“Querer ser libre, es ser libre”
Ludwig
Börne. Escritor alemán (1786-1837)
“No creáis en nada simplemente porque lo diga
la tradición, ni siquiera, aunque muchas generaciones de personas nacidas en
muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada
por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en
nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en
lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que
Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras sólo porque
ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed
únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y
aceptado después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la consciencia”
Buda.
Fundador del budismo. (563 AC-386 AC)
Treinta minutos después estaban a bordo de
una Bücker; un biplano de doble cabina, hélice de doble pala, y motor de
setecientos veinte caballos de potencia rugiendo a dos mil revoluciones por
minutos. Juntos, permanecían en la cabecera de la pista uno seis
izquierda.
Pal realizó el chequeo final antes de que
partieran hacia rumbo, aún, desconocido. El Cadete-alumno que ocupaba, como
mandan los cánones, el receptáculo delantero, se conformaba con la inoperancia
esbozada de su desaliento; aburrido y casi aletargado, mostraba una aptitud
indolente e inoperante.
A su edad y experiencia, había que añadir
la humillación de tener que cabalgar en un trasto como ése: una antiquísima
avioneta diseñada para la enseñanza. La situación enunciaba algo grotesco,
torpe, banal, ridículo y absurdo. Lo cruel era que no podía salir del maldito
sueño, en el que parecía estar atrapado. Volver a los inicios del vuelo
constituía una bofetada muy dura que no encajaba con aplomo.
Absorto, sin atender a los procedimientos
pre-vuelo, perpetuaba una mirada ida en el interior de la cabina, que
exquisitamente limpia, sólo era adornada por cinco ridículos instrumentos: un
manómetro de temperaturas para el motor y el aceite, un rudimentario indicador
de giros, una brújula, un altímetro, y algo que parecía acoplado a ultima hora:
una miniatura de aguja que mostraba las revoluciones del motor de forma muy
oscilatoria. Un equipamiento demasiado elemental.
La voz de Pal interrumpió cortando la
visualización.
-
¿Listo para el despegue?
¿Qué si estoy listo? Volaría mejor solo
que con esta instructora, pensó, aunque no se atrevió a decirlo. Esto no va a
ser un despegue, sólo parecerá que estamos jugando con aviones de papel.
Él estaba acostumbrado a tener delante
pantallas digitales y ordenadores de navegación que mostraban multitud de datos
con secuenciadores para el establecimiento de parámetros que coordinaran el
vuelo, así como GPS, orbitales inerciales, fluctuadores lumínicos, aparatos, en
definitiva, donde latitudes, magnitudes y longitudes se manifestaban con sólo
tocar algunos botones o rozar las pantallas táctiles. Estaba acostumbrado a
volar alto y rápido. Estaba acostumbrado a ser un cohete con un reactor de
combate. Sin embargo, ahora, permanecía introducido en un obsoleto cacharro de
doble ala que no podía escalar mucha altura con una velocidad máxima de crucero
que no superaba los trescientos kilómetros por hora. Supuso que el vuelo iba a
ser mortecino.
-
Sí, lo estoy – proclamó con
desprecio y pesar.
-
No seas deprimente. Pronuncia con ánimo – Dijo Pal –. Disfruta
del vuelo.
-
Eso será si éste trasto despega.
La risa contagiosa de Pal llegaba a través
del hilo conductor del interfono, provocando un leve movimiento de labios en su
estudiante, quien terminó por adoptar una actitud algo benévola.
- Te agradecería que procedieras con las
comunicaciones, Jano, el avión es todo
tuyo ¿Entendido? Todo, y, solo tuyo.
-
Torrecita de Nairda – solicitó con descaro y desprecio –, aquí “súper-súper” Bücker tres cero tres,
listo para despegue.
- Tres
cero tres, viento en calma. Proceda. Autorizado despegue. Pruebe a volar sin
alas – contestó la controladora echando candela al exabrupto emocional
incalificativo.
-
Entendido. Comprobemos si este cacharro no necesita un bastón para remontar
y tienen que venir a recogernos en mitad de la pista – despotricó con descaro desafiante.
