“Nunca andes por el camino trazado, pues éste conduce únicamente hacia donde los otros fueron”
Grahan
Bell. Científico e inventor inglés (1847-1922)
“Recorres el mundo en busca de una
felicidad que está siempre al alcance de tu mano”.
Horacio. Poeta romano (65 AC-8 AC)
A la hora estipulada acudió al comedor que
encontró limpio, ordenado y desolado.
Un letrero, en la zona del catering, ordenaba:
“Sírvase, sólo, todo lo necesite”.
Pasmado, releyó el cartel varias veces, obedeciendo sin mayor recato. No
recordaba ser así. Nunca solía hacer caso a nada que no considerara razonable.
Ni hacía nada sin sentido, ¿o no? Muchas eran las dudas que emergían, y ésta
sería otra para apuntar y resolver en algún momento, si es que encontraba un
hueco.
Durante el tiempo del almuerzo, ninguna
otra persona hizo acto de presencia. No se sentía vigilado después de escrutar
en todas las direcciones, pero sí desconcertado. Había mucha comida preparada
que, pese a las instrucciones leídas, presumió no iba a ser usada; un desatino
para añadir a la lista de despropósitos observados. Las preguntas y
vacilaciones comenzaron a fluir con más fuerza. Seguía sin entender en absoluto
qué estaba pasando. No podía comprender que todas aquellas instalaciones
tuvieran tan poco bullicio. Era impensable que todo estuviera dedicado a su
absoluta disposición. Esto constituía una presunción asumida, pero ninguna otra
perspectiva ofrecía una opción más clara.
¿Estaría en la antecámara del cielo?
¿Acaso esto constituía el lugar donde purgarse antes de ser trasladado al
paraíso prometido? Distraído e imaginando demasiadas cosas no cesaba de
inventar consecuencias de las que volvían a proyectarse más cuestiones sin
alternativas viables. Incluso se cuestionó si estaría volviéndose paranoico.
En el momento en que dejaba la bandeja
con los platos desahogados y los cubiertos en el lugar indicado, la instructora
aparecía batiendo la puerta de doble hoja que daba acceso al recinto. Su
sonrisa volvía a relucir en su hermosa cara ofreciendo un poco de aliento ante
el embargo de la angustia que acaecía sobre él como barrotes opresivos.
- ¿Ha comido bien? Cadete – proclamo a escasos metros –. Espero que se haya “servido, sólo, todo lo que necesita”.
-
Sí – contestó lacónicamente, sorprendido de que usara la misma fórmula
enunciada en la entrada del buffet –. Además, para ser una escuela de vuelo, el
menú es decente.
Pretendía intentar, con el tono usado,
un acercamiento hacia lo que parecía su nuevo destino. Pensaba que era mejor
procurar llevarse bien con la instructora. Y tuvo entonces, el sentimiento de
ser un prisionero sin carcelero, en un penal sin ubicación concreta o conocida.
-
Por cierto, hay muchas cosas que no puedo encajar – manifestó midiendo las palabras –. Intento
razonar el hecho de estar aquí y no.…, en mi base..., o estrellado junto a mi
cazabombardero – Ella miró con ternura, al mismo tiempo que le hacía caminar en
dirección a la salida – Todo esto es
como un puzle al que le faltan piezas ¡Un absoluto desatino! Otra cuestión: –
insinuó tal cual le llegaban los pensamientos cambiando bruscamente de tema –
no voy a entrar en el jueguecito de cómo conocían de mi llegada o mi nombre,
pero sí me gustaría saber cuál es el suyo, pues no sé cómo dirigirme a usted.
Veo sus divisas y rango, y no sé cómo hacerlo.
Su sonrisa se hizo aún más hermosa. Miró
con dulzura, comprendiendo que, pese a todo lo nuevo, estaba reaccionando
dentro de cierta cordura y orden.
