Habiendo echado en la entrega anterior,
un vistazo al Universo a gran escala, en magnitudes de hasta 16 potencias de
diez o distancias de millones de años luz, vamos ahora a invertir las
magnitudes para adentrarnos en la intimidad de lo que siempre hemos creído que
es la materia, que cada vez está menos claro.
Wu Li
“La
danza de los maestros de Wu Li”, es un libro de Gary Zukav sobre Física moderna, escrito en clave Maestro Po que enseña al pequeño
saltamontes, o algo así.
Está siendo de esos libros que intuyes,
te puede conmocionar, por lo sorprendente de su mensaje.
Al tratar de Física, en realidad está
hablando sobre “todo lo que existe”, sobre lo que pueden percibir nuestros
sentidos, y de cómo nos forjamos en el devenir de la Historia, nuestros propios
modelos mentales, los que nos permiten hacernos una idea, más o menos
aproximada de lo que hay “ahí fuera”.
Sin embargo, Gary no ha sido el primero
en poner la Física en la frontera de lo trascendente. El astrofísico austríaco Fritjof Capra, en 1975 escribió
un libro de culto titulado “El Tao de la
Física” [en el que considera que, en el
intento por comprender el misterio de la vida, el ser humano ha seguido
diferentes caminos, entre ellos el del científico y el del místico. La tesis
que plantea es: Los conceptos de la física moderna llevan a una visión del
mundo muy similar a la de los místicos de todas las épocas y tradiciones. La
finalidad del ensayo fue explorar la relación entre tales conceptos, motivado
por la creencia de que los temas básicos que utiliza para comparar la física
con el misticismo serán confirmados, más que invalidados por futuras investigaciones.
Pues creo que Capra está en lo cierto y
esta es la cuestión. Durante toda mi vida, mi visión del mundo ha sido
justamente esta, yo aquí, en mi interior, confinado a mi cuerpo y a mi mente, y
el mundo ahí afuera, del que me separa una invisible barrera, eso sí, más o
menos transparente, a través de la cual, puedo captar información de lo que hay
detrás de ella, y así, poder elaborar mis propias componendas. Si echamos mano
del potente método de análisis sistémico, podremos construirnos una visión del
mundo más o menos apañada.
Esto lo resume Einstein en su metáfora
del reloj, donde explica que, para el físico, La realidad es como un reloj, del
que vemos la esfera con sus manecillas, separada de nosotros por el cristal. Al
ver cómo se comportan las manecillas, marcando el paso de las horas y de los
minutos, el físico trata de imaginar cómo será el mecanismo que, detrás de la
esfera, hace posible que las manecillas se comporten de esa determinada manera.
Da igual que corresponda nuestro modelo con la realidad; si explica el
comportamiento de las manecillas, se da por bueno.
Gary Zukav, que para nada es físico (es
periodista), se ha atrevido a escribir sobre estas cuestiones, vislumbrando
cómo la Física moderna está evolucionando hacia fronteras insospechadas hasta
ahora por el ser humano. Está pasando del determinismo absoluto de la Física de
Newton, la que permite que el módulo lunar se pose en un punto exacto de la
Luna, a la incertidumbre de las probabilidades de la Física estocástica, en la
que se fundamente filosóficamente la mecánica cuántica. Está pasando de lo
cierto a lo probable, y con ello, uno sospecha si no estaremos pasando
insensiblemente de la Ciencia a la Ciencia ficción, pero una Ciencia ficción
que parece explicar el extraño mundo de lo subatómico y lo astronómico. Eso es
lo apasionante, que la Física de Alicia en el país de las maravillas sea
realmente cierta y no una ensoñación.
Es la Física de los maestros, los
auténticos científicos, los que, a riesgo de su propio cuello ante la comunidad
científica, se atreven a plantear ideas descabelladas, pero que explican comportamientos
de la materia, igualmente descabellados. De estos ha habido y hay muy pocos,
Galileo, Newton, Einstein, Bhor, Plank, y unos cuantos más. El resto son
técnicos que toman las ideas de los maestros y las ordeñan hasta dejarlas
secas; eso además de hacer posible el desarrollo de la tecnología y de la
ingeniería.
Otra de las ideas que plasma Zukav en su
libro es lo que dice Einstein, que la mayor parte de las ideas fundamentales de
la Ciencia en general, y de la Física en particular, son esencialmente
sencillas, y por regla general pueden ser expresadas en un lenguaje sencillo. A
lo que Heisenberg abunda afirmando que, si esto es posible, entonces, lo más
probable es que la teoría sea cierta. Es lo de la navaja de Occam.
