“Todo lo que he visto me enseña a
confiar en el Creador por todo aquello que no he visto”.
Ralph
Waldo Emerson. Ensayista y poeta estadounidense (1803-1882)
“El que tiene fe en sí mismo no necesita
que los demás crean en él”.
Miguel
de Unamuno. Escritor y filósofo español (1864-1936)
-
¿Me invitas a un café?
La pregunta le extrañó. ¿De dónde iba a
sacar el café? Él no sabía cómo abrir esas puertas imaginarias que, en la
cabaña, parecían existir cuando ella las accionaba. Rio con afán. Esta vez sí
que podía hacerlo a lo grande; tanto, que tuvo que interrumpir su caminar. Sin
embargo, Pal no se inmutó; parecía esperar su reacción. Le miró con tranquilidad,
con sus brazos en jarra a la altura de la cintura al mismo tiempo que una
ráfaga de aire aventaba su cabello suelto de forma exuberante. Esa pose
perturbaba al piloto.
-
No sé qué tiene tanta gracia – reclamó la instructora –. Pero si bien es
cierto que deberías estar analizando el despegue y el vuelo de ayer, aún tienes
mucho que aprender – espetó enérgicamente.
Eso pareció atragantarle su estado de
euforia. Lo que temía, llegaba.
Sabía que iba a ser juzgado por sus evoluciones aéreas. Estaba preparado, a
sabiendas de no encajar adecuadamente la crítica constructiva.
-
De acuerdo. Dispara. Dime todos los errores que he cometido. Total,
estoy aquí para aprender, y es algo que, a estas alturas, he asumido.
-
Tomemos ese café y hablemos. Dispongo del tiempo justo para llegar a
Nairda.
Curiosamente, el fregadero y los platos
que dejó escurriendo habían desaparecido. El interior volvía a ser tan
desagradable como la noche anterior. Jano se sentó esperando la reacción de la
instructora. Ella le imitó, esperando la de él. Era una actitud propia de
vaqueros enfrentados sin armas, pero sentados en sillas de madera. El desafío
estaba en la mesa que los separaba. Las miradas tensas. Él, con algo de mofa
interior a la espera de los acontecimientos, pensaba que no podría hacer café
mientras ella no le explicara cómo usar esa magia que poseía para sacar cosas
de la nada; aunque no sabía si empezaría por ese lado o evaluando su falta de
pericia.
Pal clavó sus ojos en los contrarios. Sin
parpadear. Ni un solo gesto varió una sola de sus facciones. Reflejaba
seriedad, y, al mismo tiempo, enfatizaba un aire de expectación. Quería ver, y
comprobar de nuevo, que su alumno perdía el control de sus actos.
No había trascurrido un minuto. El
nerviosismo ante tal pasividad le estaba impacientando. Ya, sus ganas de mofa
estaban esfumadas. Ella tenía que irse; él no sabía qué tendría que hacer el
resto del día.
-
¿Hasta cuándo piensas estar en esa actitud? – preguntó Jano.
-
¿Qué actitud? Sólo estoy esperando a que me invites a una buena taza de
café. Y estás tardando mucho.
-
¿Cómo quieres que lo prepare si no tengo nada para ello? – contestó
incitado, nervioso. Ella sabía sacarle de sus casillas como ninguna otra mujer
lo había hecho antes –. ¿Quieres decirme dónde está el café? ¿Dónde el hornillo
para prepararlo? ¿Crees que tengo poderes como tú? Mira – decía marcando y
acompañando cada una de sus palabras con su dedo índice derecho –, desde que estoy
aquí, creo que sólo me habéis estado gastando una jugarreta tras otra. Resulta
que los dos estamos volando en la Bücker y de pronto sólo estoy yo. Y no creas
que me creí eso de que te bajaste en la pista antes del despegue; bueno –
rectificaba –, casi me lo creí. Tan solo
que hoy, tras ver tus poderes sacando comida de detrás de las maderas de estas
podridas paredes, lo único que puedo entender es que me estás mareando
continuamente. Así que si quieres café, toca alguno de esos listones y haz que
aparezca.
