tercera
entidad, un tercer concepto que deja de ser absurdo para obligar al lector a
comprender su sentido metafórico que goza de ambas cualidades contrapuestas.
Es aquello de “instante eterno”, “luz oscura”, “fuego helado”. O
aquello de que “no hay nada urgente que no pueda esperar eternamente”.
Esta frase me la dijo un compañero una vez que me vio muy apurado porque tenía
que terminar un trabajo y casi no me quedaba tiempo.
El oxímoron fuerza a la hermana mente, a Marta, a renunciar a su
lógica, para comenzar a comprender que hay “más lógica” que la que puede
desplegar un simple mortal. Porque evidentemente, si algo es urgente, no puede,
bajo ningún concepto, esperar, no ya eternamente, sino que no puede esperar;
hay que hacerlo ¡ya!
El Yin y el yang de los orientales, ya empieza a admitir el
oxímoron de que no todo es negro o blanco absolutamente. Y a lo que conduce
admitir los oxímoros en la vida es a admitir la teoría de la relatividad de la
propia vida, de este mundo.
Pues bien, la vida espiritual avanzada, una vez superada la Segunda
Puerta, se convierte en un sinsentido para la mente, en un oxímoron que Teresa
de Jesús lo expresa magistralmente, hablando de que las vivencias del alma son
una “dulce pena y una triste alegría”. Esto es difícil de explicar,
porque no se puede estructurar mentalmente como se estructura un silogismo o un
algoritmo inductivo o deductivo. No sirven esas argucias mentales para
comprender cómo un alma puede experimentar una dulce pena y una triste alegría.
La mente se desespera porque sólo ve a dulzura o pena, o tristeza o alegría,
pero ambas “no caben en cabeza humana”… Por eso Marta no entiende a María.
Porque ¡No cabe en cabeza humana!
Esa es la cuestión, que la espiritualidad
“no-cabe-en-cabeza-humana”, porque nos han puesto desde que nacemos un muro
aparentemente infranqueable, como explicábamos en el capítulo 3 “El Muro”,
amenizado con el tema de Pink Floyd. Ese muro que nos rodea y nos oprime o, nos
impide avanzar, que compartimenta nuestra realidad poniéndonos límites, rutas,
caminos y situaciones todo o nada, corsés mentales, “derechos perfectos”
que hay que cumplir, cumplir mientras mentimos “cumpli-miento”, porque no
terminamos de creer semejantes imposiciones del tipo “pensamiento único”,
doctrina única, religión verdadera vs las demás falsas.
El gris es el oxímoron del blanco y el negro. Si un pintor pintara
un cuadro a base de colores absolutos, quedaría su aspecto bastante infantil,
simple, irreal. La belleza del cuadro consiste en la infinidad de tonalidades,
que le dan aspecto de realidad. Es como el cuadro que os presento en este
capítulo, representa el mar en calma al atardecer. La idea la tuve al asistir a
la galería de un famoso pintor cuando yo era estudiante y vi varios cuadros que
eran básicamente así, un mar en calma al atardecer. Como eran carísimos y yo,
con mi paga de estudiante no podía costearme ninguno, decidí pintarlo yo y me
puse a ello. El resultado fue, más o menos, el mar que representa el cuadro, un
mar en calma al atardecer. Una luz tenue, que expresa una sosegada dulce pena y
una tranquila triste alegría.
En conclusión, cuando Marta y María inician la navegación por el
Océano de la Sabiduría, lo hacen dirigiéndose hacia el Misterio, hacia lo
desconocido, donde todo es para la mente, ambiguo, indefinido y, en el extremo,
contrapuesto, antagónico, tan relativo como la Relatividad de Einstein que lógicamente
no puede coexistir con la Mecánica Cuántica de Plank. Pero algo no hacemos
bien, porque aunque mentalmente sean ambas incompatibles, en realidad no tiene
más remedio que coexistir, lo que trae de cabeza a los físicos teóricos que
buscan desesperadamente una teoría de campo unificado. Una teoría donde un
instante sea eterno y la eternidad instantánea.
Donde Dios nos haga vivir una dulce pena y una triste alegría.
4.- Contemplación
Cuando el alma, María, está por fin despierta y embarcada en la
oceánica travesía, su mayor alegría es ver como Marta, su mente se desespera al
no poder entender lo que les está sucediendo. Y tanta más alegría espiritual cuanto
mayor desespero mental.
Porque en el régimen de oceánica navegación, las razones de la
mente han de ir dejando paso a la mística contemplación. No sé si he referido
esto anteriormente, pero me viene al caso ahora, la expresión de Consuelo
Martín al referir la actitud contemplativa como ese “ver cómo caen las hojas
de los árboles”. Que no consiste en comprender por qué caen, qué fenómenos
biológicos suceden para que las hojas se desprendan, cómo son las
vasoconstricciones de los canales de savia para que ésta deje de fluir y
estrangulen el tallo de las hojas, que es lo que trataría de comprender la
mente.
No, no se trata de investigar la botánica de las hojas, sino simplemente
verlas caer y experimentar interiormente lo que sucede en el exterior, sin
enjuiciar un por qué o qué consecuencias tendrá para el árbol quedarse sin
hijas.
Para el marinero que está a cargo del timón de la nave, durante su
guardia de mar, tiene que estar atento al compás, al rumbo, la derrota, que la
nave siga el rumbo de crujía, que no caiga a babor o estribor si con ello se
sale de la ruta, etc. Pero el marinero que no está de guardia de mar puede
mirar por la borda, mirar y contemplar la belleza de un mar en calma al
atardecer y quedar maravillado, tanto como para llorar de felicidad ante tanta
belleza…
Cuando esto sucede, cuando te sientes inundado de tanta
belleza, abres los ojos y no ves nada, porque nada existe que no sea Él; porque
no ves nada que no sea Él. Las criaturas agachan la cabeza, y dando un paso
atrás, dejan que Su Presencia se haga evidente en ti y en todo lo que te rodea;
y tus ojos sólo ven el esplendor de una Luz ante la que el Sol queda totalmente
eclipsado. Si has experimentado “eso”, has experimentado a Dios dentro de ti.
Pero para experimentar “eso”, tienes que dejar que “Alguien” esté
al mando de la nave, sea el marinero que esté a cargo de la “Guardia de Mar”.
En esta peculiar nave, sin remos y sin timón, pero con un mástil y
velamen, es el Viento el que está a cargo de la “Guardia de mar”.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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