El desarrollo de unos nuevos principios y formas de actuación y organización políticos deben encontrarse basados, inevitablemente -si aspiramos seriamente a su efectiva realización- en una nueva definición de las relaciones humanas e, incluso, de la concepción misma del ser humano tal y como se encuentra hoy entendida de forma prácticamente generalizada. En este sentido, hoy poseemos un nuevo reto: la creación de un nuevo Nosotros más universal que aquél basado no sólo en la solidaridad a través del trabajo manual, sino en el principio de que la afirmación de cada uno de nosotros en su singularidad implica, necesariamente, la de los otros, y no es, al contrario, un límite. Es decir, que frente a la libertad confinada burguesa, según la cual mi libertad acaba donde empieza la de los otros -y que implica inevitablemente la falta de entendimiento- resulta necesario plantear que la libertad, o es solidaria -en el sentido de que depende de la libertad de los otros, y viceversa-, o no lo es.
En definitiva, no estamos sino planteando una revisión de categorías que dominan nuestro pensamiento -y por tanto nuestra forma de concebirnos y, a su vez, consecuentemente, de relacionarnos y actuar- y que pertenecen a la ideología dominante (que, recuérdese, es la de la clase dominante), como esta concepción individualista de la libertad. Una idea de la libertad, además, que no sólo nos convierte en individuos aislados empeñados en la realización de proyectos particulares -y que da lugar al “hombre entrópico” (o dominado por la entropía), como lo denominamos-, sino que se ha convertido en uno de los instrumentos más poderosos de culpabilización humana. Es decir, en lugar de contemplarnos como seres en proceso de conquista de su libertad -y una comprensión de nuestro carácter intrínsecamente solidario puede contribuir a su ampliación-, nos concebimos como seres -especialmente a los “otros”- que eligen de forma abstracta entre el “bien” y el “mal”. Esto nos da un falso poder para juzgar y condenar permanentemente, en lugar de poner nuestro énfasis en comprender todo lo que nos falta para lograr ser verdaderamente nosotros mismos. Y sólo una concepción de la libertad basada no en la elección puntual, sino en el pleno desarrollo de todas nuestras potencialidades humanas -o ser verdaderamente lo que somos, lo cual nos hace ya singulares- (y sin lo cual no somos libres), puede hacernos avanzar, precisamente, hacia su consecución.
Es por todo lo anterior que nos hemos atrevido a plantear, en función de esta nueva concepción de la libertad -entendida como la plena y justa realización de lo que se es-, unos nuevos principios de relación humana, que puedan guiar de alguna manera nuestra actuación. Para ello nos hemos basado en el concepto de singularidad, entendiendo que el desarrollo de nuestros más elevados potenciales -especialmente nuestra capacidad creadora a todos los niveles- nos hace singulares, y por tanto libres, siempre que ese desarrollo, como hemos dicho, se base asimismo en el desarrollo de la singularidad de los otros, imprescindible para el nuestro propio. Así, pues, hemos considerado también que una sociedad sólo puede entenderse como libre si se vuelca en potenciar la singularidad de sus miembros -empezando por el desarrollo de la vocación-, muy al contrario de lo que sucede en nuestras sociedades, donde los fenómenos de “masas” -o de vulgarización a gran escala- están tan extendidos y potenciados, al tiempo que se fomenta el protagonismo excesivo de personajes en buena medida artificiales.
Estos principios de los que hablábamos (que consideramos imperativos categóricos universales) son los siguientes:
1. Ser uno mismo en relación a un Nosotros en el que la afirmación de cada singularidad implique la afirmación de todas las demás.
2. Lo anterior implica que cada uno de nosotros se definiría, al mismo tiempo, como «único» y como «otro más». Es decir, nuestra singularidad nos convierte en un referente o ley para los otros (únicos), al tiempo que obedecemos a la singularidad de los otros (y en ello nos convertimos en “otros más”). Pero en las singularidades, desde el momento en que significan plenitud personal, no se compite, sino que se comparte.
3. Ser uno para ser diferentes. Las diferencias separadas no llegan a la unidad de lo Uno; es lo Uno lo que se hace diferencia. En la unidad, lo singular no es algo separado del resto, sino afirmativo del otro (amor) y de uno mismo (dignidad, autoestima, transparencia).
