Vamos a recordar aquí a
Santa Teresa de Jesús y sus famosos Grados de Oración, descritos en El Libro de
la Vida, el primero que escribió y que se considera el más espontáneo y fresco,
fiel reflejo de su personalidad y de su experiencia humana y sobrenatural.
Teresa Sánchez de Cepeda
Dávila y Ahumada (1515-1582), escribió inicialmente el libro en 1562 en una
edición que se perdió, pero volvió a escribirlo de nuevo tres años después,
basándose en el texto inicial. El libro se publicó varios años después de su
muerte y fue estudiado hasta por la Inquisición. Es una biografía, interna y
externa, que además de describir acontecimientos mundanos, relata sus
experiencias espirituales y enseña a orar. Porque parece ser que Teresa de
Jesús experimentó la oración como un camino de aprendizaje, siendo consciente
de los pasos que fue dando, el trabajo que tuvo que realizar y la gratitud con
que Dios la acompañó.
Los capítulos 11 a 23 del Libro de La Vida
son un tratado de oración clásico y único, donde Teresa compara los niveles de
oración con cuatro formas de regar un huerto basándose en su experiencia. Cuatro
maneras de llevar el agua a la tierra para que se vuelva fecunda. O lo que es
lo mismo: cuatro maneras de que el alma sedienta sacie su sed de Dios.
Los Grados de Oración
En el primer
grado, el ser humano inicia el camino de la oración. Se parece a un
hortelano que tiene un pozo con agua, pero solo sabe regar sacando agua del
pozo con una cuerda, un cubo y mucho esfuerzo. Una y otra vez, hasta agotarse,
el hombre sube el agua y riega la tierra en un riego poco eficaz, donde es el
“protagonista” de la acción. Esta es la oración mental, interior o meditativa,
que es un discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. El
hombre recoge el pensamiento en el silencio, evitando las continuas
distracciones y comienza un diálogo con Dios, sin artificios, ni protocolos,
como se habla con un amigo. Es la etapa que requiere más esfuerzo, porque
iniciar el camino supone luchar con las continuas distracciones y atracciones
del mundo y, a menudo, también contra la tristeza y las dudas. Es un paso que supone
esfuerzo, pero consigue que la tierra reciba el agua y la vida comience a
brotar. Siempre cuesta comenzar a orar, pero si se ama y persevera, se avanza y
así aparece la segunda manera de regar el huerto.
En el segundo grado,
el orante es como un hortelano que aprende a sacar el agua con una noria
haciendo un trabajo más llevadero. Con la noria sube el agua más rápido y riega
el huerto con menos esfuerzo. Esta es la Oración de la quietud, también llamada
contemplativa. La memoria, la imaginación y la razón experimentan un gran
recogimiento y, aunque persisten las distracciones, ahonda la concentración y
la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, pero quien ora comienza a
saborear los frutos de la oración y se anima a perseverar. En este punto, Dios
ya ha entrado en el camino. Dios y el orante, juntos, hacen el camino. El
corazón del hombre se va abandonando a las manos de Dios y cuenta con Él. Es la
experiencia de la gracia y el esfuerzo humano. Es saber que, cuando el sr
humano pone un granito de arena, Dios hace la montaña. Es saber que hay que
estar despierto, atento, consciente, bien presente... sabiendo que Dios es el
Padre generoso. Que si el hombre se abre a Él,… puede contar con Él.
El tercer grado, se
parece al regar el huerto con canales que traen el agua desde el río. Es el
paso de la “unión”. El hortelano ha abierto los ojos y tiene una luz nueva en
su vida. Se ha dado cuenta de que su pozo es demasiado pequeño y que el agua
puede venir del propio río, regando el huerto más y mejor. En esta etapa todo
es más fácil y fecundo. El agua empapa el campo y penetra en la tierra y el
esfuerzo personal es ya muy pequeño. La acción es toda de Dios, que es “gracia,
manantial, corriente y río”. Inunda el corazón del hombre y éste sencillamente
se deja inundar y ama, siendo consciente de que Dios es la vida de su vida.
Siendo consciente de que Dios es el protagonista. El alma vuela. Le nacen alas
al corazón.
Y la cuarta experiencia de
Dios es que ni el pozo, ni la noria, ni el río son buen riego, porque todos
requieren el esfuerzo de la persona. La cuarta experiencia es que Dios se hace
lluvia. En este grado, el cuarto, el hortelano ya no tiene que regar su
huerto porque Dios mismo lo hace con una lluvia abundante que empapa la tierra
y la hace fértil. En otras palabras: Dios es el hortelano. Dios es el
protagonista. Riega, fecunda y transforma con su amor. Y en ese momento, la
oración se convierte en una experiencia de amor. Dios ora al alma.
Dicen que Santa Teresa no
sólo se dirigía a los religiosos y monjas de su época, sino a todo el que
comenzaba una vida espiritual. Y sorprende aún ahora la enorme potencia de sus
palabras, tan lejanas en el tiempo, pero tan cálidas para el corazón del ser
humano del siglo XXI comprometido con un camino de autorrealización.
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Autora: Apilar Lainez
Fuente:
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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