Lo de Wu Li es un término curioso. En
Chino significa varias cosas, según su entonación. 1.- Modelos de energía
orgánica. 2.- Mi senda, 3.- Insensatez. 4.- Me aferro a mis ideas. 5.-
Iluminación y 6.- Física.
Así que el libro va de eso, de descubrir
los múltiples significados que un ideograma chino puede tener, porque en todos
los casos representa “todo lo que existe”, tanto si lo vemos como tangible,
como si se nos escapa de las manos, lo que está empezando a ocurrir, y esto a
riesgo de llevarnos a horizontes inimaginables, donde la Ciencia y la Filosofía
se están empezando finalmente a dar la mano, para, prácticamente convertirse en
una misma cosa. Y la Matemática no es sino un lenguaje para entendernos.
Quantum
En general, el método científico funciona de este modo: un científico plantea una hipótesis, una declaración que dice “el reloj que hay detrás de las manecillas, funciona como si…” Y expone un modelo de engranajes y cuerdas que, mediante experimentos sucesivos, consigue (o no), explicar el paso de los minutos y de las horas. Entonces, la hipótesis se convierte en tesis. Pero una tesis, que fundamenta una teoría, no es un caso cerrado. No estamos ante una ley eterna e inmutable, sino ante una explicación plausible que nos permite comprender con un modelo bien elaborado y que parece funcionar bien, el sistema que hay detrás de la esfera del reloj, y que nosotros jamás podremos descubrir. Si con el paso del tiempo, viene otro maestro de Wu Li que consigue mejorar el modelo, la teoría vieja quedará sustituida por la nueva. Todo está bien. Y así avanza la Ciencia.
Quantum
En general, el método científico funciona de este modo: un científico plantea una hipótesis, una declaración que dice “el reloj que hay detrás de las manecillas, funciona como si…” Y expone un modelo de engranajes y cuerdas que, mediante experimentos sucesivos, consigue (o no), explicar el paso de los minutos y de las horas. Entonces, la hipótesis se convierte en tesis. Pero una tesis, que fundamenta una teoría, no es un caso cerrado. No estamos ante una ley eterna e inmutable, sino ante una explicación plausible que nos permite comprender con un modelo bien elaborado y que parece funcionar bien, el sistema que hay detrás de la esfera del reloj, y que nosotros jamás podremos descubrir. Si con el paso del tiempo, viene otro maestro de Wu Li que consigue mejorar el modelo, la teoría vieja quedará sustituida por la nueva. Todo está bien. Y así avanza la Ciencia.
Con la Física de Newton ha ocurrido algo
muy particular. Las teorías expuestas en los “Principia
mathematica”, a día de hoy son correctas, conociendo la masa, la
dirección y la velocidad de un móvil, podemos predecir con una precisión
aplastante, cuál será su posición en el espacio tanto en el futuro, como en el
pasado. Esto permite los viajes espaciales, y el conocimiento exacto de la
posición de los planetas y de las estrellas, desde el pasado remoto hasta el
futuro profundo, además de ser los cimientos de la ingeniería que disfrutamos
en la actualidad. Luego, nada que objetar. De hecho, las imprecisiones de tan
fantástico determinismo, Einstein las consideraba como efecto de las
denominadas “variables ocultas”. Esto en la Teoría de sistemas está muy claro.
En los sistemas reales, concurren multitud de variables y parámetros, cientos,
quizás miles, de los cuales, la mente del científico extrae un conjunto muy
reducido de ellas con las que lograr formalizar un modelo matemático que nos
permita describir, explicar y predecir el sistema real. Cuanto más converja el
modelo con los datos reales, mayor peso tendrán las variables escogidas, dentro
del conjunto de variables involucradas. Si tres variables, por ejemplo,
temperatura, presión y volumen, pueden explicar el comportamiento de un gas, y
además con una acuracidad del 99,9%, que existan en el sistema trescientas
variables más, responsables de la incertidumbre que genera ese 0,1%, no parece
ser demasiado importante, dependiendo de las exigencias que se impongan al
modelo.
Pues con la Física de Newton, sólo
podemos tener palabras de agradecimiento, porque gracias a ella, tenemos luz
eléctrica, satélites artificiales con los que poder ver la final de la
Champions y saber qué tiempo va a hacer mañana.
