+Coincidiendo con la reciente Semana Santa, cuando millones de
católicos de todo el mundo conmemoran la muerte y resurrección de Cristo, la
autora, católica practicante y activista animalista, pide a las más altas
esferas de la Iglesia una reflexión profunda sobre su relación con los animales
y la condena de los abusos y maltratos cometidos contra ellos
+Grandes doctores, santos e ilustrísimos miembros de la Iglesia
han considerado a los animales nuestros hermanos, pero curas y párrocos
bendicen a toreros y colaboran en festejos brutales con los animales en honor
de sus santos y vírgenes
+Sigue vigente la bula ‘De salute gregis dominici’ promulgada en
1567 por el Papa Pío V contra los encierros y corridas de toros, que decreta la
excomunión inmediata y a perpetuidad de quienes los practiquen
"El paraíso está
abierto a todas las criaturas de Dios". Son palabras del Papa Francisco.
“Está claro que está en armonía espiritual con toda la creación”, afirmó acerca
de Francisco el padre Benedettini, subdirector de la Oficina de Prensa del
Vaticano.
El 14 de enero de 1990,
en su alocución dominical, publicada en L'Osservatore Romano, el Papa Juan
Pablo II, dijo que "los animales poseen un soplo vital recibido de
Dios", citando los Salmos 103 y 104, y reconociéndoles, por tanto, el
'alma sensitiva' (del griego 'pneuma', soplo, aire, sin olvidar que el vocablo
'animal' proviene del latín 'anima', alma). "Los animales poseen un alma y
los seres humanos deben amar y sentirse solidarios con nuestros hermanos
menores".
Monseñor Mario Canciani
(1928-2007), prelado, teólogo, exégeta, filósofo y biblista, autor, entre
otros, del libro En el Arca de Noé: religiones y animales, afirma no solo que
los animales tienen alma sino que en el paraíso hay un lugar para ellos.
Canciani fue durante años párroco de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini,
muy cerca del Vaticano, y permitía y animaba a los fieles a que fueran a misa
acompañados por sus perros, gatos y demás animales que convivían con ellos.
Monseñor
Canciani profundiza en otra de sus obras, Última cena de los esenios,
sobre la tesis histórica que sostiene que Jesucristo, al celebrar la pascua con
el calendario esenio, y él mismo habiendo sido formado en esa comunidad, que
era vegetariana y no aceptaba los sacrificios animales, no pudo haberse
alimentado en aquella ceremonia con carne de cordero, sino que se inmoló él mismo
como tal, salvando a un inocente.
Son innumerables los
miembros importantes de la Iglesia que a lo largo de la Historia han declarado
firme y contundentemente que los animales son nuestros prójimos, y que como tal
hay que tratarlos. ¿Cómo es posible entonces que, según la Iglesia, los
animales sean merecedores del paraíso en el otro mundo, pero en la tierra los
creyentes los obliguemos a vivir en un infierno?
¿Qué piensan esos curas
que van a bendecir a los toreros antes de las corridas de toros, esas monjas
que aceptan el dinero procedente de la tortura y muerte a estoque de 6 animales
inocentes, 6 de sus prójimos, con un alma como ellas? Y en esos, mal llamados,
“festejos” que tienen lugar por toda la geografía española donde, en honor a un
santo patrón o a una virgen, se maltrata salvajemente toros, vaquillas,
becerritos de corta edad, por esos mismos mozos del pueblo que, después de
sacar a esa virgen en procesión, con la bendición del párroco de la Iglesia, se
van a una plaza de toros a ensañarse con animales indefensos, torturándolos
terriblemente para después darles una muerte agónica de 15 o 20 estocadas.
¿Creen los párrocos y curas de esos pueblos que esa turba de borrachos
indeseables realmente honra a su santo o su virgen con estas acciones execrables?
¿Piensan estos
representantes de la Iglesia y, por alusión, todos los católicos, que Juan
Pablo II estaba equivocado cuando afirmaba que los animales tienen alma? ¿Cómo
es posible que estén equivocados tantos grandes doctores, santos, ilustrísimos miembros
de la Iglesia que consideraban a los animales nuestros hermanos?:
San Francisco de Asís
afirmaba: "Todas las cosas de la creación son hijos del Padre y hermanos
del hombre. Dios quiere que ayudemos a los animales si necesitan ayuda. Cada
criatura en desgracia tiene el mismo derecho a ser protegida".
