La experiencia mística resulta que al final
es simplemente “presencia”. Tanto Marta como María en esencia lo que hacen es
vivir en Presencia, en compañía, en permanente relación de uña y carne con
Aquel que dio su vida por ella (no por ellas). Y esto es importante. Y es que
la oración deja de ser un momento más o menos prolongado de recogimiento y
quietud de los sentidos para dialogar con Dios, para pasar a convertirse en un
estado de permanente presencia en el que, hagas lo que hagas, así estés
trabajando o descansando, comiendo o caminando, hablando o callando, sólo o
acompañado de otros o en medio de un gentío, en vigilia despierto o durmiendo,
en medio de una tormenta o en la paz de una suave brisa, es decir, en toda
circunstancia y situación, se alcanza un estado de consciencia tal, que
siempre, siempre eres consciente de que estás delante de Dios, inmerso e
inundado del Espíritu Santo y agarrado de la mano de Jesús y de María.
La primera que alcanza este estado de
Presencia es María, el alma, porque en realidad es como ella vive la vida, en
presencia y, en presencia se queda embobada contemplando a Jesús en todo lo que
sucede. Pero Marta es distinta y, le cuesta aceptar esa “falta de privacidad”,
así que para que Dios no la vea desnuda (María está encantada de estar desnuda
ante Dios), se cubre de trapos y abalorios en un estúpido intento de que Dios
no descubra sus vergüenzas, sin saber que Dios tiene vista de rayos x, así que
la va a ver desnuda, quiera o no quiera.
#1.- El Yin y el yang
Aunque esto es así, la Presencia en María,
también es imperfecta, como imperfecta es la división entre Marta y María, dos
hermanas que viven como si fueran distintas, cuando en realidad todo eso de la
individualidad es pura ilusión que convierte la vida en “una sin par y desigual
batalla” de una consigo misma. Es creer que son dos, cuando realmente son un
mismo ser.
Y para deshacer todo este entuerto de creer
ser por una parte Marta (la mente) y por otra María (el alma), hace falta
recorrer todo el camino de perfección, desde la casa de origen donde ambas
vivían, la una atareada con las cosas de la casa y la otra encerrada en la
Torre de Doña Urraca, medio flipada con brebajes de adormidera, hasta el
inmenso mar océano con incierto final en un estado de infraganti presencia ante
la que ambas se dan cuenta de que son una sin segundo, que no hay dualidad ni
entre ellas, ni con la Presencia.
¿Tú que piensas, María?
¿Somos tan diferentes que podamos
estar toda la vida
creyendo, nos odiamos
sin comprender de cómo nos amamos?
A lo que María responde:
Yo sé, hermana mía,
que Dios nos ha hecho juntas de por vida.
Yo sé, hermana mía,
de ello estoy segura,
somos el mismo ser, somos su hechura.
Marta, que ve cómo María asume la situación que ambas están
viviendo, le suplica:
Mis miedos y mis dudas
en torno a todo lo que nos sucede,
me llenan de amargura.
Si tú con ello puedes,
ayúdame a olvidarlos, si tú quieres.
Marta empieza a darse cuenta de que comienza
a ser un esfuerzo inútil resistirse a la aventura que han comenzado ambas y,
viendo que María está razonablemente tranquila, aunque también ella tenga un
punto de duda, nada tiene que ver con las angustias que a ella, a Marta, le
provoca todo esto.
Es como la figura del Yin y el Yang de los
orientales, un círculo mitad negro, mitad blanco, donde la mitad negra comienza
a tener un punto blanco y la blanca, aún conserva un punto negro. Todo el
proceso al que han de ser sometidas ambas, Marta y María es hacia que Marta (la
mitad negra del círculo) incremente su punto blanco hasta alcanzar toda la
superficie negra y María, elimine completamente ese punto negro que aún le
queda.
Cuando esto sea así, todo el círculo será
blanco y desaparecerá la división entrambas, que al final era únicamente una
fantasía elaborada por la mente.
En el Universo rige la Ley de fuerzas
antagónicas opuestas, pero con la misma fuerza, de modo tal que consiguen algo
esencialmente crítico, el estado estable de las cosas. Los orientales en sus
sistemas filosóficos, principalmente en el taoísmo, representan la dualidad, la
luz y las sombras, lo femenino y lo masculino; son opuestos, pero se necesitan,
se complementan, no pueden vivir el uno sin el otro, se consumen y generan
mutuamente y se transforman el uno en el otro, así como la noche se transforma
en día y el día en la noche y en ambos reside también el otro.
Y ambos son una sola entidad, indivisible,
porque son “uno sin segundo”, que es el principio del advaita vedanta.
