- A decir verdad… – iniciaba él algo
cariacontecido, tragándose el orgullo como si fuesen bilis apestosas y agrias –
he de reconocer que estás en lo cierto, por mucho trabajo que me cueste
admitirlo.
El chico estaba
avanzando, se dijo. Esta mañana fue incapaz de emitir comentario alguno; siendo
preciso dejarlo en soledad con el proceso que inició. Pal, estaba satisfecha
con ella y con el avance de Jano. Se sentía orgullosa de ambas cuestiones. Sacó
de un cajón más folios, ofreciéndoselos.
- Bien Jano, ¡al ataque! He de repostar el
104, ponerle un nuevo paracaídas y cambiar los neumáticos que has destrozado
con la frenada. Por cierto, lo olvidaba.
Has de proceder del mismo modo que antes, especificando, en las conclusiones,
que te perdonen las personas afectadas y entiendan tu proceder inapropiado,
dado que no están presentes para hacerlo de forma directa. Sólo así liberarás
el rencor que te movió y ha movido hasta ahora en muchas de tus acciones. A
mi vuelta quiero eso concluido ¿Algún problema?
- Supongo que no, Jefa. – contestaba
con sorna y algo de retintín.
Fijó su vista en el
cuco. Calculó que quedaban segundos para marcar las cinco y media. La señal
sonó. El límite auto impuesto no había sido excedido. Al menos llevaba diez
minutos sin escribir. Ya no recordaba ninguna experiencia que anotar. A su
mente sólo acudían momentos felices, circunstancias donde él provocó risas y
felicidad. El pasado del que procedían imágenes de dolor, sufrimiento y pesar,
tanto infligido como recibido, estaba mágicamente borrado. Incluso el cuerpo
parecía más ligero, menos denso, más energético.
El Starfighter tronó
afuera en su encendido vivaz. En el tiempo transcurrido descargando sobre los
papeles la negritud que maniataba a todo su Ser en un atasco desconocido, no
había considerado el trabajo que la instructora, transformada momentáneamente
en mecánica, realizaba. Miró los folios que quedaban sobre la mesa; esta vez
usó menos que durante la mañana; y de soslayo, a través de la ventana, observó
que el 104 se movía, cabina cerrada, seguramente con la intención de despegar.
Abandonó su querida guarida, el reducto desde el cual estaba cobrando una
dimensión altamente gratificante hacia una existencia que nunca, anteriormente,
postuló tan interesante.
Desde el porche,
contemplo la pasada del reactor con el tren recogido. Le parecía increíble, si
no lo hubiese comprobado con su vista, que su Starfighter despegara en tan
corta distancia. Subió en una escala vertiginosa hasta colocarse invertido
sobre la vertical de Ís, a unos dos mil pies de altura, mantuvo la posición
durante un par de kilómetros y luego picó en invertido. La maniobra era
peligrosa y espectacular, sólo realizable por alguien muy experto y buen
conocedor del aparato en cuestión. Se deslizaba por el aire como un águila
vigorosa y esbelta. El tren de aterrizaje se habría a escasa distancia del
punto de toma de contacto, provocando una escena que nunca olvidaría, frenando
en menos distancia de la que hubiese imaginado.
Pal saltó del reactor si
apoyarse en la escalerilla de dos peldaños que posee el aparato en la amura de
babor.
- Hola pilotillo. ¿Cómo va todo? Éste está
listo y en perfectas condiciones como indiqué esta mañana. Comprobado. Las
resistencias estaban en ti.
- ¿Quieres otro café? – Preguntó Jano.
- Si has terminado, sí.
- Compruébalo por ti misma.
- Eso es fácil, sube, arranca, despega y
aterriza. Si lo consigues, tendremos la certeza – comunicaba ella al tiempo que
lanzaba un desafío a su ego masculino –: ¿te atreves?
La respuesta fue contundente y sin palabras. Jano escaló hasta la cabina con el ceño fruncido,
absolutamente seguro de su decisión. La certeza era su fuerza.
Ella tenía otro
proyecto: preparar café. El Starfigther raudo y veloz pasó impulsado, desplegando
el total de su potencia real. Él estaba satisfecho, orgulloso. El despegue se
ejecutó a la perfección. Realizó un giro suave y abierto por estribor,
esperando que Pal, desde la ventana oeste, pudiera contemplar su corrección en
el vuelo. En ningún modo intentó la figura que ella realizó anteriormente. Su
capacidad para maniobrar este reactor, supuso, era menor que la que su
instructora poseía. Arriesgar constituía un elemento desconsiderado a estas
alturas del aprendizaje. Dejaría su pericia para otros momentos. “Acrobacias,
las imprescindibles” se repetía; sólo queda aterrizar. Entonces, la clase se
acabaría.
