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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva es el título del libro de Franco “Bifo” Berardi, investigador y activista italiano y una de las
figuras más conocidas del movimiento autonomista de su país. Berardi es autor,
entre otra obras, de La fábrica de la
infelicidad, Generación post-alfa
y La sublevación, en las que abordó
las transformaciones del trabajo y de la subjetividad provocadas por la
globalización y la financiarización de la economía: la desterritorialización,
la precarización del empleo, el declive de la burguesía y el proletariado y su
paulatina reemplazo por el “cognitariado” y la clase ejecutiva financiera, el
sometimiento de los trabajadores por dispositivos de automatización y control,
cuyos efectos incluyen la dificultad para crear formas de solidaridad y de
relación cuerpo a cuerpo.
El título no llama a
engaños: es un libro crepuscular, tanto por el diagnóstico al que nos enfrenta
como por su tono, que –como sucedía en algunos ensayos de Paul Virilio– infunde
una sensación de urgencia, de inminencia ante la posible catástrofe, aquí nombrada
como de escala evolutiva, que exige al lector una disposición anímica alerta e
imaginativa.
¿De qué fin se habla aquí?
“De la concepción moderna de humanidad”, sintetiza Berardi, debido a la
abstracción y la aceleración frenética provocadas por la transición tecnológica
hacia el entorno digital. La exposición incesante a flujos de información, en
convergencia con un nuevo modo del capitalismo (el “absolutismo capitalista”,
lo llama), corroe las capacidades humanas de empatía, supera las posibilidades
neuronales de atención, debilita las condiciones para transformar la esfera
social a través de la voluntad política, todo lo cual desencadena otros finales:
del goce, de la crítica, de la decisión política, de la sensibilidad (la
facultad de “comprender lo tácito”), del erotismo (la habilidad “de percibir el
cuerpo del otro como una extensión viva de mi propio cuerpo”).
En este intercambio –vía
correo electrónico– comenta qué efectos tiene esto en nuestra sensibilidad, y
por qué cree que, ante la pérdida de eficacia de la política, es la hora de
desconectar de las “concatenaciones estresantes” que sólo conducen al pánico,
la soledad y la depresión.
–En su libro sostiene que asistimos a una mutación antropológica y
cognitiva. Uno de los ejes es el pasaje desde un modo de relación de los
cuerpos con el mundo que podía procesarse a través de la conjunción, que
implica la apertura hacia el otro, el intercambio que da lugar a sentidos antes
inexistentes, hasta la esfera de la conexión, una forma más abstracta y
simplificada, donde la producción de significado obedece a patrones
preconfigurados y en la que cada agente interactúa de manera solo funcional.
Conjunción versus conexión. ¿Podría desarrollar esta tensión?
Conjunción, para mí, es la
modalidad de comunicación entre organismos conscientes y sensibles que
interpretan signos y producen sentido en una situación contextual. En la
conjunción la interpretación no implica solo reconocimiento de reglas
sintácticas, sino la intuición de lo que no se dice verbalmente pero pertenece
a la relación entre cuerpos situados en una dimensión sociocultural singular.
La conexión es una condición de interpretación y producción de significado que
no implica los cuerpos, la situación y el contexto, sino solo el reconocimiento
de patrones (pattern recognition), de estructuras semióticas incorporadas en la
técnica.
Detrás de la distinción
entre conjunción y conexión me interesan los efectos sociales y antropológicos.
La conectivización del intercambio comunicacional en la generación que aprendió
más palabras de una máquina que de un cuerpo-voz está provocando una verdadera
mutación de la actuación cognitiva y del psiquismo colectivo. La infosfera
conectiva habilita una aceleración del flujo de estimulación neural cuyos
efectos en la psicoesfera son problemáticos. El aislamiento y la
hiperestimulación neural están provocando una epidemia de depresión y pánico,
una transformación brutal de la percepción del otro.
–Usted focaliza la distancia cada vez más insalvable entre los
flujos ininterrumpidos de información y la limitada capacidad del cerebro
humano para procesarlos. ¿Qué consecuencias trae para la mente individual y
social este salto de escala?
