La Era Axial
El otro día, escuchando un video de Emilio, él hacía referencia a
la Era Axial del filósofo alemán Karl Jasper, una época entre los siglos VIII y
II AC, en la que surgieron prácticamente todos los fundadores de la Filosofía y
grandes sistemas de pensamiento religioso, dejando sentadas las bases de ambas,
la Filosofía y la Religión, y que surgieron en la franja templada entre China la
India y el Mediterráneo. Me acordé, entonces de la novela de Gore Vidal, “Creación”
que describe las andanzas de Ciro Espitama, el sobrino de Zoroastro, en un
viaje diplomático que realizó al Extremo Oriente, en busca de respuestas al
enigma de la creación del mundo. En ese viaje conoció a Buda, a Lao Tse, a Confucio
y algún otro filósofo oriental de la época, Siglo VI AC. Finalmente llegó a
conocer, cuando era viejo a Sócrates. Este relato coincide con los grandes
hombres que surgieron en la Era Axial de Jasper, pero concentrados en la vida
de una sola persona.
Se podría decir que en esa franja témporo espacial el ser humano
como que se hace consciente de sí mismo y de sus limitaciones y surge también
la idea y la necesidad de salvación de un mundo, que no es para nada lo que el
espíritu humano desea.
No se habla de Jesús, porque nació cuando nació, dos siglos
después. Para cuando Él nació, como que parece que ya todo estaba escrito y
dicho, pero no por ello el mundo era mejor, seguía siendo tan distópico como
siempre y además, las propias ideas eran motivo de conflictos entre tendencias.
Obras
y razones
Digamos que el despertar intelectual y espiritual que surgió en la
Era Axial, aportó bastante artillería pesada de tipo espiritual y filosófico
como para construir un cuerpo doctrinal y de pensamiento, donde y cuando no
había antes nada, y regía en prácticamente todo el orbe, la ley del más fuerte,
al que Moisés al menos le puso freno con la famosa Ley del Talión, ojo por ojo
y diente por diente, no la vida por un ojo o un diente, o ley de la equidad en
los conflictos, igual número de bofetadas recibidas, igual número de bofetadas
propinadas; empate. Y Yahveh le dictó el Decálogo.
Es decir, surgió algo que podía entrar en cabeza humana, los cuatro
principios de la Ética: no hagas daño, haz el bien, sé ecuánime y respeta la
autonomía del otro.
O sea, surgió la gran regla de oro, “trata al otro como quieres
que el otro te trate a ti”.
Con esta regla de mínimos llevamos los humanos bregando desde que
habitamos la Tierra y desde que los grandes hombres y mujeres axiales
sentenciaron las grandes líneas de pensamiento.
Pero todo esto son razones, buenas razones con las que adornar un
discurso de elevadísima filosofía, pero al ver Dios que ni estos grandes
hombres, ni los profetas judíos conseguían imaginar un mundo razonablemente en
paz, decidió cortar por lo sano y encarnarse en la figura de Jesús de Nazareth.
Algo así como para que los humanos tuvieran un ejemplo práctico de cómo llevar
a la práctica toda la filosofía que venía gestándose y difundiéndose hacía
siglos.
Es como cuando un estudiante de carpintería estudia en los libros
cómo hacer muebles. Lee y entiende lo que hay que hacer, porque ese libro lo
han escritos carpinteros experimentados que ya no están…, que ya no están (esto
es importante).
Lo que agradecería el aprendiz de carpintería que un maestro
carpintero viniera y le enseñara con método y paciencia cómo hacer una mesa o
una silla, o un armario.
Pues esto es a lo que vino Jesús de Nazareth, a enseñarnos que a
vivir se aprende viviendo y a amar, se aprende amando. ¿Cómo? Como Él nos amó.
Y dio un paso más que los anteriores filósofos y nos trató de explicar qué era
eso del Reino de los Cielos. Una vez un cura amigo mío me dijo que la Biblia NO
ES una teología para el hombre, sino una antropología para Dios, un “a ver
cómo le explico yo a estos, de qué va esto del Reino de los Cielos, para que me
entiendan”. Y no le quedo otra que encarnarse en el vientre de María, hijo
de José de la casa de David, por ciento, una casa que no era precisamente de
hombres santos, David engendró a Salomón en el vientre de la mujer de Urías, es
decir, que fue un punto filipino, que se dice y, como él, muchos otros de los
ascendientes de Jesús, según describe Mateo en el comienzo de su evangelio. Es
decir, que ni siquiera Jesús vino de una genealogía santa e irreprochable. No.
