El Muro de Pink Floyd, o la Caverna de Platón. El significado es el mismo, algo que divide dos escenarios, uno es en el que vivimos y el otro es el que no vivimos y “algo” nos dice que está más allá.
Decíamos, que la
Teoría de Sistemas se basa en un principio que es casi un axioma. La realidad
está ahí, fuera de nosotros, inaccesible y lo único que podemos hacer para
comprenderla, para movernos y manejarnos dentro de ella es captar las señales,
la información que penetra por nuestros sentidos y elaborar cada uno de
nosotros, nuestros particulares “modelos mentales” con los que llegamos a la
conclusión de que el mundo, la realidad, “es como…” un conjunto de variables,
unas pocas, que hemos seleccionado de entre las miles o millones que la
conforman, que parecen estar relacionadas entre sí, y parece que se comportan
de una determinada manera.
Si ese fuera el
proceso que desarrolláramos para comprender la realidad, pues está bien, pero
sabemos que no es así, que los modelos mentales sobre la realidad nos son impuestos,
inyectados, por la educación. Así que como los niños del Muro, salimos de la
escuela de la infancia “programados”, constituyendo al final, también nosotros,
“another brick in the Wall” (otro ladrillo en el muro), para la
siguiente generación.
No hemos tenido que
esperar a Pink Floyd para comprender esta triste realidad de esa programación
neurolingüística que nos levanta una frontera entre aparentemente dos mundos,
el nuestro y el otro, nosotros y los otros, este mundo y el otro, yo y lo que
me rodea. Y etc., etc.
El espíritu de la colina
Es aquel impulso
surgido de las tripas que impulsó al ser humano a preguntarse qué hay más allá
de “esa colina” que me parece tan alta que me impide ver lo que está detrás.
Así que ese impulso, esa pregunta, le movió a caminar, explorar, superar la
colina para descubrir un nuevo valle, un nuevo horizonte. Y así, poco a poco,
tras miles de años, el hombre conquistó la Tierra.
Este impulso lo
tenemos todos en nuestro ADN. Es nuestro afán de conocer, de comprender, acaso
de sentirnos unidos a lo que ven nuestros ojos y ello nos impulsa a movernos en
ese afán de descubrir lo que se oculta a la vista.
La cuestión es
preguntarnos quién ha colocado ese muro ante nuestros ojos. Porque el Muro es
una inmensa obra de ingeniería psicológica que de alguna forma se contradice
con la idea de Creación, de Universo (uno y lo que gira en rededor, todo es
uno). Así que, partiendo de lo físico, nos encontramos que el mundo físico está
lleno de barreras, de muro que separa unos mundos de otros, unas realidades de
otras, lo conocido de lo desconocido. Y ese “espíritu de la colina” ante el
Muro, nos surge la nausea de sentirnos aislados de lo que está más allá, nos
incita a tratar de superarlo.
Desde nuestros
orígenes naturales, también llevamos impreso en nuestro ADN ese instinto de
ataque – defensa, que nos incita a atacar para adquirir bienes para vivir y
defendernos de los que quieren vivir a nuestra costa. Es un instinto animal de
ataque y de huida o de protección “detrás de un Muro que nos proteja”.
Así que el Muro, la
muralla de la ciudad, del castillo, es un sistema de defensa ante un peligro
que nos amenaza. O un obstáculo que nos impide avanzar hacia algo que no
conocemos y que nos interroga qué habrá detrás de la colina, del muro, de la
valla.
Muros cóncavos o convexos; o lineales
El Muro puede ser
cóncavo, es decir, un muro que nos encierra dentro de un confinador como para
defendernos de “algo”; o convexo, que nos separa de una fortaleza, de “algo”
por conquistar, por conocer. O también puede ser o, podemos verlo como lineal,
es decir como una separación entre dos escenarios ilimitados, que tanto a
derecha como a izquierda no se le ve el fin.