Sin embargo, cuando se pretende aplicar
los axiomas de Newton a lo muy pequeño, a lo atómico, o a lo muy grande, al
Universo macrocósmico, hay algo que no funciona bien. Es decir, parece que la
Física de Newton tiene unos márgenes de seguridad, que es lo que están dentro
de 10-10 y 1010
metros es decir, dentro de las 20 potencias de diez en la que se mueve nuestro
pequeño mundo. Por debajo de 10-10 metros
y de 1010 metros, por poner unos márgenes
aproximados, Newton parece que no funciona. Es decir, no es que la teoría sea
errónea, sino que sirve sólo en determinados escenarios del Universo. En lo
atómico y subatómico, o en lo macrocósmico, parece que se enfrenta a
situaciones y comportamientos de la materia, que no puede explicar.
Algo barruntaba Newton de lo que podía
pasar con sus leyes, al no saber explicar cómo una manzana cae al suelo si se
desprende del árbol.
“No he sido capaz de descubrir las causas de
estas propiedades de la gravedad basándome en sus fenómenos, y no he sacado ninguna
hipótesis… Me basta con decir que la gravedad existe realmente y actúa acorde
con las leyes que hemos explicado (directamente proporcional al producto de las
masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia). Y, además,
sirve para explicar todos los movimientos de los cuerpos celestes.”
Newton. ”Philosophiae
Naturalis Principia Mathemathica”
Ante lo incómodo de la situación, y para
explicar lo inexplicable, los físicos acudieron a aquello de la “acción a
distancia”.
Y, mira que bien, olvidándonos de aquel
enojoso asunto, la Física progresó con mentalidad mecanicista, hasta hacernos
creer que “todo está escrito y determinado”. Incluso el ser humano no deja de
ser otra cosa que un autómata, del que el Creador tiene todos sus pasos (y sus cabellos,
como dice Cristo), contados. Acaso seamos simples marionetas.
Sin embargo, la gravedad no explicada ha
dejado un regusto de amargura, que se incrementó cuando los físicos se
enfrentaron ante otro espinoso problema, la naturaleza de la luz.
Desde Newton, que introdujo la hipótesis
de la luz como partículas hasta Maxwell que postuló el electromagnetismo,
introduciendo la hipótesis de la luz como ondas, la Física mantuvo una
apasionante discusión sobre la naturaleza de la luz a lo largo de cuatro décadas
(1860-1900) que culminó con la hipótesis de
Max Planck, que proponía que la energía de cualquier sistema que
absorbe o emite radiación electromagnética de frecuencia, era un número entero
de veces la energía de un “cuanto”:
E = h.
Como demostró Albert
Einstein, debía aceptarse alguna forma de cuantización de la energía
para explicar el equilibrio térmico observado entre la materia y la radiación
electromagnética. Por esta explicación del efecto
fotoeléctrico, Einstein recibió el Premio Nobel
de física en 1921.
En 1909 y 1916 Einstein demostró que si
era aceptada la teoría de Planck sobre la radiación de los cuerpos negros, los
cuantos de energía tenían también que poseer momento
lineal p = h /, con lo que los convertía en partículas
en todo el sentido de la palabra.
Y con este repaso de cómo se resolvió la
naturaleza de la luz, de una forma bastante ambidiestra, pues la Física no tuvo
más remedio que introducirse en un terreno bastante resbaladizo, un terreno
donde la tierra comienza a moverse bajo nuestros pies, donde los Físicos
comienzan a encontrarse en un dilema, experimentos que por una parte aportan
datos reales que atentan contra el sano juicio, por incomprensibles e
inexplicables, y explicaciones que obligan a plantearse realidades más propias
del mundo de la fantasía que del mundo tradicionalmente conocido o asumido como
“real”.
Con la mecánica cuántica, rama de la
Física a la que la comunidad científica se vio abocada a entrar, pasamos de un
mundo determinable a la de un mundo en donde las cosas no existen, sino que “tienden a existir”, dentro de
una razonable probabilidad.
Plank, Einstein, Bhor, Heisenberg y los
demás, casi que se aproximaban a la comunidad científica con más miedo que
vergüenza ante lo que se veían obligados a explicar. Pero la sangre no llegó al
río, y la comunidad les premió con sucesivos Premiso Nobel.
