El
antiguo aforismo griego: Gnothi seauton (conócete a ti mismo) es una
hermosa advertencia, porque el propio conocimiento es absolutamente necesario a
todo candidato al progreso. Sin embargo, conviene proceder con cautela para que
el examen de uno mismo no degenere en morbosa introspección, como suele
sucederles a algunos de nuestros mejores estudiantes. Muchas gentes están de
continuo atormentándose con la preocupación de si a su pesar «van hacia atrás»
como ellos dicen; pero si comprendieran el proceso de la evolución algo mejor,
verían que nadie puede ir hacia atrás cuando la corriente marcha resuelta hacia
adelante.
Cuando
un torrente se precipita de la montaña, forma tras de las rocas o en los
parajes donde rebulle el agua, pequeños torbellinos que de momento parecen
retroceder en sentido contrario a la corriente; pero, sin embargo, todo el
caudal del agua, incluso los torbellinos, quedan arrastrados por la
impetuosidad del torrente, de modo que si bien en apariencia los torbellinos
fluyen hacia atrás con relación al conjunto, van en realidad hacia adelante con
toda la corriente.
Aun
quienes nada hacen por apresurar su evolución y dejan que las cosas sigan su
curso, evolucionan también entretanto, movidos por la irresistible fuerza del
Logos que hacia adelante los impele, aunque se mueven tan lentamente que
necesitarán millones de años de reencarnaciones, inquietudes y esterilidad para
adelantar un solo paso.
El
procedimiento empleado en este particular es deliciosamente sencillo e ingenioso.
Todas las malas cualidades del hombre son vibraciones de la materia inferior de
los respectivos planos. Por ejemplo, en el cuerpo astral, el egoísmo, cólera,
odio, envidia, sensualidad y demás cualidades de esta índole están
invariablemente expresadas por vibraciones del tipo ínfimo de materia astral,
mientras que el amor, devoción, simpatía y demás emociones de este linaje están
expresadas únicamente en materia de los tres subplanos superiores. De aquí
dimanan dos notables resultados. Conviene recordar que cada subplano del
vehículo astral está especialmente relacionado con el respectivo subplano del
cuerpo mental, o para decirlo con mayor exactitud, los cuatro subplanos
inferiores del astral se corresponden con las cuatro clases de materia del mental,
mientras que los tres subplanos superiores del astral se corresponden con el
vehículo causal.
Por
lo tanto, se comprende que sólo pueden entrar en la construcción del cuerpo
causal las cualidades superiores, pues en él no hay materia capaz de responder
a las vibraciones de la materia inferior. De esto se sigue que mientras toda
buena cualidad desarrollada por el hombre en su interior se imprime
permanentemente por un cambio en su cuerpo causal, el mal que piensa, siente y
hace no alcanza en modo alguno al Ego, sino tan sólo puede perturbar el cuerpo
mental que se renueva a cada encarnación. Por supuesto, el resultado de dicho
mal se almacena en el átomo permanente astral y en la molécula del cuerpo
mental, por lo que recae sobre el hombre, quien ha de afrontarlo una y otra
vez; pero esto es muy distinto de incorporar el mal al Ego y convertirlo en
parte integrante de él.
La
segunda consecuencia no menos notable es que la magnitud de la fuerza dirigida
hacia el bien produce un efecto enormemente mayor que la misma magnitud de la
fuerza dirigida hacia el mal. Si un hombre invierte cierta cantidad de energía
en alguna mala cualidad, ha de manifestarse por medio de la pesada y baja
materia astral; y aunque toda clase de materia astral es en extremo sutil
comparada con la física, resulta tan grosera como el plomo del plano físico
respecto del éter más sutil, si la comparamos con la materia superior de su
propio plano.
Por
lo tanto, si un hombre invierte exactamente la misma cantidad de energía en
dirección del bien, pondrá en movimiento la mucho más sutil materia, de los
subplanos superiores y producirá un efecto por lo menos cien veces mayor o
acaso más de mil, si comparamos la materia ínfima con la más superior.
