Para el monacato cisterciense el comienzo del camino místico está en el conocimiento de uno mismo, es decir, en la psicología. Mística y psicología sin reducirse ni fusionarse la una a la otra se necesitan mutuamente.
El primer paso, por lo tanto, para la transformación de nuestra cultura en una dirección más espiritual y fraterna hay que darlo a partir de la psicología, que aparece así como una ciencia de vanguardia con una misión fundamental en la actual situación de cambio de paradigma científico y cultural.
Así ocurrió también en el siglo XII, el siglo en el que sitúo el nacimiento de la modernidad, en el que se escribieron numerosos tratados sobre psicología, siendo muy destacados los escritos por monjes cistercienses.
Los autores cistercienses recogieron la psicología de la época, una psicología que hoy llamaríamos integral ya que consideraba que el hombre tenía numerosas dimensiones que el “trabajo” psicológico no debía olvidar. Se trata, por lo tanto, de no reducir el hombre a una dimensión por muy importante que esta sea (ni siquiera a la dimensión espiritual).
Para la psicología cisterciense en la psique pueden diferenciarse tres estructuras, que a su vez, son también tres momentos evolutivos: el anima, el animus y el spiritus. Representan tres tipos de mente y tres momentos de evolución de la conciencia. Pero no representan toda la realidad humana que incluye una dimensión corporal, relacional, existencial, etc… que la psicología debe tener en cuenta.
Para la psicología cisterciense la mente humana está en situación de desarmonía, las diferentes dimensiones humanas están desconectadas y desordenadas. El hombre vive en la región de la desemejanza, es decir, de la desarmonía y lo primero que debe hacer para armonizarse es conocerse a sí mismo, penetrar en su interior y conectarse con él.
Llama la atención cómo, utilizando un lenguaje filosófico neoplatónico, los cistercienses dieron una importancia muy grande al cuerpo ; y es que la desconexión con el cuerpo es la causa de la disociación de la mente humana, ese estado de desconexión es lo que genera el anima o sombra, un alma desconectada de la realidad y encerrada en sí misma (el alma curva).
Tras la conexión del cuerpo y la mente el alma se transforma en animus, se hace recta, se convierte en una personalidad integrada y racional, un hombre o mujer equilibrados. Si bien, este no es el final del camino, desde aquí hay que abrirse a las dimensiones suprarracionales, al Amor o experiencia mística, entonces el alma se llama Spiritus.
Esta sería brevemente la dirección de cura que señala la psicología cisterciense y para lograrla utiliza diversas metodologías que trabajan todas las dimensiones de la antropología humana, representadas en los diversos significados simbólicos del claustro cisterciense. Los cuatro lados del claustro representan las cuatro dimensiones del ser humano, la dimensión corporal, la mental, la espiritual y la social, armonizar todas ellas, unificarlas, es el trabajo del monje dentro del taller espiritual que es un monasterio.
El monje cisterciense trabaja su cuerpo con ayunos, vigilias, trabajo manual en el campo, su mente con la enseñanza y el estudio, la reflexión (consideración), su dimensión espiritual con la liturgia, la lectio divina, la oración silenciosa, y la dimensión social con la vida comunitaria y el compromiso diverso con la sociedad. El objetivo es lograr que integre las cuatro dimensiones y se convierta en un Homo Quadrattus, siendo el cuatro símbolo de integración, armonía y estabilidad.
La afectividad está presente en todo el proceso, los monjes cistercienses llamaron al monasterio una escuela del amor; la vida monástica sería un proceso de educación de las afecciones o emociones hasta convertirlas en affectus o emociones integradas con la razón y con el espíritu, convertirlas en Amor. La metodología fundamental para ello era la relación personal con Cristo (primero con Jesús y luego con el Cristo Total, la realidad entera), esta relación afectiva con Jesús va haciendo crecer la afectividad desde un estado muy narcisista y una visión muy egóica y antropomórfica de Dios, hacia una actitud de gratuidad y una visión apofática de Dios muy centrada en la compasión y el compromiso con los demás y con todo el cosmos.
Para el monacato cisterciense, por tanto, la psicología es importante en el camino espiritual, es el primer paso dentro de él, nos lleva al conocimiento de nosotros mismos, si bien, no debe confundirse con la mística ni tampoco debe separarse. Ambas deben encontrarse sin fusión ni reducción de la una a la otra. Hoy, a veces, se pretende reducir la mística a una mera psicología o se pretende hacer de la psicología una disciplina mágica y acientífica.
Huyendo de estos errores, la psicología hoy debe asumir su carácter de ciencia de vanguardia con una importante misión para lograr la transformación, humanización y espiritualización de nuestra cultura y sociedad; esto supone asumir un paradigma científico menos positivista, sin caer en los errores del irracionalismo o de la magia, al estilo de ciertas escuelas de la llamada New Age.
Una de las fuentes del renacimiento de la mística está pues en la psicología, sin confundirse con ella.
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Autor: José Antonio Vázquez
Fuente: Espiritualidad Caminante
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