Conocí el nacimiento del Guadalquivir en la tercera etapa de mi vida, cuando más me interesó la Esencia de mi misma y de todo.
Nace el río, en cada momento, con la sencillez y la inocencia del que no tiene historia.
Procuré seguir su cauce desde distintos parajes de su andadura andaluza hasta el Atlántico.
Al observarlo, he sentido su semejanza con el Río de la Vida humana: salida de la unidad del Universo hacia la unidad del Mar.
Caminos sencillos donde las aguas son acariciadas por la brisa. Y senderos pedregosos donde las aguas sufren, salvando obstáculos múltiples y desniveles.
Pero el río siempre avanza sorteando, sin prisas, pero sin pausa, todos los impedimentos.
Esta visión deja en mí una sensación de evolución tranquila, en paz.
Y gracias a ella he aprendido a respetar el cauce de mi río y el de los demás.
Contemplo, desde su desembocadura, que todo llega a su meta cuando corresponde. En un orden colosal. Y como un recodo difícil, en el tramo final, puede facilitar la llegada al Océano de Silencio en el que todos, por íntima vocación, estamos llamados a culminar.
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Autora: Concha Redondo (concharedondo@gmail.com)
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