Recordemos que aparte de lo dicho en cuanto al efecto de una misma fuerza en
diversos grados de materia, vemos que el irresistible poder del Logos está
continuamente impeliendo hacia adelante o hacia arriba, y que por lento que
pueda parecernos este progreso cíclico, no cabe prescindir de él porque resulta
que cuando un hombre equilibra exactamente el bien con el mal, no retrocede al
mismo punto en que antes estuvo, sino al mismo punto de relación entre el bien
y el mal, es decir que con respecto al conjunto del sistema evolutivo ha adelantado
algún tanto y se halla en algo mejor situación de la alcanzada por su propio
esfuerzo.
De
estas consideraciones se infiere claramente que si alguien fuese tan insensato
que se empeñara en ir contra la corriente y en actuar firme y resueltamente en
el mal, no por ello «resbalaría» hacia atrás. Esta es una de las ilusiones
remanentes de los tiempos en que predominaba la ortodoxa creencia en el
demonio, cuyo poderío era superior al de Dios, hasta el punto de que todas las
cosas del mundo obraban en su favor. Precisamente sucede lo contrario, pues
todo cuanto circunda al hombre está dispuesto para ayudarle con tal que lo
comprenda.
Así
muchas gentes timoratas son como el niño que tiene un plantel para su solaz y
de continuo anda descalzando las plantas para ver si crecen las raíces, con el
natural resultado de que todo se desmedra. Hemos de aprender a no pensar en
nuestras personas ni en nuestro personal adelanto, sino entrar en el sendero de
desarrollo y seguir por él trabajando en favor de los demás cuanto nos sea
posible, con la esperanza de que nuestro adelanto vendrá por sí mismo. Cuanto
más piensa en su persona un científico, de menos energía mental dispone para
los problemas de la ciencia; y cuanto más piensa un devoto en sí propio menos
devoción tiene al objeto de su culto.
Desde
luego que es necesario el examen de uno mismo, pero es funesto error emplear
demasiado tiempo en este examen. Es como estar continuamente lubrificando y
recomponiendo una máquina. Empleamos las facultades que poseemos y al usar las
desenvolvemos otras, con lo que realizamos el verdadero progreso. Si, por
ejemplo, estáis aprendiendo un idioma, será un error pretender aprenderlo en
las gramáticas antes de ensayar la conversación. Debéis romper a hablarlo
aunque incurráis en equivocaciones, pues con el esfuerzo que hagáis para
aprenderlo, lograréis hablarlo corrientemente sin error. Así también en el
transcurso del tiempo os será natural y aun fácil ejercicio la renunciación.
Indudablemente, cuando el hombre hace los primeros esfuerzos para vivir la vida
superior, renuncia definitivamente a muchas cosas que para los demás son
placenteras y que todavía tienen poderosa atracción para él; pero no tarda el hombre
en admitir que ya ha cesado la atracción de los placeres y que no tiene tiempo
ni afición para gustar de los goces inferiores.
Sobre
todo no seáis hipocondríacos ni huraños. Sed optimistas y mirad todas las cosas
por su mejor aspecto. Procurad realzaros y ayudad a vuestros semejantes. El
contento no es incompatible con la aspiración. El optimismo está justificado
por la seguridad en el triunfo definitivo del bien, aunque no lo parezca así
considerando tan sólo el plano físico. La actitud de cada cual en esta materia
depende principalmente del nivel en que suele mantener su conciencia. Si la
concentra en el plano físico, apenas se ve más que miseria; pero cuando logra
concentrarla en superior nivel, siempre refulge más allá el júbilo. Ya sé que
Buddha dijo que era miseria la vida, y es mucha verdad en cuanto se refiere al
conjunto de la vida terrena; pero los griegos y egipcios lograban no poco gozo aun
de esta baja vida, tomándola desde el filosófico punto de vista.
Nunca
perderemos nada con mirar las cosas por su mejor aspecto, antes bien ganaremos
mucho en dicha y en la facultad de hacer felices a otros. A medida que aumenten
nuestra simpatía y nuestro amor seremos capaces de recibir todas las corrientes
de pensamiento y emoción que de los demás provengan, y sin embargo no podrán
afectarnos y permaneceremos interiormente serenos y gozosos como el océano que
sin desbordarse recibe las aguas de los ríos.