-
Disculpe mi descortesía, debería haberme presentado antes. Me llamo Pal,
sin más, y soy su instructora de vuelo. Y eso que menciona del puzle, es algo
que irá resolviendo poco a poco. No le dé más vueltas. Déjese llevar, déjese fluir. Todo irá mejor. Puedo asegurarlo ¿Algo
más?
Tenía muchas más cuestiones que preguntar.
Quizá miles. No obstante, el sexto sentido, al que no solía tener en cuenta,
aconsejaba mantener la calma, permitiendo que las cosas fuesen llegando a su
tiempo. Total ¿Qué tenía que perder?
No había sido maltratado; al contrario, el clima que le rodeaba en su nueva
configuración manifestaba, sorprendentemente, quietud y sosiego; mucha paz,
algo de lo que no gozaba desde hacía mucho tiempo.
-
Entonces ¿Cómo he de dirigirme a Usted?
-
Sencillo. Como guste, siempre que guarde la compostura y el respeto.
-
Disculpe por lo de antes; debe entender que acababa de llegar y...
-
No – dijo tajante –. No se
disculpe por eso; lo entiendo. Especialmente por la forma en que aterrizó –
espetó morbosamente –. Es lógico. Puedo
asegurarle que se ha comportado con bastante educación y sensatez. Tendría que
ver cómo reaccionaron algunos de mis anteriores alumnos.
-
Gracias, me siento algo más aliviado. Es usted muy comprensiva...
-
Uhh, observo que ha decidido hablarme de usted. Si es eso lo que quiere,
sea.
-
Bueno, no…, sólo es una forma de dirigirme a usted…, bueno no sé cómo
hacerlo.
-
Inténtelo de nuevo Cadete.
- ¿Prefiere que le diga Pal?
-
Sólo haga lo que quiera, pero haga lo que haga, hágalo con firmeza y
decisión; sin miedo, no dude. La duda y su miedo, entre otras adversidades,
fueron la causa de su accidente aéreo.
Esto sí que no podía encajarlo. Él nunca
dudaba ni tenía miedo pilotando. Poseía muy buenos reflejos y una actitud para
el vuelo excelente. Sólo los mejores tenían el privilegio y el honor de ensayar
con los prototipos. ¿Cómo podría atreverse a acusarle de ello? Fue un problema
de motores. Él no pudo hacer nada.
-
Eso no puedes saberlo – encaraba con enojo –. Era yo quien estaba en la cabina, y sólo yo
sé lo que pasó. ¿Cómo puedes achacarme tal cuestión?
Estaban llegando al hangar número cuatro.
Las puertas descorridas mostraban un interior admirable. Allí se encontraban
estacionados muy diversos tipos de aparatos. Todos en perfecto estado,
relucientes y como nuevos. Algunos conocidos, otros de diseños inimaginables.
Tal espectáculo le distrajo momentáneamente.
-
Observo que ha decidido la opción del tuteo – dijo ella apretando su brazo procurando
atención – Sea entonces. Quiero que hagas memoria. Por un
instante dudaste entre sacar el tren de aterrizaje y luego disminuir la
potencia. Lo hiciste al revés. Ello provocó una frenada considerable, motivo
por el cual los motores, a escasa revoluciones, culminaran en la parada total.
Ese es el problema de tu aparato. Te lo habían advertido los ingenieros como
posible elemento determinante, pero tus
dudas y arrogancia determinaron el desastre en el que te vistes envuelto.
Aquella respuesta hizo que retirara toda
consideración ante la visión que se ofrecía. La miró fijamente, parando todo movimiento.
Recapituló. Efectivamente aquello era cierto. Había salido para realizar un
vuelo de pruebas. Le dieron multitud de instrucciones, y esa precisamente no la
retuvo en la memoria. Tenía razón. Dudó. Fue culpa suya. Pero… ¿cómo podía
saber ella esos detalles?
