Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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21/10/18

La educación y el sentido de la vida (Enseñanzas Teosóficas: 88)


          ¿Qué significa la vida? ¿Para que vivimos y luchamos? Si nos educamos simplemente para lograr honores, o alcanzar una buena posición, o ser más eficientes, poder dominar a los demás, entonces nuestras vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si sólo nos educamos para ser científicos, eruditos aferrados a los libros, o especialistas apasionados por el conocimiento, entonces estaremos contribuyendo a la destrucción y a la miseria del mundo.

Sin una comprensión integral de la vida, nuestros problemas individuales y colectivos crecen y se agudizan en todos sentidos. El objetivo de la educación no es sólo producir simples eruditos, técnicos y buscadores de empleos, sino hombres y mujeres integradas, libres de temor, porque sólo entre tales seres humanos puede haber paz duradera.

La educación no debe estimular al individuo a que se ajuste a la sociedad, ni a que se manifieste en armonía negativa con ella, sino que debe ayudarlo a descubrir los verdaderos valores que surgen como resultado de la investigación desapasionada y de la comprensión de sí mismo. Cuando no hay conocimiento propio, la auto expresión se convierte en autoafirmación, con todos sus conflictos ambiciosos y agresivos. La educación debe despertar en el individuo la capacidad para comprenderse a sí mismo, y no simplemente entregarse a la complacencia de la auto-expresión.

Los sistemas educativos o políticos no cambian misteriosamente; se transforman cuando nosotros cambiamos fundamentalmente. El individuo es de primordial importancia, no el sistema; y mientras el individuo no comprenda el proceso total de su propia existencia, no hay sistema, sea de derecha o de izquierda, que pueda traer orden y paz al mundo.

El hombre ignorante no es el iletrado, sino el que no se conoce a sí mismo; y el hombre instruido es ignorante cuando pone toda su confianza en los libros, en el conocimiento y en la autoridad externa para derivar de ellos la comprensión. La comprensión sólo viene mediante el propio conocimiento, que es darnos cuenta de nuestro proceso psicológico total. La educación, pues, en su verdadero sentido, es la comprensión de uno mismo, porque dentro de cada uno de nosotros es donde se concentra la totalidad de la existencia.

Lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos por medio de los libros, cosa factible a cualquiera que puede leer. Una educación así, ofrece una forma sutil de escaparnos de nosotros mismos y, como toda huida, inevitablemente aumenta nuestra desdicha. El conflicto y la confusión resultan de nuestra relación errónea con todo lo que nos rodea -gente, cosas, ideas-, y hasta que no entendamos bien esa relación y la alteremos, la mera instrucción, la adquisición de datos y habilidades, nos conducirán inevitablemente al caos envolvente y la destrucción.

Creo que se han escrito muchos volúmenes sobre los ideales educativos; sin embargo, estamos en mayor confusión que nunca. No existe método alguno por medio del cual se pueda educar a un niño para que sea libre e íntegro. Mientras nos preocupamos por los principios, los ideales y los métodos, no ayudamos al individuo a liberarse de sus actividades egocéntricas con todos sus temores y conflictos.

Los ideales no tienen lugar en la educación porque impiden la comprensión del presente. NO hay duda de que podemos prestar atención a lo que es, sólo cuando dejamos de huir hacia el futuro. Mirar al futuro, luchar por un ideal, indica pereza mental y deseo de evitar el presente.

La verdadera educación no tiene nada que ver con ninguna ideología, por mucho que ésta prometa una utopía futura; ni está fundada en ningún sistema, por bien pensado que sea; ni tampoco constituye un medio de condicionar al individuo de una manera especial. La educación, en el verdadero sentido, capacita al individuo para ser maduro y libre; para florecer abundantemente en amor y bondad. En esto es que debiéramos estar interesados y no en moldear al niño de acuerdo con una norma idealista.

Cualquier método que clasifique a los niños de acuerdo con su temperamento y aptitud, no hace más que acentuar sus diferencias; crea antagonismos, estimula las divisiones sociales y no ayuda a desarrollar seres humanos íntegros. Es evidente, pues, que ningún método ni ningún sistema pueden asegurar una verdadera educación, y la estricta adhesión a un método particular demuestra indolencia por parte del educador. Mientras la educación se base en principios preparados de antemano, podrá tal vez producir hombres y mujeres eficientes, pero no seres humanos creadores.

Sólo el amor puede crear la comprensión de los demás. Donde hay amor hay comunión instantánea con los otros, en el mismo nivel y al mismo tiempo. Por ser nosotros mismos tan secos, tan vacíos, tan faltos de amor, hemos permitido que los gobiernos y los sistemas se encarguen de la educación de nuestros hijos y de la dirección de nuestras vidas; mas los gobiernos quieren técnicos eficientes, y no seres humanos, porque los seres humanos son peligrosos para los gobiernos, así como también para las religiones organizadas. Por esto es que los gobiernos y las organizaciones religiosas buscan el dominio sobre la educación.

Si ayudáramos al niño a liberarse de las actuaciones del ego, que causan tanto sufrimiento, entonces cada uno de nosotros se dispondría a alterar profundamente su actitud y su relación con el niño. Los padres y los educadores, mediante su propio pensamiento y conducta, pueden ayudar al niño a liberarse y a florecer en amor y bondad.

La educación actual no estimula en modo alguno la comprensión de las tendencias heredadas y de las influencias ambientales, que condicionan la mente y el corazón y mantienen el temor; y por lo tanto no nos ayuda a romper con los condicionamientos y a crear seres humanos íntegros. Cualquier forma de educación que se ocupe sólo de una parte, y no de la totalidad del hombre, inevitablemente ha de aumentar los conflictos y los sufrimientos.