De la certeza a la probabilidad
De la certeza a la probabilidad
La física de Newton afirma “si se dan unas determinadas circunstancias
ahora, va a suceder esto, después esto otro, y ha ocurrido aquello”. La
mecánica cuántica dice “si se dan unas
determinadas circunstancias ahora, es probable que suceda esto, después esto
otro y pudo haber sucedido esto otro antes”.
Nunca se puede conocer con certeza lo que
le va a suceder a una determinada partícula. No podemos conocer todos los
parámetros a la vez con total exactitud.
Newton era un hombre religioso, y veía en
la exactitud de sus leyes el poder de Dios. Ahora, que la mecánica cuántica nos
ha desposeído de esa exactitud y nos sitúa en el terreno exclusivamente de lo
probable, ¿dónde queda el poder de Dios?
O acaso es todo un problema de
cantidades.
Como dice Schrodinger en su libro “¿Qué es la vida?”,
a la Física se la ha tomado de siempre como el paradigma de lo exacto, lo
determinista, lo que está fuera de todo error. Ello provoca una sana envidia en
los biólogos, los cuales trabajan con una clase de materia que tiene un
comportamiento extremadamente variable. Sin embargo, nada más lejos de
considerar la Física como exacta. Los fenómenos físicos también son
estadísticos.
Sin embargo, la Física juega con dos
grandes ventajas, la “Ley de los grandes números”,
y la uniformidad de los sistemas. La precisión de la Física y de la Química se
basa en la descomunal cantidad de elementos que intervienen en los fenómenos. A
efectos prácticos, los elementos constitutivos de los sistemas físicos son las
partículas subatómicas, los átomos y las moléculas. En cualquier caso, hablamos
de miles de millones de elementos como poco. Por otra parte, los sistemas
físicos se fundamentan en materia inerte con una organización bastante simple:
gases, líquidos, sólidos, que como mucho alcanzan la complejidad de los
cristales. Ambos factores unidos le permiten al físico trabajar con la cómoda
tranquilidad de la exactitud casi absoluta, que viene determinada por la regla
de la “raíz de n” (√n) que reza: “El
grado de inexactitud de cualquier ley física es inversamente proporcional a la
raíz cuadrada del número de elementos que intervienen en el fenómeno”.
Como ejemplo sencillo, si en el gas
anteriormente citado, en el recipiente existiesen sólo 100 moléculas, 1/√n da
la cifra de 0.1, esto es, un 10% de error en la medición. Si trabajásemos con
un millón de moléculas, el error sería de 0.01 (0.1%). Si en el recipiente
hubiera cien millones de moléculas, cifra casi ridícula, el error sería de
0.00001 (0.0001%). Siendo el número normal de moléculas en un recipiente del
tamaño de un vaso alrededor de 1020, con
razón el físico puede permitirse el lujo de presumir de exactitud en sus
afirmaciones.
Se puede resumir pues, diciendo que, en
Física, la regularidad es siempre promediada y macroscópica. Al descender a
niveles microscópicos siempre se encuentra desorden e irregularidad, lo cual
obliga al tratamiento estadístico de dichos fenómenos. Y todo esto, sin entrar
en los fenómenos cuánticos, donde la naturaleza estadística se dispara.
La formulación de Copenhage
La formulación de Copenhage
Pero para los físicos cuánticos la
siguiente pregunta no es una rayada filosófica.
“¿Existía
una determinada partícula antes de que nosotros pensáramos en ella?”
Esto es una posibilidad admitida por los
físicos. Y planteado de otra forma…
“Al
Universo ¿le atrae de alguna manera a la existencia la participación de los
participantes? El acto vital es el acto de participar. El participador, es un
agente esencial en la mecánica cuántica. El participador deja de ser mero
observador, protegido detrás del grueso cristal de sus instrumentos de medida,
como en la Física de Newton. Ahora el observador realmente es un actor del
experimento, a tal punto que el simple hecho de realizarlo, hace que lo
observado sea modificado por él.”
La Física, con este enfoque, está dejando
de ser tangible, para resbalarse sutilmente al mundo de lo sutil, de lo casi
intangible. Así que el idioma de la Física comienza a ser un lenguaje místico,
como el de los místicos orientales, y por qué no, occidentales (si se liberasen
de las restricciones impuestas por las religiones).
La Física de Newton se basa en leyes
inmutables. La Física cuántica se basa en probabilidades, y por ello, en un
conocimiento mínimo, sutil.
La Física clásica acepta un mundo fuera
de nosotros, del que nosotros obtenemos información para construir modelos de
realidad. Esto funciona en el mundo cotidiano, y la verdad es que francamente
bien. Pero la Física cuántica, nos introduce en el escenario, de modo que
nuestros modelos se integran al mundo real.