-
¿Acaso quieres café? – respondió ella con simpleza. Muy tranquila. Sin
forzar el gesto. Sin mover un músculo.
-
Por supuesto – pronunció Jano golpeando la mesa con ambas manos –, ¡pero
no sé de dónde sacarlo! ¿Quieres explicarme de una vez de qué va todo esto?
Ella no le respondió. Se levantó y accionó
lo que para él aún sólo consistía en algo imaginario. Aparecía un receptáculo
con una cafetera humeante repleta del rico líquido. Hizo lo mismo para obtener
tazas, azúcar y cucharas.
-
¿Ves qué fácil? Todo está aquí. El problema es que aún no has
comprendido la norma primera para el vuelo. Aún no sabes qué quiere decir que “el motor es el pensamiento”.
Esto lo hizo salir de su atolondramiento.
Se sirvió la sustancia de color negro cálido sin añadidos; a él le gustaba
natural, muy caliente, fuerte y algo dulzón. De su mono de vuelo sacó el tan
traído y llevado libro buscando la primera lección. Quería comprobar que no
había otra cosa más escrita, o que existiera la famosa letra pequeña. Mientras
lo hacía, saboreaba el contenido amargo de su taza, y por el rabillo del ojo
escrutaba la compañía que a su vez le mantenía fijo en su punto de mira.
“El
motor es el pensamiento”. Efectivamente eso era todo lo que contenía la
dichosa página. ¿Pero qué pondría la segunda? Quizá ello aportara algo de luz a
su entendimiento. La segunda lección era aún más escueta: “Cuando creas, verás”. Todo aquello, más que lecciones de
vuelo, parecían pistas para resolver una adivinanza o encontrar el tesoro
enterrado de algún chiflado pirata.
-
Lo siento Pal. Pero sigo sin comprender nada de nada. Y supongo que en
la medida en que siga leyendo éste manual, seguiré entendiendo menos.
-
Bien. Era lo que estaba esperando. Alguien que se resigna rápida y
fácilmente – ante éstas palabras él se molestó levantándose impetuosamente,
derramando su café que manchaba de forma calamitosa la seca madera de la mesa
–. ¡Siéntate! – Manifestó Pal con energía, sin esperar que pudiera hacer otra cosa
–. ¡Y escucha de una vez! – Él obedeció al instante –. Procura recordar lo
siguiente: Cuando ayer estabas en la cabecera de pista ¿no pensaste lo siguiente?: “Volaría mejor solo que
con esta instructora”. ¿Fue eso lo que pensaste, o no?
Quedó petrificado. Era verdad. Aquél fue
su pensamiento. Ahora recordaba que
ella podía leerle la mente. Por eso lo sabía. Estaba en este discurrir de
pasmo, cuando Pal consciente de lo que pasaba, continuó con su monólogo sin
inmutarse.
-
Pues tu pensar se cumplió.
Tu pensamiento hizo que tú despegaras
en solitario tal y como era tu querer. Luego pensaste que el avión ascendería de una determinada forma. Pensaste que entraría en barrena de otra
determinada manera, y por último pensaste
que no querías volver a Nairda; y pensaste
en este idílico paraje con el que siempre has soñado en todos tus días pasados.
En realidad, si empiezas a evaluarlo todo, aquello que pensaste se cumplió. Por tanto, principiante de piloto de vuelos, o
conductor de vidas, como prefieras entenderlo, todo lo que piensas, es lo que se manifiesta. Incluso hace
unos minutos, cuando pensaste que no
ibas a conseguir despegar con el DC-3 y que te hundirías con él en el vacío
tras la pista, también, fue algo que se materializó. Y ni que decir de tu
aterrizaje, fue, exacto a cómo lo planeaste en tu pensamiento.
