Se ofrece seguidamente el artículo escrito por Emilio Carrillo, titulado El Tránsito, publicado en el número 35, de enero de 2016, de la revista El Despertador (página 22 y siguientes):
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EL TRÁNSITO
Tener
miedo a la muerte es tener miedo a la vida. La Vida , en mayúsculas, incluye ambas: la vida y la
muerte. Todo es Vida y la muerte no es tal, sino una puerta que se abre para
pasar de una habitación a otra dentro de la propia Vida. El tránsito es la fase
y el proceso intermedio que permite pasar de una habitación a la otra.
Sobre
todo ello, he profundizado en un libro que acaba de ver la luz: El Tránsito: vida más allá de la vida y
experiencias cercanas a la muerte, publicado por la Editorial Sirio. Su
hilo conductor es el convencimiento de que para conocernos a nosotros mismos y
vivir la vida hay que comprender y asumir la muerte y el tránsito que le sigue.
Discernir acerca de la muerte y el tránsito y otear lo que representan no es un
juego mental, ni otra de las muchas obsesiones intelectuales relacionadas con
el futuro. Al contrario: conocer la muerte y el tránsito resulta imprescindible
para vivir el aquí-ahora, que es la
Vida misma.
Pero,
¿qué es y en consiste exactamente el tránsito? Aprovechando la oportunidad que
me ofrece El Despertador, comparto sintéticamente
aquí una serie de reflexiones al respecto, que se desarrollan con detalle en el
citado libro.
¿Qué es el tránsito?
El
tránsito arranca en el instante en el que, tras lo que la humanidad todavía
denomina muerte, tú, lo que realmente eres, el “Conductor” (Espíritu,
Consciencia, Luz, Energía…), sales del cuerpo y abandonas el “coche”, es decir,
el “yo” físico, mental y emocional que te ha servido para vivenciar esta
experiencia humana. Esto se produce exactamente cuándo cada uno, el Conductor
que eres, lo determina: cada cual decide cuándo y cómo transita, en coherencia
con las experiencias desplegadas en la vida física que deja atrás.
Y el tránsito dura hasta el momento en el que el
Conductor, después de abandonar el coche, se introduce en el metafóricamente
llamado “túnel de luz” para acceder, así, a ese otro plano de existencia que se
suele calificar como vida más allá de la vida.
Por
tanto, el tránsito es una fase intermedia de la vida que discurre entre la
salida de este “plano material” y la entrada en el “plano de luz”. Y en ella se
viven una serie de experiencias que hacen del tránsito un proceso
consciencialmente dinámico, dirigido precisamente a impulsar el acceso a ese
“plano de luz”.
El tránsito es una fase de la vida
La
muerte es un imposible, un fantasma de la imaginación humana, un invento de la
mente. Volviendo al símil utilizado en el arranque de estas líneas, la muerte
no es tal, sino una puerta que se abre para pasar de una habitación a otra
dentro de la propia vida, es decir, para ir de la vida en esta encarnación
física a la vida en otro plano de existencia intangible e inefable. Ahora bien,
la travesía de una habitación a otra no es instantánea, sino que, expresado en
palabras de este mundo terrenal, tiene una duración temporal. De ahí que el
tránsito sea una fase: una fase intermedia de la vida con unas características
y unas leyes naturales distintas tanto de las que operan en el “plano material”
como de las que son propias del “plano de luz”.
¿Cuánto
dura el tránsito? Contemplado desde aquí, donde rige el tiempo y el espacio,
puede ser muy breve –un puñado de minutos, algunas horas o unos pocos días o
semanas- o hacerse muy largo –meses, años, décadas o, incluso, siglos-. ¿De qué
depende esta duración? Exclusivamente de uno mismo. Para entenderlo, hay que
tener en cuenta que, tras haber desencarnado, para entrar en el “túnel de luz”
que sirve de entrada al otro plano se requieren dos cosas: primero, percatarse
de que has muerto físicamente y has abandonado el coche; y segundo, aceptar tal
hecho, rompiendo en consciencia con todos los vínculos, lazos e inercias que
aún pudieras mantener con el “plano material”.
Ambas
circunstancias son condición “sine qua non” para introducirse en el “plano de
luz” y representan una toma de consciencia acerca del nuevo estado de vida y
existencia. Y al desencarnar, no todos realizan esa toma de consciencia de
manera rápida: aun careciendo de materialidad, no son pocos los que se siguen
viendo y sintiendo consciencialmente a sí mismos con corporeidad y se mantienen
ligados y apegados a los deseos, emociones, vaivenes, quehaceres, placeres y,
muy especialmente, dolores y sufrimientos de lo que fue su vida física, en la
que en consciencia creen continuar estando.
El tránsito es un proceso de evolución consciencial
El
tránsito, además de constituir una fase de la vida que discurre entre la salida
del “plano material” y la entrada en el “plano de luz”, es un proceso consciencial
en el que, cuando el fallecido, por su estado de consciencia, no accede
directamente y de manera natural al “túnel de luz”, se viven experiencias que
modifican tal estado e impulsan la entrada en el otro plano.
En este punto, es crucial tener presente
que el estado de consciencia es exactamente el mismo en el momento previo a
desencarnar y una vez que la salida del “coche” se ha producido. El hecho de
desencarnar no provoca, de por sí, un cambio o evolución en el estado de
consciencia, por lo que la andadura por el tránsito se comienza con el mismo
estado de consciencia que se tenía en los instantes previos al fallecimiento
físico. A partir de ahí, dentro del tránsito se viven experiencias que impulsan
la evolución de ese estado de consciencia hacia el que se precisa para
adentrarse en el “túnel de luz”.
Cada
uno tiene el tránsito que necesita
Por esto puede afirmarse que cada uno tiene el tránsito que necesita: con la duración y con las experiencias que posibilitan la evolución consciencial hacia el estado de consciencia que permite tanto darse cuenta de que has muerto físicamente como
aceptarlo, dejando atrás las identificaciones y los aferramientos con el “plano
material”.
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