La última gran relativización llevada a cabo en filosofía es la realizada por el filósofo Jean-Paul Sartre. El punto al que llega este filósofo es la relativización misma del Ser, de lo absoluto, hasta el extremo de afirmar, en su obra
Sin embargo, debe observarse que lo contingente no puede ser percibido como absoluto sino desde un punto de vista ya absoluto. En otras palabras: Sartre ha percibido la contingencia desde el punto de vista del Todo. Así pues, la sentencia de que «Todo es relativo» sólo puede ser formulada desde lo absoluto. Esa afirmación, en la medida en que la asumimos, es una identificación con la muerte, que es, a nuestro parecer, la última identificación que nos queda por romper. Efectivamente: si decimos que todo es relativo nos situamos en el reino de la muerte, donde todo está «de más» (que es precisamente la característica de todo lo muerto) y nada es necesario. La muerte es justamente lo múltiple que no forma una unidad y que aparece como un exceso (al igual que en la sentencia «Todo es relativo»).
En el proceso de aparente relativización de la conciencia que se lleva a cabo a través de la obra de Darwin (la conciencia se hace relativa a la naturaleza), Freud (se hace relativa al sexo) y Marx (a la economía), a lo que estamos asistiendo en realidad es a un proceso de ascenso a lo absoluto. Efectivamente, y tal y como viene comprobándose en el devenir social, estos autores olvidan que, en realidad, es la propia conciencia humana la que está relativizando todas sus circunstancias determinantes (naturaleza, sexo, economía, y también la propia moral), y por tanto superándolas.
¿Dónde situar, pues, lo relativo? Lo relativo debe situarse en la propia esfera de la unidad del Todo. Aparece allí donde se produce la máxima relativización de lo que es Uno, dando lugar a así a lo máximo cuantitativo, donde todo es idéntico y múltiple.
¿Cómo es posible superar este estado de muerte donde lo relativo se erige como lo absoluto? Téngase en cuenta que la esencia del ser social del ser humano es la manera en que se identifica como “Nosotros”, y las instituciones sociales y políticas van a ser la consecuencia de dicha identificación. El Nosotros general, pues, va a ser el referente que localice a cada “yo” particular, ya que sin un “Nosotros” no se puede ser un “yo”. Cada “yo”, pues, se define en relación a la posición que mantiene con los demás, y la separación del resto trae como consecuencia vulgarización, si bien un “Nosotros” demasiado rígido también ahoga la singularización del “yo”.
Actualmente, pues, se hace necesaria una nueva identificación colectiva que supere el Nosotros actual, concebido como conjunto de individuos aislados. Y en esto, precisamente, debe consistir la superación de la muerte (puesto que la muerte se produce con la segmentación de la conciencia en partes que se aíslan unas de otras). Desde esa nueva identificación colectiva que estamos en proceso de crear –y que podríamos denominar como “la vida bella”- cada parte debe buscar su propia autoidentificación -su propio ser sí mismo-. Porque sólo desde un Nosotros solidario pueden crearse unos yoes plenos y ricos.
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