La Paz esté con vosotros, mis queridos hermanos.
Os
habréis dado cuenta de que, una de las realidades más incómodas del ser humano
es la de que vive, vivimos, nos pasamos toda la vida “entre Pinto y Valdemoro”,
que diría aquel borracho mientras saltaba el arroyo que separaba los dos
municipios madrileños, “ahora estoy en Pinto”, “ahora estoy en Valdemoro”;
hasta que en medio de su borrachera, tropezó, cayó de bruces en el arroyo y
mientras se recuperaba del susto, empapado de agua, se dio cuenta de que en ese
momento estaba “entre Pinto y Valdemoro”.
Pues
algo así. Yo no sé si las antiguas razas raíces que en el mundo han sido se
dieron cuenta de ello; me refiero a los atlantes o a los lémures, si fueron
conscientes de su doble naturaleza física y espiritual, pero nosotros, la raza
aria, la quinta raza raíz, sí que somos conscientes de que vivimos entre estas
dos naturalezas, la física o material y la álmica o espiritual. Y resulta que
tomar conciencia y ser conscientes de esta doble realidad es lo mismo que
reconocer que estamos en “tierra de nadie”, en zona desmilitarizada, en un limbo
bastante incómodo, donde ni estamos totalmente integrados en lo material, como
los animales y resto de la Naturaleza, ni tampoco estamos totalmente en estado
espiritual.
Y,
según las modernas teorías evolucionistas y la Teosofía, todo indica que en
esta vida “algo o alguien” nos ha situado en tránsito, que procediendo de un
estado plenamente material, “es como si…” nuestro vector témporo-espacial nos
estuviera desplazando hacia un estado plenamente espiritual. Y lo que separa
ambos márgenes del supuesto arroyo no lo es tal, sino que es un ancho río de
aguas turbulentas, que obliga a un fatigoso tránsito entrambos. Y no tenemos un
“puente sobre aguas turbulentas”. Hay que atravesarlo a pie enjuto, que se
dice, sorteando todos y cada uno de los rápidos y saltos que nos pone la Vida
delante de nosotros.
Es
más, el propio río y la otra orilla nos resulta tan amenazador y desconocido,
que solemos acobardarnos y preferimos permanecer toda la vida en la margen
material de la Vida. Se está bien, hay muchas formas de distraerse en la margen
material de la vida, mientras que el río, que además está envuelto en la
niebla, nadie se atreve a decir qué hay en la otra orilla y ni siquiera si hay
otra orilla. Así que preferimos vivir mal que bien en nuestra particular zona
de confort, que se dice ahora; una zona de un confort “de aquella manera”, pues
lo que nos depara la Vida en estos tiempos es una soberana distopía, que
tampoco sabemos muy bien a qué nos conduce. Y los que han sabido abrir un poco
los ojos, se dan cuenta de que mal futuro nos aguarda si permanecemos en esta
orilla. Es como si se estuviera preparando una tormenta alucinante que amenaza
con devastar todo el campamento en el que nos encontramos.
Es
lo que hemos tratado, los autores del libro “Consciencia y sociedad
distópica”(Ediciones Adaliz, 2020), de advertir al personal, que tenemos que prepararnos mental y
espiritualmente a soportar la peor de las tormentas que el mundo ha
experimentado. Nadie sabe si esta es o va a ser la tormenta final y perfecta o
simplemente pasará y a esperar la siguiente; pero de lo que no hay duda es de
que es descomunal y va a dejar laminado el paradigma de lo que hemos conocido
como vida en este Planeta.
En
cualquier caso, el río de aguas turbulentas está ahí, y algo en nuestro
interior nos dice, nos impele, nos impulsa a cruzar ese río que en sí mismo es
una incógnita, envuelta en una niebla oculta en un misterio, frase que he
tomado de W. Churchill, en referencia suya a la URSS. Y algo nos impulsa a
cruzar ese río, porque también algo nos dice que en esta orilla material ya
está todo el pescado vendido, no da más de sí, para lo que es nuestra doble
naturaleza, una doble naturaleza que se expresa por algo que hasta que nosotros
no surgimos en la Naturaleza, no existía, la “inteligencia”, (inter-legere), poder
elegir entre dos o más alternativas, de modo consciente.
Este
don del que hemos sido dotados, nos pone en el disparadero de sentirnos un poco
dueños de nuestra vida personal, de elegir entre quedarnos en la orilla física
y material o adentrarnos en el río de aguas turbulentas que nos separa de la
“otra orilla”, que aunque no sabemos cómo es, “algo” nos dice que está ahí,
esperándonos.
Nuestra
inteligencia ha tratado de escudriñar el río, pero a penas ha conseguido
adentrarse en los primeros metros del supuesto río. Casi todo él es un
misterio. Y sin embargo “algo” nos impulsa a cruzarlo; es ese “espíritu de
la colina”, ese que impulsaba a los exploradores a preguntarse qué hay
detrás de esos montes y a subir para averiguarlo.