En ése momento ella concluyó su café
depositando la taza sobre el fregadero, que de nuevo aparecía a la vista. Él
quedó encastrado en su silla, meditando sobre tantas consideraciones y
postulados. La verdad parecía manifiesta. Empezaba
a entender por qué el pensamiento es el motor. Sin ello no hay impulsión;
sin ello, el avión no puede adquirir velocidad para ascender y volar. En
realidad, ella y aquélla frase, le estaban diciendo con rotundidad y claridad
manifiesta que en la forma en que su
pensamiento funcionara, se manifestaba la realidad que le acogía. Su entorno no
era otra cosa que el fruto de su pensar.
Estaba tan absorto en su examen que no vio
cómo la sombra de Pal abandonaba la estancia. Sólo pudo percibir su soledad
tras oír el encendido de la Bücker. Al instante saltó corriendo al encuentro.
No quería que se marchara. Necesitaba algunas respuestas, o mejor dicho a estas
alturas: soluciones a sus cuestionamientos actuales.
Llegó a su altura, solicitando apagara el
motor con una señal gestual explícita. Su deseo se cumplió.
-
¿Ves? Tal cual “quieres”, que para ti es “pensar”, se cumple. – Dijo ella como
respuesta a su petición desde el interior de la carlinga.
-
Empiezo a captar lo que me has contado. Sin embargo, estoy algo confuso
– Dijo Jano – ¿Puedes explicarme qué
diferencia existe, entonces, entre pensar o querer algo concreto?
- Es sencillo, como todo.
Prácticamente no la hay si en tu pensamiento algo es constante y marcado.
Aquello que quieres y pienses que es posible, se manifiesta. Aquello que
quieres, si es el producto de tu pensamiento, se obtiene; y cuando quieres
algo, si ello es parte de un pensamiento propio, se consigue. En definitiva,
todo lo que pienses que es, es y será.
De igual forma, si piensas en presente, forjas el futuro; pero si
piensas o deseas en futuro, allí siempre permanecerá lo que pienses,
aunque más que querer, se trata de pensar teniendo una idea clara al respecto
de lo que quieres
¿Aclarado? – manifestó queriendo zanjar la cuestión.
-
Una pregunta más antes de marcharte, por favor – decía con benevolencia.
Ahora y por primera vez, Jano estaba muy interesado en todo lo referente a la
nueva vida – Sé que tienes prisa. ¿Puede ser?
-
Adelante. Puede ser, si lo quieres.
-
Supongo que todo lo que he visto que has ido creando en la barraca, es
fruto de tu pensamiento, y, que, por tanto, si yo pienso que eso está ahí, está
o estará. ¿Es así? Lo digo – manifestó con risa burlesca – porque si
me tengo que quedar aquí, no quiero pasar hambre.
-
Para alcanzar todo eso, y que funcione la primera premisa, has de hacer
tuya la segunda, sin la cual no puede funcionar – contestó Pal –. Es decir, el
“motor” del motor del pensamiento, es asumir la segunda lección: “Cuando
creas, verás” o, lo ves cuando lo creas. Como prefieras enfocarlo. Pero cuando
se menciona “creas” se refiere al mismo tiempo al uso de los verbos crear y
creer. Crees y creas al mismo tiempo que lo piensas en el instante. ¿Visto?
Jano quedó aún más desconcertado de lo que
estaba. Su mente empezó a dilucidar cuestiones, procurando evaluar todas las
posibilidades que le eran entregadas. Quería entender todo el conjunto mostrado.
Algo le decía que muchas otras cosas dependían de captar correctamente, en su
estancia, la nueva enseñanza. Otras dos cuestiones que tenía pendiente de
resolución llegaron sin anuncio previo, pero cuando empezaba a enunciarlas el
ruido del motor, arrancando de nuevo, impidió que su proclama llegara audible a
Pal. Ella, percibiendo el movimiento de sus labios, le hizo señales para que
recogiera el intercomunicador de la cabina delantera, dado que no tenía
intención de volver a cortar gases.
-
Dime ¿Qué ocurre ahora?
-
Sí. Lo entiendo. Es correcto lo que me dices. Pero necesito saber algo
más. Será sólo unos segundos.
-
Bien. Adelante – Respondió bajando las revoluciones
del motor.
