Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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4/1/21

Presentación (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 1)

La Paz esté con vosotros, mis queridos hermanos.

Os habréis dado cuenta de que, una de las realidades más incómodas del ser humano es la de que vive, vivimos, nos pasamos toda la vida “entre Pinto y Valdemoro”, que diría aquel borracho mientras saltaba el arroyo que separaba los dos municipios madrileños, “ahora estoy en Pinto”, “ahora estoy en Valdemoro”; hasta que en medio de su borrachera, tropezó, cayó de bruces en el arroyo y mientras se recuperaba del susto, empapado de agua, se dio cuenta de que en ese momento estaba “entre Pinto y Valdemoro”.

Pues algo así. Yo no sé si las antiguas razas raíces que en el mundo han sido se dieron cuenta de ello; me refiero a los atlantes o a los lémures, si fueron conscientes de su doble naturaleza física y espiritual, pero nosotros, la raza aria, la quinta raza raíz, sí que somos conscientes de que vivimos entre estas dos naturalezas, la física o material y la álmica o espiritual. Y resulta que tomar conciencia y ser conscientes de esta doble realidad es lo mismo que reconocer que estamos en “tierra de nadie”, en zona desmilitarizada, en un limbo bastante incómodo, donde ni estamos totalmente integrados en lo material, como los animales y resto de la Naturaleza, ni tampoco estamos totalmente en estado espiritual.

Y, según las modernas teorías evolucionistas y la Teosofía, todo indica que en esta vida “algo o alguien” nos ha situado en tránsito, que procediendo de un estado plenamente material, “es como si…” nuestro vector témporo-espacial nos estuviera desplazando hacia un estado plenamente espiritual. Y lo que separa ambos márgenes del supuesto arroyo no lo es tal, sino que es un ancho río de aguas turbulentas, que obliga a un fatigoso tránsito entrambos. Y no tenemos un “puente sobre aguas turbulentas”. Hay que atravesarlo a pie enjuto, que se dice, sorteando todos y cada uno de los rápidos y saltos que nos pone la Vida delante de nosotros.

Es más, el propio río y la otra orilla nos resulta tan amenazador y desconocido, que solemos acobardarnos y preferimos permanecer toda la vida en la margen material de la Vida. Se está bien, hay muchas formas de distraerse en la margen material de la vida, mientras que el río, que además está envuelto en la niebla, nadie se atreve a decir qué hay en la otra orilla y ni siquiera si hay otra orilla. Así que preferimos vivir mal que bien en nuestra particular zona de confort, que se dice ahora; una zona de un confort “de aquella manera”, pues lo que nos depara la Vida en estos tiempos es una soberana distopía, que tampoco sabemos muy bien a qué nos conduce. Y los que han sabido abrir un poco los ojos, se dan cuenta de que mal futuro nos aguarda si permanecemos en esta orilla. Es como si se estuviera preparando una tormenta alucinante que amenaza con devastar todo el campamento en el que nos encontramos.

Es lo que hemos tratado, los autores del libro “Consciencia y sociedad distópica”(Ediciones Adaliz, 2020), de advertir al personal, que tenemos que prepararnos mental y espiritualmente a soportar la peor de las tormentas que el mundo ha experimentado. Nadie sabe si esta es o va a ser la tormenta final y perfecta o simplemente pasará y a esperar la siguiente; pero de lo que no hay duda es de que es descomunal y va a dejar laminado el paradigma de lo que hemos conocido como vida en este Planeta.

En cualquier caso, el río de aguas turbulentas está ahí, y algo en nuestro interior nos dice, nos impele, nos impulsa a cruzar ese río que en sí mismo es una incógnita, envuelta en una niebla oculta en un misterio, frase que he tomado de W. Churchill, en referencia suya a la URSS. Y algo nos impulsa a cruzar ese río, porque también algo nos dice que en esta orilla material ya está todo el pescado vendido, no da más de sí, para lo que es nuestra doble naturaleza, una doble naturaleza que se expresa por algo que hasta que nosotros no surgimos en la Naturaleza, no existía, la “inteligencia”, (inter-legere), poder elegir entre dos o más alternativas, de modo consciente.

Este don del que hemos sido dotados, nos pone en el disparadero de sentirnos un poco dueños de nuestra vida personal, de elegir entre quedarnos en la orilla física y material o adentrarnos en el río de aguas turbulentas que nos separa de la “otra orilla”, que aunque no sabemos cómo es, “algo” nos dice que está ahí, esperándonos.

