Los cassetes remendados aún
rodaban hasta hace poco a su ritmo lastrado dentro del viejo aparato. La última
música que compré era un LP de finales de los setenta. Fueron unas “Campanades
a morts” de Lluch que me traje de contrabando desde Andorra. Tras aquel gran
cartón no volví a una tienda de ese género. Mi coche está aburrido de escuchar
siempre los mismos CD’s mal grabados. Carezco de cultura musical, pero me
apasiona la música. Ahora mismo escribo estas letras con fondo de chelo y me
consta que las está elevando, empujando hacia su cima. Si el breve artículo
sale inspirado, yo sé que, en buena medida, se lo deberé a la música que es
mientras lo engendro.
Tras interminable espera, la
ansiada fibra óptica ha llegado a nuestra aldea navarra y con ella un río
inagotable de música. Este hogar está a toda hora lleno de alegría. No habré de
volver a la fría Andorra en pos de ninguna campanada. Las paredes vibran
complacidas en todo momento. Con las tareas de casa el volumen es en su máximo.
La escoba se deja asir también con gozo. Barrer con una música elevada es afán
más que llevadero. Todo se lo debo a un cable que un amable venezolano trajo
una fría y reciente mañana hasta mi hogar. Lo sacó de las entrañas de la
tierra.
No puedo opinar de lo que no sé.
Sólo aspiro a poner de fondo una música de armonía entre los y las diferentes.
A ello nos invita siempre la lograda polifonía. Todo va muy rápido, pero es
preciso también dirección adecuada y consciente. Dicen por el pueblo que pronto
el venezolano tendrá que volver a sacar el revolucionario cable que instaló en
nuestras casas, que en breve las autopistas de la información serán
infinitamente más anchas y veloces.
La fibra llegue a todos los
hogares antes de asomarnos a esa nueva y sorpresiva revolución. No está
claro aún lo que implica la red 5G a nivel práctico y ciudadano, pero por lo
visto con ella podremos descargar ingente música o películas en nuestro
“smartphone” en menos de tres segundos, pero igual no había tanta prisa por
vaciar las salas de cine. Nuestro coche será capaz de detectar y navegar
automáticamente salvando los obstáculos del camino, pero quizás avanzamos más
seguros con nuestras manos bien cogidas al volante. Los médicos podrán realizar
procedimientos quirúrgicos complejos utilizando robots de forma remota, pero
seguramente no habrá mejor bisturí que el guiado por una mano experimentada.
Permanezcamos abiertos, siempre permeables a la sorpresa, pero es probable
que los efectos contaminantes sean excesivos, que el perjuicio en la salud
aventaje al virtual beneficio social y económico.
La inteligencia no tiene que
estar en todo lo inerte, sí por contrario la belleza, la armonía y la
sostenibilidad. Con “IoT” (Internet of things) llevamos Internet a las
cosas, ¿pero las cosas necesitaban Internet? Los hornos serán más inteligentes
pero el pan amasado con amor demanda más levadura madre y calor de leña que
conectividad. Esa conexión que sea fundamentalmente con nuestra atención y
cuidado. No pedimos tanto esa inteligencia a nuestras casas y edificios, sino
amabilidad en sus formas, materiales nobles en sus paredes, placas solares en
sus tejados, viabilidad en su futuro... Quizás nuestro móvil no debía echar
tanto humo y descansar, no ponerse a controlar las persianas, la temperatura
del hogar y el hinchamiento del bizcocho.
Quizás la velocidad no era lo
más importante. ¿Era prioritario poner Internet a cuanto nos rodea? ¿Lo
necesitaban en realidad o convendría esperar hasta cerciorarnos de que la
red 5G no presente amenaza alguna para la salud? Nuestro momento es
complicado al tiempo que apasionante. Deberemos unidos buscar ese siempre
imposible punto de en medio, ese huidizo balance. Tenemos que aunar flujo y a
la vez arraigo, futuro y Madre Tierra, adelanto y a la vez respeto a lo sagrado
que en toda vida habita. No podremos correr si no es con todas nuestras vitales
raíces enredadas. Sólo sé que tenemos que escucharnos y entendernos. Los de los
senderos apacibles y los de las raudas autopistas; los que estamos por la
música alta, los que la quieren un poco más bajito, los que amamos la sonoridad
clásica y los rockeros. Sólo sé que en algún lugar deberemos
encontrarnos...
Tenemos que oír nuestras
diferentes melodías, no dispararnos. Tenemos que darnos la oportunidad de
aprender los unos de los otros, los pro 5G y los anti 5G, en realidad los
“pros” y los “antis” en todos las lides y abundantes controversias de nuestro
presente intenso. Cada vez más ciudadanos estamos cansados de las etiquetas y
sus estigmas, de las músicas insonorizadas, de las “boîtes” cerradas y
blindadas. Queremos argumentos de unos y de otros con un fondo de amable chelo
o incluso de desafiante batería.
==============================
Autor: Koldo
Aldai (koldo@portaldorado.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.