-
¿Qué se supone que tengo que hacer aquí, en Ís? Y ¿cuándo te volveré a
ver?
-
Todo eso no puedo contestarlo – pronunció con una sonrisa que él no veía
desde su posición –; depende de tu
pensamiento. Escrútalo, y obtendrás la solución. Hasta la vista, pilotillo.
Jano se quitó los auriculares dejándolos
anclados a la brida de sujeción instalada para tal fin dentro del copit. Bajó
del ala saltando al suelo apartándose lo suficiente para que el rebufo y la
polvareda que la hélice levantaría no le impactaran violentamente.
La
Bücker encaminaba su trayectoria hacia la pista sin aprovechar el total de su
extensión, sin levantar una sola mota de polvo, algo realmente curioso.
Prácticamente dejó atrás un tercio de la misma, y aprovechando un espacio
similar se elevó con delicadeza y elegancia. Al sobrepasar todo el espacio
terrestre de Ís, realizó un picado a estribor hundiéndose en el amplio vacío,
para en no más de treinta segundos aparecer por el otro extremo en un ascenso
pronunciado, vivaracho y alegre. El ruido del motor sonaba con gran eco en toda
la cavidad circular, que la naturaleza caprichosa había construido. Jano quedó
meditativo hasta ver cómo el aparato se perdía en la distancia.
El silencio reinó de nuevo en su entorno.
Tenía muchas cosas que cuadrar en su
mente, la cual estaba adquiriendo una nueva dimensión. Era como si borrara todo
el disco duro de un ordenador para reprogramarlo con un nuevo software
absolutamente dispar.
Necesitaba volar. Desde allí arriba podría
pensar mejor. Luego, ya tendría tiempo de ocuparse del aprovisionamiento y
demás necesidades.
Se dirigió al DC-3, que majestuoso parecía
acogerle, con sus alas desplegadas, en un abrazo amigable. Una vez en la
cabina, ocupó el asiento izquierdo. Sin mirar el manual de vuelo, como si
infusamente estuviese escrito en su mente, comenzó a arrancar los motores.
Meticuloso, realizó la revisión. Se sentía pletórico. Una nueva realidad se
estaba manifestando con una perspectiva maravillosa. Sabía que podía lograrlo. Él era, y estaba empezando a
convencerse de ello, el dueño de su destino. Tal creencia se revelaba
con tal fuerza, que no tenía duda ahora de sus capacidades. Su claridad
racional rugía al mismo ritmo que los motores recién encendidos. Su mente
estaba, en un prodigioso análisis, desentrañando la resolución de algunos
porqués que, en su vida anterior, le habían mantenido realmente esclavizado.
Tenía la sensación de que, todo aquello que, siempre, quiso saber,
le era revelado en el preciso instante. De algún modo se sentía pleno,
completo e indestructible. Aplicó potencia impulsando su avión hacia la pista.
Iba a realizar la misma maniobra que Pal, pero sin precipitarse hacia abajo.
Estaba seguro de poder hacerlo.
Puso los flaps al máximo e introdujo la
palanca de gases a fondo. Lo motores bramaron con vigor. La aceleración fue
mayúscula, tal y como pensó que se
iba a producir. El aparato brincó, con entusiasmo, comenzando a tragarse metros
y metros de tierra bajo las gomas negras de su tren de aterrizaje. La velocidad
iba incrementándose vertiginosamente. Tal y como pensaba y esperaba que ocurriese. Eso era empezar a creer, y, por tanto, a crear, viendo, comprobando,
y, experimentando los resultados palpables.
Jano se estaba insuflando, cada vez más,
de su nuevo y maravilloso poder recién descubierto. Ahora era él el que volaba, no el aparato, que se dejaba gobernar a
capricho. Aún quedaba mucha distancia para que se extinguiera la pista,
cuando la velocidad marcada era de cien nudos. Más que suficiente para
despegar. Tiró de la palanca con ternura y aplomo. Ambos, piloto y aparato,
estaban en el aire a tal orden. Inmediatamente, retiró los flaps en progresión,
aumentando la velocidad y manteniendo el rumbo sin permitir el ascenso de un
solo pie más. Cuando hubo sobrepasado Ís, y el indicador de velocidad marcaba
los ciento cuarenta nudos, giró la palanca a la derecha y hacia atrás mientras
ejercía toda la presión con su pie sobre el pedal derecho. Entonces, el bimotor
obedeció raudo, girando vertiginosamente a estribor, subiendo y escalando cada
porción del aire encontrado en su peregrinar.
