Se ha cerrado por fin el vertedero
de Zaldibar. Nuestro dolor es donde hay dolor, por supuesto con la
familia que atraviesa ahora momentos difíciles. Pero el dolor puede en algún
momento abrir también su rejilla a la razón y por supuesto a la esperanza. A lo
largo de más de un año, cien operarios han buscado entre la
basura un cadáver ya en avanzado grado de descomposición. El
Gobierno vasco ha gastado muchos millones de euros para intentar dar con
una urna de carne, con una envoltura material, con un vehículo corporal ya
inservible.
El silencio también puede pecar. Escribir estas letras no
nos resta corazón, una lógica madura y superior está llamada a imponerse
también en nuestros hábitos cotidianos. Hay principios que pueden semejar
duros, pero que es preciso con tiento y sensibilidad empezar abiertamente a
compartir. Con infinito respeto para con los familiares y amigos del
finado...
Una renovada fe se va sedimentando en sectores cada vez más
amplios de la ciudadanía. A la luz de una ciencia avanzada, de unas tradiciones
milenarias, de una lógica primordial, no seríamos sólo cuerpos.
Fundamentalmente seríamos espíritu
que circunstancialmente se reviste de carne para bajar a la
tierra. ¿Cuántos famélicos niños en el Sahel no tendrían vida y
futuro con lo que se ha invertido buscando un cadáver
ya descompuesto? No seríamos estos cuerpos, seríamos infinidad de
cuerpos que la Madre Tierra, Amalurra, nos iría
prestando para nuestra carrera evolutiva. No seríamos estos
cuerpos que abandonaremos en los cementerios, junto a
la cruz de una alta montaña, que dejaremos en ínfimas
cenizas ascender a los cielos, que se perderán entre
el hedor de una escombrera...
Necesitamos también grandes palas y excavadoras para remover
nuestra granítica cultura de la desesperanza y el "acabose"; para dar
con el brillante filón de una emancipadora eternidad, con el verdadero hallazgo
de un amor que nunca, nunca se acaba. Aferrarnos a lo material sólo comporta su
cuota de dolor inagotable.
No seríamos estos cuerpos, pero mientras que lo
sigamos así creyendo, seguiremos penando y removiendo
en balde ingentes toneladas de basura. No descansan nuestros
seres queridos junto a nosotros porque tengamos una tumba
cercana suya adornada de frescas flores, sino porque su recuerdo
vivo de amor perdura sin tiempo en nuestro interior. No es
tanto dónde arrodillarnos, sino cómo, cuándo y dónde seguir su ejemplo. La vela
que toca alimentar es sobre todo la del altar de nuestros corazones. Ella no
urge de frío mármol para posarse.
¡Descanse en paz Joaquín Beltrán con los perfumes de
gloria que de seguro mereció, lejos de los barros y deshechos de este
mundo¡
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Autor: Koldo
Aldai (koldo@portaldorado.com)
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