En la tradición budista, la
“iluminación” de Siddharta Gautama y su transfiguración en Buda se liga al
discernimiento sobre el sufrimiento…
Realmente, entronca con una Sabiduría sin Edad y perenne que siempre ha estado ahí a lo largo de la historia de la humanidad. Pero sí, en el budismo se
narra que lo primero que hizo Buda tras alcanzar la “iluminación” bajo el
árbol Bodhi, hace aproximadamente 2.500 años, fue compartir las Cuatro Nobles Verdades, en las que el
“duhkha” o “dukkha” ostenta un papel central. Y aunque este vocablo abarca una
amplia gama de significados en su idioma original y carece de una traducción
directa en las lenguas occidentales, todos ellos giran en torno a la noción de
sufrimiento: malestar, dolor, tristeza, pena, descontento, desilusión, insatisfacción,
incomodidad, intranquilidad, imperfección, fricción, aflicción, padecimiento,
impermanencia, insustancialidad, pesar, frustración, irritación, presión, ir
contra corriente, agonía, tensión, angustia existencial…
Y ¿qué enseñó Buda por medio de esas
Cuatro Nobles Verdades?
Lo
expuso en su primer discurso, llamado Dhammacakkappavattana-Sutta
(La puesta en movimiento de la rueda de la Verdad o Dharma). Estas
son las Cuatro Nobles Verdades:
1ª. La noble verdad de dukkha:
El nacimiento es dukkha, la vejez es dukkha; la tristeza, el lamento,
el dolor, la pena y el desespero son dukkha; la asociación con lo que no
se ama es dukkha; la separación de lo que se ama es dukkha; no conseguir
lo que se quiere es dukkha. En breve, los cinco agregados del aferramiento
son dukkha.
2ª. La noble verdad del origen
de dukkha: El aferramiento que provoca el consiguiente devenir y que
es acompañado por la pasión y el deleite, probándolo ahora aquí y ahora allí.
El aferramiento al placer de los sentidos, el aferramiento a que algo aparezca,
el aferramiento a que algo no aparezca.
3ª. La noble verdad del cese
de dukkha: La disminución y cese del aferramiento, la renuncia, el
abandono, la liberación, el dejar ir ese mismo aferramiento.
4ª. La noble verdad del camino de
práctica que conduce al cese de dukkha o “Noble Camino Óctuple”:
el correcto punto de vista, la correcta resolución, el habla correcta, la
acción correcta, el modo de vida correcto, el esfuerzo correcto, la atención
correcta y la concentración correcta.
Pensando en los lectores menos
familiarizados con el magisterio de Buda, ¿podrías acercarnos más estas
Verdades?
Es
muy sencillo, porque lo que Buda hace a través de ellas es describir un
procedimiento médico que, siguiendo los usos de la medicina de su época, está
configurado por cuatro fases principales: observación del síntoma de
la enfermedad; diagnóstico de la misma; pronóstico de las posibilidades de
recuperación; y prescripción de una receta o tratamiento. Eso sí, aquí no
se trata de una enfermedad física, sino del “dukkha”, que es una enfermedad de
más calado.
¿Cómo se concretan cada una de estas
“fases”?
La
observación del síntoma se recoge en la primera de las Verdades: “El nacimiento es dukkha, la vejez es dukkha;
la tristeza, el lamento, el dolor, la pena y el desespero son dukkha; la
asociación con lo que no se ama es dukkha; la separación de lo que se ama
es dukkha; no conseguir lo que se quiere es dukkha”.
Con
ello se muestra que el sufrimiento está siempre presente: la muerte de uno
mismo y de los seres amados es sufrimiento; la enfermedad de nuestros seres
queridos y la propia es sufrimiento; incluso la convivencia con los seres
amados conlleva sufrimiento; etcétera. El síntoma del sufrimiento es la
insatisfacción ante la vida; y conlleva la compresión de que toda existencia
genera sufrimiento.
Tras la observación del síntoma, el
diagnóstico…
Centra
la segunda de las Verdades: “El
aferramiento que provoca el consiguiente devenir y que es acompañado por la
pasión y el deleite, probándolo ahora aquí y ahora allí. El aferramiento al
placer de los sentidos, el aferramiento a que algo aparezca, el aferramiento a
que algo no aparezca”.
Se
pone así de manifiesto que el sufrimiento proviene de la postergación de
nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y la identificación exclusiva
con el yo físico, emocional y mental y la personalidad a ello asociada. Tal
aferramiento provoca la ignorancia consciencial acerca de lo que realmente Somos,
de nuestra dimensión espiritual y divina. Y por esto, no percibimos la Felicidad que es nuestro
Estado Natural –el “Bien-Ser” que Somos- y nos lanzamos fuera, al mundo
exterior, a buscar desesperadamente un sucedáneo: el “bien-estar”.