“He visto hombres
agrediendo a sus hermanos solo por ser de otro color y matando y devorando sin
compasión a otras criaturas de Dios solo por verlas diferentes y creerlas
inferiores. He visto hombres encadenando y privando de su libertad a seres
vivos solo para su goce y diversión, y los domingos van a la Iglesia
agradecidos, prometiendo amor eterno a Dios y suplicándole para que se acaben
las peleas, matanzas e injusticias para los más desprotegidos, cuando ellos
mismos las desatan. Y yo me pregunto: ¿estarán ellos conscientes del pecado que
cometen en prometer en vano fidelidad a Cristo cuando destruyen su naturaleza,
de la cual ellos mismos forman parte?”.
“Si existen hombres que
excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la
misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma
manera”.
San Antonio Abad,
vegetariano y fundador del movimiento eremítico, defensor y sanador de
animales. En su festividad, el mismo Vaticano se llena de personas con sus
animales para recibir en la plaza la bendición papal o cardenalicia. Este
santo, representado con un cerdo a sus pies, curaba a los animales heridos. Un
día se le acercó una jabalina con sus crías, que estaban ciegas, y San Antonio
Abad (o San Antón, como también se le conoce popularmente), les curó la
ceguera. A partir de ese momento, se convirtieron en sus fieles acompañantes.
San Roque, patrón de los
perros en América Latina, nació en la ciudad francesa de Montpellier. Después
de vender la herencia familiar y entregársela a los pobres, inició un
peregrinaje a Roma. En aquella época, una epidemia de peste asolaba La Toscana
y Roque se dedicaba a cuidar a los enfermos allí por donde pasaba. Al llegar a
Piacenza, Roque contrajo la peste y, para evitar infectar a otros vecinos de la
localidad, se retiró a una cueva en el bosque. Hasta allí iba cada día un perro
a llevarle pan y lamerle las heridas. El perro, llamado Melampo, pertenecía a
un rico hombre del pueblo, llamado Gottardo Pallastrelli, quien, al ver cómo el
animal tomaba cada día un panecillo de la mesa, decidió seguirlo. El perro lo
llevó hasta el lugar donde estaba Roque moribundo. Pallastrelli se conmovió al
ver cómo Melampo le lamía las llagas y alimentaba a Roque, y decidió acogerlo
en su casa, donde lo cuidó. El mismo Gottardo, enternecido por la bondad del
santo y sus relatos sobre el evangelio, decidió también peregrinar a tierra
santa como él. San Roque siempre se representa acompañado de Melampo, su perro
salvador.
San Anselmo, arzobispo de
Canterbury y Padre del Escolasticismo. En 1720, Clemente XI lo proclamó Doctor
de la Iglesia, con el título de Doctor Magnífico. Al volver Anselmo de visitar
al rey Guillermo el Rojo, vio a unos jóvenes que perseguían con sus perros a
una liebre que se refugió tras él. A los jóvenes les hizo gracia y Anselmo,
conmovido, les dijo: “Sí, reís, pero este pobre animal no tiene nada de qué
reírse”, y a continuación, prohibió a los perros que persiguiesen a la liebre y
la dejaron marchar.
San Petroc de Cornualles,
nacido en Gales, Gran Bretaña, fue el hijo menor del rey de Glyvwys (la actual
Glamoran) y uno de los santos patronos de Cornwall. Thomas Fuller lo llamaba
“el capitán de los santos de Cornualles”. Petroc protegió a un venado que
buscaba refugio de su cazador, el rey Constantino de Dumnonia. Gracias al gesto
y las palabras de Petroc, Constantino terminó convirtiéndose al cristianismo.
San Jerónimo, a quien se
debe La Vulgata, uno de los 4 Padres de la Iglesia latina, junto a san Agustín,
san Ambrosio y san Gregorio Magno. Siempre se le representa acompañado de un
león porque cuenta la historia que le sacó una espina de una pata a un león
herido y, desde ese momento, el animal lo siguió mansamente, sin separarse
nunca de él.
San Juan Crisóstomo, que
consideraba que comer carne era para los cristianos una práctica demoníaca,
cruel y antinatural.
Clemente de Alejandría,
Padre de la Iglesia: “Los sacrificios de los animales a los dioses fueron
inventados por los hombres como un macabro pretexto para comer su carne”.
Los Padres del Desierto,
san Agustín y san Jerónimo, eran defensores de los animales y se abstenían de
su consumo, ya que los consideraban iguales a los humanos.
Los Benedictinos, los
Cartujos, los Franciscanos y muchas más órdenes religiosas estaban contra el
sacrificio de animales y no los comían.
La Biblia, por su parte,
está plagada de referencias a los animales y los humanos como hijos iguales
creados por Dios, sin hacer distinciones entre unos y otros:
+"Yo pensé acerca de los hombres: si Dios los prueba, es para
que vean que no se distinguen de los animales. Porque los hombres y los
animales tienen todos la misma suerte: como mueren unos, mueren también los
otros. Todos tienen el mismo aliento vital y el hombre no es superior a las
bestias, porque todo es vanidad. Todos van hacia el mismo lugar; todo viene del
polvo y todo retorna al polvo. ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube hacia
lo alto, y si el aliento del animal baja a lo profundo de la tierra?"