-
No le des más vueltas. Aquí lo
sabemos todo. Antes de que llegaras, tu hoja de servicio te precedía con
los detalles. Pero olvídalo, eso es
pasado ¿O no? Ahora estamos en otra cuestión – concluía sacándole de su
introversión –. ¿No te parece?
-
Ya no sé lo que me parece – proclamaba en voz baja, algo estupefacto,
casi sin ánimo –, sinceramente, esto me está abrumando por momentos.
Ella aferró con mayor fuerza su brazo,
como hizo la primera vez, procurando que continuara caminando.
-
Por experiencia, sé, que todo
tremendo cambio puede dejar a cualquiera en el más absoluto caos. Será mejor
pasar a la acción. Será mejor que empieces a volar de nuevo. Esto es algo que a
cualquier piloto le causaría las más tremenda de las perturbaciones. ¿No crees?
¿Qué contestar? No había palabras para
expresar sus sentimientos afectados.
-
Relájate, Jano, todo va bien, todo
es perfecto – Insinuaba procurando hacer transmitir un poco de calma a su
perturbado brío –. ¿Qué tienes que perder? ...como tú sueles decir. Acompáñame; te
presentaré a Pitt.
La forma en que lo dijo provocó el retorno
a sus anteriores pensamientos. Continuaba descentrado, pero, efectivamente ¿Qué tenía que perder, si al parecer, ya no
quedaba nada por perder? Desapareció su anterior vida, los amigos, la
familia, su completo mundo. Ahora, todo
era nuevo. Al menos, eso parecía.
Caminaron contiguamente a la fila de
hangares; ella muy segura de sí, silbando; él, en sus cavilaciones, resoplando.
Una vez dentro del número seis tuvieron que sortear algunos de los aviones.
Otros los pasaron inclinando la cabeza por debajo de las alas; hasta que
toparon con una puerta de madera pintada en gris sucio con manchas de grasas
alrededor del picaporte. Curioso, pensó, todo reluciente e impecable menos esa
entrada. Un letrero señalaba que allí se debería encontrar el Jefe de
Instrucción.
Pal empujó la puerta y entraron. Había
papeles de informes de todo tipo colgados de las paredes, junto a mapas aéreos
y cuadros con caras desconocidas. Archivadores colocados en un orden algo
caprichoso armonizaban el resto del entorno. Lo más destacado era la amplia
mesa central bien lustrada y brillante. Parecía de madera noble y estaba muy cuidada,
aunque parecía tener, por su estilo, muchísimos años o algún siglo que otro.
Era un elemento que no cuadraba con el resto de la decoración, puramente
funcional. Tras ella, con los pies cruzados sobre la misma, había un tipo de
unos sesenta y largos años, de pelo canoso y tez oscura. Las facciones marcadas
de las arrugas se acentuaban al mostrar una sinuosa sonrisa reconciliadora. Debería llegar a rondar el metro
noventa, algo que se manifestó al levantarse de un salto. Conservaba una talla
estupenda, su complexión lo especificaba el ajustado traje de vuelo del que
destacaba el emblema de General de tres estrellas.
-
Buenas tardes Jano. Se bienvenido – pronunció a modo de presentación con
forma algo distraída, pero íntima –. Puedes llamarme Pitt, es la costumbre – dijo
alargando la mano. Él la estrechó correspondiendo el ofrecimiento realizado por
el nuevo conocido quien apretó con fuerza inusual. – Sentaos, por favor.
¿Queréis alguna infusión? Es lo único que suelo tomar y ofrecer.
Ambos denegaron con la cabeza dando las
gracias mientras ocupaban las sillas ofrecidas.
Sobre la mesa, había varios montones de
documentos correctamente apilados; eran hojas de servicios. Para su pasmo, la
suya estaba abierta; su fotografía a la vista denunciaba el hecho. ¿Acaso le
iban a pasar revista de toda su vida? ¿Constituía esto el famoso tribunal que
existe después de la muerte, si es que él estaba muerto? La evidencia de su
fallecimiento era palpable pese a seguir con vida, pero pese a todo no podía
estar seguro de si lo que percibía fuera el cielo esperado por todo mortal.