La crítica, como facultad
de discernimiento entre verdadero y falso, entre bueno y malo no es un dato
natural de la especie humana. La facultad crítica se forjó en la transformación
técnica moderna: la difusión del texto escrito, poder leer los enunciados secuenciales
permite la comprensión crítica. Hay un tema de ritmo, de temporalidad de la
interpretación: cuando la infosfera se hipersatura, cuando el cerebro humano
está hiperestimulado, la capacidad de distinción y discriminación se entorpece.
La tempestad de mierda de la cual habla Byung Chul Han (En el enjambre). Hoy se habla mucho de fake news, las noticias
falsas difundidas en las redes sociales, pero siempre las hubo en el discurso
público. Sólo que en el pasado la mente individual y colectiva podía discernir
el sentido de la verdad y la mentira. La experiencia social se fundaba sobre
una capacidad crítica que ha sido la condición de la democracia. La
irracionalidad de la mente social no es un efecto de malas intenciones, que
seguro no faltan, sino del fallecimiento de la crítica.
–“Las leyes no tienen hoy ninguna fuerza frente a la circulación
global de los algoritmos financieros, ni
ante la potencia desterritorializada de las empresas globales”, comentó hace
poco. Sabemos, con todo, que lo que se ha llamado neoliberalismo vino
acompañado no por una disminución, sino por un andamiaje robusto de
regulaciones. Un ejemplo: el Acta sobre Ciencia y Tecnología Avanzada
sancionada por el Congreso de los EE.UU. en 1992, que al permitir la apertura
de lared al comercio, posibilitó la Internet que hoy conocemos. ¿No es preciso
estar atentos a los dispositivos jurídicos, políticos, gubernamentales
concretos, si queremos pensar en alguna forma de autonomía?
Claro que tenemos que estar
atentos a lo que pasa a nivel jurídico, político e ideológico. Pero también
tenemos que ser conscientes de la pérdida de efectividad de la decisión
política y de la legislación. Esto es una consecuencia de la incorporación de
automatismos técnicos en la comunicación, en el lenguaje y en la economía. La experiencia
de la última década, sobre todo en Europa, nos mostró que la decisión política
es impotente cuando se trata de redistribuir la riqueza producida por los
trabajadores, porque la distribución de la riqueza está escrita en los
automatismos financieros del Pacto Fiscal Europeo de 2012. Lo que pasó en
Grecia en 2015 fue una prueba irrefutable de la muerte de la decisión política
y de la impotencia de la democracia, en el mismo país que ha inventado la palabra
democracia hace veinticinco siglos.
–Menciona que tres figuras clave de la modernidad, el intelectual,
el guerrero y el comerciante, han sido reemplazadas hoy por el artista, el
ingeniero y el economista, a quien describe como un “falso científico”
encargado de reducir el poder de los otros dos y ponerlo al servicio de la
acumulación. ¿Cómo es eso?
He intentado dibujar la
historia social de la época moderna a través de algunas metáforas y figuras. Me
interesa en particular la separación entre el ingeniero y el poeta, entre el
conocimiento científico y la imaginación artística, que es una consecuencia de
la reducción de la formación, la
educación y el sistema escolar y universitario
a meras herramientas para la acumulación financiera. El declive de la enseñanza
humanística, la introducción de criterios puramente económicos en el
pensamiento científico y en la innovación tecnológica son los efectos más
evidentes y peligrosos de la sumisión del conocimiento al provecho económico.
En este contexto, la figura
del economista domina abusivamente el panorama cognitivo. ¿Qué es la economía?
¿Una ciencia? No me parece. La ciencia se define ante todo por su objeto, por
la capacidad de formular leyes universales que nos permiten prever los
acontecimientos futuros. La economía no tiene un objeto independiente de su
actuación, y por ende me parece una técnica, no una ciencia. El problema es que
esta técnica pretende reglar las otras formas de conocimiento según un
principio que no pertenece a la ciencia, sino al interés de una minoría. La
reducción de la dinámica social al provecho económico devino el dogma central
del pensamiento contemporáneo: no se puede decir, pensar ni investigar nada si
no sirve a la acumulación de capital.
