Babor y estribor de
Guardia
Como apuntábamos en el capítulo anterior, la maniobra de salir a la
Mar, en términos navales se denomina “babor y estribor de guardia”,
habitualmente con el práctico a bordo.
En nuestro símil, la presencia del práctico supone ese empujón
final para liarnos la manta a la cabeza y subir a bordo y, literalmente, rogar
que “sea lo que Dios quiera…”
Porque tanto hay miedo a volar como a navegar, porque en ambos
casos, nuestros cuerpos y almas se van a adentrar en un medio desconocido y en
el que, con nuestras capacidades, no podemos movernos. Volar no podemos y nadar
sí, pero muy pocos metros ante la inmensidad del mar.
Podemos poner más símiles para ejemplificar sobre cómo, el viaje
hacia Dios no es cosa nuestra, en el sentido de poder valernos de nuestras
capacidades. Creo que esto está totalmente claro.
Una vez a bordo, la artificial diferencia de nuestras dos hermanas,
Marta y María, es ya ridícula. Cuando uno toma asiento en la bancada de la
barca, se da cuenta de que, para este negocio, Marta y María, literalmente han
de ser lo mismo, porque aquí ya no cuenta la voluntad por un lado y el amor por
otro, sino que ambas son Uno.
La voluntad sale de mis deseos, el Amor es pura esencia divina, la
voluntad de Dios. Así que amar es simplemente vivir la voluntad de Dios, “fiat
voluntas tua”. Y en esto va a consistir las instrucciones para el pasajero
abordo.
Durante esta maniobra de salir a la Mar, el práctico es el que la
dirige, para evitar que nuestro casco choque con el fondo o encalle sobre un
banco de arena. Para ello iza nuestras velas y maniobra la botavara para
aprovechar las ráfagas de viento y sacar la nave del embarcadero.
Esta náutica descripción de la maniobra es una forma más o menos
entendible para explicar, hasta donde se pueda, cómo Dios comienza a obrar
directamente sobre el alma.
Mensaje para el Alma
Los mensajes para el Alma, en Román paladino son sólo ruidos
estridentes… si no van asociados al Amor.
La magistral descripción del Amor por San Pablo, en su primera
carta a los Corintios, “si no tengo amor, de nada me sirven todos mis bienes
y conocimientos”, deja en evidencia el inmenso abismo entre estos conocimientos
que le permiten a la mente comprender (o hacer como que comprende) y la
Sabiduría.
El Alma no tiene que comprender nada, como necesita la mente. El
Alma simplemente o ama o, por el contrario, está dormida o aturdida por los
trajines de la mente.
Así que el “mensaje para el alma”, las instrucciones abordo, es
simplemente el mensaje del silencio.
No hay lenguaje escrito que se pueda expresar la vida del alma, la
vida interior, lo que sucede en el hondón del ser. Por eso, sólo puede
expresarse en el lenguaje del silencio.
La Mística es eso, los caminos del silencio, la expresión y la vida
en el silencio. Y cuando la mente deja de incordiar, cuando la mente se calla
(o consigue callarse), el silencio habla y, lo hace de un modo “inefable”, sin
hablar. Es entonces cuando la comunicación entre lo sublime, el Todo, la
Divinidad y el Alma, se establece y es posible que el mensaje, que sólo puede
proceder de la Divinidad, sea recibido por el Alma.
Y la única forma de poder torpemente manifestar textualmente ese
mensaje es a través de la poesía, que es lo que han tratado de hacer algunos
místicos.
El lenguaje de Dios es poesía para el alma.
Silencio y poesía, paz y quietud, contemplación y bienaventuranza.
Este es el estado del alma, en su proceso de unión con lo sublime.
Y poco más hay que decir al respecto.
Aquí no nada que juzgar, ni qué opinar, ni estar o no estar de
acuerdo. No, aquí la mente no tiene absolutamente nada que decir salvo que, si
no le gusta, peor para ella, porque bajo su albedrío, mal futuro le aguarda. La
vida del alma no es negociable. Porque el alma es la que realmente puede decir
“yo soy el que soy”.
Oración y contemplación
La relación del alma con Dios se establece sobre la base del
“estado de oración”.
Aquí, mucha gente puede tener grandes confusiones sobre el
significado de la oración frente a otras modalidades (aparentemente), como la
contemplación, la meditación, la meditación trascendental y otras técnicas de
relajación, muy utilizadas en las prácticas orientales.