Quiso permanecer callado a la espera de los acontecimientos, total… ¿qué tenía que perder? … Se repetía
insistentemente. Al parecer, ya no tenía
control sobre su vida, si es que alguna vez la tuvo. De soslayo percibió la
mirada cómplice de Pal a la que correspondió con timidez. Pitt parecía escrutar
algo al marcar con el índice la primera página. No había tensión en el
ambiente, al contrario, la tranquilidad y el silencio inundaban un recinto que
normalmente debía estar repleto de ruido proveniente de herramientas rodadas
por el suelo, golpes metálicos, las voces de los mecánicos y el de algún motor
al encenderse para su prueba; lo propio de un hangar de mantenimiento.
Jano permanecía aun profundizando en sus
análisis, cuando el Jefe de Instrucción le sacó de su estado elucubrador al
tiempo que colocaba, de nuevo, las piernas sobre la distinguida mesa.
-
Antes de empezar… ¿Cómo te encuentras? – su pronunciación sonaba
entrañable, realmente había intención en la pregunta. No era una mera expresión
de cortesía –. Espero que estés confortable y listo para la enseñanza. ¿Quieres
que empecemos cuanto antes, o prefieres aclarar alguna duda o circunstancia?
Él percibió verdadero interés en cada una
de sus palabras. Ese hombre no hablaba por hablar. Era algo que muy pocas
veces, en su extinta vida, había podido detectar en otras personas. Incluso
apreció a reconocer los altibajos adecuadamente modulados en el tono durante la
corta alocución. Y se propuso, por tanto, ante tanta delicadeza en el uso del
lenguaje, contestar a cada una de las cuestiones y en su debido orden.
-
Verá, señor...
-
No. No, Jano, nada de señor. No es necesario el tratamiento militar.
Llámame, simplemente, Pitt. ¿De acuerdo?
-
Me parece bien... – Continuó algo dubitativo – Pitt… Usted – Titubeó de nuevo en la fórmula de cortesía a
emplear, antes de ser corregido por lo que sus ojos percibieron en el cruce de
miradas con el Jefe de Instrucción –. Bien,
Pitt, me encuentro bastante bien para estar muerto – dijo al mismo tiempo que tocaba su cuerpo
material, mientras Pitt y Pal reían el chiste –. Incluso puedo añadir que estoy
francamente en mejor estado que antes del accidente pese al manifiesto cambio
físico en mi persona. He comprobado mis constantes vitales y presentan unos
valores estupendos. Por otro lado, Pitt, y ya que lo mencionas, quisiera saber
qué es lo que debo empezar, pues parece que he de iniciar clases de vuelo, algo
que considero absurdo, pues si has mirado mi hoja de servicios – manifestó con
descaro señalando la suya –, podrás apreciar que poseo más de cinco mil
quinientas horas en muy diferentes aparatos. Ello me confirma como alguien que
domina el arte del vuelo – argumentó orgulloso al unísono que Pitt, apoyando su
cabeza sobre el puño izquierdo, mostraba una media sonrisa, esperando terminara
el alegato -. Por otro lado, y tal como has mencionado, sí, me gustaría aclarar
algunas cuestiones que pienso deben solventarse. Cosas como...
El General, en ese instante, le indicó con
la palma de su mano derecha que parase de hablar, al mismo tiempo que dejaba su
cómodo sillón tapizado en capitoné dirigiéndose hacia un estante a las espaldas
de su interlocutor. Del mismo extrajo un libro de pasta azul turquesa, de
tamaño bolsillo, no muy grueso, que de forma silenciosa depositó al filo de la
mesa, justo delante del alumno. En su portada figuraba en letras claras y
nítidas, sin aditamentos o dibujos, un título que definía el interior de aquel
cúmulo de pequeñas páginas: “Reglas de
vuelo”. A continuación, añadió:
-
Cualquier cuestión… repito, cualquier cuestión que quieras aclarar la
podrás encontrar resuelta ahí.