El muro cóncavo nos induce un sentimiento de seguridad o de prisión y de
temor ante lo que pudiera haber fuera, una actitud de vida “a la defensiva”. El
muro convexo nos induce un sentimiento de deseo de conquista, de adquirir y
poseer lo que pudiera haber dentro, los impulsa a vivir “a la ofensiva”. El
muro lineal nos interroga sobre el infinito, lo ilimitado situado tanto a este
lado como al otro.
Cada cual tiene que
meditar sobre cómo ve el muro que tiene delante de él o ella. Si es cóncavo,
cosa que está subvencionada por la “Organización”, que diría mi buen amigo
Fidel Delgado, probablemente lo verá como los límites de su casa, de lo que
últimamente viene a denominarse “zona de confort”, donde, aunque vivamos una
vida cutre, al menos la conocemos (la zona) y nos sentimos “como en casa”,
mientras nos dicen que no nos aventuremos a la zona de aprendizaje y mucho
menos a la zona de pánico como explica aquel video de “Inknowation”. En este
escenario, perfectamente programado desde nuestra infancia es en el que solemos
movernos y por el que las personas se dividen en resignadas, inquietas o “inconfortmistas”.
Si el muro es convexo,
nuestra visión de la vida es opuesta a la del muro cóncavo. Vivimos en un
amplio escenario por donde nos sentimos seguros de movernos por aquí y por allá
pero este amplio escenario, resulta que tiene colinas o fortalezas que nos
gustaría conocer qué esconden dentro o más allá. Y la curiosidad nos mueve a
perforar el muro y entrar dentro. En ambos casos, esa visión, tanto cóncava
como convexa se produce porque o bien nos sentimos encerrados en un mundo
limitado, del que queremos salir, aunque nos de miedo y vivimos a la defensiva,
es más, el Muro es un sistema subjetivo de defensa ante las amenazas exteriores
a nosotros; o bien sintiéndonos dueños de nuestro territorio, nos fastidia no
poder acceder, conocer y dominar esas fortalezas amuralladas que “nos tocan las
narices”, lo que nos hace vivir a la ofensiva, prevaleciendo la actitud de
ataque, de conquista.
En nuestra vida, el
muro varía de forma muchas veces; para unas cuestiones el muro lo vemos cóncavo
y para otras convexo, depende de nuestro dominio del entorno.
Pero la visión más
objetiva, menos dependiente de nuestro estado de ánimo es la visión del muro
lineal, un muro que es “como si…” separara dos mundos infinitos o al menos
ilimitados. Y acaso hasta puede que veamos dos muros lineales, como le sucede a
la Física moderna, que ha levantado dos muros ante una misma realidad. Por un
lado está nuestro mundo, gobernado por la Física de Newton, por la mecánica
celeste, por la Física que gobierna nuestra vida diaria, la que aprendemos en
el colegio (o se aprendía al menos, que ahora, con las nuevas leyes educativas,
no sé yo). Einstein viene y nos describe el macrocosmos con la teoría de la Relatividad
de lo infinitamente grande. Y viene Planck también y simultáneamente a Einstein
nos describe el microcosmos con la Teoría cuántica, con la mecánica cuántica de
lo infinitamente pequeño. Y no son capaces de ponerse de acuerdo. Cada cual
levanta su muro lineal y ambos nos dejan en medio con nuestra física de “velocidad
igual a espacio partido por tiempo”, que para andar por casa, nos sirve.
Rayas, coordenadas y sistemas de
referencia
En el fondo, vivimos
en un sistema humano que a lo largo de miles de años ha evolucionado sobre la
base del establecimiento de códigos de conducta, la Ley, y de creencias, las
religiones. Según estos códigos, un papel firmado por alguien certifica que
estamos muertos (certificado de defunción), o que hemos nacido (certificado de
nacimiento). Nuestra vida es un papel. Sin papeles no somos nadie, ni siquiera
existimos (diplomas, certificados, contratos, títulos, pasaportes, DNI, etc).
