Te he reconocido como
hermano mío,
Tus penas y desventuras,
como propias las he sufrido.
Tus triunfos y logros, como
si de mí se tratasen,
Los he gozado.
Cuando Tú reías,
Yo reía contigo.
Cuando llorabas,
Eran mis lágrimas las que
derramabas.
Si alguna injusticia te
proferían,
Entristecido me sentía.
Si alguna alabanza te
concedían,
Enaltecida se encontraba mi
alma.
Querido hermano, aunque tú
no lo veas,
Tus ojos son mis ojos.
Amado amigo, aunque tú no lo
sientas,
Tus oídos son mis oídos.
Alma mía, aunque tú no lo
percibas,
Tu nariz es mi nariz.
Corazón mío, aunque tu no lo
saborees,
Tu paladar es mi paladar.
Amor mío, aunque tú no lo
palpes,
Tu tacto es mi tacto.
Tu aliento, es el mío.
Tu palpitar, es el mío.
Tu vida, es mi vida.
Nada más puedo agregar.
Tan solo anhelo, que por fin
descubras,
Que lo que tú ves separado,
Únicamente un espejismo de
la vida es.
Que no existe más que el
UNO.
Supongo, mi querido hermano,
Que por fin descubrirás esta
verdad,
Haciendo tuyas las palabras
que aquí te dedico.
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Autor: Matías Márquez (gaudapada@hotmail.com)
Fuente: De
su libro Alma embriagada (Editorial: Visión Libros)
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