Aun mofándose sarcásticamente, Jano
impulsó la palanca de gases hasta el fondo soltando los frenos al mismo tiempo.
La avioneta se encaminó con suavidad hasta el inicio de la uno seis izquierda,
y se enderezó con elegancia, enfilando su cuerpo gris plateado hacia un vacío
desconocido que la vista, aún, no percibía. La velocidad, para su sorpresa, se
incrementaba gratamente con rapidez. Sin duda el motor debía estar trucado o
rectificado proveyéndole de alguna impulsión especial.
La cola empezó a subir permitiendo que la
total extensión de la pista pudiera divisarse con claridad. Se mantenía
derecho, rodando a más de ochenta nudos sobre la línea amarilla discontinua que
marcaba el centro. Jano comenzó a experimentar una sensación olvidada: el
viento golpeando la cara era un aliciente de excitación que no podía
disfrutarse dentro de una cabina cerrada. El zumbido producido al penetrar el
elemento gaseoso, por los resquicios del copit, y el que perciben los oídos,
pese a estar protegidos por los cascos, era algo también agradable, fascinante,
embriagador.
De golpe un ruido dejó de ser percibido.
Las ruedas habían desechado el contacto con el cemento negro por el que corrían
extenuadas. Estaba en el aire, subiendo con un ángulo de más de treinta grados.
Jano calculó, con independencia del registro del altímetro, que habían
escalado, en pocos segundos, dos mil pies de altura; todo un record para éste
antediluviano con alas.
La velocidad disminuía lentamente. Era
lógico tras el esfuerzo considerable. En breve habría que enderezar el morro y
estabilizar la nave. El motor, pese a parecer fresco y nuevo, no se merecía un
rendimiento excesivo sin necesidad.
Dos minutos más tarde toda la potencia
estaba siendo exprimida al máximo. La velocidad seguía decreciendo. En
cualquier instante podrían entrar en pérdida. Pese a ello, era algo sin
importancia pues la altura conseguida otorgaba un margen de maniobra excelente
para cualquier recuperación. En poco tiempo había alcanzado una cota superior a
los ocho mil pies.
Miró de reojo a la derecha y hacia atrás.
Podía ver a lo lejos el aeródromo. Realmente era inmenso. No sabía que tuviera
tres pistas de aterrizaje. Dos en paralelo y una cruzada casi en perpendicular.
La multitud de los hangares era un hecho incuestionable. Y lo más sorprendente,
es que, pese a la distancia que le separaba, podía distinguir en tierra la
silueta de muchísimos aviones. ¿Para qué tantos?... Otra cuestión a resolver,
pues en las escasas horas que llevaba instalado no había visto un alma, aparte
de la de Pal y Pitt, si es que ellos la poseían… ¿Y dónde estarían el resto de
los alumnos, si es que existían?
El ruido del motor estaba cesando, se
hacía algo más sordo. Era la señal evidente del máximo rendimiento al que podía
seguir rugiendo aquellos increíbles caballos de poder con ese ángulo de
ascenso. O Pal disminuía, o llegaría lo inevitable, se dijo. ¿Qué pretendía?
Esto no es una clase elemental de vuelo; es sólo el regodeo de una niñata, con
galones de Coronel, intentando machacar un obsoleto aparato al límite. Tendría
que poner fin a esta historia sin sentido antes de que desmembrara toda la
estructura de la Bücker.
- Pal, ¿hasta cuándo piensas continuar? ¿No te
das cuenta del peligro en el que nos estás colocando? Puedes destrozar el
avión.
No hubo respuesta. El silencio en sus
auriculares se confundía con el ya apagado murmullo que del motor rezumaba
rozando lo exhausto.
-
Pal, contesta, dime algo. ¿Acaso pretendes matarme otra vez? – De pronto
se dio cuenta del sentido del humor que estaba desarrollando, y que en realidad
aquella excitación le estaba divirtiendo –. Pal, o paras el ascenso o lo haré
yo.