Papeles que dicen que vivimos, que lo hacemos en un sitio, que creemos en tal o
cual religión, que estamos enfermos, o sanos, que sabemos, que estamos
capacitados. Y la cosa es de tal modo que en nuestro sano juicio a nadie se le
ocurre transgredir esas rayas (esos muros) que separan a aquellos que tienen de
los que no tienen tal o cual papel que les acreditan para tener tal o cual
atributo.
Pero estas reglas las
establecen los hombres sobre la base de la creencia de conocer la realidad que
tratan de reglamentar. Mi buen amigo Fidel, que he mencionado antes, nos contó en
un seminario que vivimos con él, la parábola del elefante.
En un país de ciegos,
donde todos eran ciegos, y todos estaban perfectamente organizados en medio de
su ceguera, llega a las inmediaciones de la ciudad reino, amurallada con una
empalizada (con su muro), un mercader que viajaba con un elefante. Como quiera
que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato. El elefante al caer y
tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo temblar toda la ciudad. Los
ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una patrulla de reconocimiento
para ver qué era lo que había provocado el temblor de tierra. Un comando de
ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho temor, uno tocó la pezuña.
Se retiró en seguida e informó que lo que había causado el temblor era un ser duro
como una piedra, que impresionaba de muy poderoso, por lo que la ciudad corría
un gran peligro. No seguros del dictamen de la primera patrulla, mandan a una
segunda, y el explorador se topa con una oreja, que impresionaba de peluda y
blanda. El diagnóstico era justamente el contrario. No parecía que lo que fuera
pudiera ser peligroso. Una tercera patrulla se topó con la trompa y recibió el
consabido trompazo. Salieron huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad
(dentro del muro). Se organizó entonces un gran batallón para salir a combatir
el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el mercader, tras su siesta, ya se
había ido con su elefante, no sin antes dejar este los obligados excrementos y
emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos habitantes. El
comando de exploración no podía encontrar una explicación racional a todo
aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas para embarcar a
las mentes más preclaras en investigar las posibles causas, efectos y
consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan quimérica
criatura, y convertida finalmente en descomunal cantidad de excrementos. A raíz
de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto
falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que
por cierto, la casta sacerdotal, siempre solícita en eso de proteger a los
indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en
infundado temor que sólo ellos, los sacerdotes podían exorcizar, y en ningún
caso desmontar, a lo que los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con
numerosos y generosos donativos.
En general, el
conocimiento humano ha evolucionado desde el pensamiento mágico al pensamiento
científico. En la medida en que ello ha sido posible, el hombre ha logrado
comprender muchos misterios de la Naturaleza, inicialmente atribuido a dioses y
fuerzas sobrenaturales, para pasar a ser comprendidas a través de modelos
deterministas o estocásticos de comportamiento de las fuerzas físicas y de los
seres vivos. Pero, no todo ha podido pasar al terreno de lo físico, de lo positivo.
Ya supuso para las religiones, sobre todo la católica, muy serios reveses a la
soberbia de los doctores de la Iglesia, aceptar a Galileo (que por cierto, tras
400 años, sólo hace veinticinco que tras diez años de sesuda deliberación, han
reconocido los muy doctos príncipes de la Iglesia, que Galileo ¡¡tenía razón!!,
que la Tierra gira alrededor del Sol y le han sacado del infierno de los
herejes), o a Kepler, o a Newton, o a Darwin o a Einstein, o en general a
cualquier científico heliocéntrico y no creacionista de los que en el mundo han
sido.
Pero lo que no ha
podido pasar al terreno de las ciencias positivas ha sido el mundo de lo sutil,
de lo trascendente, de lo eterno. Ahí ha habido teorías para todos los gustos,
y ahí ha sido donde las religiones se han forjado todo un imaginarium dogmático
y popular que ha encorsetado mentes y conciencias entre límites infranqueables
a riesgo de tormentos eternos, es decir, han creado “EL MURO” o los muros.
Es decir, se nos educa
para estructurar unos sistemas de referencia, con unos límites, más allá de los
cuales, si nos atrevemos a cruzarlos, “la cosa se pone muy chunga”.
