En su vertiente
objetiva el impulso fundamental nos mueve a desarrollar todas nuestras
estructuras y a actualizar todas las capacidades que cada uno de nosotros trae,
al nacer, en estado latente. En efecto, hay en nosotros una tendencia
innata, natural e imperiosa a conseguir el pleno desarrollo de cada una de
nuestras capacidades y potencialidades en todos los planos o niveles de
nuestro ser: en el físico, en el afectivo, en el intelectual y en el
espiritual. La consecución de este pleno desarrollo constituye la vertiente
objetiva, dinámica, operativa de la motivación general.
La vertiente
subjetiva consiste en la necesidad que sentimos de alcanzar la plena
consciencia del sentido de nuestra realidad, de conseguir la realización
íntima, viva, directa e inmediata de nuestro verdadero ser o yo espiritual. Al
decir yo espiritual nos referimos al yo básico que es el centro inmutable de
donde dimanan todos nuestros impulsos, sentimientos, tendencias e ideas y del
que procede toda noción, en nosotros, de absoluto, es decir, de realidad, de
potencia, de plenitud, de sabiduría, de verdad, de amor, de unidad.
Ambas vertientes, la
objetiva y la subjetiva, se complementan mutuamente. Pues, según vayamos
desarrollando y expresando nuestras capacidades mediante las actividades
concretas correspondientes, iremos tomando consciencia de nosotros mismos, o
sea, de la potencia, conocimiento y plenitud personal en que consistimos, en
que consiste, para hablar con mayor precisión, nuestro verdadero yo central.
Todas nuestras acciones,
incluso las más elementales y ordinarias, obedecen, en última instancia, a este
doble impulso fundamental: el de la plena auto-expresión y el de la plena toma
de consciencia sobre nuestro ser. Sepámoslo o no, seamos o no conscientes de
ello, toda nuestra vida no es otra cosa que el desarrollo de este sencillo y
profundo argumento que puede sintetizarse en una sola idea: la auto-realización
total.
Este es el motivo y el
objetivo subyacente de nuestra conducta, el principio que nos impulsa y, al
mismo tiempo, la meta a la cual tendemos. La auto-realización constituye
el verdadero sentido de nuestra existencia. Y las cosas, las situaciones, las
actitudes y la conducta son para nosotros buenas -desde el punto de vista
psicológico- en cuanto nos permiten aproximarnos a este objetivo; y malas y
perjudiciales en la medida en que nos alejan de él.
Así como cuando alguien
tiene hambre o sed no queda satisfecho hasta que come o bebe lo suficiente, del
mismo modo mientras no actualicemos toda nuestra capacidad de expresarnos,
no llegaremos a gozar de la consciencia de plenitud, de totalidad interior.
Y no conseguir esta
meta natural de nuestro ser equivale a sentir siempre en nosotros
insatisfacción, vacío, ansiedad, temor y toda la gama de estados
emocionales, negativos y positivos, que sirven de indicio inequívoco de que
algo está todavía en curso de desarrollo, sin la debida actualización.
Solo en la medida en
que nos aproximemos a la auto-realización, nos sentiremos plenos, maduros y
satisfechos: en camino de dar cumplimiento a la razón íntima, profunda y
trascendental de nuestra vida.
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Autor: Antonio Blay, de su libro Energía Personal. Técnicas prácticas para su
pleno desarrollo y aprovechamiento.
pleno desarrollo y aprovechamiento.
Fuente:
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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