Cuando
se trata de indagar acerca del origen de cuanto es –la Creación , el Cosmos, la
vida…-, ha sido frecuente en la historia de la Humanidad
-particularmente en la filosofía occidental de los últimos siglos- que aparezca
inmediatamente el interrogante que estremeció a Leibniz, Unamuno o Heidegger: ¿existe
realmente “algo” de lo que todo procede?, ¿y si no hubiera “nada”? Se abre así una
disyuntiva que, como el sistema que se utiliza en las computadoras, es de base binaria (0/1):
+hubo un estadio o periodo previo en el que “nada” había ni existía (opción 0), deviniendo el Universo de algún tipo de "singularidad" ligada a su muy alta densidad inicial; o
+desde siempre y por siempre ha existido “algo” (opción 1), con el nombre que se le quiera dar (Dios o lo que sea), a partir de lo cual todo se crea, plasma y manifiesta.
+desde siempre y por siempre ha existido “algo” (opción 1), con el nombre que se le quiera dar (Dios o lo que sea), a partir de lo cual todo se crea, plasma y manifiesta.
Lo que desemboca en una pregunta crucial: ¿cuál de ambas opciones (0/1) es la cierta, ya que
una, forzosamente, tiene que serlo y las dos a la vez no lo pueden ser?... Y en torno a esta cuestión y sus posibles respuestas
andan los creyentes y los no creyentes a la greña… Sin embargo, tal pregunta, así
planteada, es falsa a la luz de las aportaciones de la ciencia contemporánea,
que ofrece una visión de la realidad en la que las dos opciones (0/1) son
ciertas y no hay que elegir u optar entre ellas, pues forman parte de una misma
realidad. Expresado de otro modo: “nada” (0) y “algo” (1) no son distintos,
sino que forman parte de una idéntica realidad que se sostiene en el “vacío”.
Sí, ¡en el vacío!... El Diccionario de la Academia Española
de la Lengua
define el “vacío” como “falto de contenido físico o mental”. Y, en términos
científicos, es la nada o la ausencia de todo: de elementos materiales,
líquidos, gaseosos o de cualquier otra especie y en cualquiera de sus
modalidades, incluso las más infinitesimales. Pero lo más trascendente del
vacío no es su conceptualización teórica, sino que la ciencia actual ha
comprobado empíricamente su existencia:
+El vacío existe y, por tanto, siendo “nada” (0), pues
es vacío, también es “algo” (1), porque existe.
+Y la existencia del vacío va ligada a un hecho
crucial: ¡el vacío vibra! O -si se permite la licencia- ¡el vacío vive!: el
vacío, siendo “nada”, es “algo”; y, además, “vibra” (vive)…
Para entenderlo mejor se puede acudir a un breve,
intenso y ameno artículo, El Vacío y la Nada , escrito por Álvaro
de Rújula –uno de los físicos teóricos más importantes a escala mundial y
miembro del equipo del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN)- y
cuyo contenido está disponible en Internet. El texto arranca de forma tan
sugerente como desconcertante: “Saquemos los muebles de la habitación,
apaguemos las luces y vayámonos. Sellemos el recinto, enfriemos las paredes al
cero absoluto y extraigamos hasta la última molécula de aire, de modo que
dentro no quede nada. ¿Nada? No: estrictamente hablando, lo que hemos preparado
es un volumen lleno de vacío. Y digo “lleno” con propiedad. Quizás el segundo
más sorprendente descubrimiento de la física es que el vacío no es la nada,
sino una sustancia. Aunque no como las otras”... Albert Einstein fue el primer científico en acercarse a esta
percepción del vacío, al añadir a sus ecuaciones la llamada Constante
Cosmológica. La interpretación moderna de la misma es que se trata de la
“densidad de energía del vacío”. Y más recientemente, observaciones
astrofísicas han mostrado que el Universo se halla en expansión acelerada; y
que las galaxias, lejos de acercarse entre si atraídas por la fuerza de gravedad de cada una, se comportan como cohetes a los que algo empujara.
Ciertamente, las galaxias están estabilizadas por su propia gravedad y tienen
un tamaño fijo, pero el espacio (o el vacío) entre ellas se estira. ¿Quién o
qué provoca tal estiramiento, impulsa a las galaxias e infla el Cosmos?: el
vacío, la densidad de energía del vacío. Por lo mismo, el vacío no es “nada”,
sino “algo”: una excepcional y sorprendente “sustancia activa” (en el lenguaje
de los físicos se la ha calificado un “campo que permea el vacío”), capaz de
ejercer una repulsión gravitacional, incluso sobre sí misma.
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