El falso Muro de la mentira
Decimos de las
religiones, pero nuestros poderes sociales y políticos, todos ellos, ya se
encargan, cada cual en su ámbito de mantenernos a buen recaudo, porque tanto la
Libertad como el conocimiento de la Verdad suponen un serio peligro para ellos;
para las religiones, porque el conocimiento de la Verdad y la Libertad de
pensamiento puede alterar el rebaño, con riesgo de que se escape del corral y
se pierda más allá de los límites de la diócesis. Para los gobiernos, porque
ese mismo conocimiento de la Verdad y la Libertad de pensamiento puede
convertir a la sociedad en ingobernable, rebelión en la granja.
Así que en ambos
casos, lo mejor es “construir un imaginario”, una “mátrix” en la que todos nos
movemos entre rayas, coordenadas y sistemas de referencias inventados,
elaborados, diseñados para que cada cual camine y viva; algo así como las
“narrativas” de la serie “Westworld”, donde los actores (anfitriones) son androides
programados para desarrollar todos los días el mismo papel, porque mirad lo que
pasó cuando Dolores despertó.
Y este modelo de
realidad virtual nos lo han inyectado tan profundamente, que “es más fácil
engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”, otra memorable
frase del genial Mark Twain. Y así funciona el mundo, cosa que, supongo, a
nadie le cogerá de sorpresa.
Así que la conclusión
de todo esto es que “los muros no existen en realidad”, son una mentira basada
en mentiras; un diseño social y religioso que nos obliga a separarnos los unos
de los otros, de modo coercitivo, a riesgo de penas infernales o legales, según
el dictador sea religioso o civil. Así, por ejemplo, en la actual crisis
sanitaria, se ha realizado un experimento social a propósito del virus, para
obligarnos a obedecer y llevar en todo momento mascarilla y mantener la
distancia de seguridad; cosa recomendable, en el caso de que haya un virus por
medio, pero seguro que cuando ya no haya, se nos habrá inyectado el miedo a
quitarnos la mascarilla y a darnos besos y abrazos, es decir, se nos ha
incitado a levantar nuevos muros invisibles, a convertirnos en individuos
individualizados y aislados, institucionalizados en el aislamiento de todo lo
que nos rodea. Un muro individual, una cápsula del tamaño de un sarcófago, casi
de un féretro, donde ¿sentirnos protegidos?
Si nos damos cuenta,
la distopía que relata nuestro libro “Consciencia y sociedad distópica”
es una genial narrativa típica de un parque temático altamente tecnológico 4.0,
como el de la serie Westworld, que nos sumerge en un mundo enloquecido donde la
vía de escape es el confinamiento individual dentro de un muro cóncavo,
cilíndrico que nos envuelve y separa de nuestros seres queridos (ni siquiera es
un muro donde encerrar a una colectividad, que está dejando de existir). Y eso
sí, no hay que preocuparse que, para eso está la realidad virtual, para
simularnos un “mundo feliz”, con el que nuestros hijos y nietos, nativos o
cretinos digitales, llegan a este mundo con un cociente intelectual cada vez
menor que el de nosotros sus padres o abuelos, como ha descubierto el
neurobiólogo Michael Desmurget y explica en su libro “La fábrica de cretinos
digitales”.
La Física de la Espiritualidad
Y llegamos, tras esta
meditación, al muro de los muros, al que nos ha convertido desde que habitamos
en este planeta, en seres esquizoides obligados a vivir “entre Pinto y
Valdemoro”, en tierra de nadie, más cerca de la orilla del mundo físico que del
espiritual, haciéndonos creer que no hay margen espiritual, que somos materia,
aunque “algo” dentro de nosotros, que no acertamos a saber qué es, nos dice que
hay algo más allá tras el río de aguas turbulentas donde se nos obliga a vivir.
Que los mundos físico y espiritual son incompatibles. Los frikis del mundo
físico nos dicen que lo espiritual es pura fantasía. Los frikis de lo
espiritual nos dicen que los enemigos del alma son el mundo físico, la carne y,
por supuesto el demonio.