En su familia hubo de todo, personas buenas y gente soez y de baja ralea. Es
decir, Jesús fue un ser humano normal y corriente, eso sí, que participó de la
Divinidad, que por cierto, le costó, dicen, treinta años tomar consciencia de
ello, mientras ejercía justamente de carpintero con su padre.
Así que el personaje de Jesús no fue uno más que vino a sentar
nuevas bases filosóficas, ni siquiera éticas que ya estaban asentadas por los
pensadores de la Era Axial, o una nueva religión (que es en lo que parece que
ha quedado todo), sino Dios mismo que encarnado, vino a recapitular todo lo
anterior, mostrar cómo llevar a la práctica la ética y la filosofía, pasar
de las razones a las obras y, algo fundamental, abrirnos las puertas del
Otro Lado, abrir un agujero al muro que desde los orígenes del hombre bloqueaba
lo físico y material de lo espiritual.
La
de Dios es Cristo
Esta es una expresión que se aplica a las trifurcas
en donde todos gritan y ninguno se entiende. Según la tradición, esta expresión
proviene de las controversias que se armaron en el Concilio de Nicea (año 325) al
discutirse la doble naturaleza, humana y divina, de Jesucristo. Parece que
hasta entonces, lo que los cristianos tenían claro era la naturaleza divina de
Jesús, pero sorprendentemente les costaba reconocer su naturaleza humana, cosa
curiosa no comprensible, cuando lo que a todas luces estaba claro, por simple
sentido común, es que Jesús fue hombre. Ahí estaban Arrio y sus arrianos seguidores
frente a Eusebio de Nicomedia y los suyos, enfrentados a cara de perro, hasta
que al final venció, no sé si por puntos o KO técnico la versión de Eusebio,
que dijo de Jesús que es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no creado, etc.”, tal y como reza el Credo Niceno,
que desde entonces la Iglesia obliga a rezar los domingos, para que ¡no se nos
olvide!
En fin, que a la propia
Iglesia le costó tres siglos, que se dice pronto, convencerse de que ¡Jesús fue
hombre!
“La razón de la
sinrazón que a la razón se hace, de tal manera la razón enflaquece, que con
razón nos quejamos” de tales
simplezas teológicas que han mantenido entretenidos durante muchos siglos a los
teólogos. Y todo, cuando lo que vino a contarnos Jesús es una simple
historia de amor.
Una historia de amor
Tengo que reconocer que con
el paso del tiempo, a medida que profundizo en el mensaje de Jesús, más me
queda claro que lo que vino a contarnos fue una historia de amor entre Él y
cada uno de nosotros. Por eso insisto (con el debido respeto de los entendidos
y estudiosos), que lo que hizo fue simplemente protagonizar una historia de
amor; una historia de amor que contaba mientras comía, bebía y contaba
historietas con sus amigos y seguidores. Una historia de un amor que ni
siquiera descubrió en sus características, el “eros, la philias y el agapé”
de Platón. Ya digo que no vino a inventar casi nada, sino a expresarlo, a
demostrarlo a vivirlo, hasta tal punto que, por manifestarlo y vivirlo hasta el
extremo, poniendo en ridículo con ello a los sumos sacerdotes, terminaron por
quitarlo de en medio con una muerte atroz. Porque nos hizo ver que vivir el
Amor resulta muy peligroso a los que se dedican a mantener los muros que nos
separan a los hombres unos de otros.
Pero esta historia de amor
tiene mucha enjundia, porque resulta que no se puede amenizar con una música
encantadora y suave como “La Primavera de las Cuatro Estaciones” de Vivaldi,
sino con la atormentada “Consagración de la Primavera” de Stravinsky.