Pal salió acudiendo a la
llegada de los dos “pájaros”. Desde
el porche veía que el Starfighter restaba distancia. El tren iba desplegado desde
que enfiló la pista a unos dos mil metros. El piloto demostraba recato y un
poco de inseguridad. No se fiaba de su experiencia; tampoco del aparato. Podía
temer cualquier emergencia de última hora. Ver
volar a cualquier alumno evidenciaba la lectura de la intimidad del mismo
escrita en el aire. Tomó un nuevo sorbo de café esperando el desenlace
final.
Jano accionó la palanca:
veinte grados de flaps fueron el efecto. Esta vez no haría uso del paracaídas,
procurando un aterrizaje en corta distancia. Quería demostrar que podía
hacerlo, aunque no las tenía todas consigo, pero desde luego que lo haría.
A doscientos metros de
la uno cuatro, tanto en vertical como en horizontal, el motor dejó de bramar.
Vomitó un suspiro profundo dejando la nave a merced de su inercia y la pericia
del piloto. El anemómetro marcaba algo más de ciento ochenta nudos. Había
margen de maniobra: podría llegar a la pista; mal, pero llegaría. El sudor
inundaba de súbito cada poro de su cuerpo.
Recogió urgentemente los flaps; en estas condiciones sólo restaban
velocidad y necesitaba toda la que pudiera conservar. Cada nudo era necesario
para mantener al reactor en el aire. Fueron unos segundos que parecieron una
eternidad. El avión se desplomó, ya, sin sustentación, justo dos metros después
de sobrepasar el inicio de pista. El fuerte golpe retumbó como un latigazo por
su columna vertebral. El impacto había sido considerable. Esperaba no haber
destrozado el sistema de amortiguación o el hidráulico. El impulso restante de
inercia no fue suficiente para llegar al lugar de estacionamiento. El F-104
quedó petrificado al principio de la pista. Pal partía al encuentro, tranquila,
con una taza de café humeante en su mano.
- Lo conseguí, a duras penas, pero lo hice.
- A mí no me lo parece – respondió Pal,
ofreciendo la especial taza.
- Gracias por el café, pero no entiendo por qué
dices eso – musitó secamente.
- Creo que es evidente: se te ha parado el
motor en el último instante. Eso demuestra que todavía persiste algún resquemor
dentro. Algo que no permite la perfecta combustión. Algún reducto que impide al
combustible llegar a los inyectores en los momentos críticos.
- ¿Sí? ¿Y cuál puede ser? – Inquirió en un
principio fugaz de enojo – Puedo asegurar que he sacado todo lo que referiste.
No hay nada más. Nada – machacaba entre sus dientes –. Estoy seguro.
- Queda una parte a la que no se ha atacado –
masculló lentamente, con cariño, procurando disipar su evidente malestar… es
aquella que…
-
¡Vaya, ya estamos con las sorpresas! – interrumpió sin escuchar lo que
le estaba diciendo y tirando el contenido de su taza al suelo con desprecio
–. ¿Sabes una cosa, Pal? – Ella encogió sus hombros con dulzura, ofreciendo
un conjunto de muecas llenas de candidez, poniéndole ojitos. La tensión se
palpaba mientras seguía hablándole sin haber prestado atención a lo que, su
instructora, le estaba formulado –. No,
no lo sabes; está claro que no… Da igual…
Arrojó la taza con todas
sus fuerzas tan lejos como pudo, mientras la miraba con desgana y aburrimiento,
cansado de verla. La taza botó y rebotó. El asa se quebró. El resto permanecía
sólido, pero desconchado en algunas partes. El color anaranjado brillante sobre
el que había una inscripción que Jano no tuvo tiempo de leer, hacia que
destacase sobre la negrura de la pista.
Visiblemente
malhumorado, cansado, triste y hastiado, sintiéndose un inútil y estúpido ante
la presencia de Pal, encaminó sus pasos con intención interna de coger la motocicleta.
Ella le seguía a cierta distancia.
Llevaba todo el día
descargando todo el rencor y odio almacenado. Había escrito lo inimaginable.