La Física clásica funciona con
independencia de los observadores que construyen modelos sobre el mundo. De
modo que, si desde un campanario se tira dos piedras de diferente peso, ambas
caerán al suelo en el mismo momento. Pero sucede lo mismo si tiramos a dos
personas, una delgada y otra obesa. Para la Física de Galileo y Newton, sucede
lo mismo, da igual piedras que personas. Pero en el fondo hay un pequeño matiz.
Las piedras no experimentan ningún sentimiento. Los humanos en esa situación
sentirían pánico. ¿Los sentimientos no participan en el fenómeno? Para Newton,
no. Porque para la Física clásica, el mundo es una cosa que está fuera de mí, y
“yo” soy otra cosa, separada del mundo por una tenue barrera, aunque mi cuerpo
sí participa del mundo real, y de qué modo. Casi “yo” y mi cuerpo físico somos
cosas distintas…
Esto conduce a lo que se denomina
“objetividad absoluta”. Yo, que estoy fuera del mundo, no prejuzgo nada, me
limito a observar para comprender cómo funcionan las manillas del reloj, de las
que me separan la esfera de cristal.
La Física cuántica, dice lo contrario,
que no es posible observar la realidad sin cambiarla.
Dice Carl Jung: “Cuando lo individual permanece intacto, individido y
no adquiere consciencia de su contradicción interna, el mundo tiene que
eliminar forzosamente el conflicto que se desgarra en dos mitades opuestas”
Y dice Pauli: “Desde un centro interno, la psique parece moverse
hacia fuera, en el sentido de la extroversión, hacia el mundo físico”
Si ambos están en lo cierto, entonces, la
Física es el estudio de la estructura de consciencia.
Yo estoy acostumbrado a ver con mis ojos.
Pero mis ojos ven lo que pueden ver, y comprender lo que pueden comprender. Las
cosas raras de la que hablan los físicos cuánticos suceden a un nivel microscópico,
atómico y subatómico.
¡Alucinad!: si quisiéramos ver los átomos de una pelota de tenis, esta
debería ser de grande como la Tierra, para nosotros poder ver los átomos del
tamaño de las uvas.
Si quisiéramos ver a simple vista el
núcleo de un átomo, la uva se debería convertir en un edificio de catorce
pisos, o como la basílica de San Pedro. Veríamos entonces el núcleo como un
grano de sal o una mosca minúscula.
Y la pelota de tenis adquiriría el tamaño
¡del Sol!
En el terreno de lo subatómico, la Física
de newton no funciona. Es cuando necesitamos introducirnos en la Física de los
cuantos.
Llegados a este punto, nos queda las
partículas subatómicas, que ya ni siquiera se pueden considerar cosas. Son
simplemente “una tendencia a existir”, y la fuerza de esa tendencia se expresa
en términos de probabilidad. Llamar a una partícula subatómica un “cuanto” es
sólo una expresión para entendernos. Puede que, con ello la forma última de la
materia no sea sino una pura especulación, o bien, literalmente nada. O
simplemente información captada por una consciencia que cree que existe.
Llegados a este punto, en las fronteras
de la nada, todo pierde su evidencia, hasta que, profundizando en lo más
pequeño conocido, llegamos simplemente a la espuma cuántica y a las cuerdas
que, acaso simplemente sea la vibración del vacío.
Os animo a ver este impresionante y
sugerente video de Víctor Vila Muñoz que, de una forma entretenida, nos
demuestra que literalmente “somos casi nada”.
El carácter estadístico de la mecánica
cuántica nos habla de probabilidades, del comportamiento del grupo, pero no nos
puede decir nada del comportamiento de una individualidad, salvo la
probabilidad de que haga esto o aquello.
En octubre de 1927, se celebró en
Bruselas la V reunión de Solvay.
Se considera esta reunión la concentración de sabios más numerosa de la
Historia. Diecisiete premios Nobel, y uno de ellos, la única mujer, Marie
Curie, con dos premios, el de Física y el de Química.
En esa reunión, se produjo una famosa
discusión entre Niels Bohr y Albert Einstein. Parece ser que ganó el danés
Bohr, porque esta reunión se conoce como la “Interpretación
de Copenhague” de la mecánica cuántica, dejando comprometida para siempre
la inadecuación de la Física clásica de Newton, para interpretar el mundo, por
no poder aplicarse para comprender los fenómenos subatómicos. La cuestión
dejaba un vacío conceptual que necesariamente planteaba el cómo la mecánica
cuántica lograría ocupar el vacío dejado por la Física de Newton.