Yo me confieso como un “cristiano de frontera”, es decir, como un
cristiano, creyente y que participa intensamente en la vida de la Iglesia
católica, pero situado en la frontera que la separa del mundo exterior al
cristianismo, donde habitan una inmensidad de almas que, creyendo en Dios, como
entidad divina a la que llaman con otros nombres, participan de esa misma
intuición trascendente de la vida. Digamos que soy un profundo defensor de lo
que se denomina Filosofía perenne, término metafísico que reconoce una divina realidad
en el mundo de las cosas, vidas y mentes y, que es factor común al conjunto de
los grandes sistemas de pensamiento y de las grandes religiones en el mundo.
En este sentido, entronco en la primera mitad del Camino de
Santiago, hasta Finisterre (a Compostela llegan en nuestro símil los
cristianos), a todas las religiones, cada una con sus dogmas y creencias. Igual
que para llegar a Finisterre, pasando por Compostela, hay varios caminos, tales
como el Camino francés desde Roncesvalles, o el Camino del Norte, por Irún y el
cantábrico, o la Ruta de la Plata, o el Camino portugués, etc. Es decir, así
como hay grandes vías para llegar a Compostela, también hay grandes religiones
que te marcan el Camino para llegar hasta el umbral de la segunda puerta, Finisterre.
Aquí, mutatis mutandi, cada cual puede optar por el sendero que
quiera, bajo la dirección de los correspondientes pastores de su
correspondiente religión, teniendo en cuenta que el hecho de que profesemos una
u otra, no ha dependido de nosotros, sino de nuestro lugar de nacimiento y de
la familia y cultura en la que hemos nacido. Así, yo soy católico porque he
nacido en el seno de una familia católica en la España de los años cincuenta.
Pero si hubiese nacido en la India sería hindú, supongo; o budista, o taoísta
si en China o, anglicano si hubiera nacido en Inglaterra.
Es decir, no somos responsable de profesar la fe en la que creemos.
De este modo, a Compostela hemos llegado peregrinos no sólo católicos, sino de
muchos países y de muchas creencias hasta Finisterre, y todo está bien. Cada
cual ha recorrido sus tres primeras moradas, cumpliendo honradamente y con
empeño de respetar mandamientos y creencias,
Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta:
anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el
cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. (Lc 18:21)
A Jesús, todos aquellos que respetan los mandamientos y preceptos
de sus religiones, “mirándoles, les ama”, porque somos buena gente de
sincero corazón y buena voluntad. Y en Finisterre, podemos congregarnos todas
las religiones y todas las culturas, no sólo los cristianos. Pero en
Finisterre, a partir de este punto, el camino o, mejor, la navegación oceánica,
ya hay que abordarla bajo una sola dirección, bajo un nuevo paradigma.
Y este nuevo paradigma en la Oración.
Sobre este tema, yo antes, creía que básicamente orar, meditar,
contemplar o aplicar las diferentes técnicas de relajación eran básicamente lo
mismo, pero en la medida en que comencé a prácticas algunas de estas técnicas,
me di cuenta de que algo fallaba.
El sentido más profundo de la Oración, tal y como yo la he leído de
los autores cristianos y la he experimentado, supone en esencia un estado de
silencio, vacío, soledad y oscuridad de los sentidos. Orar NO es rezar, NO
es aplicar una serie de letanías, de jaculatorias, de mantras o de recitar
mental o verbalmente un conjunto de versos o de textos prosaicos para elevar
plegarias o himnos de perdón o de alabanzas. He leído que los autores califican
todo esto como oración verbal o mental.
No, la oración NO es un acto, sino que ES un estado del
alma en el “que entra en comunicación con alguien que sabe, le ama”,
como la define Santa Teresa.
Entre Teresa y Juan de la Cruz, parece haber diferencias terminológicas,
pero que en el fondo es llamar de dos formas diferente a lo mismo. Santa Teresa
prefiere hablar de oración de recogimiento o de quietud refiriéndose a que su
efecto es un estado estático, de estasis, de quietud en el alma, con gran
sensación de paz y serenidad. San Juan de la Cruz, habla de contemplación,
pudiendo ser en situación de gozo o de lamento, de sequedad o de consuelo, de
paz o de inquietud. Pero, en cualquier caso, es también un estado de presencia
ante la divinidad, de contemplación de Dios en todas las cosas y en todas las
situaciones.
