Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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25/1/21

Una historia de Amor (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 4)


La Era Axial

El otro día, escuchando un video de Emilio, él hacía referencia a la Era Axial del filósofo alemán Karl Jasper, una época entre los siglos VIII y II AC, en la que surgieron prácticamente todos los fundadores de la Filosofía y grandes sistemas de pensamiento religioso, dejando sentadas las bases de ambas, la Filosofía y la Religión, y que surgieron en la franja templada entre China la India y el Mediterráneo. Me acordé, entonces de la novela de Gore Vidal, “Creación” que describe las andanzas de Ciro Espitama, el sobrino de Zoroastro, en un viaje diplomático que realizó al Extremo Oriente, en busca de respuestas al enigma de la creación del mundo. En ese viaje conoció a Buda, a Lao Tse, a Confucio y algún otro filósofo oriental de la época, Siglo VI AC. Finalmente llegó a conocer, cuando era viejo a Sócrates. Este relato coincide con los grandes hombres que surgieron en la Era Axial de Jasper, pero concentrados en la vida de una sola persona.

Se podría decir que en esa franja témporo espacial el ser humano como que se hace consciente de sí mismo y de sus limitaciones y surge también la idea y la necesidad de salvación de un mundo, que no es para nada lo que el espíritu humano desea.

No se habla de Jesús, porque nació cuando nació, dos siglos después. Para cuando Él nació, como que parece que ya todo estaba escrito y dicho, pero no por ello el mundo era mejor, seguía siendo tan distópico como siempre y además, las propias ideas eran motivo de conflictos entre tendencias.

Obras y razones

Digamos que el despertar intelectual y espiritual que surgió en la Era Axial, aportó bastante artillería pesada de tipo espiritual y filosófico como para construir un cuerpo doctrinal y de pensamiento, donde y cuando no había antes nada, y regía en prácticamente todo el orbe, la ley del más fuerte, al que Moisés al menos le puso freno con la famosa Ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, no la vida por un ojo o un diente, o ley de la equidad en los conflictos, igual número de bofetadas recibidas, igual número de bofetadas propinadas; empate. Y Yahveh le dictó el Decálogo.

Es decir, surgió algo que podía entrar en cabeza humana, los cuatro principios de la Ética: no hagas daño, haz el bien, sé ecuánime y respeta la autonomía del otro.

O sea, surgió la gran regla de oro, “trata al otro como quieres que el otro te trate a ti”.

Con esta regla de mínimos llevamos los humanos bregando desde que habitamos la Tierra y desde que los grandes hombres y mujeres axiales sentenciaron las grandes líneas de pensamiento.

Pero todo esto son razones, buenas razones con las que adornar un discurso de elevadísima filosofía, pero al ver Dios que ni estos grandes hombres, ni los profetas judíos conseguían imaginar un mundo razonablemente en paz, decidió cortar por lo sano y encarnarse en la figura de Jesús de Nazareth. Algo así como para que los humanos tuvieran un ejemplo práctico de cómo llevar a la práctica toda la filosofía que venía gestándose y difundiéndose hacía siglos.

Es como cuando un estudiante de carpintería estudia en los libros cómo hacer muebles. Lee y entiende lo que hay que hacer, porque ese libro lo han escritos carpinteros experimentados que ya no están…, que ya no están (esto es importante).

Lo que agradecería el aprendiz de carpintería que un maestro carpintero viniera y le enseñara con método y paciencia cómo hacer una mesa o una silla, o un armario.

Pues esto es a lo que vino Jesús de Nazareth, a enseñarnos que a vivir se aprende viviendo y a amar, se aprende amando. ¿Cómo? Como Él nos amó. Y dio un paso más que los anteriores filósofos y nos trató de explicar qué era eso del Reino de los Cielos. Una vez un cura amigo mío me dijo que la Biblia NO ES una teología para el hombre, sino una antropología para Dios, un “a ver cómo le explico yo a estos, de qué va esto del Reino de los Cielos, para que me entiendan”. Y no le quedo otra que encarnarse en el vientre de María, hijo de José de la casa de David, por ciento, una casa que no era precisamente de hombres santos, David engendró a Salomón en el vientre de la mujer de Urías, es decir, que fue un punto filipino, que se dice y, como él, muchos otros de los ascendientes de Jesús, según describe Mateo en el comienzo de su evangelio. Es decir, que ni siquiera Jesús vino de una genealogía santa e irreprochable. No. En su familia hubo de todo, personas buenas y gente soez y de baja ralea. Es decir, Jesús fue un ser humano normal y corriente, eso sí, que participó de la Divinidad, que por cierto, le costó, dicen, treinta años tomar consciencia de ello, mientras ejercía justamente de carpintero con su padre.