La
vida interna del aspirante no debe estar en continua oscilación. Las
disposiciones externas mudan incesantemente porque están afectadas por toda
suerte de influencias exteriores. Si os sentís deprimidos, puede ser a causa de
una de varias razones, todas ellas sin verdadera importancia. El cuerpo físico
es abundosa fuente de males. Una leve indigestión, una ligera congestión de la
sangre, un poco de cansancio influyen en varias condiciones que parecerán graves.
Lo más frecuente es que la depresión provenga de la presencia de alguna entidad
astral que ya esté deprimida de por sí y ande vagando en busca de simpatía o
con la esperanza de absorber de un viviente la vitalidad que le falta. Hemos de
acostumbrarnos a combatir la depresión de ánimo y desecharla de nosotros como
un pecado y un crimen contra nuestros semejantes, cual es en realidad; pero logremos
o no disipar sus nubes, hemos de seguir adelante como si no la padeciésemos.
Vuestra
mente es una propiedad en la que sólo entrarán los pensamientos escogidos por
el Ego. Vuestro cuerpo astral también es propiedad vuestra, y por lo tanto no
le debéis permitir otras emociones y sensaciones que las convenientes al Yo
superior. Así debéis dominar las vibraciones de depresión, de suerte que en
modo alguno les deis albergue. No permitáis que os afecten, y en caso de que
lleguen a vosotros no les concedáis alojamiento. Pero si a pesar de vuestros
esfuerzos os acosan y cercan, deber tenéis de desentenderos de ellas y no dar
muestra a nadie de que ni siquiera existen.
Algunos
me han confesado que tuvieron momentos de espléndida inspiración y exaltación,
de fervorosa devoción y vivo gozo. No advierten que estos son precisamente los
momentos en que el Yo superior logra imprimirse en el inferior, y que
esto siempre sucede de un modo permanente, aunque el yo inferior no
tenga conciencia de ello. Comprended por razón y por fe que siempre está allí,
y que tal como entonces lo sentimos sigue siendo en los intervalos en que la
imperfección del lazo no nos lo consiente advertir.
Pero
aunque muchos admiten esta verdad en abstracto; dicen que sus defectos y continuos
fracasos les impiden disfrutar de tanta dicha. La actitud de estas gentes es
muy semejante a la expresada en la jaculatoria de las letanías: «Tened
misericordia de nosotros miserables pecadores». Ahora bien, todos somos
pecadores en el sentido de que ninguno cumple exactamente con su deber y de
continuo hacemos lo que no debemos; pero no hay necesidad de agravar el daño
diciendo que somos miserables pecadores. Un miserable es un perjuicio
público porque es un foco de infección y difunde la miseria y la tristeza en
derredor sobre sus infelices vecinos, a lo cual nadie tiene derecho. Pero el
hombre que se esfuerza en enmendar su pecaminosa conducta y procura mantenerse
en gozosa disposición de ánimo no perjudica a los demás en modo alguno lo mismo
que el miserable.
Los
que se consideran como miserables gusanos van en camino de serlo porque el
hombre se convierte en aquello mismo que piensa. Hablar así es vulgar
hipocresía, pues fácilmente se ve que quien sin reparo se llama miserable
gusano en la iglesia, se consideraría insultado si alguien lo calificara de tal
en las relaciones de la vida diaria. Y aunque no sea hipocresía es seguramente
insensatez, porque hace largo tiempo que transcendimos la etapa reptílica de la
evolución, si acaso estuvimos alguna vez en ella. Quien comprenda acabadamente
la influencia del pensamiento advertirá que cuando un hombre se considera como
miserable gusano se despoja de todo poder para realzarse sobre semejante
estado, mientras que el hombre convencido firmemente de que es un destello de
la vida divina se sentirá siempre esperanzado y gozoso porque gozo sempiterno
es la esencia divina. Gran error es malgastar tiempo en arrepentirse. Lo
pasado, pasado está y ningún arrepentimiento podrá deshacerlo. Uno de nuestros
Maestros dijo en cierta ocasión: «El único arrepentimiento valedero es la
resolución de no volver a pecar».
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Autor: C. W. Leadbeater
Obra: La Vida Interna, publicada en 1910
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Las Reflexiones Teosóficas
se
publican en este blog cada domingo,
desde el 19 de febrero de 2017
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