El ascenso se prolongó hasta los límites
determinados por la disminución de la velocidad. Esta vez no quiso descontrolarse en una barrena. Eso ya estaba fuera
de todo su pensamiento.
La novedosa perspectiva entusiasmaba su
raciocinio como a un niño los regalos de cumpleaños. ¿Podría su pensamiento
hacer otras cosas? Había ejecutado un despegue exacto a como pensó e imaginó.
Se había manifestado con las mismas pautas que su querer ferviente construyó.
Era un hecho asombroso. ¿Podría producir
todo lo que pensara? ¿Conseguiría materializar cualquier circunstancia? Recordó que sería posible si antes lo creía.
Continuó el vuelo con tranquilidad,
dejando que su mente construyese nuevos puentes que uniesen lo etéreo y lo
abstracto, hasta lo material y lo tangible. Percibió
que, igual que un edificio antes de su construcción debe ser reflejado en unos
planos, él tendría que hacer lo mismo con su pensamiento. Estaba decidido a
construir una nueva realidad con su vital, fresco y recién estrenado poder. Tal
era su entusiasmo, que decidió emprender el regreso mientras imaginaba cómo, a
su llegada, lo que era una cabaña ruinosa, sería algo realmente distinto,
acogedor, con las comodidades suficientes para no quejarse de nada que no fuese
necesario. Tampoco pretendía crear una residencia de lujo, pero sí algo
decente, digno.
Diseñó
y Construyó, en su pensamiento, cómo tendría que ser ese lugar. Recordó todas las puertas que Pal usó, y
decidió que también estarían a su alcance, que sería tangible para él.
Describió la cama, la mesa, el suelo, cada elemento que quería tener en su
habitáculo. Si tenía que alojarse allí, iba a estar bien, sin escasez.
Visualizó las existencias que encontraría en el frigorífico. Incluso el humo que,
saliendo de la cafetera, estaría esperando su llegada con un rico y negro café.
Habría algunas manzanas y diversas frutas dentro de un gran cuenco en lo alto
de la mesa central que sería de roble, estaría bien labrada, brillante y, por
supuesto, limpia. De igual modo visualizó, creyendo
y creándolo en su pensamiento, sin lugar a dudas, un par de buenas butacas,
además de alfombras, cuadros, un reloj de cuco, nuevas ventanas, una
iluminación confortable y la chimenea encendida con abundante leña apilada en
un lateral. Recordó, de nuevo, que no
sólo era necesario pensarlo, sino que era imprescindible creerlo y crearlo en
su pensamiento para verlo, y esto era algo de lo que no dudaba. Estaba
absolutamente convencido de que a su llegada todo sería tal cual estaba
sucediendo en el actual momento. Creía en él, en sí, en su pensamiento; en
definitiva, creyó en su poder.
La proa del DC-3 apuntaba a Ís. La pista
estaba muy cercana. La velocidad contenida. El aparato controlado. La manga
mostraba un viento de cara de casi treinta nudos. Su atención se dividía entre
la aproximación e intentar divisar, a esa distancia, los cambios producidos en
la cabaña. Pero ambas cosas, entendió, no se compatibilizaban en esos momentos.
Tendría que seguir creyendo en lo que
había proyectado en y con su pensamiento. Decidió centrarse exclusivamente
en el aterrizaje. Luego, atesoraría tiempo para comprobar los resultados
imaginados, pensados, creídos. Tendría que ser lógico y paciente, dada su
consabida vehemencia.