El
libro “Consciencia y sociedad distópica”, todo él es una advertencia
sobre la dramática realidad que vivimos, excepto el último capítulo y la sutil
atmósfera que todo él le cubre de esperanza. Hay una puerta de salida y, esa
puerta se denomina “espiritualidad”; una espiritualidad que supone ese “algo”
que nos está susurrando al oído continuamente que nos introduzcamos en el río
de aguas turbulentas, que no tengamos miedo en transitar de lo físico a lo
espiritual, que, al poseer ambas naturalezas, podemos sobrevivir a la travesía
hasta conseguir alcanzar la otra orilla. Qué cierto es que el río viene muy
crecido y agitado, que acaso podemos pensar que vamos a dejar Málaga para
meternos en Malagón, viejo dicho castellano que significa que acaso “más
vale malo conocido que bueno por conocer”; pero que merece la pena
intentarlo.
Este
es el objetivo de esta nueva serie, facilitar, orientar en el tránsito a la
otra orilla, que en el fondo es el objetivo final del libro y de toda las
iniciativas que nuestro buen amigo Emilio viene desplegando desde hace un
montón de años, facilitarnos la apertura de nuestra consciencia, de intuir el
más allá de esta orilla y facilitar las herramientas personales y espirituales
para atrevernos a cruzar a ella, siendo conscientes de nuestra doble naturaleza,
de que somos un conductor a los mandos de un coche, con el que tenemos que
atravesar el río (bueno, quizás no sea un coche, sino una barca), que dejaremos
abandonada en la otra orilla para iniciar un nuevo sendero en un ignoto mundo
donde unos brazos amorosos nos están esperando.
Este
proceso de tránsito de lo material a lo espiritual ha estado desde hace
milenios basado en el fenómeno religioso, basado en “re-ligar” el espíritu
humano tras su voluntaria emancipación de los brazos de Dios al haber hecho Eva
caso a la serpiente parlanchina que le ofreció la puñetera manzana. Esto en el
ámbito de las religiones del Libro, con nuestro común padre Abraham. En
cualquier caso, todo consiste en un regreso a Casa, como si en el origen
hubiéramos estado allí, en la Casa del Padre y por nuestra insensatez
hubiéramos sido unos hijos levantiscos y rebeldes, como el hijo pródigo.
Pero
no quiero entrar en estos detalles teológicos, porque lo que me interesa
abordar es, sea cual sea el origen de este desastre de mundo y de vida en la
que nos toca vivir desde que andábamos a dos patas, que vivimos una realidad
distópica y que nuestro espíritu nos impulsa a un cambio radical de vida que
está… en la otra orilla; acaso tras nuestra propia muerte o acaso tras un
próximo giro copernicano de la propia Humanidad.
Esto
nadie lo sabe, pero existen indicios razonables para pensar que los sucesos que
está experimentando la Humanidad no tienen precedentes, y por pura aplicación
de la teoría del límite, por la que una función matemática exponencial en el
terreno físico tiene un límite tras el cual o estalla el sistema que la provoca
o se amortigua convirtiéndose en función logística hasta alcanzar la
estabilidad, estamos en el punto de casi no retorno entre el estallido final o
la normalización; o probablemente lo hayamos superado ya. Esta es la tesis de “Consciencia y sociedad distópica”.
Una
vez concluida la serie “Visión sistémica del mundo”, comentamos Emilio y yo, la
posibilidad de continuar con una serie “post-sistémica”, cubierto (supongo) el
objetivo de aportar una visión objetiva y global de la realidad que nos rodea,
aplicando el pensamiento sistémico a los diferentes aspectos más relevantes de
la actual realidad y que recoge el libro. La realidad descrita es básicamente
física, material y podríamos seguir (perdón por la expresión) “abundando en la
mierda” de los múltiples aspectos de la distopía usando el método sistémico,
pero creo que es conveniente abordar un nuevo enfoque, que todos conocemos de
una forma o de otra, pero que también ofrece múltiples matices que pueden
aportar motivos de reflexión y meditación, el tránsito de lo físico a lo
espiritual, la física del espíritu o el espíritu de lo físico.
La
idea me vino recordando dos libros, para mí de culto, que leí hace muchos años,
uno es “El Tao de la Física” de Fritjof Capra (astrofísico austríaco) y
el otro “La danza de los maestros de Wu Li” (física en Chino) de Gary
Zukav (periodista norteamericano evolucionado a exponente espiritual). En realidad,
Wu Li es según la sabiduría oriental, la consciencia global. Es decir, cuando
dos aspectos críticos de la vida humana que han estado tradicionalmente dándose
la espalda, resulta que en el extremo de ambos se unen para fusionarse en un
Todo, para enfado de los fanáticos de lo físico solamente y de lo espiritual
también solamente, el ser humano simplemente se enfrenta de bruces con el
infinito, con el misterio total, donde la Tierra se une con el Cielo, donde
todo, absolutamente todo tiene sentido, porque la mente y el espíritu rompen la
artificial barrera que los ha mantenido separados desde que habitamos la Tierra
y simplemente, “se hace la luz”.