Nuestra inteligencia ha tratado de escudriñar el río, pero a penas ha conseguido adentrarse en los primeros metros del supuesto río. Casi todo él es un misterio. Y sin embargo “algo” nos impulsa a cruzarlo; es ese “espíritu de la colina”, ese que impulsaba a los exploradores a preguntarse qué hay detrás de esos montes y a subir para averiguarlo.

El libro “Consciencia y sociedad distópica”, todo él es una advertencia sobre la dramática realidad que vivimos, excepto el último capítulo y la sutil atmósfera que todo él le cubre de esperanza. Hay una puerta de salida y, esa puerta se denomina “espiritualidad”; una espiritualidad que supone ese “algo” que nos está susurrando al oído continuamente que nos introduzcamos en el río de aguas turbulentas, que no tengamos miedo en transitar de lo físico a lo espiritual, que, al poseer ambas naturalezas, podemos sobrevivir a la travesía hasta conseguir alcanzar la otra orilla. Qué cierto es que el río viene muy crecido y agitado, que acaso podemos pensar que vamos a dejar Málaga para meternos en Malagón, viejo dicho castellano que significa que acaso “más vale malo conocido que bueno por conocer”; pero que merece la pena intentarlo.

Este es el objetivo de esta nueva serie, facilitar, orientar en el tránsito a la otra orilla, que en el fondo es el objetivo final del libro y de toda las iniciativas que nuestro buen amigo Emilio viene desplegando desde hace un montón de años, facilitarnos la apertura de nuestra consciencia, de intuir el más allá de esta orilla y facilitar las herramientas personales y espirituales para atrevernos a cruzar a ella, siendo conscientes de nuestra doble naturaleza, de que somos un conductor a los mandos de un coche, con el que tenemos que atravesar el río (bueno, quizás no sea un coche, sino una barca), que dejaremos abandonada en la otra orilla para iniciar un nuevo sendero en un ignoto mundo donde unos brazos amorosos nos están esperando.

Este proceso de tránsito de lo material a lo espiritual ha estado desde hace milenios basado en el fenómeno religioso, basado en “re-ligar” el espíritu humano tras su voluntaria emancipación de los brazos de Dios al haber hecho Eva caso a la serpiente parlanchina que le ofreció la puñetera manzana. Esto en el ámbito de las religiones del Libro, con nuestro común padre Abraham. En cualquier caso, todo consiste en un regreso a Casa, como si en el origen hubiéramos estado allí, en la Casa del Padre y por nuestra insensatez hubiéramos sido unos hijos levantiscos y rebeldes, como el hijo pródigo.

Pero no quiero entrar en estos detalles teológicos, porque lo que me interesa abordar es, sea cual sea el origen de este desastre de mundo y de vida en la que nos toca vivir desde que andábamos a dos patas, que vivimos una realidad distópica y que nuestro espíritu nos impulsa a un cambio radical de vida que está… en la otra orilla; acaso tras nuestra propia muerte o acaso tras un próximo giro copernicano de la propia Humanidad.

Esto nadie lo sabe, pero existen indicios razonables para pensar que los sucesos que está experimentando la Humanidad no tienen precedentes, y por pura aplicación de la teoría del límite, por la que una función matemática exponencial en el terreno físico tiene un límite tras el cual o estalla el sistema que la provoca o se amortigua convirtiéndose en función logística hasta alcanzar la estabilidad, estamos en el punto de casi no retorno entre el estallido final o la normalización; o probablemente lo hayamos superado ya. Esta es la tesis de “Consciencia y sociedad distópica”.

Una vez concluida la serie “Visión sistémica del mundo”, comentamos Emilio y yo, la posibilidad de continuar con una serie “post-sistémica”, cubierto (supongo) el objetivo de aportar una visión objetiva y global de la realidad que nos rodea, aplicando el pensamiento sistémico a los diferentes aspectos más relevantes de la actual realidad y que recoge el libro. La realidad descrita es básicamente física, material y podríamos seguir (perdón por la expresión) “abundando en la mierda” de los múltiples aspectos de la distopía usando el método sistémico, pero creo que es conveniente abordar un nuevo enfoque, que todos conocemos de una forma o de otra, pero que también ofrece múltiples matices que pueden aportar motivos de reflexión y meditación, el tránsito de lo físico a lo espiritual, la física del espíritu o el espíritu de lo físico.