Con un ángulo de ataque adecuado penetró
en el minúsculo espacio aéreo que estaba a punto de recibirle. Con enorme
deferencia posó las ruedas delanteras; la trasera se dejó caer como en un
colchón de espuma, sin apenas notarse su contacto con la tierra. Frenó con la
misma condición, dando la vuelta a la izquierda, aplicando gases y frenando la
rueda del mismo lado. Una vez más no podía distinguir su choza. La enorme
polvareda levantada impedía una visión perfecta. No obstante, avanzó hasta el
lugar determinado para dejar su aparato. Al pasar a la altura de la cabaña,
ésta continuaba sepultada ante el polvo que latente, aún, flotaba en el
ambiente. Parecía igual a como la dejó.
Cierto temor a no ver cumplido su ideal, produjo un leve sudor frío que supo
atajar retomando su pensamiento inicial. Todo estaría allí. ¡NO!, se dijo en su
interior, tengo que creerlo en presente: todo está ahí, exacto, tal y como lo
he diseñado. No podía, ni sería de otra manera. Creía en su poder. Creía que todo es posible si crees en ello.
Se reafirmó una y otra vez luchando por eliminar las dudas que pudieran surgir
como lo hace la infantería en un cuerpo a cuerpo mortal con el adversario. Si
Pal lo había conseguido ¿Por qué no él?
Apagados los motores, y desconectados el
resto de instrumentos según el procedimiento estándar, corrió precipitadamente
dentro del tubo esférico hasta abrir la portezuela de salida. No usó los
peldaños para bajar. Lo hizo de un salto, cargando con los tacos amarillos de
madera en forma de cuña para anclar las ruedas; eso sería la última parte a
ejecutar de las instrucciones post vuelo. Terminado, corrió con todas sus ganas
hacia la cabaña. La visibilidad era mucho mejor, si bien, bastante polvo se
esparcía por doquier. Ese sería un problema al que tenía que dar solución
también, pero lo dejaría para más tarde. En esos instantes su anhelo estaba
volcado en su creencia. Ahora, lo importante era comprobar otros grandes y
magníficos resultados.
A medida que se acercaba, parecía que nada
mostraba cambio tangible. La caseta ofrecía el mismo aspecto. Un montón de
toscas maderas iguales a las que pudo ver el día anterior, se mantenían con
persistencia, sin modificación alguna. Su sprint disminuyó. De nuevo asaltaron
las dudas. Dudas que duraron milésimas de segundo al darse cuenta que él,
exclusivamente, había realizado un diseño mental del interior. El exterior bien
poco le importaba ahora.
Su agitación reanudó la persecución hacia
su pensar. Estaba convencido de los resultados. Tendrían que estar. Seguro que
estaban. Él, ya, no dudaba de su poder iniciático.
Con precipitación subió de un solo paso
los cuatro peldaños de la escalera que le separaban del exiguo porche con techo
a dos aguas que resguardaba de la lluvia, y una única entrada. Frenó de golpe.
Puso su mano derecha sobre el picaporte. Respiró profundamente. Cerró sus ojos
e imaginó de nuevo todo con detalles. A medida que iba concretando cada una de
sus pautas, consideraba que ello podía ser y era real en el momento actual. A
medida que reiteraba cada objeto, cada elemento, cada esquina y parte del
interior, su boca esbozaba una sonrisa creciente. Todo aquello estaba, no estaría; estaba en el momento actual, ahí, y
estaría siempre ahí, no allí, mientras él lo pensara, mientras él pensaba que
es posible; no, que sería posible.
Al pronto soltó una carcajada
inesperada para él mismo. Era la señal palpable, procedente de su interior,
comunicando la ratificación de su anhelo. El convencimiento era total,
palpable. Estaba absolutamente seguro.