Esta aparente dualidad, se muestra en todo,
hasta en la física cuántica, donde la luz es una dualidad onda partícula o la
incertidumbre de saber a la vez la posición y el momento angular de una
partícula. Es decir, que Marta y María en el ser humano son la expresión de esa
“dual unidad” que está en la base de todo lo que existe, porque simplemente así
es como Dios ha concebido que ha de ser el Universo, la vida, todo lo que
existe. Es decir, Marta y María no son un fallo de diseño, sino la pura
perfección del diseño de Dios expresado en el ser humano. Así es y así ha de
ser y de ello ha de darse cuenta la propia persona; acaso sea esta la razón de
ser, de la existencia en este mundo.
Y así lo expresa María…
Marta, mi buena hermana,
tú y yo, jamás seremos diferentes.
Somos de donde emana
de la vida la fuente.
Ambas somos marcadas en la frente
con la marca sagrada
de nuestro dueño y señor y para siempre,
por siempre consagradas,
mirando siempre al frente,
navegando infinito al Occidente.
Marta se sorprende de la claridad de ideas
de María y le pregunta.
¿De dónde sabes eso?
¿Cómo sientes así de iluminada?
Yo ni siquiera puedo,
siquiera imaginada,
sentirme como tú tan bien amada.
Pero María no muestra signos de ser
conocedora de ninguna revelación ni cosa parecida. Simplemente expresa lo que
siente como una intuición sin elaborar, sin procesar por mente humana. Es como
un sentir, como un simplemente ver cómo las hojas caen de los árboles, como la
brisa acaricia la piel y transmite sosiego.
Yo miro y, contemplando,
mis ojos ven señales de mi Amado,
me dicen, susurrando
en tonos apagados,
leves toques de ánimo calmado.
Es decir, leves señales, puntuales
evidencias de que sucede lo que ha de ser y, todo ello quedando el alma en un
suave sosiego que trata de transmitirle a la mente para que ella también se
calme y sobre todo confíe.
Estos diálogos entre hermanas poco a poco
van haciendo su efecto. La adelantada María aporta a la rezagada Marta esa
calma, esa paz que necesita para poco a poco sumergirse en la oscuridad de la
noche a la que debe ser sometida, la noche del sentido.
#2.- Memoria y esperanza
Marta, tras el camino recorrido, es ya capaz
de comprender y acaso de imaginar lo que le comparte María, pero, aun aceptando
embarcarse en tan arriesgada travesía, con todo, no por ello se ha podido
deshacer de sus apegos, los de toda su vida. Es natural, desde que despertó a
la vida, Marta ha aprendido a manejarse por este mundo y, como dice el viejo
refrán, “el que no llora no mama”, es decir, si uno no espabila, no
puede conseguir los posibles para poder comer cada día, que eso de que el pan
de cada día nos lo da Dios, cierto es, pero no menos cierto que si uno no se lo
curra, poco pan va a poder llevarse a la boca. Así que, ¿quién paga las facturas?
¿quién compra la comida? ¿quién resuelve el papeleo de la casa? ¿quién resuelve
tantos y tantos problemas como surgen en el día a día?
Por eso Marta se enfadaba con María, porque
habría elegido la mejor parte, pero los asuntos más prosaicos siempre le
tocaban a Marta resolverlos. Y no tenía tiempo para contemplaciones místicas. Y
ahora, ya embarcadas en la aventura, no por ello se habían acabado los avisos
del banco de facturas por pagar.
En suma, Marta seguía estando atada y
preocupada por los asuntos de la casa. Y no es que estuviese apegada, pero las
preocupaciones económicas, esas que te pueden quitar el sueño, siguen ahí, por
muy elevada que estés en la oración.
Aquí, Marta ha de enfrentarse al tercero de
los desafíos, transformar o dejar ser transformada su memoria en esperanza.
El entendimiento, aliado con la memoria,
forman una mezcla explosiva de angustia y desasosiego. En la memoria reside el
“tengo que hacer” esto, aquello y lo de más allá, no sea que… Y para resolver
los problemas, Marta en principio, sólo cuenta con su capacidad resolutiva, no
espera que venga Dios y la ayude. Todo se lo hecha a la espalda. Además, así le
enseñaron sus padres a ser responsable, no sólo consigo misma, sino con los
demás.
Así que los apegos a los que aluden todas
las corrientes místicas, tanto occidentales como orientales no son tanto esos
vicios, esas apetencias (llamémosle “pecaminosas”), que debilitan la voluntad y
la hacen proclive a “cotidianas venialidades” que van horadando la fortaleza de
ánimo y como las drogas, nos hacen tolerantes (necesidad de cada vez más) y
dependientes (incapaces de dejarlo). Eso, además, pero lo más importante es
mantenerse apegado a la necesidad de considerarse imprescindibles para resolver
todos los problemas de la vida, los importantes y los que no lo son y que como
importantes los vemos. Expresado de un modo gráfico, son esos apegos que nos
convierten en el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. “¡Es
tarde!, ¡voy a llegar tarde, es tarde, tengo prisa, tengo prisa!”. Y
siempre igual.