Creía haber terminado. Estaba enormemente feliz de haber clausurado todo ese
pasado, para que a última hora le vinieran con que había que seguir escarbando
en otro lugar. Se experimentaba engañado. No encontró en su sentir interno un
enfado desmedido hacia ella, pero si se notó traicionado. Siguió examinando ese
hecho. En realidad, no era eso. No le guardaba rencor. No, no estaba enfadado
con ella. Ella no era la responsable. Pudo
distinguir que en realidad el enfado era contra sí mismo; por haber fallado en
el último instante. Estaba muy enojado con él, por haber dudado de si llegaría
o no a la pista; eso fue lo que provocó el fallo en el motor, su falta de
seguridad, sus dudas internas... Paró, y giró mirándola. Pal le contemplaba
tiernamente, esperando algo de él. Quizá una explicación. Pero él no la escuchó
en ningún instante. Estaba tan ofuscado que todo su mundo se había reducido a
su malestar personal.
Ella, consciente de lo
que se avecinaba, intentó hacerle reaccionar cambiando de tema.
- ¿Por qué no estacionas el avión?
- Conmigo no funciona ¿No te has dado cuenta? Hazlo tú, listilla.
No debió decir eso,
pensaron ambas mentes. Él se apartó malhumorado y cabizbajo, gesticulando. No
quería saber nada de ella. No quería volver a saber de nadie. Ojalá no supiera
ni de su propia existencia, murmuró criticándose.
La motocicleta partía
veloz, transportando el orgulloso ego
mancillado por su falta de seguridad, por el dudar de su pericia. Ella
subía al 104. Jano se escapaba, camino abajo, perdiéndose tras un rastro de
polvo seco y áspero. El motor del Starfighter arrancaba con suavidad, con la
expulsión de sus gases al aire en un lamento ahogado, desplazándose hasta
llegar junto al DC-3. Allí dejó de rugir. La uno cuatro quedó despejada, salvo
por el punto en el que la taza naranja marcaba su posición. El silencio se hizo
de nuevo, exceptuando el eco machacante producto del motor de la Harley en su
descenso acelerado.
Marcaron las ocho dentro
de la cabaña. El cuco no se reiteraría, hasta pasado una hora. La noche se
había apoderado de aquel maravilloso rincón hacía tiempo. El eco de la
motocicleta dejó de recibirlo Pal hacía mucho rato. La cena estaba lista. Una
lasaña preparada con esmero, de forma artesanal, esperaba en el horno la
llegada del alumno. Ella había sacado dos bolsas con la ropa de ambos. Instaló
sobre la cama existente la estructura necesaria transformándola en una litera.
Tuvo la convicción de haber podido concluir con el temario del alumno durante
el día. Fue su propósito, pero también
entendía de la libertad de cada Ser, y debía aceptarlo. No se criticaba a
sí misma, pero sabía que cabía la posibilidad de esperar más de Jano. A él,
tampoco lo juzgaba. Entendía que quizá se hubiese visto sometido a mucha
presión debido a la tremenda descarga del resentimiento que le tenía atenazado.
Si le hubiese escuchado atentamente, ahora tendría todo el malestar fuera,
sería otra persona habiendo alcanzado una nueva cota espiritual. Sabía que ello
le hubiese llevado toda la jornada, por tal motivo dispuso quedarse alojada
aquella noche en Ís. Al día siguiente, bien temprano, le tendría listo un
aprendizaje maravilloso sobre un tema sin igual. Estaba muy orgullosa por los
progresos que hacía, y encantada consigo al aportar su granito de arena;
aquello le hacía aún más feliz de lo que ya lo era. Siempre se supo dichosa al
ver a sus alumnos cada vez más felices, aunque con Jano se acumulaban ciertas
circunstancias algo particulares.
Las nueve sonaron. Apagó
las velas. El mantel blanco se oscureció. Todo se sumergió en el mismo color.
La decisión estaba tomada.
Jano escuchó desde su
posición el inconfundible sonido de los pistones del bimotor. No podía creer
que le dejara tirado allí otra vez. Estaba subiendo la cuesta a pie ya que, en
una falta de previsión, la Harley había consumido todo el carburante. Él no supo
prever tal acontecimiento, necesitando reconducir su Ser, paso a paso, primero
por una larga senda; ahora, subiendo la cuesta por el camino acaracolado. Ya
quedaba poco. Emprendió una carrera acortando por un minúsculo sendero que
recordó dispuso cuando fabricó, con su pensamiento, el alargamiento de la
pista. Tenía que llegar cuanto antes. La pista estaba a escasos cincuenta
metros. Tenía que detener el DC-3. Recordó que, si procuraba un pensamiento
hacia ella, le podría leer su mente. “Espérame Pal, espérame, por favor”.