En ninguno de los dos casos es un acto voluntario con un principio
y un fin en el tiempo, es decir, un estar diez, quince o treinta minutos
arrodillados ante un crucifijo o un sagrario. No, es un estado permanente del
alma, en permanente presencia de Dios, que en ocasiones va acompañada de paz y
otras de dolor; unas de sosiego y otras de incertidumbre; unas de clarividencia
frente a otras de oscuridad.
Y no son ya un acto de la mente y de la voluntad, porque al tomar
la decisión de subir a bordo, la mente debe dejar de pensar, para empezar a
creer y la voluntad debe dejar de querer hacer para dejarse hacer. Porque la
vida, una vez situados nuestros pies en el portalón de acceso al barco, jamás
volverá a ser como antes.
Meditaciones y otras
técnicas
En el mercadillo espiritual, hay buenas ofertas para tomar
cursillos sobre meditación trascendental y mindfulness. También están a buen
precio las clases de yoga o de tai chi, que garantizan un alto grado de paz interior
y relax.
Esta es la actitud de mucha gente que llegadas a Finisterre o
incluso sin salir de sus casas, adoptan para desestresarse, para intentar de
conseguir, al menos mientras hacen la meditación trascendental, un “kit cat” de
relajación, o algo parecido a in coffee break espiritual a media mañana o al
llegar a casa tras un súper estresante día de no parar en el trabajo.
Todo esto está muy relacionado con la New Age y los Nuevos
Movimientos Religiosos (NMR) o tendencias espirituales, con gran éxito sobre
todo más en las mujeres, aunque también en los hombres, acompañados de técnicas
sobre salud y belleza que permiten imaginar con la imaginación un bello
escenario de paz y bien en medio de idílicas cascadas de perfumes y sonidos
celestiales de ruiseñores, que con la ayuda de la animación 3D, permiten un
“Total recall” alucinante que nos escenifican vivir en un paraíso celestial por
un módico desembolso y, con el inestimable apoyo en ocasiones de algún que otro
cannabis.
Lo que dicen todas estas tendencias sociales es la irrefrenable
búsqueda de lo espiritual, incluso adulterando el verdadero sentido de las
filosofías orientales de tradición milenaria. Pero todo este revoluto está a
años luz del embarcadero y de la Mística, tanto cristiana como sufí u oriental.
Estas nuevas técnicas, tanto más cuanto más rápidamente se pueden
aprender, no tienen nada que ver con la vida interior. Pero en sus redes están
atrapadas multitud de personas, deseosas de alcanzar esa meta de paz y
felicidad que el mundo no les puede ofrecer.
A salvo quedan de este desastre mediático, las filosofías y
sistemas de pensamiento genuinamente orientales que suponen todo un completo
estilo y filosofía de vida, que de ningún modo se aprenden en un gimnasio donde
practicar aerobic, acuagym, pilates o yoga físico, sino que son vidas enteran
viviendo bajo la disciplina de un budismo, zen, tao o hinduismo, anclado en lo
más profundo del alma. Estas sí que son almas que, siguiendo el camino del Zen,
del Tao, de Buda o de Krishna, llegan a Finisterre, al final de sus
posibilidades como seres humanos.
Subir a bordo
“… Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es
apto para el Reino de Dios.” Lucas 9:62
Cuando decides o mejor, aceptas subir a bordo y poner los dos pies
en el barco, ese acto es absolutamente trascendental, que no tiene vuelta
atrás, porque no lo habrás llevado a cabo con ningún objetivo ni, mucho menos,
con el deseo de flipar en colores imaginando un paraíso idílico de amor y paz.
En el momento que subes a bordo, se sueltan las amarras y a partir
de ese momento, tu vida ya no te pertenece, porque comienza la auténtica
transformación de las potencias en las virtudes fe, esperanza y amor. Y estas
virtudes se denominan “teologales” porque proceden de Dios, con lo cual, subir
a bordo, la decisión más importante de nuestras vidas, supone dejar de ver y de
vivir a Dios fuera de nosotros para verle “encarnado” dentro de nosotros. Esa
consciencia de “encarnación” se denomina Cristo Jesús.
