Guardaos
de iniciar una sospecha, porque todo lo transtornará. Yo he visto como una leve
sospecha fue tomando cuerpo entre dos
amigos hasta convertirse en gigantesca mala inteligencia. Toda palabra
inofensiva se tergiversa de modo que se la mal interpreta por expresión de
algún hostil o inconveniente motivo, mientras que quien la pronunció está completamente
ignorante de la sospecha. Lo mismo sucede en las cuestiones científicas,
políticas o religiosas. La más leve discrepancia de opinión se abulta hasta el
extremo de extenderla en favor de lo que uno opina y en contra de las ideas
ajenas, de suerte que resulta un concepto absurdamente tergiversado. Hay
quienes alimentan el prejuicio de raza, aunque los que ahora tienen cuerpos
blancos hayan tenido en otro tiempo cuerpos de color y viceversa, y las
costumbres de uno hayan sido o hayan de ser las del otro. La fraternidad
significa el abandono de los prejuicios. El conocimiento de la reencarnación
nos ayudará a vencer nuestras limitaciones y malevolencias.
Los
estudiantes de la vida superior debemos sobreponernos
a estos prejuicios. Es tarea difícil porque están arraigadísimos los de raza,
casta y religión; pero todos deben desarraigarse
porque impiden ver claro y juzgar rectamente. Son como los vidrios de color, o
más bien como los vidrios de chapucera hechura que todo cuanto por ellos se
mira aparece disforme y a menudo enteramente distinto de lo que en realidad es.
Antes de juzgar y discernir hemos de ver claro.
Siempre
es fácil atribuir malas intenciones y descubrir siniestra explicación de los
actos de aquellos con quienes nos hemos disgustado. Esta tendencia es un muy
grave obstáculo en la senda del progreso. Hemos de anular nuestra personalidad
para ver a los demás tales como son. Un prejuicio es una especie de verruga en
el cuerpo mental que ofusca la verdadera visión de las cosas. Es un punto
congestionado del cuerpo mental en donde la materia no está viva y vibrante
sino atrofiada y corroída. El medio de curar es la adquisición de mayor
conocimiento, poner en actividad la materia del cuerpo mental y los prejuicios
se irán desvaneciendo uno tras otro.
Este
siniestro efecto del prejuicio daba a entender Aryasangha cuando dijo en La Voz del Silencio que la mente es el
gran destructor de lo real. Con esto nos advierte que no vemos ningún objeto
tal cual es, sino que sólo vemos las imágenes que podemos forjar de él, y así
resultan todas las cosas necesariamente coloreadas por las formas de
pensamiento de nuestra propia creación. Observad como dos personas que
presencian el mismo suceso en idénticas circunstancias, lo relatan cada cual a
su manera. Así ocurre continuamente con los juicios del hombre vulgar y no
advertimos cuán absurdamente tergiversamos las
cosas.
El
deber del estudiante de Teosofía es acostumbrarse a ver las cosas tales como
son, y esto requiere gobierno de sí mismo, vigilancia y gran copia de penosa
labor. Por ejemplo, las gentes de los países occidentales tienen muchos
prejuicios en cuestiones religiosas, y al que nace en el seno de una de ellas
se le enseña insistentemente que todas las demás son supersticiones. Así es que
nuestras ideas son ya prejuiciosas desde un principio, y aunque algo aprendamos
de las otras religiones y las respetemos, nos será difícil imaginarnos nacidos
en ellas. Los hinduistas no pueden suponerse nacidos cristianos o musulmanes, y
la misma dificultad encuentra un cristiano o musulmán para suponerse hinduista
o budista, aunque con seguridad en alguna vida pasada habrá pertenecido a una u
otra de estas religiones.
Muchos
que alardean de cristianos protestantes no tendrán la menor confianza en un
católico romano, y cuanto más ignorante es la gente mayor desconfianza muestran
respecto de lo que choca con sus costumbres. Así vemos que los campesinos, por
ejemplo, son instintivamente desconfiados con los extranjeros, y hay en
Inglaterra muchos pueblos rurales en donde un francés despertaría sospechas a
menos que implorara la caridad pública. Si está hambriento le darán de comer y
lo tratarán compasivamente; pero si llega en busca de trabajo le criticarán, se
reirán de él y levantará sospechas. Desde luego que todo esto proviene de la
ignorancia y sucede porque los campesinos no están acostumbrados a tratar con
extranjeros.