De
nuevo la respuesta fue idéntica. Tan sólo se le ocurrió mirar hacia atrás;
quizá no hubiese comunicación interna. Podían estar fallando los auriculares de
ella o el micro de él. La vista fue aún más sorprendente que la anterior. El
aeródromo seguía a lo lejos, desdibujándose. Pero lo peor fue no encontrar a su
instructora en el asiento de mando. ¿Dónde estaría? ¿Qué había pasado? Esto no
podía estar ocurriéndole. No, no a él. ¿Y si se hubiese agachado? ¿Le estaría
gastando una broma? Sería mejor mantener la compostura e intentar de nuevo la
comunicación.
-
Pal, ¿me recibes? – el silencio
se repetía como respuesta, pero insistió –. Pal, contesta – de nuevo era ignorado.
Volvió a mirar hacia la cabina trasera. No
había nadie. De pronto el avisador de perdida empezó a sonar. El avión iba a
desplomarse. Asió la palanca de mando con rapidez. No quería perder el control
de la nave. Pero no pudo evitarlo. Era tarde. La Bücker se desmoronaba entrando
en barrera. Había perdido el gobierno total del vuelo. Retiró gases, tiró de la
palanca hacia sí, y metió todo el pedal en el sentido del giro en que se había
iniciado el avión. Era la única forma de recuperarlo. Tardaría más o menos,
pero terminaría dominando el aparato.
-
¿Me recibe tres cero tres?
Por si faltaba algo, ahora Pal incordiaba
con su tardía respuesta. Con todo aquel bailoteo no encontraba el botón del
intercomunicador. Estaba girando y girando. Aquello no parecía terminar.
Además, no llevaba paracaídas. Eso le puso aún más frenético, pero alcanzó a
pulsar la tecla de audio.
-
¡Maldita seas! ¿Dónde estás instructoras de pacotilla? – gritó con ira.
-
En tierra. Concretamente en la Torrecita de Nairda como tú,
grotescamente, la llamas. Vigilando tu vuelo, observando que con alas tampoco
sabes volar – respondía Pal sin inmutarse, mofándose con denuedo.
-
¿Qué haces en la torre? O mejor ¿Cómo narices has llegado hasta ahí? ¡No
te he visto saltar!
-
Ventajas de ser instructora – manifestó con sorna –. Bien, Jano, ya he
escuchado tus llamadas ¿Quieres
respuestas o soluciones?
No podía creerlo. En medio de una
emergencia sólo se le ocurría plantear un jueguecito filosófico.
-
¿Cómo? ¿Acaso no es lo mismo? – exhaló empapado en sudor. Asombrado de
entrar al quite.
Él sólo quería salir del embrollo en el
que ella le había metido. El altímetro había dejado de indicar, no podía saber
a qué altitud se encontraba, ni cuántos metros descendía por minutos; aún
menos, calcular cuánto tiempo le quedaba para estamparse contra el suelo.
Estrellarse dos veces el mismo día era el colmo, y un lujo que no iba a
permitirse.
-
Repito, ¿Quieres respuestas o
soluciones?
-
Lo que sea con tal de terminar esto que está durando demasiado. Creo que
estoy metido en una barrena plana de la que no pueda salir.
-
Entonces querrás una solución ¿No?
-
Sí, ¡maldita sea! – Gritaba ordenando, suplicando –, ¡dame la solución
de una vez!
-
Bien. Primero no pienses en matarte;
ya no vives, por tanto, olvida eso que, ya, no es un problema – esto le
produjo a Jano un momentáneo shock –.
Segundo, estás pisando el pedal equivocado, el avión gira en ese
sentido. Y tercero: inclina la palanca hacia delante, e introduce gases a fondo.
Esto último le asombró más. Había hecho
justo lo contrario a los procedimientos. Erró en lo más básico que se enseña a
cualquier principiante. Ejecutó las acciones exactamente al revés.
La Bücker, con suavidad, reaccionó.
Recuperaba su compostura girando por última vez a babor. Luego, se mantuvo en
un curso fijo elevándose hasta nivelar. Y cuando estuvo a una buena distancia
del suelo redujo los gases a la mitad. De nuevo el control estaba en sus manos.
Llegó el momento de mirar a ambos lados buscando alguna referencia que le
indicara dónde se encontraba Nairda.
-
Tres cero tres. ¿Me recibe?
