Querida madre,
Te doy las gracias por la
valentía y la generosidad de darme la vida. Te doy las gracias por haber
aceptado la aventura de ser mi canal de entrada a este mundo que cada vez me
maravilla un poco más.
Ser madre, ahora lo sé en
primera persona, es un reto. Es un auténtico camino iniciático.
Sé que cada cosa que haces es
porque piensas que es lo mejor para mí. Porque piensas que me quieres. Hoy te
puedo decir que ya has hecho todo lo que tenías que hacer, ya no es necesario
que sigas preocupándote por mí. Tu trabajo ha terminado. De hecho, hace mucho
tiempo que ha terminado.
He tratado de ser la hija que
tú querías que fuera. Aunque parezca que nos rebelamos ante nuestros padres y
madres, los hijos somos intrínseca y profundamente fieles a nuestros
progenitores. Ahora puedo ver muy claro que incluso cuando formalmente hacía lo
contrario de lo que tú querías era profundamente fiel a tus principios. Me ha
costado mucho darme cuenta. Hoy, a las puertas del medio siglo de vida, lo sé,
lo veo, lo siento y en ciertas ocasiones lo lamento. Aunque como diría mi querido
amigo Emilio: “todo es perfecto”. Todo es perfecto porque todo construye y esta
vivencia es parte de mi camino. Has cumplido perfectamente tu misión.
Me he sentido tan culpable
por ser como soy. He pasado la vida sintiendo que tendría que estar haciendo
algo diferente de lo que hacía, ser una persona diferente de la que soy. Fíjate
hasta donde llega el desatino que diariamente me descubro criticándome
ferozmente y las palabras y los argumento que utilizo para despellejarme son
los mismos que te he oído tantas veces cuando juzgas con severidad y desprecio
a personas que son como yo. Sé que tus juicios son fruto de una visión
limitada, de la falta de empatía y de comprensión para con los y las que no
piensan ni viven como tú. Sé que en el fondo es frustración. Lo sé.
Por primera vez, me miro a mí
misma y me digo, pues estoy muy bien así, soy amable (susceptible de ser amada)
tal como soy. Y éste es el legado que quiero dejar a mi hijo. Quiero amarlo tal
como es y quiero que se sienta orgulloso de ser lo que es, sea lo que sea. Por
eso madre, te pido que dejes de preocuparte por mi vida. Tu trabajo ha terminado.
No soy tuya, nunca lo he sido y nunca lo seré. Como mi hijo no es mío ni es un
lienzo en blanco en el que yo puedo dibujar mis sueños frustrados para que se
hagan realidad.
Los padres y madres no somos
más que canales, toboganes, por los que otros seres llegan a este planeta.
Si me quieres, suéltame.
Suéltame, por favor. Libérame de tus proyecciones, de tus esperanzas, de tus
deseos. Ya no quiero volver a mirar el mundo con tus ojos porque ni siquiera
nuestros mundos se parecen. Ya no necesito tus creencias, ni tus imágenes para
mi futuro. La hija que conociste y que alimentaste ha muerto. Entiérrala como
yo lo he hecho. Y contempla el ser que soy. Te lo pido con todo mi corazón.
Para desplegar mis alas, para
realizarme como persona, para hacer florecer mis talentos únicos y para ser la
madre que quiero ser necesito dejar atrás tu mundo, tus creencias, tus miedos y
tus esperanzas. Si tú me ayudas será más fácil. Si no, tendré que hacerlo sola,
pero lo haré. Estoy decidida, cueste lo que cueste.
Nunca es tarde para comenzar
una nueva vida. Nunca. Y si alguien te dice lo contrario es que no sabe nada.
La vida es infinitamente generosa y si te entregas a ella te lo da todo. Sólo
hay que confiar. Sé que es extremadamente difícil para personas heridas,
temerosas, pero también sé que es posible. Yo soy la prueba.
Quiero terminar diciéndote
que respeto mucho tu trayectoria de vida y la persona que eres, comprendo las
dificultades y los dolores que has ido encontrando y valoro profundamente tus
cualidades. Eres alguien con una energía vital extraordinaria, con mucho mucho
valor y una sensibilidad especial para crear belleza a tu alrededor.
Te doy las gracias.
Te amo madre.
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