Ella recibía el mensaje
instantáneamente, pero metió gases a tope lanzando el aparato entre la
oscuridad abierta por una tenue luz que desde sus alas se proyectaban
iluminando su entorno, comiéndose la pista en escasos instantes. El aparato
saltaba al aire al mismo tiempo que él alcanzaba, notablemente fatigado, la
cima de Ís. Sus vidas se cruzaron como pasó con el Gladiator que Pitt pilotaba
al llegar a Nairda en su primer día.
Se marchó sin querer
esperar. Él lo sabía. No albergaba duda. No quiso esperarle. Tenía la certeza
de que su pensamiento había llegado a la mente de su instructora. De cualquier
manera, se lo merecía, se dijo; se lo buscó. Había hecho un desplante superfluo
y gratuito a quien, con tanto cariño, reconocía, le estaba enseñando. Quería
pedir perdón y quizá llegó demasiado tarde. Mañana lo haría, cuando regresara.
¡Si al menos tuviese la certeza interna de poder arrancar el Starfigther y
salir tras ella!, pero sabía que no lo conseguiría; podría pararse de nuevo el
motor en cualquier lugar. Esperaría. Si estrellaba el reactor en su banal
intento, estaba seguro de recibir una buena reprimenda, y por hoy, ya había
cometido suficientes desagravios consigo mismo.
- Eres un estúpido, el más grande que nunca
has conocido. ¡Idiota, idiota, idiota, maldito idiota! – dijo gritándose una
vez entró en la barraca, cuando al encender la luz pudo contemplar el panorama:
Una mesa puesta con delicadeza y primor. Cubiertos de plata, mantelería de lino
y vajilla de porcelana fina decorada con una serie de dibujos aéreos, cada cual
distinto. Cristalería azulada de elegante diseño. Velas rojas, tristemente
apagadas. Champaña de excelente cosecha, enfriándose aún. Un olor rico a
sándalo perfumaba el ambiente, recordando al que Pal solía usar. Finalmente, la
nota dejada donde se especificaba el frustrado motivo de la celebración, al
igual que el de la despedida.
Lloró. Lo hizo con
dolor, profundamente. Para una vez que una persona que merecía la pena entraba
en su vida, él la expulsaba, como solía hacerlo, sin miramientos, sin valorar,
sin medir... Desde luego se lo buscó. No se la merecía. Triste y apesadumbrado
calló sin fuerzas, desplomándose. Se enrolló sobre el suelo de madera, al igual
que un feto en el vientre materno. Sentía amargura. Sus lágrimas le dibujaron
al formar un pequeño charco que empapaba su rapada cabeza. Los recuerdos del
día llegaban como torrentes. Había pasado la mayor parte del tiempo despojando,
perdonando, olvidando todo el resentimiento hacia los demás, y las acciones que
él mismo, tantas veces, provocó para molestar, cuanto menos. Creía haberse
librado de todo ello, sin embargo, justo cuando estaba seguro de haberlo
logrado, destrozó la hermosa sonrisa de su compañera.
Empezó a tener frío.
Levantó su cuerpo a duras penas, igual que lo hizo al llegar a Nairda sobre el
campo de trigo. Pudo llegar hasta su cama, ahora, con sorpresa, transformada en
litera. Eso le hizo sospechar que habrían pasado la noche en la misma
habitación; pero lo inaudito, fue encontrar, sobre su mesilla de noche, la taza
naranja arrojada con desprecio durante la tarde. El asa estaba pegada; era
perfectamente evidente. Lo sorprendente fue comprobar la inscripción que
poseía, algo que no apreció en su momento. Sobresaltado suavemente en letras
malvas se leía: “Sé que eres el mejor”.
¿Por qué tuvo que perder el control y destrozar la dulzura de aquella muchacha?
Las lágrimas volvieron a descarrilarse sobre la almohada. Se tapó como pudo,
sin ganas, con la manta, ahora perfumada por la fragancia inconfundible de Pal,
protegiéndose del frío, buscando el calor perdido.
Posdata:
En el artículo del día 1
de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre.
III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una
serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80%
de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta
psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la
Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en
tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas
maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que,
con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis
tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una
formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os
habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas
(Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su
correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las
actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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