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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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¿Qué significa ser humano?
La enormidad de esta cuestión se puede resumir en un viejo principio propuesto
por el filósofo alemán G.W.F. Hegel, que él atribuía a su colega Baruch
Spinoza: "Toda determinación es negación".
Pero, ¿negación de qué?
En primer lugar, de Dios.
Al principio estaba Dios, fuente de acción infinita. En la tradición
occidental, el hombre no tiene propósito sin Dios. Para los cristianos, el
hombre fue creado a imagen de Dios; para los judíos, Dios es un buen trabajador
que te echa una mano. Para los ateos (quienes, no lo olvidemos, son
judeo-cristianos a su manera), el propósito del hombre es, en parte, echar a
Dios de su trono. Puede que esto no sea una completa negación de Dios, pero al
menos limita su poder, pues los hombres pasarían a ocupar el espacio
anteriormente reservado en exclusiva a Dios.
La determinación también es
una negación de la naturaleza. Nadie negará - y Spinoza menos- que un humano es
“natura naturata”, una cosa entre cosas, una natura entre natura, una figura
del mundo tejida con la misma fibra que el resto de ordinarias figuras. Pero
ser humano también es desear trascender, aspirar a ser algo más que una simple
astilla de la naturaleza.
El filósofo René Descartes
reflexionaba en su día sobre la diferencia entre humanos y máquinas.
Actualmente, en la cúspide de la revolución de la inteligencia artificial,
también nos planteamos una pregunta similar: ¿cómo podremos distinguir a un humano
real de uno sintético?
Un humano real es, como lo
expresaba Descartes, “res cogitans”, un ente pensante. Una fuente de
intencionalidad, como escribió el filósofo Edmund Husserl. Ser humano significa
poder salir del orden natural. Ser humano requiere escapar, en una u otra
dirección, de esa masa de átomos, células y partículas de la que estamos
compuestos tú, yo, y todo lo demás. Es estar dotado de alma, la cual -incluso
si es inmaterial, sin extensión ni densidad, incluso si es perfectamente invisible,
impalpable e inconsistente- es el pasaporte que nos permite salir de la
naturaleza y penetrar en nuestra esencia humana.
La sistemática
desnaturalización, esa confianza en que una parte del yo puede escapar al orden
natural del mundo, se parece a un renacer. La naturaleza es el primer estadio
de la humanidad; pero de ninguna manera puede ser su horizonte.
Pero hay también un tercer
nacimiento. Ser humano es, por supuesto, ser parte de otra entidad que llamamos
sociedad. Con todo el respeto posible al rousseaunismo de aquellos que nunca
han leído de verdad a Jean-Jacques Rousseau, el hombre nunca ha existido
enteramente por sí solo, sin vínculo con una comunidad de otros.
Pero aquí hemos de ser muy
cuidadosos. Idolatrar la esfera social, aceptar pasivamente los límites que
resultan de la imposición de leyes y normas sociales, puede ser fatal para el
avance humano. Aquí reside el lúgubre reino del nosotros de Martin Heidegger.
Aquí está la multitud anónima sin cara que profetizaba Edgar Allan Poe, y a quien
hoy en día se ha dado rienda suelta en internet.
Ser humanos es resistir,
dentro de uno mismo, contra todo tipo de presión social, un lugar íntimo y
secreto donde ese todo más grande no puede entrar. Si cae este santuario,
quedarán las máquinas, los zombis y los sonámbulos.
Puede que en un primer
momento este poder privado no esté accesible para nosotros. No nacemos humanos;
nos convertimos en ello. La humanidad no es una forma del ser; es el destino.
No es un estado permanente, que nos llega de repente y a todos, sino un
proceso.
Ser humano también
significa saber que uno puede ganar batallas, pero nunca la guerra. La muerte
tendrá la última palabra. Si nos parece demasiado trágico, si nos perturba la
sensación de que lo inhumano es la norma y lo humano la excepción, tenemos que
intentar verlo como una fuente de salvación.
Por último, no estoy seguro
de nada. La filosofía trabaja estrictamente en el campo de lo posible, no de lo
conocible, así que sólo puedo apostar por lo que podría ser.
Pero sé una cosa: la
historia del siglo pasado nos enseña que cuando apostamos por la nostalgia
-cuando nos dedicamos a buscar esa tierra perdida, para algunos pura- lo único
que hacemos es allanar el camino al totalitarismo. Ponemos en marcha las
máquinas que nos limpiarán, nos purgarán, y nos barrerán.
Cuando en su lugar nos
dedicamos a avanzar, a sumergirnos en lo desconocido y aceptar nuestra
humanidad con todas sus incertezas, entonces nos embarcamos en una aventura
verdaderamente noble y hermosa, el camino a la libertad.
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Autor: Bernard-Henri Lévy (Filósofo, director de cine y activista. Es autor de 'El Imperio y
los Cinco Reyes', editado por Henry Holt)
Fuente:
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