Que el práctico esté a bordo con nosotros significa ese tirón
sobrenatural que arrebata al alma y la conciencia, que arroba la voluntad y la
sume en un estado de “suspenso” entre el cielo y la tierra o, entre el mar y la
costa, donde Marta no sabe qué pensar de todo esto y María simplemente
“contempla” maravillada la escena.
Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Que a todo digo que sí.
Porque desde que pones el pie en la extraña nave, ya no eres ni
importas tú. Es Dios, es Jesús, es el Divino Espíritu, el que mora en ti,
porque realmente descubres que eres su misma esencia.
Dadme
riqueza o pobreza,
dad
consuelo o desconsuelo,
dadme
alegría o tristeza,
dadme
inferno o dadme cielo,
vida dulce,
sol sin velo,
pues del
todo me rendí:
¿qué
mandáis hacer de mí?
Si queréis dadme
oración;
si no,
dadme sequedad,
si
abundancia y devoción,
y si no
esterilidad.
Soberana
Majestad:
sólo hallo
paz aquí,
¿qué
mandáis hacer de mí?
Dadme pues
sabiduría,
o, por
amor, ignorancia;
dadme años
de abundancia,
o de hambre
y carestía.
Dad tiniebla
o claro día,
revolvedme
aquí y allí,
¿qué
mandáis hacer de mí?
Si queréis
que esté holgando,
quiero por
amor holgar,
si me
mandáis trabajar,
morir
quiero trabajando;
decid
dónde, cómo y cuándo,
decid dulce
amor decid:
¿qué
mandáis hacer de mí?
Esta asombrosa declaración de Santa Teresa de Jesús sintetiza
totalmente cuál es la actitud, la opción de vida que ambas, Marta y María,
acaban de tomar al subir a bordo.
Mientras durante el Camino de Santiago había senderos,
indicaciones, flechas amarillas, hitos, albergues, mapas y rutas perfectamente
señaladas, a partir de ahora, sólo hay mar, sólo hay océano infinito, sin
caminos, sin sendas, señales o tan solo la línea que describe el Sol en la
eclíptica de Levante al Ocaso o en noches oscuras, el cielo lleno de estrellas.
Pero no hay rutas o, mejor, sólo son las rutas que marcan los vientos, que
moverán la nave si tienen las velas izadas.
¿Y qué tienen que hacer Marta y María?
Nada.
O si quiere Marta, puede entretenerse en pescar, que pesca hay de
sobra.
Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de
comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No
es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves
del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de
vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el
vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no
trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se
vistió así como uno de ellos. Mt 6:25-34
Es el abandono completo, un estado en el que en la vida “ya todo
está bien”, porque sucede lo que ha de suceder, así suceda en contra de lo que
sería razonable, lógico o bueno según nuestro criterio.
A todo digo que sí.
Santa Teresa pone otro símil para esta experiencia espiritual de
radical transformación de la mente en fe, la memoria en esperanza y la voluntad
en amor. Y es la metamosfosis del gusano de seda, tras la que la crisálida se
transforma en una “graciosa mariposica blanca”, lo que sucede en el
tránsito de la cuarta a la quinta morada, de Compostela a Finisterre.
A partir de que la nave ya está abandonando la Praia Mar de Fóra,
comienza el proceso de transformación. El salto de fe, ya se ha dado, Marta ya
se ha tenido que “poner en manos de Dios” y “que sea lo que Dios quiera”, pero
eso lleva un proceso bastante serio y profundo.
Es un proceso de renacimiento.
Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un
principal entre los judíos. 2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has
venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú
haces, si no está Dios con él. 3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el
que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le
dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda
vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
6 Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. 7 No te maravilles
de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento
sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Jn 3, 1-8
Nacer de nuevo y dejar que el viento sople a donde quiera soplar…
Huelga seguir insistiendo en esto, en lo brutal y salvaje de esta
decisión; de lo sobrenatural que es dar el paso. Es tan sobrenatural que nadie,
en su sano juicio, podría darlo. Como dije anteriormente, el coste de
oportunidad es tan alto, a juicio de la mente, que a ella no se le puede pedir
que razone y comprenda semejante decisión.
Y todo responde al hecho de que sólo ante un fogonazo de
transformación de la mente en fe (en pura confianza), le capacita a ella a
aceptar el Sí a subir a bordo.
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Autor: José Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este
blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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