La idea me vino recordando dos libros, para mí de culto, que leí hace muchos años, uno es “El Tao de la Física” de Fritjof Capra (astrofísico austríaco) y el otro “La danza de los maestros de Wu Li” (física en Chino) de Gary Zukav (periodista norteamericano evolucionado a exponente espiritual). En realidad, Wu Li es según la sabiduría oriental, la consciencia global. Es decir, cuando dos aspectos críticos de la vida humana que han estado tradicionalmente dándose la espalda, resulta que en el extremo de ambos se unen para fusionarse en un Todo, para enfado de los fanáticos de lo físico solamente y de lo espiritual también solamente, el ser humano simplemente se enfrenta de bruces con el infinito, con el misterio total, donde la Tierra se une con el Cielo, donde todo, absolutamente todo tiene sentido, porque la mente y el espíritu rompen la artificial barrera que los ha mantenido separados desde que habitamos la Tierra y simplemente, “se hace la luz”.

Los que sólo admiten lo físico, quedan confinados en lo que se puede medir y comprender mediante el diseño de modelos mentales, como hemos visto en la “visión sistémica del mundo”, pero no pueden volar hacia lo inefable; son demasiado densos, demasiado pesados. Los que sólo admiten lo espiritual se evanescen como el Ciprés de Silos, son “chorros que a las estrellas casi alcanzan, devanados a sí mismos en su loco empeño”.

Es por eso que Jesús de Nazaret era tan concreto, tan físico, que para explicar el Reino de los Cielos acudía a lo físico de sus parábolas, a historias de la vida diaria, que todo el mundo conocía y entendía. Jesús fue, en cierto modo un “antifilósofo”, no se enredó en explicar alta teología que luego, con el trascurso de los siglos, los teólogos han formado un laberinto teo-filosófico que sólo ellos entienden. No. Él se centró en poner ejemplos sencillos y sobre todo, en el ejemplo de su propia vida, como cuando fueron los discípulos de Juan el Bautista a preguntarle si era Él el Mesías o tenían que esperar a otro. Él les dijo, “decidle a Juan lo que habéis visto, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios…”. Es decir, no les explicó su destino en lo Universal, sino simplemente ver las obras que Él hacía. Es decir, la pura expresión física de lo espiritual o, en otras palabras, el Amor por Él derramado.

Como quiera que el tránsito que estamos llamados a realizar absolutamente todos los seres humanos es desde lo físico a lo espiritual; para que ambos mundos, ambos estados del ser humano se conviertan en uno solo, le propuse a Emilio tirar por este camino, allanarlo, tratar de facilitar ese proceso de transformación integral, con el objetivo final de formar parte de la Nueva Humanidad que saldrá tras la anunciada Gran Tribulación. Facilitar la recarga de las lámparas de aceite de las vírgenes en espera de la llegada del Novio.

Y no pretendo convencer a nadie de nada; no deseo hacer proselitismo de nada, porque cuando Jesús advirtió su famosa sentencia “porque tuve hambre y me disteis de comer”, también llamada la redención de los ateos, dejó claro que la salvación no consiste en abrazar esta o aquella creencia, sino en vivir haciendo en bien, amando, sirviendo y perdonando. Por lo tanto, no nos obcequemos con las ortodoxias doctrinales. La cosa es tan simple como amarnos los unos a los otros y siguiendo el ejemplo de cómo Él amó a los suyos y a nosotros. Y acaso al final, al invitarnos Él a entrar en su seno, nos asombremos de cómo ha sido eso, de a quién dimos de comer…

Mirad. Yo me considero “cristiano de frontera”, es decir, con un pie dentro de la comunidad católica, pero con otro fuera, porque me preocupa el resto de la Humanidad, aquella que se pregunta ¿cuándo te vinos hambrientos y te dimos de comer? Esta frontera, este muro es el que quisiera derribar, o al menos hacerle un agujero para poder atravesarlo; un muro que no lo ha levantado Jesús de Nazaret, sino sus seguidores y los que se han constituido en los líderes de los creyentes; un muro levantado para proteger a los elegidos de los infieles del mundo; un muro que ha conseguido separar al mundo con un mismo Dios, como han hecho las demás religiones mutuamente excluyentes.

Para todos ha de ser la invitación a cruzar el río de aguas turbulentas, para todos ha de ser ese puente sobre el río, esa mano amiga a la que agarrarnos para no tener miedo a cruzarlo, para alcanzar la otra orilla, no sólo para los que se consideran elegidos.

Ese puente sobre las aguas turbulentas del río de la Vida es el mensaje de Jesús, Jesús mismo, la Filosofía perenne, la Sabiduría Oriental y en general, todas aquellas filosofías de vida que allanan el camino hacia la virtud, hacia la paz y hacia la vivencia del Amor incondicional.