-
Sí. Alto y claro. ¿Puedes indicarme cuál es mi posición? No encuentro el
aeródromo, ni referencias para poder regresar – indagó recuperando cierta
parcela de serenidad.
-
Vire a uno siete cero y mantenga rumbo durante diez minutos,
aproximadamente. Tiene viento cruzado de veinte nudos desde el Este. Corrija la
deriva, no sea que se pierda.
-
Recibido. Lo haré. Pero… ¿podrías decirme por qué has permitido que
ocurra todo esto?
-
Tres cero tres, es su forma de
volar, a lo que usted llama pilotar, cosas obviamente distintas.
No podía dar crédito a lo que acababa de
escuchar. Encima tendría que cargar con la culpa. No, por ahí no podía ni iba a
tragar. Ella había provocado ese ascenso hasta el límite, lanzándose en
paracaídas, dejándole sólo; estaba seguro de que ésa fue la jugada.
-
Mira Pal, estés donde estés, has sido tú quien me has conducido a la pérdida,
y luego me has abandonado.
-
Tres cero tres, crea lo que le digo, y entienda que lleva un día algo
duro, y especial; con muchas vivencias y sensaciones extremas. Le dejé en
cabecera de pista cuando le pregunté si estaba listo y que el avión era todo,
y, solo suyo. El resto lo ha hecho usted, aunque no lo recuerde. Ha despegado y
subido hasta provocar la barrena. Ésa, es su forma de volar.
-
Eso es imposible. Tú estabas en la cabina, yo lo vi.
-
Tres cero tres, créalo, todo lo ha hecho usted. Tranquilícese. Mantenga
el rumbo dado, procure calmarse y disfrutar del vuelo. Serénese. Y cuando
vuelva a contactar, hágalo en la frecuencia 122.0. Deme enterado, por favor.
¿Qué contestar? Pensó. Me está tomando el
pelo una y otra vez. Será mejor que aterrices, se convencía, y duermas un buen
rato. De seguir así vas a terminar desquiciado, además de muerto.
-
Entendido. Corto – afirmó secamente.
Durante el tiempo indicado para la
finalización del vuelo restringió la mezcla del carburante de acuerdo a la
altitud que mantenía según su estimado cálculo visual. Realizó la corrección
con respecto a la velocidad y dirección del viento. No quería, bajo ningún
motivo, perderse; eso sería hacer un completo ridículo.
Lo que no podía comprender es cómo había
podido alejarse tanto de Nairda. Si había estado ascendiendo durante no más de
quince minutos, con un ángulo tan ceñido, lo lógico sería encontrarse en las
inmediaciones. Y con la excelente visibilidad reinante debería localizarse
perfectamente algún rastro, aunque lo único que se percibía era un manto verde
de campos en cultivo, algún que otro riachuelo, y varios caminos de tierra.
Los teóricos diez minutos previstos, para
visualizar Nairda, se concluyeron hacía media hora. No quería ni pensar que
había vuelto a errar. ¿Dónde estaría? ¿Había introducido las correcciones
oportunas? ¿Tendrían razón en que debería tomar clases de vuelo?
El cielo persistía despejado, pero pudo
contemplar como la luz iba disminuyendo. El ocaso estaba pronto a caer y aquel
nuevo día, de ésa… no sabía aún si denominar “nueva vida”, iba a concluir, por
fin, con acierto o desventura.
Sumido en mantener la Bücker recta y
nivelada, seguía explorando el terreno; aunque nada halagüeño percibía. Fue
entonces cuando Pal se interpuso entre sus pensamientos.
-
Tres cero tres. ¿Me recibe?
-
Aquí tres cero tres – contestó sin atreverse a transmitir su estado de
desesperación con respecto a su posición –, alto y claro, espero instrucciones.
-
Tres cero tres, en breve deberá ver, al oeste, lo que es el cráter de
Ís. Es una inmensa extensión de terreno hundida que forma un círculo casi
perfecto. En concreto, es una grandísima corona circular. En su centro hay una
altiplanicie de igual forma con una pista de tierra en el centro. Será como
aterrizar en un portaaviones. Diviso su aparato desde mi posición. Aterrice. La
cena está preparada.