En ambos casos, tanto
por unos frikis como por otros, se nos obliga a confinarnos bien en el mundo
físico donde “esto es lo que hay” y no hay más, salvo ideas fantasiosas de
mundos irreales, bien en el mundo espiritual, a buen recaudo de los terrores
del infierno físico.
Ambos frikis nos han
diseñado una realidad absolutamente falsa, escandalosamente falsa. Porque el
espíritu humano es físico y la biología humana es espiritual, son inseparables,
en especial en nuestra realidad de quinta raza raíz, donde procediendo del
mundo natural, estamos en tránsito hacia lo espiritual.
En el Siglo XVI, en
España, una excepcional mujer se dio cuenta de esta realidad, de que las
autoridades espirituales de la época habían olvidado el aspecto carnal y humano
de la espiritualidad; un aspecto que dejó clarísimo Jesús de Nazaret a quien la
Iglesia se había encargado de colocarlo en la almendra del Pantócrator
inaccesible, en la cumbre de la divinidad, a la derecha del Padre.
La referida mujer se
llamaba Teresa de Jesús, que se dio cuenta de que los doctores de la Iglesia
nos habían robado la humanidad de Jesús. Qué sentido tenía su encarnación, si
luego los curas le situaban allí, en las inaccesibles alturas del cielo,
obligándonos a relacionarnos con Él a base de ritos adoratrices.
Ella se dio cuenta del
error, que al manifestarlo en sus obras, casi le supuso la condena de la
Inquisición. Así que, no obstante la oposición de la curia católica, ella
desplegó definitivamente las bases y fundamentos de la Mística (en compañía de
su inseparable compañero de aventuras, Juan de la Cruz), de esa relación con
Dios a través de la relación de “dos enamorados”, de una chica (el alma) que
siendo consciente de que ha permanecido (le han obligado a permanecer) dormida
durante mucho tiempo, sueña con ser despertada con un beso de su Amado, Jesús
de Nazaret. Al final, a Teresa le pasó como a Galileo, que la Iglesia la
reconoció y la hizo santa y doctora de la Iglesia.
El cristianismo es la
única fe que se basa, no en la relación del hombre con Dios (dicho esto con
sumo cuidado para que se me entienda), sino del alma humana con su Amado, Dios
hecho hombre de carne y hueso, encarnado con el objetivo de caminar a nuestro
lado, de ser ese puente sobre las aguas turbulentas de nuestra vida. Un hombre
que se dejó de zarandajas filosóficas y se centró en el famoso dicho de que a
trabajar se aprende trabajando, a capar se aprende capando y a vivir se aprende
viviendo. A amar se aprende amando… como Él nos amó y nos ama.
El cristianismo NO
ES una filosofía de vida,
(dicho esto también con sumo cuidado para que se me entienda) que necesite años
de sesudo estudio, de acumular conocimientos, sino de despojarnos de todo lo
que nos impide entrar por el pequeño agujero de una puerta muy estrecha, por
donde sólo cabe un niño. Esa dificultad que supone atravesar esa puerta
estrecha que separa falsamente el mundo físico del espiritual es la que tenemos
que superar, no aprendiendo sino “desaprendiendo” todas las gilipolleces que
nos han metido en la cabeza.
Dicen que los niños
nacen con todos los chacras abiertos y que poco a poco nos loS van cerrando a
base de la educación, de meternos con calzador “el sueño del Planeta” que diría
Miguel Ruiz en “Los cuatro acuerdos”, esa síntesis de la filosofía de
los indios toltecas.
Así que la cuestión es volver a abrir nuestros chacras y despertar o, esperar que el beso de nuestro Amado nos despierte a una realidad donde “el lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento” y donde ``todo valle será rellenado, y todo monte y collado rebajado; lo torcido se hará recto, y las sendas ásperas se volverán caminos llanos”.
“Amaos los unos a los otros <simplemente> como yo os he
amado”. Jesús de Nazareth
https://youtu.be/YR5ApYxkU-U
(The Wall; Pink Floyd)
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física
de la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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