La comunidad cristiana acaba de celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús. Los cristianos creemos en Jesús como el avatar de Dios encarnado que prefirió, en vez de transmitirnos mensajes elevadísimos a través de sus profetas, como lo había hecho hasta entonces, prefirió dejarse de tonterías y encarnarse para decirnos ¿veis cómo yo, Jesús he vivido? Pues haced lo mismo y os irá bien. Os irá bien. ¡Ya está! No hay más que decir, no hay más que razonar ni que filosofar. De los ene-mil preceptos judíos pasó a uno solo, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Esto, que lo entienden los niños, a nuestra inteligencia le parece casi un desprecio a sí misma y preferimos enredarnos en altas filosofías y teologías, en exégesis y retorcidas hermenéuticas para tratar de comprender qué nos quiere decir Jesús con esto o con aquello. Y otra vez lo mismo, hace falta hacer una carrera de diez años para predicar (con sello profesional), un mensaje tan sencillo como “amarnos los unos a los otros”. ¿Qué hay de complicado en hacer el bien? Pues que pensamos que no puede ser tan sencillo, si hace falta estudiar años de teología para comprenderlo. Y vuelta la burra al trigo, complicados códigos canónicos y demás artificios teológicos, cuando sólo hace falta mirar la vida de ese hombre, al que mataron por hacer el bien, y hacer lo mismo que Él hizo y vivir a semejanza de cómo Él vivió.

No estoy haciendo propaganda del catolicismo, sino del cristianismo, una fe que oficialmente no existe porque la han atomizado a base de cismas y a través de luchas intestinas en múltiples ritos, el católico, el protestante con sus cientos de sectas, el ortodoxo, el copto, el maronita, el armenio… etc. Hago propaganda de un hombre, que los cristianos creemos que ha sido y es el avatar de Dios, o Dios encarnado, que nos mostró un Camino, una Verdad y una Vida tan sencilla para las almas sencillas como complicada para las complicadas y retorcidas. Así que nadie se preocupe, que no intento barrer para casa; sólo pretendo dar claves de meditación para pasar de lo físico a lo espiritual, para cruzar el río de aguas turbulentas y un “know how” que han enseñado y practicado tantos grandes hombres y mujeres en este mundo, basado en la Gran Regla de Oro “no hagas al otro lo que no quisieras que hicieran contigo”. O trata a los demás como quisieras que a ti te trataran.

Así que intentaremos tratar con igual simpleza la vida del espíritu, como la intimidad de la materia, la mística como la materia oscura del Universo. No hemos de ser unos especialistas ni en lo uno (la mística) ni en lo otro (la cosmología). Simplemente hemos de saber ver la vida con la misma candidez con la que…

“Una chica enamorada, pero dormida, espera ser despertada con el beso de su Amado.”

Cuando estés abrumada
y te sientas insignificante,
cuando haya lágrimas en tus ojos,
yo las secaré todas;
estoy a tu lado.

Cuando las circunstancias
sean adversas
y no encuentres amigos,
como un puente
sobre aguas turbulentas,
yo me desplegaré...
Como un puente sobre aguas turbulentas,
yo me desplegaré.

Cuando te sientas deprimida y extraña,
cuando te encuentres perdida,
cuando la noche caiga sin piedad,
yo te consolaré,
yo estaré a tu lado.
Cuando llegue la oscuridad
y te envuelvan las penas...
como un puente sobre aguas turbulentas
yo me desplegaré.

Navega, muchacha plateada... navega...
ha comenzado a brillar tu estrella,
todos tus sueños se verán colmados,
mira cómo resplandecen.
Si necesitas un amigo,
yo navego tras de ti.
Como un puente sobre aguas turbulentas,
aliviaré tus pensamientos.
Como un puente sobre aguas turbulentas...
aliviaré tus pensamientos.

https://www.youtube.com/watch?v=pAQMNRQqh0Y

“El puente sobre aguas turbulentas”. Simon & Garfunkel

Plan de la serie

Si os digo la verdad, no tengo un plan, como tenía cuando inicié la serie visión sistémica del mundo; sabía qué quería transmitir. En este caso, realmente no sé qué voy a ir escribiendo en las sucesivas entregas. Es como el Camino de Santiago, cuando lo recorres por primera vez, aunque tengas mapas y guías de la ruta, hasta que no recorres cada una de las etapas, no tomas consciencia de lo que es el Camino. Incluso, como nos dijo el cura de Nájera, “la pregunta no es por qué voy a hacer el Camino, sino lo cuando has terminado, preguntarte y averiguar por qué lo has hecho”.

Pues esto es igual, sólo sé que estoy dispuesto a recorrer con vosotros un camino, de lo físico a lo espiritual, pero sólo podré responder, al terminar, por qué lo he hecho.

La Paz esté con vosotros; Namasté; Shalom; As-Salaam-Alaikum.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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