Giró el picaporte. La puerta se abría
suavemente, sin estruendo, sin forzarse. ¡Era difícil poder contrastar la
dureza de un exterior compuesto de listones de madera, que a duras penas
aguantaban juntos machacados por los agentes climatológicos, con el nuevo
interior que fulgía reluciente! El suelo ya no estaba compuesto de tierra
pisada. Lo formaba una pizarra anaranjada veteada por blancos y grises entre
cortados de aguamarinas y turquesas. La alfombra, a juego, acompasaba en un
lienzo dulce, inigualable. Sobre la mesa, que dibujó mentalmente,
efectivamente, se encontraban ricas manzanas verdes y ácidas. Cogió una,
mordisqueándola con prontitud, estallando en su cavidad bucal el agua
compactada que el fruto contiene en cada una de sus células. El sabor era el
esperado: fresco, limpio, agradable, despierto y real. Tras el mordisco abrió
de nuevo sus ojos, paladeando la esencia que seguía fluctuando entre su lengua
y dientes, y contemplando, con enorme y satisfactoria felicidad, los detalles
imaginados, pensados, proyectados. Empezó por abrir cada una de las puertas que
existían antes, las que accionó Pal. Todo
estaba ahí, no allí. Todo estaba. Todo. Incluso el frigorífico repleto de
los manjares que más degustaba. Todo,
le parecía, ahora, perfecto, real. Se
había descubierto a sí mismo. Era su conclusión, su nueva realidad.
Se sentó en una de las butacas
reclinables tapizadas en cuero teñido de rojo. Su Ser se bañaba en Sí mismo. Era
el mago de su vida, de su momento. Percibía una sensación tremendamente
agradable que optó por definir como felicidad. Por primera vez en su vida se
sentía dueño de Sí. No era en este
instante, los aviones, lo que realmente le llamaban la atención, sino, la capacidad de Ser y hacer lo que quería.
De volar a donde imaginara. Entendía por
primera vez cuál era el real significado de vivir, de volar, de Ser.
De súbito se incorporó recordando el
último de sus pensamientos, un capricho. Miró a través de la ventana del fondo.
La que daba a la parte trasera. ¡Si señor!, se dijo, ahí se hallaba. Con otro
brinco emprendió la salida a la carrera hasta llegar junto a ella. ¡Estaba
reluciente, nueva, niquelada! Tenía el manillar en alto; el asiento triangular
sobre dos amortiguadores en forma de muelle helicoidal; cuatro cilindros en
uve; alforjas en los costados. Un casco en azul platino descansaba sobre el
depósito del mismo tono.
No esperó. Montó en ella ajustándose a
la conclusión de sus sueños. Giró la llave de contacto. El arranque fue
perfecto, suave, inigualable. Sonaba al trote. El puff puff amortiguado del
motor no tenía confusión. Retiró el pedal. El equilibrio del peso recaía sobre
sus piernas, y como si supiera dónde exactamente encontrarlo, sin mirar, sacó
con su mano izquierda de uno de los bolsillos laterales de las alforjas el
pañuelo blanco e inmaculado que se anudó al cuello. Metió la primera marcha y
giró el puño derecho. Él y la motocicleta, como uno solo, se encaminaron hacia
la parte sur. Allí estaba el camino de descenso hacia el inigualable valle
sumergido repleto de floresta y vegetación magnánima que componía, como un
cuadro multicolor, toda aquella depresión. Un contraste, sin duda, acusado con
el resto del paisaje, árido y seco, que se perfilaba en la superficie, donde el
sol incrementaba a esas horas, con sus rayos, la temperatura.
Mientras descendía por el camino en
caracol que circunvalaba, como una pulsera, Ís, la suavidad climatológica se
hacía fehaciente. Los grados disminuían. Penetraba en un microclima exuberante.
Al bajar, por completo, la diferencia de setecientos metros que le separaban
del borde de Ís, comprobó el componente arcilloso del terreno. Se dejó ir. Fluyó con la creación
añorada desde su pensar. Así permaneció casi todo el día; recorriendo cada uno
de los rincones de aquel magnífico ideal; alimentándose a base de la fruta
encontrada en su exploración.
Al atardecer, cuando las primeras
sombras quisieron iniciar su deambular, sintió la necesidad de regresar. Había
quedado colmado de su querer, al empezar
a saber Ser, y cómo Hacer.