¿La visión de un Dios exterior y la búsqueda
del “bien-estar” en el exterior son la fuente del sufrimiento?
La
idea de Dios aún prevaleciente en la Humanidad , que es la de un Dios exterior, y la
búsqueda del bienestar en el exterior, que orienta la vida de la mayoría de la gente,
son el origen y la causa del sufrimiento humano.
La
idea de Dios que todavía comparten mayoritariamente los seres humanos, creyentes
o no creyentes, es la de algo o alguien exterior a ellos: los creyentes creen
en ese algo o alguien y los no creyentes no, pero ambos comparto idéntica percepción
de lo divino, algo externo y ajeno a ellos mismos. Esta percepción sumerge a
hombres y mujeres en el olvido de lo que realmente Son: en la ignorancia de su
“verdadero ser” y “naturaleza esencial”. Y el olvido e ignorancia de algo tan
sublime les impide, a su vez, sentir la Felicidad o “Bien-Ser” que es el Estado Natural
de nuestra naturaleza divinal.
Al
concebir un Dios exterior –para afirmarlo (creyente) o para negarlo (no creyente),
da igual-, el ser humano se desune mentalmente de la divinidad que constituye
su genuino ser y naturaleza y se contempla a sí mismo como algo separado de
ella. La consecuencia directa es la identificación con un yo físico, emocional
y mental, que realmente es sólo el vehículo que utilizamos para experienciar la
vivencia humana. Es así como esa
idea de Dios, que hacen consciencialmente suya la mayoría de las personas, las
conduce a aferrarse a un yo y a una personalidad que no son reales, dado su carácter
puramente instrumental, efímero y circunstancial, viviendo en un estado de
“ensoñación” en el que no se percatan de la “naturaleza esencial” y divinal que
todos, sin excepción, atesoramos y a todos, sin exclusión, nos caracteriza.
Y
desde esa inconsciencia se lanzan con vehemencia hacia fuera de ellas mismas
–hacia el mundo y hacia los demás- en búsqueda del “bien-estar” (placer,
contento, cuidado, protección, seguridad, éxito, conocimientos,
reconocimiento,...), que no es sino un pobre sustitutivo de la Felicidad o “Bien-Ser”
que constituye el Estado Natural –innato, espontáneo, que no necesita ser
buscado ni hallado- de nuestro “verdadero ser”.
Dios exterior y bienestar en el
exterior…
La
búsqueda del bienestar en el exterior es la derivación lógica de la visión de
un Dios externo que impide a tanta gente percibir y constatar su “verdadero
ser” y “naturaleza esencial” y divinal. Y esta búsqueda exterior de lo que de
forma sublime y esplendorosa ya atesoramos en nuestro interior, se halla
presidida por la inclinación vital y mental hacia el placer, que se plasma en
un sinfín de deseos, anhelos, ansias, aspiraciones, pasiones y apegos.
Se
pretende la satisfacción aquí y allá. Sin embargo, cuando no la conseguimos, nos
frustramos y ofuscamos (“mal-estar”), lo que produce sufrimiento. Y cuando sí
la alcanzamos, no nos percatamos de que esa satisfacción momentánea
(“bien-estar”) es intrínsecamente origen y preámbulo de más sufrimiento, pues
el “bien-estar” es siempre algo inevitablemente pasajero y vendrá seguido de “mal-estar”.
Además,
por efecto de la polarización de las dicotomías, cualquier interpretación de las
vivencias cotidianas en clave dual –ponerlas en un platillo (experiencias que
consideramos mentalmente “positivas”) u otro (vivencias que estimamos
mentalmente “negativas”)- provoca impactos en los dos bandos dicotómicos -en los
dos platillos a la vez-, por lo que la búsqueda de contento crea igualmente
dolor; la de cuidado, desprotección y soledad; la de conocimiento,
incomprensión y desubicación; etcétera.
El
“mal-estar” y el “bien-estar”, aunque para la mente parezcan experiencias muy
distintas, forman parte realmente de una misma experiencia y beben de idéntica
fuente: la omisión de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y la identificación
con un falso yo. ¿Lo “ves”?