Sin permiso, Jano lo cogió con avidez.
Miró la contraportada, no había nada escrito. Abrió las primeras páginas
buscando la editorial, el autor, lo que caracteriza e identifica a cualquier
libro, pero no había nada. Ni tan siquiera encontró el índice al principio;
tampoco al final. Por fin, algo intrigado, pasó las páginas con rapidez. Al
menos estaban escritas. Unas tenían las letras muy grandes; otras en cambio,
las menos, muy pequeñas. Lo contundente es que había gran número de ellas en
blanco.
Pal y Pitt cruzaron sus miradas cuando
Jano percibió el detalle de esas páginas. ¿Quién de los nuevos no lo hacía?
Incluso ellos recordaron cómo lo hicieron en su día. Ahora, evidentemente,
esperaban la pregunta con la que todo novato concluía tras éste suceso.
Para Jano aquél libro sólo suponía una
distracción evidente a sus ansias de conocer los porqués que zumbaban
aceleradamente en su mente.
Seguro que ocultaban algo más, pensó. Ese
era el momento de decirlo, quizá; porque quizá, le sugería la intuición, no
tuviese otra oportunidad. Podría parecer un tonto, pero en realidad, esto,
simulaba una tomadura de pelo; especialmente después de haber leído una frase
escogida al “azar” que no tenía nada que ver con el asunto en cuestión: “Saber Volar es saber Ser, cómo Hacer y qué
Tener”. ¿Acaso esa sentencia podía de algún modo contribuir a la formación
real de un piloto? Ser piloto es otra cosa muy distinta, y ellos deberían
saberlo, si es que eran pilotos.
-
Veamos – pronunció, al fin, lanzando lo que creía podría ser un órdago –,
si lo he entendido correctamente. Aquí enseñan o, mejor expresado, pretenden
enseñarme de nuevo a pilotar aviones. ¿No es así?
Ambos instructores se volvieron a mirar.
Esa no era la cuestión que esperaban. No obstante, era algo usual que solía
escupir el orgullo malherido de todo aquel que se consideraba un as del viento.
-
En realidad no. No es esa nuestra pretensión – manifestó Pitt abriendo
los brazos con amplitud –. Nosotros no pretendemos nada de ti. Eres tú
quien está aquí de forma voluntaria, para aprender a volar, no a pilotar, arte
éste último, que ya has demostrado conocer con creces en detrimento del
anterior.
- ¿Cómo
dice? – escupió Jano a bocajarro y medio descompuesto inclinando su cuerpo
hasta rozar el borde de la mesa –. ¿Qué
diferencia hay entre volar y pilotar? Para mí es lo mismo. Además, yo no he
venido aquí por propia voluntad, ni siquiera sé por qué estoy en este aeródromo
perdido en no se sabe dónde.
El Jefe de Instrucción se reclinó con
comodidad en su asiento colocando, como parecía ser su norma, los pies sobre su
mesa al tiempo que hacía lo mismo con sus manos tras la nuca. Pal, sonriente
ante tal exaltación, cruzó su pierna derecha sobre la izquierda enfilando todo
su cuerpo hacia el alumno desencajado, dispuesta a descomponer su expresión
algo más de lo que sus palabras demostraban.
- Esa diferencia es la misma que existe
entre aprender a ser feliz y saber vivir. Tú sabes vivir, y lo has demostrado
en multitud de ocasiones, pero ¿Has sido realmente feliz viviendo?
¡Vaya! Por si fuera poco, ahora la rubita
moscardona, planteaba un símil filosófico para cuestionar su pregunta.