Lo siguiente que contenía su pensamiento
requería ejecución desde la cabaña; desde su hogar; desde su nueva vida. Iba a
dar fin al problema del polvo que se levantaba cada vez que se usaba la pista
de aterrizaje.
Llegó a la cumbre de Ís acompañando a
la despedida del astro solar. Aparcó la motocicleta en la entrada de, la que ya
consideraba, su casa. Aquél paraíso se había convertido en su pequeño bastión;
un lugar sólo para él. Era un sitio casi impenetrable e inaccesible. Su
mansión. Quizá su destino. Sólo quizá,
pues ello era algo que aún no tenía claro. Sea como fuere, se dijo, dejaré que
eso se resuelva a su tiempo, no que lo haga el tiempo.
Preparó salchichas rellenas de queso
fundido y patatas fritas regadas con salsa rosa. Lo acompañó con pan de centeno
y una copa de un excelente vino blanco de crianza. De postre otra de sus
queridas manzanas verdes. Alimentó el fuego de la chimenea con algunos troncos
para que aguantaran el resto de la tarde-noche. Concluyó el ritual recogiendo
la mesa y los utensilios. Luego, sacó papeles, lápices rotuladores y material
de dibujo de uno de los cajones del escritorio que se encontraba tras la
puerta, junto a la otra nueva ventana del recinto. Sobre la mesa extendió el
material listo para trazar el dibujo de su nuevo pensamiento.
Durante algo menos de tres horas elaboró el proyecto que tendría que estar preparado para la mañana siguiente. Ese era su propósito. Y la gran ventaja que había atesorado durante toda la jornada fue entender que él solo debía imaginar y pensar en el fin de lo que quería Ser, Hacer y Tener. El cómo se elaboraría no era su problema; sólo tenía que ver el final de la cuestión, creerlo creándolo al mismo tiempo en su pensamiento formulado en presente; el resto se resolvería por cauces que no tenían que pre-ocuparle. Exclusivamente tenía que ocuparse del momento actual, visualizando el fin ya realizado. Esa era la clave, el secreto.
Al concluir, tomó una infusión de
frutas, contemplando los bocetos de su proyecto colgado con chinchetas en la
pared que enfrentaba su cama.
Sonrió feliz. Estaba feliz. Era feliz. –
Soy feliz, creo en mí –, se dijo culminando convencido. Satisfecho.
Apagó las luces. Se tumbó en la cama, y
acompañado por la intimidad que proyectaban las llamas del fuego, terminó por
dormirse sin dejar de mirar, hasta el último instante, con satisfacción, el
dibujo donde estaba enmarcado su pensamiento y, a la vez, propósito; su nuevo
proyecto, ya, en marcha.
Lo que pasara al día siguiente no le
pre-ocupaba. Sabía que el suceder estaría ahí, palpable. Existiendo.
En el artículo del día 1
de diciembre (Rojo octubre, peligroso noviembre y brillante diciembre.
III Parte) comuniqué que personalmente había recibido por psicografía una
serie de técnicas y procesos para aplicar en psicoterapia, que solucionaba el
80% de los problemas psicológicos del ser humano. La explicación resumida de
esta psicoterapia es que elimina el ego, te reconecta con tu alma (conecta la
Particularidad con la Singularidad) y tienes control emocional, siendo feliz en
tu vida actual; al mismo tiempo dije que lo había transferido a dos Almitas
maravillosas (psicólogas) que os los podía ofrecer mediante terapia, obvio que,
con remuneración, pues es su trabajo, y que además ellas lo harán, pues mis
tiempos están contados, para seguir en esa labor. No se trata de dar una
formación, sino de recibir terapia para quien lo necesite. Durante un tiempo os
habéis puesto en contacto conmigo para luego realizar el contacto con ellas
(Rosario y Yesenia), pero ahora ya podéis hacerlo de forma directa mediante su
correo profesional: terapia.psico2@gmail.com También podéis visitar su Web: http://www.psico2-internacional.es
Para las
actualizaciones de Todo Deéelij y preguntas sencillas: deeelij@gmail.com
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