Buscó en esa dirección, pero apenas podía
divisar tal descripción. El sol, despidiendo lo que de día quedaba con sus
rayos aletargados teñidos de rojo sangre, provocaba un efecto neblina con la
notoria disminución de visibilidad.
-
Entendido. Corto hasta estar en las inmediaciones.
Imaginó que ella tendría la posibilidad de
divisarlo desde tierra, dado que tal resultado solar no afecta desde el suelo.
No obstante, corrigió el rumbo diez grados apuntando el morro hacia la posición
indicada. Era evidente que su instructora le había guiado a otro destino sin
advertencia previa, algo que le producía una gran irritación en su ser. Se
sentía engañado, vilipendiado. Recibió instrucciones, según entendió, para
regresar, no para emprender un viaje a otro lugar desconocido; además, lo había
hecho sin atender a la cuestión de que le era inhóspito el lugar y que no
portaba cartas aeronáuticas.
-
Tres cero tres. Debe ver la pista. Está muy cerca. Acabo de encender las
luces de la misma.
-
Aquí tres cero tres. Desde mi posición todo parece similar. ¿Puede darme
alguna indicación?
Estaba confundiendo los colores con las
sombras que, desde el fondo, algunos picachos proyectaban al ocultar el astro
solar.
-
Descienda y podrá visualizarlo.
Lo hizo entrando a formar parte de la
penumbra, y, justo entonces, percibió la doble hilera de luces azules que
marcaban la pista.
-
Tres cero tres ¡Lo distingo! Viro para entrar en final y procedo al
aterrizaje.
-
Entendido tres cero tres.
La descripción que le había sido perfilada
no se podía definir con la escasa luminosidad. Sólo acertaba a distinguir un
gran contorno circular, muy oscuro, y, en su centro, otra parte algo más clara
donde tendría que posarse lo antes posible si no quería hacerlo totalmente a
ciegas.
Estaba deseoso de llegar. La jornada había
resultado ser un conjunto de incidentes que prefería no calificar. Sólo quería
llegar, tomar una buena ducha caliente, cenar, y dormir.
Calculó unos doscientos metros para tocar
tierra. Bajó los flaps para no aumentar la velocidad y mantuvo el motor en
revoluciones. No quería arriesgar. Prefería entrar con una velocidad alta, a
quedarse sin potencia. Tampoco conocía
la pista, y su sentido común aconsejaba prudencia; más si era de tierra,
superficies a las que no estaba acostumbrado.
- Tres
cero tres. Proceda al descenso con cuidado. Tanto el inicio como el final de la
pista empieza y termina en un pronunciado acantilado de más de setecientos
metros de profundidad.
¡A buenas horas comunica eso! se dijo. Esa
chica le encrespaba los nervios.
El sol se había despedido por completo, la
visibilidad era casi nula. ¡Ahora! se ordenó, procediendo con sus intenciones.
Las luces pasaban demasiado rápido, se estaba quedando sin pista. Era algo que
no había calculado. Entraba con exceso de velocidad. Si impulsaba la palanca
hacia delante podría tocar de golpe, estampar la hélice contra la tierra y
capotar. Debía evitar cualquier fallo. No más accidentes. Era algo que no se
podía permitir, mucho menos delante de su nueva instructora, eso sería una
humillación difícil de olvidar.
-
¡Aborte! ¡Aborte! Aborte la maniobra tres cero tres, se ha quedado sin
pista – la voz de Pal era apremiante a la vez que autoritaria –. ¡Al aire, al
aire, al aire! Vuelva al aire e inténtelo de nuevo. ¡Aborte! ¡Aborte!
Jano no contestó. Apenas quedaban un par
de luces por rebasar y las ruedas rozaron con suavidad lo que debía ser el
final. Lo curioso es que no rebotó. Siguió en un descenso débil y ligero. Miró
atrás. Las azules luces habían desaparecido. Entonces entendió que estaba
descendiendo en aquel anunciado acantilado de más de setecientos metros. Lo que
no sabía, e importunaba, era el desconocimiento de la distancia hasta el otro
extremo de la depresión.