Los
que sólo admiten lo físico, quedan confinados en lo que se puede medir y
comprender mediante el diseño de modelos mentales, como hemos visto en la
“visión sistémica del mundo”, pero no pueden volar hacia lo inefable; son
demasiado densos, demasiado pesados. Los que sólo admiten lo espiritual se
evanescen como el Ciprés de Silos, son “chorros
que a las estrellas casi alcanzan, devanados a sí mismos en su loco empeño”.
Es
por eso que Jesús de Nazaret era tan concreto, tan físico, que para explicar el
Reino de los Cielos acudía a lo físico de sus parábolas, a historias de la vida
diaria, que todo el mundo conocía y entendía. Jesús fue, en cierto modo un
“antifilósofo”, no se enredó en explicar alta teología que luego, con el
trascurso de los siglos, los teólogos han formado un laberinto teo-filosófico
que sólo ellos entienden. No. Él se centró en poner ejemplos sencillos y sobre
todo, en el ejemplo de su propia vida, como cuando fueron los discípulos de Juan
el Bautista a preguntarle si era Él el Mesías o tenían que esperar a otro. Él
les dijo, “decidle a Juan lo que habéis
visto, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios…”. Es
decir, no les explicó su destino en lo Universal, sino simplemente ver las
obras que Él hacía. Es decir, la pura expresión física de lo espiritual o, en
otras palabras, el Amor por Él derramado.
Como
quiera que el tránsito que estamos llamados a realizar absolutamente todos los
seres humanos es desde lo físico a lo espiritual; para que ambos mundos, ambos
estados del ser humano se conviertan en uno solo, le propuse a Emilio tirar por
este camino, allanarlo, tratar de facilitar ese proceso de transformación
integral, con el objetivo final de formar parte de la Nueva Humanidad que
saldrá tras la anunciada Gran Tribulación. Facilitar la recarga de las lámparas
de aceite de las vírgenes en espera de la llegada del Novio.
Y
no pretendo convencer a nadie de nada; no deseo hacer proselitismo de nada,
porque cuando Jesús advirtió su famosa sentencia “porque tuve hambre y me disteis de comer”, también llamada la
redención de los ateos, dejó claro que la salvación no consiste en abrazar esta
o aquella creencia, sino en vivir haciendo en bien, amando, sirviendo y
perdonando. Por lo tanto, no nos obcequemos con las ortodoxias doctrinales. La
cosa es tan simple como amarnos los unos a los otros y siguiendo el ejemplo de
cómo Él amó a los suyos y a nosotros. Y acaso al final, al invitarnos Él a
entrar en su seno, nos asombremos de cómo ha sido eso, de a quién dimos de
comer…
Mirad.
Yo me considero “cristiano de frontera”, es decir, con un pie dentro de la
comunidad católica, pero con otro fuera, porque me preocupa el resto de la
Humanidad, aquella que se pregunta ¿cuándo
te vinos hambrientos y te dimos de comer? Esta frontera, este muro es el
que quisiera derribar, o al menos hacerle un agujero para poder atravesarlo; un
muro que no lo ha levantado Jesús de Nazaret, sino sus seguidores y los
que se han constituido en los líderes de los creyentes; un muro levantado para
proteger a los elegidos de los infieles del mundo; un muro que ha conseguido
separar al mundo con un mismo Dios, como han hecho las demás religiones
mutuamente excluyentes.
Para
todos ha de ser la invitación a cruzar el río de aguas turbulentas, para todos
ha de ser ese puente sobre el río, esa mano amiga a la que agarrarnos para no
tener miedo a cruzarlo, para alcanzar la otra orilla, no sólo para los que se
consideran elegidos.
Ese
puente sobre las aguas turbulentas del río de la Vida es el mensaje de Jesús,
Jesús mismo, la Filosofía perenne, la Sabiduría Oriental y en general, todas
aquellas filosofías de vida que allanan el camino hacia la virtud, hacia la paz
y hacia la vivencia del Amor incondicional.