-
¿Sabes una cosa, encanto? – pronunció impetuoso –. Es de mala educación
contestar con otra pregunta. Lo menos que tendríais que hacer es responder de
una vez a algo, cosa que no hacéis. Ni siquiera podéis imaginar el estado en el
que me encuentro. Estáis agotando mi paciencia y mí...
-
Creo, querida Pal – corto Pitt, alzando la voz sin inmutar su
posición, aunque mostrando una grata y radiante sonrisa que reflejaba serenidad
–, que será mejor que le lleves a volar un rato. Este chico necesita respirar
aire puro. ¿No te parece?
Ella se incorporó como si obedeciera una
orden con prontitud marcial, dispuesta a cumplimentar tal sugerencia. Jano la
miro de reojo, sin que de su campo de visión desapareciera la figura del canoso
General. Parecía que no iba a lograr gran cosa preguntando. Sería mejor
calmarse. Aquí nadie parecía querer aclarar nada. Quizá en el aire se despejase
su malestar, no sus dudas. Allí, arriba, él se sentía dueño del mundo.
Cuando estaban a punto de salir de la
oficina, Pitt le volvía a hablar sin expresar movimiento alguno.
-
Jano, se te olvida el libro. Deberías llevártelo; te aseguro que te será
de mucha utilidad. Sin él no creo que puedas aprender mucho mientras dure tu
estancia entre nosotros.
De mala gana, y con formas no muy
ortodoxas, lo recogía introduciéndolo en el bolsillo lateral izquierdo del mono
de vuelo.
Una vez fuera, siguió a Pal a unos metros
de distancia. Marchaba resuelta, segura, esperando, imaginó, alguna reacción.
-
¿Acaso ese tipo se cree Dios? – Insinuó con acritud en mitad del hangar.
-
Es Dios, si tú así lo crees.
-
¿Encima pretendes mofarte de nuevo? –
Espetó elevando en exceso el volumen.
Pal paró en seco girándose hasta
encararlo. Esperó a que llegara a su altura y de un movimiento seco le arrebató
el libro de la pernera. Lo asió con ambas manos abriéndolo para que pudiera
leer algo que estaba impreso en alguna de las páginas: “Las cosas son como tú quieres que sean, lo que es verdad para ti,
lo es”.
-
Otra vez con respuestas que no concluyen nada. ¿Acaso con lo que éste
estúpido librito dice, voy a saber algo más de cómo volar?
-
A ver si lo entiendes de una vez – exclamó con amabilidad, controlando
sus impulsos –, nadie duda de que seas un
buen piloto. Has sobrevivido, pero, no has aprendido el modo de ser feliz, por
tanto, no sabes volar –. Y cerró el libro devolviéndolo al tiempo que le
soltaba otra mofa –. ¿Lo pillas, ahora, listillo?
Una vez más no había respuestas. Sólo
elucubraciones, símiles y comparaciones. Aquello no podía seguir así. La agarró
antes de que emprendiera el giro para terminar de salir del barracón dejando
una distancia inferior a medio metro entre sus cuerpos bien lozanos y excitados
de temperamento.
-
Dime tan sólo una cosa. ¿Acaso estoy muerto, Pitt es Dios y tú uno de
sus ángeles?
Pal no pudo más que desternillarse de
risa. Esa era la cuestión que repetía una y otra vez cada recién llegado. Al
fin lo dijo. Era algo que no fallaba.
Jano se llenó de estupefacción. Si no
fuese mujer le hubiese dado un buen puñetazo en las narices. No podía concebir
cómo podía estar tomándole continuamente el pelo esa mocosa con grado de
Coronel.
Ella procuró recomponer la figura y musitó
una invitación que no podría denegar.
-
¡Anda, Jano! Vamos a volar, allí arriba aclararás las dudas. El cielo
nos espera.
Posdata:
En el artículo del día 1 de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre. III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el 80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que, con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas (Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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