Además, este ritmo de Marta, tiende a ser
uniformemente acelerado y, en un mundo como el nuestro, donde (en boca de Bill
Gates), “las nuevas tecnologías son una descomunal e imparable maquinaria de
generarnos necesidades que hasta ahora nunca habíamos tenido”, nos
convierten en “Homo consumus”, una especie cuya única misión en la vida
es consumir lo que sea, lo necesitemos o no, y cuanto más, mejor. Es como estar
atrapados en un endiablado vórtice que nos atrapa y nos devora y, nos obliga a
mantener la mente (a Marta) permanentemente preocupada en resolver para
mantener en funcionamiento la descomunal noria de nuestra enloquecida sociedad.
Así que la memoria, esclava con pesados
grilletes y sobrepasada en un permanente “Information input overload
síndrome” (síndrome de sobresaturación de información), no es que desee
estar apegada a todas esas cosas, es que no puede despegarse si no quiere
romper con su propia vida. Y aún peor, si uno vive solo y de él no depende
nadie (cosa rara, pues siempre estamos relacionados con los demás, de modo que
siempre en todo o en parte los demás dependen de nosotros y nosotros de los
demás), pues todavía puede romper de la noche a la mañana y “huir a las
montañas”. Pero si tenemos familiares a cargo, las argollas no se pueden
liberar.
De modo tal que, más allá de los apetitos
malsanos (llamémoslos así), están las responsabilidades personales, familiares
y sociales de cada cual, porque ni siquiera uno puede cambiar de residencia sin
tener que cambiar su domicilio fiscal.
Así que la memoria la tenemos tan
contaminada y bloqueada con miles de responsabilidades grandes y pequeñas (la
inmensa mayoría nimias y prescindibles), que la pobre Marta, desde que amanece
hasta que anochece, se ve obligada, quiera o no quiera, a encargarse de toda
esa barahúnda de encomiendas que la impiden relajarse y descansar. Ya quisiera
ella ponerse en postura de loto y hacerse un “om” para desestresarse. Pero ni
por esas.
Y es que lo que deja atrás el joven rico son
“todas las cosas de su vida” en clave de apegos que no le dejan en paz.
Pero Jesús no nos pide imposibles.
Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de
comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No
es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (Mt 6,25).
Mirad los lirios del campo que ni trabajan
ni hila, y ni Salomón…
Lo que Jesús le está diciendo a Marta es que
ha de trabajar, sí, pero que no se afane porque las cosas no vayan como a ella
le gustaría, que no sea (en frase de Bernard Shaw), “un egoísta guiñapo que
no hace más que enfadarse porque el mundo no la hace feliz”. Que las cosas
no siempre salen a pedir de boca y, sobre todo, que confíe, que confíe, como
diría Suzanne Powell, en el Banco de la Divina Providencia. Y sobre todo, que “ya sabe vuestro Padre
celestial de qué tenéis necesidad” (Mt 6, 8).
Así pues, es comprensible que Marta haya de
ser sometida a otra severa transformación de sus potencias, la transformación
de la memoria en esperanza que, de la mano de la transformación del
entendimiento en fe, son condición sinequanon para poder cursar la Mar océana.
Es, en el fondo, como si la gran protagonista de esta gran aventura espiritual,
no fuera el alma, no fuera María, sino Marta, porque ella, Marta, es el eslabón
más débil y si ese eslabón no es fortalecido, de nada sirve que la etérea María
quiera elevarse a las altura, volar como las águilas o navegar como los
delfines, porque siempre estará atada, anclada a la pobre Marta, a la que le ha
tocado el papelón de ser la mala de la peli, la respondona, la que se queja a
Jesús de que María no le ayuda.
Por ello, la noche del sentido, que de
alguna forma ya comenzó durante las etapas del Camino en tierra, es
imprescindible como requisito previo para disponer el alma para la gran prueba
de la noche del espíritu. Pero esto ya vendrá después.
En el fondo, como apuntábamos en el capítulo
7 de esta serie, la transformación de la memoria en esperanza consiste en
sabernos perdonarnos a nosotros mismos, reconciliarnos ante el espejo por
renunciar a un montón de cosas y obligaciones que habíamos asumido como
importantes, cuando en realidad nos fueron impuestas por nuestros padres,
educadores y la sociedad que nos rodea, metiéndonos en la endiablada (gestionada
por el mismísimo diablo) vorágine de la vida diaria. Porque tras el perdón, y
bien sabe Dios que somos nuestros peor y más despiadado juez, podemos empezar a
soñar.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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