He llorado amargamente
porque no te encontraba.
Te he buscado incesantemente por doquier.
Durante infinitos momentos anduvo contraído mi corazón.
¡Cuánto dolor!
¡Cuánto pesar!
¡Cuánta amargura!
Fui tras de ti, entonando tu nombre.
Fui a tu encuentro, implorando tu presencia.
Recorrí innumerables senderos.
Escalé miles de montañas.
Y a pesar de tanto camino recorrido,
tú no aparecías.
Pero llegó un día, en el que las fuerzas flaquearon.
La voluntad se quebró como el cristal.
Y todo mi ser cayó
desfallecido.
Fue entonces,
cuando las lágrimas recorrían mi rostro,
cuando mi garganta enmudeció
irritada de tanto entonar tú nombre.
Fue ese instante,
en el que por primera vez
se hizo el silencio en mi interior.
Súbitamente, oí una voz que me llamaba.
Esa voz era dulce y clara:
"Descansa corazón mío,
seca tus lágrimas,
reposa tu ser.
Nada has de buscar
porque nada has de encontrar.
Lo que buscas en el exterior
se encuentra en tu interior.
Nunca me has perdido
porque nunca me he ido.
Siempre te he acompañado,
pero tu agitación no te dejaba escuchar
la voz que reclamaba tu atención.
Es la ignorancia,
que a través de su tupido velo,
niebla la consciencia del hombre,
haciéndote aparecer ante el mundo como un ser,
desdichado y dejado de toda Gracia.
No temas, esa niebla se dispersa con la llegada del alba.
Lo que aparecía separado, asido está.
Aquel que tú añoras, aquí se encuentra.
Porque ese que tu buscas, no es otro que tu Ser.
Tú eres el inmortal,
El que nunca nació y nunca murió.
Eres el Alfa y el Omega.
Tú eres todo y todo eres tú.
Tú eres el espíritu inmortal.
El ser omnisciente.
Tú eres Dios.
No existen dos, sino Uno.
Tú eres Eso.
Levanta el vuelo y ve raudo a expandir esta Buena nueva.
El espíritu inmortal habita en el interior de cada persona.
Dios ES cada uno de nosotros".
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Autor: Matías Márquez (gaudapada@hotmail.com)
Fuente: De su libro Alma embriagada (Editorial: Visión
Libros)
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