¡Lo “veo”!. Y comprendo que la ruta
que nos lleva al sufrimiento es una única ruta, pero cuenta con dos vías
alternativas: el malestar y el bienestar. El malestar es la vía directa, sin
parada, al sufrimiento. Y el bienestar es la vía que cuenta con una estación de
tránsito: tal estación es precisamente la sensación pasajera de bienestar, que es
sólo la antesala del sufrimiento
La
ruta única al sufrimiento, con las dos vías que mencionas, tiene un nombre:
“experiencia dual”. El sufrimiento es la consecuencia automática y lógica de
las actitudes y las acciones que desarrollamos en libre albedrío cuando nos
apartamos de lo que Somos y buscamos en lo que no somos nuestro contento,
cuidado, protección, seguridad, conocimientos, reconocimiento, satisfacción,
placer,... Y aunque tales actitudes y acciones, en su desenvolvimiento, parecen
seguir caminos radicalmente distintos –malestar o bienestar-, realmente parten
de un mismo punto de salida –el olvido de lo que Somos- y conducen
inexorablemente a un mismo punto de llegada: el sufrimiento.
Bajo
todo ello subyace el aferramiento a lo físico y material, la consiguiente
percepción de la “realidad” por la única vía de los sentidos corpóreo-mentales
y, derivado de ambas cosas, el encumbramiento del ego y la ignorancia acerca de
la impermanencia e interdependencia de cuanto nos rodea.
Olvidamos
nuestra “naturaleza esencial” y divinal, nos identificamos con una “naturaleza
egocéntrica” y creemos ilusamente que algún acto, logro, objeto, persona o
entorno propicio nos llevarán a la satisfacción permanente del “yo”, cuando el
"yo" en sí no es más que una fabricación impermanente de la mente.
Es
una pescadilla que se muerde la cola; una pesadilla que se enrosca sobre ella
misma. Y responsabilizamos a los demás o a factores externos por el sufrimiento
que hay en nuestras vidas, en vez de darnos cuenta y asumir que son nuestras actitudes
y acciones personales las que generan ese sufrimiento y que la vida de cada uno
es cien por cien responsabilidad de cada cual.
Y esta enfermedad, el sufrimiento, ¿tiene
cura?
En
la tercera de las Verdades, Buda
afirma que sí, que el sufrimiento puede ser vencido: “La disminución y cese del
aferramiento, la renuncia, el abandono, la liberación, el dejar ir ese mismo
aferramiento”.
La
sanación de esta enfermedad es posible por medio del recuerdo y el reencuentro
con lo que Somos, lo que provocará paulatinamente la disolución del deseo, la
liberación de los anhelos y los rechazos, la eliminación de los apegos y las
renuncias y, en definitiva, el abandono de toda búsqueda de bienestar, no
dándole acogida en nosotros.
Esto
exige la auto-observación: introspección para detectar lo que nos impulsa a
desear cosas y a perseguir nuestro cuidado y contento. Así hasta lograr lo que
San Juan de la Cruz
expone en el cierre de su Noche oscura:
“Dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”.
Por
tanto, el sufrimiento tiene cura: desaparecerá de nuestras vidas cuando dejemos
nuestro cuidado y contento (la querencia de bienestar, en cualquiera de sus
manifestaciones) entre las azucenas olvidado. Esto exige Confianza: dejarse
fluir (“Vivir Viviendo”) con absoluta Confianza en la Providencia , en la Vida , en cuanto Es (Perfecto)
y Acontece y en la Sabiduría
innata –muy superior a cualquier tipo de conocimiento- que todos atesoramos en
nuestro interior.
Y
esta Confianza surge y se nutre, a su vez, del “cesar de ser yo”: la única
forma de escapar de la insatisfactoriedad de la vida es enfrentarnos de manera
directa a esta condición insatisfactoria, que siempre se dará y existirá
mientras caminemos por la vida negando nuestro “verdadero ser” y con los
zapatos del falso “yo”. Al mirar de frente esta realidad, entenderemos cómo es
y sabremos las causas del sufrimiento y qué hacer para que no surjan.
Y llegados aquí, sólo queda la cuarta
fase del procedimiento médico…
La
cuarta de las Verdades. Se trata del
“Noble Camino Óctuple”: 1. Comprensión correcta; 2. Pensamiento correcto; 3. Palabra
correcta; 4. Acción correcta; 5. Ocupación correcta; 6. Esfuerzo correcto; 7. Atención
correcta; y 8. Concentración correcta.
Este
“Camino” conlleva método y atención interior para centrarnos en nuestro
“verdadero ser” y “naturaleza esencial” y no volver a buscar el “bien-estar”.
La
práctica del silencio y la meditación son muy importantes para esto. Y, sobre
todo, conseguir que nuestras actitudes en el día a día –y las acciones que de ellas
derivan- estén llenas de Amor, impregnando con su Frecuencia cualquier hecho,
situación o circunstancia de la vida cotidiana. Para ello se requiere
consciencia y vivir en el aquí-ahora, con nuestro componente emocional
equilibrado y en armonía y con la mente a nuestro servicio y centrada en el
momento presente.
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