La
eliminación de semejante prejuicio es una de las mayores ventajas que adquiere
el hombre de talento cuando viaja. En la Sociedad Teosófica intiman hombres de
diversas naciones. Los indos se acostumbran al trato de los blancos quienes a
su vez se convencen de que los indos son tanto como ellos. Yo me hallaba
actuando en Ámsterdam cuando la guerra del Transwaal, y aunque en toda Holanda se notaba un vivo sentimiento
de hostilidad contra los ingleses en aquella época, no se advertía la más
mínima animosidad entre los teósofos holandeses. Es interesantísimo asistir a
una de las conferencias teosóficas europeas y ver la cordialidad reinante entre
hombres de diversas naciones, cuán sinceramente se alegran de conocerse y cómo
se deleitan en su recíproca compañía. Entonces se convence uno de que si el
sentimiento de confraternidad, tal como existe en la Sociedad Teosófica, se
dilatase a la mayoría de las gentes en las diversas naciones, las guerras
serían imposibles y ridículas.
En
el actual estado de cosas, formamos las opiniones sobre muy deleznables
fundamentos. Al encontrar por primera vez a una persona solemos sentir disgusto
hacia ella por algo que dice o por algún gesto que hace, de suerte que se
interpone entre ambos un ligero tabique de desconfianza. Esto parece a primera
vista que no tiene importancia; pero habéis de cuidar de que el ligero
prejuicio contra aquella persona no se convierta en barrera porque os impediría
comprenderla. Hasta cierto punto la veis a través de la forma de pensamiento
que habéis forjado y no podéis verla distintamente, porque es como si la vierais
a través de un retorcido vidrio de color que todo lo deforma.
Algunas
veces, aunque no tan a menudo, el prejuicio es favorable a determinada persona,
como en el caso de una madre que puede considerar inofensivo lo que hace su
hijo aunque perjudique gravemente a otros. Tanto si el prejuicio es favorable
como adverso a una persona es una ilusión mental que mata la realidad. El mejor
medio de ver sin engaño es determinarnos desde un principio a descubrir lo
bueno de cada cual, porque nuestros prejuicios están, por lo general, en el
lado opuesto y desgraciadamente nos inclinamos a ver el mal donde no existe.
Diferimos de muchas otras gentes en
color, traje, modales, costumbres y en ritos religiosos; pero todo esto son
sencillamente exterioridades y cuanto en ello subyace o se oculta es casi lo
mismo en todos nosotros.
Sin
embargo, no es muy difícil penetrar más adentro de las externas envolturas en
que se ocultan las gentes. De aquí que, por lo general, muestren su peor
aspecto, porque los principales vicios están siempre cerca de la superficie y
el verdadero oro permanece, a menudo, ventajosamente escondido. Quien aspire a
progresar debe vencer esta ceguera en cuanto al mérito ajeno y la propensión a
juzgar por las apariencias.
Recordad
que por ignorante o mojigato que sea un hombre, no se le puede negar la ocasión
de colocarse, si así lo desea, del lado del bien en contra del mal. Los
Maestros aprovechan siempre el bien esté donde esté, aunque haya en el mismo
hombre mucho de malo; y el empleo que de dicha energía benéfica hacen los
Maestros, ayuda grandemente a quien la engendró. Así, por ejemplo, aprovecharán
la energía devocional que encuentren en un sanguinario fanático, con lo que le darán
ocasión de realizar alguna obra buena y recibir ayuda en consecuencia.
También
debemos imitar a los Grandes Seres procurando aprovechar el aspecto bueno de
todas las cosas y personas. No busquemos ni abultemos en mal en nadie sino
escojamos e intensifiquemos el bien. Proseguid haciendo vuestra labor lo mejor
que podáis y no os conturbéis por la labor ajena ni de cómo la está haciendo
quien la haga. Si los demás oponen dificultades a vuestra obra, vencedlas y no
os desalentéis, porque es vuestro karma y al fin y al cabo todas estas cosas
externas no tienen verdadera importancia. No incurráis en el error de creer que
los demás intentan empequeñecer vuestros buenos propósitos. Todos vuestros
coetáneos son muy semejantes a vosotros, y así juzgad por vuestro corazón el
ajeno y preguntaos si seríais capaces de una tan mala acción como ésta.
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Autor: C. W. Leadbeater
Obra: La Vida Interna, publicada en 1910
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Las Enseñanzas Teosóficas
se
publican en este blog cada domingo,
desde el 20 de
febrero de 2017
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