-
Tres cero tres ¡Suba, suba! Se ha hundido en el cráter, debe subir o se
estrellará. ¡Suba, suba!
No se tomó la molestia en responder. Ya
tenía suficientes preocupaciones como para inmiscuirse en fórmulas de cortesía.
Bien sabía lo que le estaba ocurriendo. Tiró de la palanca hacia sí, hasta el
tope. Ahora, sólo quedaba esperar. O los setecientos caballos de potencia lo
emergían de aquel oscuro pozo, o se vería de nuevo con el escarmiento de un
nuevo desastre aéreo. ¿Sería una nueva muerte? ¿Pasaría a otro plano donde
tendría que aprender a montar en patinete o volar con aviones de papel? Si
fuera así sólo esperaba que allí no estuviera la rubita de Pal.
El avión reaccionó con prontitud e inició
un giro suave a derecha. De nuevo podía divisar las salvadoras franjas azules
atrás; eran su única referencia visual ostensible. Respiró con tranquilidad,
recuperando el aliento. Esta vez no cometería el mismo error. Enfilaría con la
mínima velocidad de sustentación. No quería volver a correr el mismo riesgo. Y
aunque nadie pudiera contemplar aquello en medio de la oscuridad reinante, se
sentía tremendamente defraudado consigo mismo.
-
Bien tres cero tres; esta vez realice la aproximación final a menos
velocidad o se volverá a tragar la pista. Puede hacerlo, ánimo.
Una vez más no quiso darle pábulo en
réplica. Sólo quería verla para estrujar su cuello hasta dejarla sin
respiración. No, no señor, eso no se le hacía a él. Esas no eran maneras de
enseñar nada. Sin cartas de navegación, sin plan de vuelo, sin instrucciones
precisas. Se sentía un guiñapo en manos de una rubia caprichosa; de una
estúpida con galones. Estaba defraudado, cansado, angustiado y hastiado.
Giró de nuevo para enfilar su destino, si
es que lo tenía. De nuevo flaps abajo, potencia al mínimo, ciento ochenta de
altitud… Esta vez entraría rozando o se estamparía definitivamente, pero no
volvería a realizar ningún intento de aterrizaje. Su orgullo decidió acabar con
lo que fuera que fuese esa nueva forma de vida estrellándose o empezaría a
hacer las cosas a su manera. Se acabaron las órdenes insultantes e inoperantes
de la rubia mocosa.
Las primeras luces acababan de pasar.
Retiró toda la palanca de gases. La Bücker reaccionó obedeciendo, dejándose
caer sin impulso, con suavidad, hasta tocar con energía placentera lo que esa
noche iba a ser, sin ser advertido nuevamente, su albergue y descanso.
Finalmente aplicó con fuerza los frenos que pronta y eficazmente reaccionaron.
-
Tres cero tres, de la vuelta y reconduzca el aparato. Encontrará una casa
de madera a mitad de pista. Dentro tiene su cena. Puede poner la estufa si la
necesita. Le veré al amanecer, he de regresar y traer combustible. Que pase una
buena noche.
-
¿Cómo dices? No pretenderás dejarme aquí tirado, ¿verdad?
-
Tres cero tres. Léase la primera página del libro antes de dormir.
Mañana le será muy útil.
¡Esto suponía el súmmum de la
irracionalidad y la incoherencia! Le hacían navegar hasta el final de ninguna
parte dejándolo abandonado como a una vulgar colilla.
-
Pal – espetó con acritud y rabia, mientras giraba el aparato a la
izquierda metiendo gases y pisando el pedal del mismo lado, al instante que
podía verificar cómo las luces de los faros de un vehículo desaparecían de
golpe por lo que debería ser un camino –, esto no quedará así. Vas a tener que
darme muchas explicaciones cuando regreses.
-
De acuerdo tres cero tres – contestaba con sorna –. Lo dejaremos hasta
ese momento. Ahora reponga fuerzas, descanse y prepárese. Mañana puede ser un
día muy excitante.
¿Para qué contestarle? Parecía absurdo
dialogar con ella. Se resignó. Paró el motor, y descendió exhausto.
Posdata:
En el artículo del día 1 de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre. III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que, con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas (Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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