Cuando somos niños, el temor se nos inculca a la mayoría de nosotros en la escuela y en el hogar. Ni los padres ni los maestros tienen la paciencia ni el tiempo ni la sabiduría para disipar los temores instintivos propios de la niñez, los cuales, según vamos creciendo, dominan nuestras actitudes y nuestros juicios y nos crean muchos problemas. La verdadera educación debe tener en consideración este problema del temor, porque el temor deforma nuestra visión total de la vida. No tener miedo es el principio de la sabiduría, y sólo la verdadera educación puede lograr la liberación del temor, en la cual existe únicamente la profunda inteligencia creadora.

Para comprender el significado el significado de la vida con sus conflictos y dolores, tenemos que pensar con independencia de toda autoridad, inclusive la autoridad de la religión organizada; pero si en nuestro deseo de ayudar al niño, colocamos ante él ejemplos autoritarios, estaremos estimulando el temor la imitación y varias formas de superstición.

Cuando salimos de la escuela o de la universidad, muchos de nosotros echamos a un lado los libros y nos parece que ya hemos terminado con todo lo que sea aprendizaje; y hay otros que sienten el estímulo de continuar pensando con más amplitud, que se mantienen leyendo y captando lo que otras personas han dicho, y se convierten en adictos al conocimiento. Mientras exista el culto por el conocimiento o por la técnica como medio para llegar al triunfo y al poder, tiene que haber rivalidad despiadada, antagonismo y lucha incesante por el pan.

Mientras el éxito sea nuestra meta, no podemos liberarnos del temor, porque, el deseo de triunfar, inevitablemente engendra el temor al fracaso. Por eso a los jóvenes no se les debe inculcar el culto al éxito. La mayor parte de la gente busca el triunfo en una u otra forma, ya sea en una cancha de tenis, en el mundo de los negocios, o en la política. Todos queremos estar en primer puesto, y ese deseo crea constante conflicto en nosotros mismos y con nuestros vecinos; nos lleva a la rivalidad, la envidia, la animosidad y finalmente a la guerra.

De la misma manera que los mayores, la juventud busca éxito y seguridad; aunque al principio esté descontenta, pronto se torna respetable y no se atreve ir en contra de la sociedad. Los muros de sus propios deseos empiezan a encerrarlos, se alinean con los demás, y finalmente asumen las riendas de la autoridad. Su descontento, que es la propia llama de la investigación, de la búsqueda, de la comprensión, se apaga y muere; y en su lugar aparece el deseo de encontrar un puesto mejor, un matrimonio ventajoso o una carrera de porvenir, todo lo cual es la manifestación del ansia de mayor seguridad.

No hay diferencia esencial entre el viejo y el joven, pues ambos son esclavos de sus propios deseos y placeres. La madurez no es cuestión de edad; viene con la comprensión. El espíritu ardiente de investigación se encuentra tal vez más fácilmente en los jóvenes, porque los viejos han sido ya vapuleados por la vida, gastados por los conflictos, y sólo les espera la muerte en una u otra forma. Esto no significa que no sean capaces de hacer investigaciones, con un propósito, sino que estas cosas les ocasionan más dificultad.

Muchos adultos son inmaduros, más bien infantiles, y ésta es una de las causas que contribuyen a la confusión y a la miseria del mundo. Son los viejos los responsables de la crisis moral y económica prevaleciente; y una de las más desgraciadas flaquezas, es que esperamos que alguien actúe por nosotros y cambie el rumbo de nuestras vidas. Esperamos que otros sean los que se rebelen y construyen de nuevo, mientras nosotros permanecemos inactivos hasta estar seguros de los resultados.

La mayor parte de nosotros perseguimos la seguridad y el éxito; y una mente que busca la seguridad, que ansía el triunfo, no es inteligente y es por lo tanto incapaz de la acción integrada. Sólo puede haber acción integral si una comprende su propio condicionamiento, sus prejuicios raciales, nacionales, políticos y religiosos; es decir, si uno se da cuenta de que las modalidades del "yo" tienden siempre a la separatividad.

La educación de hoy se ocupa tan sólo de la eficiencia externa; desatiende totalmente o pervierte deliberadamente la naturaleza interna del hombre; desarrolla sólo una parte de él y abandona el resto para que se desenvuelva lentamente lo mejor que pueda. Nuestra confusión, nuestro antagonismo y nuestros temores internos, siempre dominan la estructura externa de la sociedad, no importa lo hábilmente construida que esté. Cuando no hay verdadera educación nos destruimos mutuamente, y es imposible la seguridad física de cada uno. Educar bien al alumno es ayudarlo a entender el proceso total de su ser; porque sólo cuando hay integración de la mente y el corazón en cada acción cotidiana, es que puede haber inteligencia y transformación interna.

El amor a lo bello puede expresarse en una canción, en una sonrisa, o en el silencio; pero la mayor parte de nosotros no nos sentimos inclinados al silencio. No tenemos tiempo para contemplar las aves, las nubes que pasan porque estamos muy ocupados con nuestros empeños y placeres. Cuándo no hay belleza en nuestros corazones, ¿cómo podemos ayudar a los niños a ser sensibles y a estar alertas? Tratamos de ser sensibles a la belleza al mismo tiempo que huimos de lo feo; pero el huir de lo feo nos hace insensibles. Si queremos desarrollar la sensibilidad de los niños, tenemos que ser sensibles a la belleza y a la fealdad y debemos aprovechar toda oportunidad para despertar en ellos el júbilo que hay en contemplar no sólo la belleza creada por el hombre, sino también la belleza de la naturaleza.

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Autor: Jiddu Krishnamurti
Enviado por: Alberto Chessa (Alberto.Chessa@outlook.com)
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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