Así que el personaje de Jesús no fue uno más que vino a sentar nuevas bases filosóficas, ni siquiera éticas que ya estaban asentadas por los pensadores de la Era Axial, o una nueva religión (que es en lo que parece que ha quedado todo), sino Dios mismo que encarnado, vino a recapitular todo lo anterior, mostrar cómo llevar a la práctica la ética y la filosofía, pasar de las razones a las obras y, algo fundamental, abrirnos las puertas del Otro Lado, abrir un agujero al muro que desde los orígenes del hombre bloqueaba lo físico y material de lo espiritual.

La de Dios es Cristo

Esta es una expresión que se aplica a las trifurcas en donde todos gritan y ninguno se entiende. Según la tradición, esta expresión proviene de las controversias que se armaron en el Concilio de Nicea (año 325) al discutirse la doble naturaleza, humana y divina, de Jesucristo. Parece que hasta entonces, lo que los cristianos tenían claro era la naturaleza divina de Jesús, pero sorprendentemente les costaba reconocer su naturaleza humana, cosa curiosa no comprensible, cuando lo que a todas luces estaba claro, por simple sentido común, es que Jesús fue hombre. Ahí estaban Arrio y sus arrianos seguidores frente a Eusebio de Nicomedia y los suyos, enfrentados a cara de perro, hasta que al final venció, no sé si por puntos o KO técnico la versión de Eusebio, que dijo de Jesús que es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, etc.”, tal y como reza el Credo Niceno, que desde entonces la Iglesia obliga a rezar los domingos, para que ¡no se nos olvide!

En fin, que a la propia Iglesia le costó tres siglos, que se dice pronto, convencerse de que ¡Jesús fue hombre!

“La razón de la sinrazón que a la razón se hace, de tal manera la razón enflaquece, que con razón nos quejamos” de tales simplezas teológicas que han mantenido entretenidos durante muchos siglos a los teólogos. Y todo, cuando lo que vino a contarnos Jesús es una simple historia de amor.

Una historia de amor

Tengo que reconocer que con el paso del tiempo, a medida que profundizo en el mensaje de Jesús, más me queda claro que lo que vino a contarnos fue una historia de amor entre Él y cada uno de nosotros. Por eso insisto (con el debido respeto de los entendidos y estudiosos), que lo que hizo fue simplemente protagonizar una historia de amor; una historia de amor que contaba mientras comía, bebía y contaba historietas con sus amigos y seguidores. Una historia de un amor que ni siquiera descubrió en sus características, el “eros, la philias y el agapé” de Platón. Ya digo que no vino a inventar casi nada, sino a expresarlo, a demostrarlo a vivirlo, hasta tal punto que, por manifestarlo y vivirlo hasta el extremo, poniendo en ridículo con ello a los sumos sacerdotes, terminaron por quitarlo de en medio con una muerte atroz. Porque nos hizo ver que vivir el Amor resulta muy peligroso a los que se dedican a mantener los muros que nos separan a los hombres unos de otros.

Pero esta historia de amor tiene mucha enjundia, porque resulta que no se puede amenizar con una música encantadora y suave como “La Primavera de las Cuatro Estaciones” de Vivaldi, sino con la atormentada “Consagración de la Primavera” de Stravinsky.