Uno de los medios y, a su vez, expresiones esenciales del proceso de singularización humana, es el trabajo libre, vocacional o creativo. También lo llamamos trabajo esencial o auto-referenciado, porque en él se toma como componente esencial del trabajo al trabajador mismo, y no sólo el producto o el medio de su trabajo. El trabajo auto-referencial se dirige tanto hacia el sujeto como al objeto, aunque teniendo en cuenta que el sujeto es lo esencial y siendo su labor perfeccionar tanto uno como otro. Por el contrario, el trabajo que no potencia la singularidad del que lo ejerce es el denominado “hetero-referencial”, en el sentido de que la referencia de ese trabajo es externa a lo esencial del propio sujeto. Es el trabajo dirigido fundamentalmente a satisfacer las necesidades del cuerpo, así como otras referencias externas a lo esencial de la propia conciencia humana (dinero, prestigio, etc.), tendiendo, por ello, a vampirizarlo o agostarlo, en lugar de potenciarlo. Se trata del trabajo que la terminología marxista daba en llamar trabajo alienado, que no es otro, en definitiva, que el que limita al ser humano porque no pone en juego la propia singularidad. Y en cuanto esto ocurre no se trata, en consecuencia, de un trabajo libre.
Es por ello un hecho muy triste que se hable de “economía libre de mercado”, una economía donde las cosas se diferencian precisamente por lo más indiferenciado, que es el dinero, y no por la singularidad humana, que es lo que auténticamente se diferencia. La libertad, pues, debe situarse en su justo lugar: no allí donde se realiza el intercambio, sino donde se produce el trabajo, sabiendo muy bien porqué se trabaja y para qué. Y todo esto fuerza a reivindicar una SOCIEDAD DE TRABAJO LIBRE, que es la que responde a la singularidad humana y protege y afianza todas las formas y grados de la vida.
Se hace, por tanto, urgente, definir un nuevo patrón de medida del trabajo humano que mida su verdadero desgaste y necesidades de restitución, pues a partir de él se podrán medir las retribuciones directas e indirectas que deberán aportarse por la sociedad a sus miembros. En otras palabras: la medida del valor ya no puede estar basada en la mera reproducción de la fuerza física de trabajo, y tampoco puede seguir siendo variable, dependiendo del mercado o de la clase social. Debe ser universal -esto es, ser igual para todos- y, además, procurar que la fuerza de trabajo se restituya a todos los niveles (físico o biológico, psicológico, cultural y -para los creyentes-, también espiritual). De esta forma, sería necesario crear una línea de investigación acerca de las necesidades surgidas de las diferentes actividades humanas, de forma que se vayan creando criterios generales, pero que puedan ir variando con el tiempo, en función de la propia evolución humana y de los medios de trabajo.
En función de un nuevo patrón de restitución del desgaste del trabajo -basado, pues, en lo que venga a considerarse una vida digna a todos los niveles, desde los más básicos a los más elevados-, éste, proponemos, puede venir a restituirse de dos maneras:
+Unos ingresos salariales -o sus equivalentes- directos, que abarquen un abanico de diferencias lo mínimas posibles.
+Unos recursos sociales que deberán volcarse especialmente hacia aquellos que sufren -por las razones que sean- más desgaste.
De esta forma, a diferencia del elemental comunismo primitivo y del que llamamos comunismo de clase (o aquel que se establece en función de una clase particular que se toma como universal y que aspira al máximo desarrollo de las fuerzas productivas de ese momento), aspiramos a un nuevo comunismo: el comunismo de los seres humanos libres, que establezca un tope al patrimonio privado, un abanico salarial o de ingresos mínimo, y recursos sociales indirectos para el desarrollo del ser humano en cualquier plano.
En función de todo lo anterior, deben redefinirse también los conceptos mismos de Estado y democracia. Entendemos la sociedad de clase -y, consiguientemente, sus Estados- como el sistema dirigido a defender los intereses fundamentales de un grupo humano -el grupo dominante-, incluidas sus necesidades de identificación y distinción, y, sólo subsidiariamente, los de otras clases o grupos sociales. En el capitalismo, es precisamente ese principio básico el que viene regulado por el mercado. Sin embargo, sin principios ni fines comunes aparece inevitablemente la entropía entre los seres humanos. Es, por ello, tan importante que conozcamos qué es lo que, socialmente, se tiene derecho a tomar -en nuestro criterio, sólo aquello que se desgasta-, para conocer también lo que se ha de dar. Es en esto en lo que ya entra precisamente la función del Estado. Así, creemos que se debe entender el Estado como la forma de organización de poder de todos para afirmar y garantizar el poder de cada uno. Algo que, desde luego, no ocurre con el Estado capitalista, en el que el poder se concentra para garantizar el del grupo dominante, y en el que tampoco se garantiza el auténtico poder de cada uno -entendido éste como el máximo desarrollo de sus posibilidades humanas, con todo lo que ello conlleva. Y, en ese mismo sentido, la democracia debe entenderse como el poder de “nosotros mismos”, es decir, como afirmación de la singularidad solidaria: como grupo colectivo en ese Estado y como singularidad individual, pero siempre en ambos sentidos y nunca en detrimento de cualquiera de ellos.