La formulación de Solvay 27, coronaba la
cuántica como sucesora. Einstein se opuso a ella hasta su muerte, aunque con el
tiempo tuvo que reconocer su validez.
La formulación de
Copenhague dice más o menos lo siguiente:
“No
importa a qué se refiere la mecánica cuántica; lo importante es que funciona”
Con esta declaración, lo racional
comenzaba a mezclarse con lo irracional.
La Física convencional se basaba en el
convencimiento de que existe una verdad absoluta ahí afuera. Aunque nunca
estaremos seguros de conocer totalmente la maquinaria del reloj.
La interpretación de Copenhague elimina
la correspondencia uno a uno entre verdad y teoría. La mecánica cuántica no
puede afirmar nada sobre individuos; tan sólo puede estimar en términos de
probabilidad el comportamiento de grupos.
El pragmatismo afirma que la mente
sólo puede considerar sus ideas sobre la realidad, pero nunca la realidad en sí.
La interpretación de Copenhague asume este principio, al forzar a sus miembros
a reconocer que un completo conocimiento de la realidad es algo que está por
encima de la capacidad de todo pensamiento racional. Esto Einstein no lo
podía aceptar. Como tampoco podía aceptar el carácter exclusivamente
estadístico de las afirmaciones de la nueva Física, con su famoso “Dios no juega a los dados”.
Así que la nueva Física no se basa en el conocimiento de la verdad absoluta,
sino en el conocimiento de nosotros mismos. Esto obliga incluso a
comprender con qué parte de nuestro cerebro podemos pensar, si con la izquierda
(racional) o con la derecha (intuitiva). Copenhague demostró las limitaciones
del hemisferio izquierdo, para declarar la necesidad de empezar a utilizar la
intuición del derecho para complementar las deficiencias de una interpretación
exclusivamente algorítmica y lineal de la realidad.
El imperio de lo estrictamente racional,
relegó lo intuitivo al mundo de lo no científico, de las creencias, o a lo sumo,
de la filosofía o incluso de la religión. Freud recuperó el inconsciente
como algo que sí influye en nuestro
comportamiento. Al tiempo Copenhague extrajo del olvido científico a la
parte femenina del cerebro (considerando la masculina, la izquierda).
Así que, la próxima vez que algo nos
impresione y nos cause ansiedad, dejemos que la sensación discurra libremente
por nuestro interior, sin tratar de comprenderla. Nos daremos cuenta de que la
comprenderemos de un modo que no podremos expresar con palabras; es decir,
estaremos percibiendo la realidad con la intuición del hemisferio derecho, ¡el
femenino!
Los maestros de Wu Li, perciben la realidad
con ambos hemisferios, estableciendo entrambos una danza muy singular.
Y al final, todo tiene sentido, traducción,
por cierto, del término chino “Tao”. De modo que la inmensa belleza de la
Existencia, para empaparnos de ella, nos obliga a que el conocimiento ceda su
trono a la Sabiduría. Y sepamos ver los límites donde lo concreto pasa
tenuemente a ser abstracto, donde la mente ha de dejar paso a la consciencia
espiritual. Para comprender que Ciencia y Filosofía, Física y Metafísica son
básicamente lo mismo.
Con este baño de humildad científica,
pasemos, no ya a estudiar, sino a “contemplar”, el misterio de la vida en la
próxima entrega.
Para ello, sugiero escuchéis esta obra
musical, “La consagración de la Primavera”, de Igor Stravinsky” en dos
versiones, la primera orquestal . y la segunda viendo el fragmento de la
película “Fantasía” de Walt Disney, donde los guionistas evocan al ritmo
trepidante de la composición, el origen del Universo, de la Tierra y de la
Vida.
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Autor: José Alfonso Delgado (Doctor en Medicina
especializado en Gestión Sanitaria y
en Teoría de Sistemas) (joseadelgado54@gmail.com)
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La publicación de las diferentes entregas
de Visión
sistémica del mundo se realiza en
este blog, en el contexto del Proyecto Consciencia y
Sociedad Distópica,
todos los lunes
desde el 20 de enero de 2020.
Se puede tener información detallada sobre los
objetivos y contenidos de tal Proyecto
por medio de su web: http://sociedaddistopica.com/
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