Resulta que es una historia de amor en la que los amantes, los dos enamorados, viven separados por un muro de odio y soledad que les ha sido impuesto, como el que interponen los Montesco y los Capuleto en la tragedia de Romeo y Julieta. Ambos se quieren, pero los parientes están enfrentados, “sus enemigos son los de su propia casa”.

https://www.youtube.com/watch?v=mOfb-YZYU5g

Final del poema sinfónico “Romeo y Julieta” de Peter Tchaikovsky

Reconozco que esta es una forma bastante heterodoxa de relatar la historia de amor que Jesús de Nazareth vino a vivir con nosotros, tanto más cuanto que tanto le ha costado a la Iglesia reconocer su humanidad, pero si nos dejamos de “sublimerías” teológicas (palabro que me acabo de inventar), la cosa consiste en descubrir que entre Jesús y yo, entre Jesús y cada uno de nosotros, lo que está escrita o por escribir es una bella aunque dramática historia de amor. Bella, porque es la experiencia más maravillosa que un ser humano puede experimentar, pero también dramática, porque supone renunciar a todo, con tal de conseguir Todo.

Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.

Y esto son palabras mayores que San Juan de la Cruz advierte a todo aquel que decide vivir esa historia de Amor con Jesús.

Reconozco que exponer este planteamiento puede sonar extraño a mucha gente; empezando por los propios católicos para los que todo consiste en la práctica religiosa basada en ceremonias, misas y rituales hacia un Dios que está allí, en el altar, en el sagrario. Les pasa como a los israelitas en babilonia, que penaban porque habían dejado a Yaveh sólo en el templo de Jerusalén.

Puede resultar también extraño a los que la espiritualidad es un proceso de evanescencia del yo en un vacío cósmico trascendental y cosas así.

Puede resultar extraño a los aferrados a lo material y prosaico de la vida, a los que les puede parecer esto un cuento chino.

A las mujeres no, pero a más de uno le sorprenderá cómo un hombre (varón) puede mantener una relación profunda de amor con otro hombre, Jesús, sin entrar en el espinoso tema de la identidad de género.

El problema radica en que mientras nuestra identidad física tiene un género, el alma, en relación con Jesús, con Dios es femenina. Alma es una palabra que tiene doble género (el alma, las almas), como mar (el mar, la mar). Es verdad que palabras con ambos géneros significan cosas diferentes, como el cólera y la cólera; el capital y la capital, la cura y el cura. Pero este no es el caso, en la relación con Dios, el alma es la amada del Amado, que describe muy bien “El Cantar de los cantares” y la mística cristiana.

Si esto no se entiende, o si lo que se entiende es una relación subordinada ante un ente divino allí, fuera de nosotros y, ojito con sacar los pies del plato, que cuando se cabrea…, no se ha entendido nada, no se ha entendido ni la figura de Jesús, ni para que vino a este mundo.

Esto les pasó a los discípulos de Jesús, que estando con Él, siempre supusieron que Jesús vino al mundo para restaurar (políticamente) el Reino de Israel, razón por la que se armó la de dios y terminó la historia como el rosario de la aurora, crucificándole, porque no entendieron nada (o creían haber entendido demasiado). El caso es que hasta en el momento de la Ascensión, los discípulos le preguntaron a Jesús si había llegado el momento de restaurar el Reino de Israel. Por lo que me imagino que Jesús subiría a los cielos pensando “estos no han entendido nada; no queda más remedio que enviarles el Espíritu Santo, a ver si espabilan”.

Lo dicho. Aceptar, comprender y sobre todo experimentar el mensaje de Jesús como la más bella y dramática historia de amor que puede experimentar el ser humano en su relación con Dios, es la base para lograr comprender la figura de Jesús de Nazaret, más allá de los arquetipos y estereotipos religiosos en los que las diferentes confesiones cristianas le han encorsetado. Le han aislado tanto del resto de la Humanidad bautizada y no bautizada, que echando cuentas, tan sólo el uno por ciento del 20% de los cristianos respecto al 80% de seres humanos no cristianos puede que se hayan coscado de qué va realmente el Reino de los Cielos, que es para lo que vino Jesús a este mundo, para abrirnos la mente y el corazón a un nuevo horizonte jamás imaginado por los seres humanos.

A así está nuestra chica, “esperando ser despertada con un beso de su Amado”.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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