Algunas ideas sobre economía
1. Toda producción de bienes materiales, así como las formas de distribución y cambio inherentes a la misma, sólo son relativas a la afirmación de la singularidad humana, considerada tanto al nivel del individuo como al nivel del Nosotros (imperativo categórico 1).
2. Para que una ciencia sea ciencia ha de poseer un patrón de medida que tenga un valor universal y cuya alteración sea controlable.
3. El patrón de todo valor de uso es el cuerpo humano.
4. El único patrón de medida que reúne tales exigencias es el valor de la fuerza de trabajo en su estado óptimo, conforme a las posibilidades de un determinado tiempo, y medida en tiempo necesario de trabajo social.
Corolario: Como el patrón de medida no puede ser comparado, no puede tampoco ser intercambiado. Luego no debe haber mercado de trabajo.
El valor del patrón de medida en las teorías económicas relativas al sistema económico capitalista lo fija el mercado. Al estar sujeto a su movimiento cíclico, dicha ciencia se encuentra al nivel del modelo geocéntrico de Tolomeo. Es la fuerza de trabajo la que gira en torno a los precios, y no los precios en torno a la fuerza de trabajo, cuyo valor ha de ser universal y cuyos cambios han de ser controlados y estar en función del grado de desarrollo del trabajo libre.
5. Se considera constitutivo de la fuerza de trabajo todo lo relativo al cuerpo que puede experimentar desgaste en el proceso de trabajo.
6. Todo lo que se desgasta ha de ser restituido conforme a sus condiciones óptimas iniciales.
7. Las ideas no se desgastan; pueden ser válidas y, en determinadas condiciones, dejan de serlo. Son patrones cualitativos, en relación a los cuales se realizan procesos económicos.
Corolario: Como las ideas no se desgastan, es imposible “restituirlas”. Luego las ideas tienen un valor incalculable. Ni se compran ni se venden.
8. La afirmación de lo singular ha de permitir la restitución de lo que se gasta, como asimismo la restitución de lo que se gasta no puede limitar la afirmación de lo singular.
9. Trabajo libre es aquél que no puede ser realizado por una máquina, puesto que es inherente a la singularidad del que lo realiza, y, por lo tanto, el producto resultante lleva impreso el sello de la originalidad.
10. Toda realización auténticamente singular es un patrón de medida en relación a otras producciones, y, en tanto que tal, no puede compararse; luego no tiene precio. Es propiedad universal.
11. Un ser vivo no es una máquina, y el ser humano menos que ningún otro.
12. La repetición en serie de un trabajo originalmente libre lo ha de hacer una máquina.
13. El dinero es el reconocimiento social de los límites del poder de realización sin las realizaciones de los otros.
Corolario 1: El dinero es la expresión de la necesaria solidaridad allí donde todo poder de realización es limitado, como sucede en las sociedades altamente complejas y basadas, por lo tanto, en una elevada división social del trabajo.
Corolario 2:
+La administración de la disponibilidad del dinero equivale a la administración de la solidaridad social.
+Las entidades financieras privadas propias del capitalismo administran la solidaridad social en beneficio propio.
14. Quien más dinero necesita para la restitución y mantenimiento de la fuerza de trabajo -trabaje o no- es quien menos poder verdadero tiene (poder corporal, psicológico o espiritual).
15. Hay dos tipos de elección económica: la elección libre y la elección relativa o dependiente. La primera es inherente a la singularidad de quien elige, y, por lo tanto, mantiene o potencia su poder de realización, mientras que la segunda sólo es relativa a las realizaciones de los otros.
16. Toda elección (económica) relativa o dependiente que se subordine en primer lugar a una elección libre es una elección racional. En caso de no ser así, la denominamos elección edípica.
17. El capitalismo es un sistema económico-social que potencia la elección edípica sobre la racional.
Corolario: El capitalismo es un sistema económico irracional porque subordina la libre elección a la elección edípica, sustituyendo la justa solidaridad por una dependencia servil, y la justa afirmación de la singularidad por un individualismo egoísta y gregario.
18. Llamamos Orden de justa solidaridad aquél en el que la afirmación del poder de los que pueden (mayor inteligencia, energía espiritual, amor, etc.) implica el desarrollo o potenciación del poder de los que no pueden.
19. El orden de la justa solidaridad es el necesario para el establecimiento del Orden de la libertad, que es el inherente a la afirmación de la singularidad de sus partes, por cuanto la afirmación de la singularidad de cada una implica la afirmación de la singularidad de las demás.
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Autor: Francisco Almansa
Fuente: Grupo de Estudios Alétheia (Córdoba, España)
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