(Eclesiastés, 3:18-21).
+"Pero los que sacrifican toros son como los que matan
hombres; los que ofrecen corderos son como los que desnucan perros; los que
presentan ofrendas de grano son como los que ofrecen sangre de cerdo, y los que
queman ofrendas de incienso son como los que adoran ídolos. Ellos han escogido
sus propios caminos, y se deleitan en sus abominaciones" (Isaías, 66:3)
+"No matarás" (Éxodo, 20:13). Estas palabras normalmente
se malinterpretan, como si se refirieran sólo al asesinato de una persona, pero
el hebreo original es "lo tirtzach" (לֹא תִרְצָח), lo que se traduce como: "No matarás". El diccionario
Hebreo-Inglés del Dr. Reuben Alcalá dice que la palabra tirtzach, utilizada
especialmente en el hebreo clásico, se refiere a "cualquier clase de
matanza" y no necesariamente al asesinato de un ser humano.
Muchos conocen al Papa
Pío V, que en 1567 promulgó la bula ‘De salute gregis dominici’, decreto contra
los encierros y corridas de toros, en el que se excomulga y se niega sepultura
cristiana a los toreros y aficionados por considerar estos espectáculos más
propios de demonios que de personas. Pero pocos taurinos, de tantos que se
llaman católicos, saben que la bula sigue vigente. Así lo recordó en 1920 el
Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Gasparri: “La Iglesia continúa
condenando en voz alta, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y
bochornosos espectáculos”. En 1989, el antes mencionado monseñor Canciani,
entonces consultor de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, declaró
públicamente la validez de la bula.
Si la Iglesia los hizo
santos y los elevó a los altares, en gran parte por su amor, defensa y entrega
a los animales, ¿no deberíamos los católicos seguir su ejemplo para estar más
cerca del camino recto y de Dios? ¿Qué debemos pensar cuando un rey católico,
como Juan Carlos, taurófilo, se ha dedicado durante toda su vida a matar
animales? (ah, qué necesario hubiera sido un san Petroc en nuestros días que se
hubiera interpuesto entre el Borbón y sus cientos de inocentes víctimas cuando
iba a asesinarlas). ¿Y qué pensar de la hipocresía de personas como María
Dolores de Cospedal, a quien no se le cae la mantilla de la cabeza para asistir
a procesiones, misas y todo tipo de actos religiosos, y ha creado esa ley de
caza inmisericorde con los animales, que permite acosarlos, acorralarlos,
asesinarlos sin piedad de la forma más brutal? Y tantos políticos catolicones
que son taurinos, cazadores, la lista sería demasiado larga.
Debemos decir alto y
claro a toda esa gente que, por mucho que se confiesen católicos, con estos
actos de crueldad hacia los animales, están viviendo de espaldas a la religión
que dicen profesar. Que maltratando y aniquilando sin piedad a sus prójimos no
pueden ir a comulgar, ya que están pecando contra los más importantes
mandamientos de la ley de Dios: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, “No
matarás”.
Es hora de llevar una
reflexión profunda a las más altas esferas de la Iglesia católica sobre nuestra
relación con los animales, y pedirle que condene, tajantemente, todo tipo de
abuso y maltrato cometido contra ellos.
El Papa Francisco parece
un hombre razonable, valiente, que se ha atrevido a hablar claramente de temas
muy incómodos y delicados. No le ha temblado la voz a la hora de acusar a los
curas pedófilos, a la hora de pedir perdón por el silencio culpable y cómplice
de la Iglesia. Se atreve ahora a hacer una revisión de los pecados capitales:
4. Consentir cualquier tipo de violencia: "Turbar la paz o consentir
cualquier tipo de violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos,
es un grave pecado contra Dios...”
Ahora es el momento de
dar otro gran paso y de que la Iglesia católica acoja en su seno y proteja, sin
reservas, a todos los animales, nuestros hermanos que, al igual que a los
humanos, tenemos la obligación de amar y respetar, y que destierre, por
indeseables, a todos sus maltratadores y asesinos, y a quienes los amparan.
Termino con la frase de
un santo favorito de los niños, san Martín de Porres. ¿Quién no conoce al
famoso Fray Escoba que, aparte de enfermero de personas, lo era también de
animales, y tenía habilitada en casa de su hermana una enfermería donde acogía
y curaba perros sarnosos y animales enfermos? Martín solía decir: “El mismo
tiempo malgastó en mí Dios que en hacer un ratón, a lo más dos”.
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Autora: Rita Romero Martín-Estévez
Fuente:
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