La
comunidad cristiana acaba de celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús. Los
cristianos creemos en Jesús como el avatar de Dios encarnado que prefirió, en
vez de transmitirnos mensajes elevadísimos a través de sus profetas, como lo
había hecho hasta entonces, prefirió dejarse de tonterías y encarnarse para
decirnos ¿veis cómo yo, Jesús he vivido? Pues haced lo mismo y os irá bien. Os
irá bien. ¡Ya está! No hay más que decir, no hay más que razonar ni que
filosofar. De los ene-mil preceptos judíos pasó a uno solo, “amaos los unos a los otros como yo os he
amado”. Esto, que lo entienden los niños, a nuestra inteligencia le parece
casi un desprecio a sí misma y preferimos enredarnos en altas filosofías y
teologías, en exégesis y retorcidas hermenéuticas para tratar de comprender qué
nos quiere decir Jesús con esto o con aquello. Y otra vez lo mismo, hace falta
hacer una carrera de diez años para predicar (con sello profesional), un
mensaje tan sencillo como “amarnos los unos a los otros”. ¿Qué hay de
complicado en hacer el bien? Pues que pensamos que no puede ser tan sencillo,
si hace falta estudiar años de teología para comprenderlo. Y vuelta la burra al
trigo, complicados códigos canónicos y demás artificios teológicos, cuando sólo
hace falta mirar la vida de ese hombre, al que mataron por hacer el bien, y
hacer lo mismo que Él hizo y vivir a semejanza de cómo Él vivió.
No
estoy haciendo propaganda del catolicismo, sino del cristianismo, una fe que oficialmente
no existe porque la han atomizado a base de cismas y a través de luchas
intestinas en múltiples ritos, el católico, el protestante con sus cientos de
sectas, el ortodoxo, el copto, el maronita, el armenio… etc. Hago propaganda de
un hombre, que los cristianos creemos que ha sido y es el avatar de Dios, o Dios
encarnado, que nos mostró un Camino, una Verdad y una Vida tan sencilla
para las almas sencillas como complicada para las complicadas y retorcidas. Así
que nadie se preocupe, que no intento barrer para casa; sólo pretendo dar
claves de meditación para pasar de lo físico a lo espiritual, para cruzar el
río de aguas turbulentas y un “know how” que han enseñado y practicado tantos
grandes hombres y mujeres en este mundo, basado en la Gran Regla de Oro “no
hagas al otro lo que no quisieras que hicieran contigo”. O trata a los
demás como quisieras que a ti te trataran.
Así
que intentaremos tratar con igual simpleza la vida del espíritu, como la
intimidad de la materia, la mística como la materia oscura del Universo. No
hemos de ser unos especialistas ni en lo uno (la mística) ni en lo otro (la
cosmología). Simplemente hemos de saber ver la vida con la misma candidez con
la que…
“Una chica enamorada, pero dormida, espera ser despertada con el
beso de su Amado.”
Cuando estés abrumada
y te sientas insignificante,
cuando haya lágrimas en tus ojos,
yo las secaré todas;
estoy a tu lado.
Cuando las circunstancias
sean adversas
y no encuentres amigos,
como un puente
sobre aguas turbulentas,
yo me desplegaré...
Como un puente sobre aguas turbulentas,
yo me desplegaré.
Cuando te sientas
deprimida y extraña,
cuando te encuentres perdida,
cuando la noche caiga sin piedad,
yo te consolaré,
yo estaré a tu lado.
Cuando llegue la oscuridad
y te envuelvan las penas...
como un puente sobre aguas turbulentas
yo me desplegaré.
Navega, muchacha
plateada... navega...
ha comenzado a brillar tu estrella,
todos tus sueños se verán colmados,
mira cómo resplandecen.
Si necesitas un amigo,
yo navego tras de ti.
Como un puente sobre aguas turbulentas,
aliviaré tus pensamientos.
Como un puente sobre aguas turbulentas...
aliviaré tus pensamientos.
https://www.youtube.com/watch?v=pAQMNRQqh0Y
“El puente sobre aguas turbulentas”.
Simon & Garfunkel
Plan de
la serie
Si
os digo la verdad, no tengo un plan, como tenía cuando inicié la serie visión
sistémica del mundo; sabía qué quería transmitir. En este caso, realmente no sé
qué voy a ir escribiendo en las sucesivas entregas. Es como el Camino de
Santiago, cuando lo recorres por primera vez, aunque tengas mapas y guías de la
ruta, hasta que no recorres cada una de las etapas, no tomas consciencia de lo
que es el Camino. Incluso, como nos dijo el cura de Nájera, “la pregunta no es por qué voy a hacer el
Camino, sino lo cuando has terminado, preguntarte y averiguar por qué lo has
hecho”.
Pues
esto es igual, sólo sé que estoy dispuesto a recorrer con vosotros un camino,
de lo físico a lo espiritual, pero sólo podré responder, al terminar, por qué
lo he hecho.
La
Paz esté con vosotros; Namasté; Shalom; As-Salaam-Alaikum.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad
se realiza en este blog, todos los lunes desde
el 4 de enero de 2021.
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