Resulta que es una historia
de amor en la que los amantes, los dos enamorados, viven separados por un muro
de odio y soledad que les ha sido impuesto, como el que interponen los Montesco
y los Capuleto en la tragedia de Romeo y Julieta. Ambos se quieren, pero los
parientes están enfrentados, “sus enemigos son los de su propia casa”.
https://www.youtube.com/watch?v=mOfb-YZYU5g
Final del poema sinfónico “Romeo y Julieta” de Peter Tchaikovsky
Reconozco que esta es una
forma bastante heterodoxa de relatar la historia de amor que Jesús de Nazareth
vino a vivir con nosotros, tanto más cuanto que tanto le ha costado a la
Iglesia reconocer su humanidad, pero si nos dejamos de “sublimerías” teológicas
(palabro que me acabo de inventar), la cosa consiste en descubrir que entre
Jesús y yo, entre Jesús y cada uno de nosotros, lo que está escrita o por
escribir es una bella aunque dramática historia de amor. Bella, porque es la
experiencia más maravillosa que un ser humano puede experimentar, pero también
dramática, porque supone renunciar a todo, con tal de conseguir Todo.
Para venir
a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.
Para venir
a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
Para venir
a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
Para venir
a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
Y esto son palabras mayores
que San Juan de la Cruz advierte a todo aquel que decide vivir esa historia de
Amor con Jesús.
Reconozco que exponer este
planteamiento puede sonar extraño a mucha gente; empezando por los propios
católicos para los que todo consiste en la práctica religiosa basada en
ceremonias, misas y rituales hacia un Dios que está allí, en el altar, en el
sagrario. Les pasa como a los israelitas en babilonia, que penaban porque
habían dejado a Yaveh sólo en el templo de Jerusalén.
Puede resultar también
extraño a los que la espiritualidad es un proceso de evanescencia del yo en un
vacío cósmico trascendental y cosas así.
Puede resultar extraño a los
aferrados a lo material y prosaico de la vida, a los que les puede parecer esto
un cuento chino.
A las mujeres no, pero a más
de uno le sorprenderá cómo un hombre (varón) puede mantener una relación
profunda de amor con otro hombre, Jesús, sin entrar en el espinoso tema de la
identidad de género.
El problema radica en que
mientras nuestra identidad física tiene un género, el alma, en relación con
Jesús, con Dios es femenina. Alma es una palabra que tiene doble género (el
alma, las almas), como mar (el mar, la mar). Es verdad que palabras con ambos
géneros significan cosas diferentes, como el cólera y la cólera; el capital y
la capital, la cura y el cura. Pero este no es el caso, en la relación con
Dios, el alma es la amada del Amado, que describe muy bien “El Cantar de los
cantares” y la mística cristiana.
Si esto no se entiende, o si
lo que se entiende es una relación subordinada ante un ente divino allí, fuera
de nosotros y, ojito con sacar los pies del plato, que cuando se cabrea…, no se
ha entendido nada, no se ha entendido ni la figura de Jesús, ni para que vino a
este mundo.
Esto les pasó a los
discípulos de Jesús, que estando con Él, siempre supusieron que Jesús vino al
mundo para restaurar (políticamente) el Reino de Israel, razón por la que se
armó la de dios y terminó la historia como el rosario de la aurora,
crucificándole, porque no entendieron nada (o creían haber entendido
demasiado). El caso es que hasta en el momento de la Ascensión, los discípulos
le preguntaron a Jesús si había llegado el momento de restaurar el Reino de
Israel. Por lo que me imagino que Jesús subiría a los cielos pensando “estos
no han entendido nada; no queda más remedio que enviarles el Espíritu Santo, a
ver si espabilan”.
Lo dicho. Aceptar,
comprender y sobre todo experimentar el mensaje de Jesús como la más bella y
dramática historia de amor que puede experimentar el ser humano en su relación
con Dios, es la base para lograr comprender la figura de Jesús de Nazaret, más
allá de los arquetipos y estereotipos religiosos en los que las diferentes
confesiones cristianas le han encorsetado. Le han aislado tanto del resto de la
Humanidad bautizada y no bautizada, que echando cuentas, tan sólo el uno por
ciento del 20% de los cristianos respecto al 80% de seres humanos no cristianos
puede que se hayan coscado de qué va realmente el Reino de los Cielos, que es
para lo que vino Jesús a este mundo, para abrirnos la mente y el corazón a un
nuevo horizonte jamás imaginado por los seres humanos.
A así está nuestra chica, “esperando
ser despertada con un beso de su Amado”.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física
de la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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