En las enseñanzas budistas se habla de crear espacio y de la contemplación del espacio. Por ahora, tan sólo decir que el espacio relativo, al igual que el tiempo, es un concepto. El espacio a que se refieren las enseñanzas es el espacio primordial no contaminado por nuestras ideas de dentro, afuera, lejos, cerca, etc.
Y, de igual modo que existe un espacio primordial, también existe un tiempo primordial, conocido en la tradición budista, como “cuarto tiempo”. De hecho, una de las meditaciones características del mahamudra y el dzogchen es un tipo de meditación que nos demuestra que no vivimos ni en el pasado, ni en el presente ni en el futuro. Así, afirman las enseñanzas que la experiencia del pasado ya ha perecido y, por tanto, no podemos vivir en el pasado, mientras que el futuro no ha arribado todavía y, en consecuencia, tampoco vivimos en ese momento temporal. Podría decirse entonces que vivimos en el presente —algo que últimamente está muy de moda—, ¿pero dónde ubicar el presente si, en el mismo momento en que lo percibimos, ya pasa a formar parte del pasado? El presente tan sólo se presiente porque en el momento en que lo llenamos con los datos sensoriales pasa, como decimos, a engrosar el pasado. En suma, el budismo sostiene que, puesto que no vivimos realmente en ninguno de los tres tiempos, éstos son una construcción conceptual.
De hecho, parece que las últimas investigaciones de la neurociencia ponen de relieve que el cerebro no distingue entre el recuerdo y la percepción presente, puesto que en ambos casos se activan las áreas cerebrales correspondientes. Y, de igual modo, tampoco discierne entre el sueño y la vigilia puesto que, cuando soñamos, las zonas cerebrales implicadas siguen activas. Asimismo, tampoco parece distinguir claramente entre realidad y representación, entre objeto e imagen, puesto que el mero pensamiento o evocación de una imagen concreta —por ejemplo, de una persona sexualmente atractiva o de una comida deliciosa— dispara las mismas reacciones neuronales y hormonales que tienen lugar en la situación real.
Cabe preguntarse, pues, ¿es que todas esas divisiones —que el cerebro no considera necesarias para la supervivencia— con que segmentamos la realidad en pasado y futuro, sueño y vigilia, interior y exterior, superior, inferior, etc. no son sino etiquetas superfluas a la hora de conocernos a nosotros mismos? Éste es, por otro lado, el único conocimiento posible.
Quiero precisar que, si bien sólo puedo conocerme a mí mismo, no puedo conocerme solo, aislado, incomunicado, más allá de toda relación.
El reflejo necesita un espejo donde proyectarse.
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Fuente: Asociacion Jing Chi Shen, Andalucía (http://chialjarafe.blogspot.com)
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