–También advierte contra los riesgos que puede asumir el intento
del cuerpo conjuntivo de tomar una revancha frente a las fuerzas de la
abstracción y la conexión: la forma fascista y violenta de la identidad, que
busca cancelar la riqueza de la diferencia entre los seres humanos. ¿Es posible
escapar de esta alternativa mortal entre la conexión algorítmica y el retorno
agresivo de la conjunción identitaria?
La actual emergencia de una
ola identitaria, racista, fascista de dimensiones impresionantes, es la prueba
de una revuelta de los impotentes. No podemos cambiar la relación social a
través de la actuación política racional; la comunidad territorial está
estropeada por la violencia financiera. El sentimiento común se vuelve hacia
lavenganza, la reivindicación identitaria y la violencia contra el extranjero,
acusado de ser responsable del empobrecimiento. Como no podemos liberarnos del
hiper-poderoso automatismo financiero, agredimos a quien es más impotente que
nosotros. Es la misma dinamita que llevó alos trabajadores alemanes a elegir a
Hitler y a agredir a los judíos en los años 30 del siglo pasado.
–Ante un diagnóstico preocupante, propone algunos “tratamientos”.
Señala como primer paso “desvincularse de las concatenaciones estresantes”, y
luego, ir hacia un “reajuste neurológico de la relación con la infoesfera”.
Añade que este no será ya un trabajo de la política, sino del arte, la
educación y la terapia. ¿Cómo lo imagina?
No se trata de elaborar un
programa político o terapéutico, sino de prestar atención a una mutación
profunda y irreversible, imaginar prácticas de readaptación y, al mismo tiempo,
de conciencia. La conciencia de los efectos patógenos es el primer paso para
empezar a transformar nuestra actuación y nuestras expectativas. El arte tiene
aquí un papel decisivo. Hoy para actuar una transformación política necesitamos
reactivar energías psíquicas perturbadas, y para hacer eso necesitamos una
creación propiamente poética, artística.
–La mutación contemporánea, dice, se manifiesta en patologías de
soledad, pánico, depresión. ¿No es posible, pese a estar en este entorno
conectivo, que las personas “hagan algo” para sí y para otros: enamorarse,
aprender, comprometerse a dar batallas, buscar su felicidad? Y por otro lado,
¿vislumbra nuevas formas de gozo, de erotismo, de disfrute?
Claro que las personas siguen haciendo algo, pero gozan menos y menos, porque están perdiendo la percepción
de la singularidad de los acontecimientos, de los gestos, de las palabras.
Intentan enamorarse y actuar políticamente, pero el tiempo se ha hecho tan escaso,
tan nervioso que el placer sexual parece en peligro. Según David Spiegelhalter,
autor de Sex in numbers, la
frecuencia de los contactos sexuales se redujo drásticamente en los últimos
veinte años. Miguel Benasayag y Gérard Schmit escribieron un libro importante
sobre las pasiones tristes, sobre la depresión difundida entre los jóvenes. Los
últimos cuarenta años han sido la época de la guerra neoliberal de todos contra
todos llamada competencia, y la época de la conectivización de la comunicación
social. Con respecto a lo nuevo: no podemos saberlo hasta que no lleguemos a
una transformación del modelo de apropiación de la técnica y a una reactivación
de la imaginación colectiva del futuro. Eso presupone un proceso que llamo
“movimiento”, reactivación consciente de las energías nerviosas del cuerpo
social. Es una paradoja: necesitamos un movimiento pero no están las
condiciones cognitivas para reconocer empáticamente la presencia del otro. No
se trata de una paradoja política, se trata de una paradoja más profunda:
psíquica y cognitiva.
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Enviado por: Alberto Chessa (Alberto.Chessa@outlook.com)
Fuente:
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