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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
http://emiliocarrillobenito.blogspot.com/2018/09/proyecto-de-investigacion-consciencia-y.html
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La vida intelectual de Richard Sennett (Chicago, 1943) -sociólogo,
chelista y escritor- transcurre entre Harvard, el MIT y la London School of
Economics. En su vida privada se añade Nueva York, desde Washington Square,
donde domina el Manhattan bohemio. A sus 75 años, este antropólogo de la vida
cotidiana repasa su vida, desde Hannah Arendt hasta Bernie Sanders; critica a
Obama y a Trump y disecciona una sociedad en la que las nuevas tecnologías
esclavizan más a las personas que nunca.
Son muchas las cuestiones que
definen nuestra sociedad que él vio antes que nadie. Alejado de las
estadísticas, utiliza la sociología como literatura. En una docena de libros —Construir y habitar. Ética para la ciudad
es el más reciente—, Sennett descubre qué tipo de sociedad somos y cómo hemos
llegado hasta aquí.
En su luminoso apartamento
en Washington Square, Sennett anuncia que nunca se retirará. Hace cinco años
sufrió un infarto. Ha perdido peso, pero no ha dejado de beber café. Ni de
escribir. Ni de tocar el piano. Pasa las primaveras en Nueva York, ahora dará
clase en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y en Harvard.
Durante los inviernos enseña en la London School of Economics, “donde he encontrado
los estudiantes más implicados en cuestiones públicas mientras los americanos
se inclinan hacia la parte académica”.
De todas sus ocupaciones
—fue también chelista profesional—, escribir se ha convertido en su rutina.
“Soy una persona de rituales. Escribo por la mañana y tengo mi vida en el mundo
después de comer”.
¿Cuánto tiempo se ganó la vida tocando el chelo?
Cinco años. No había
cumplido 20 cuando empecé con un grupo que tocaba música barroca de cámara en
ambientes no burgueses: iglesias, fábricas —un lugar horroroso para tocar— o en
asociaciones de mineros.
¿Ya no toca en público?
Tengo un grupo en el que
solo se puede entrar si has fracasado como músico. Tocamos para nosotros: un
director de periódico, el decano de una universidad… Si no hubiera tenido la
lesión en la mano, hoy sería director de orquesta, como Toscanini.
¿Qué hizo que su madre le apuntara a la famosa Juilliard School de
Nueva York?
No lo hizo. ¡La odiaba! La
idea de que me convirtiera en músico la aterrorizaba. Quería que fuera médico o
abogado, pero con 16 años me vine a Nueva York a vivir solo. En las familias
europeas judías tocar un instrumento es parte de tu educación. Pero la
posibilidad de que te obsesione es un desvío en esa educación. Y yo estaba
obsesionado. Cualquiera que se dedica a tocar lo está.
Sus abuelos llegaron de Europa. Ambos eran judíos, uno alemán y el
otro ruso, y se casaron con mujeres cristianas.
Esa “atrocidad social” de
casarse fuera de la fe amplió mi mundo.
En sus ensayos ha adelantado muchos de los problemas de la
sociedad actual: la fragmentación de las experiencias, los peligros de la
flexibilidad que nos iba a mejorar la vida y ha acabado llevando el trabajo
hasta cada minuto y rincón de nuestra vida privada…
Simplemente veo lo que sucede.
Muchas veces la gente ve más con la imaginación que con los ojos.
¿Qué ha pasado para que lo que entendíamos como derechos hoy sea
visto como privilegios?
El capitalismo moderno
funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera posible. Marx
ya se dio cuenta de que el capitalismo tenía más que ver con la apropiación del
entendimiento que con la apropiación del trabajo. Facebook es la penúltima
apropiación de la imaginación: lo que veíamos como útil ahora se revela como
una manera de meterse en la consciencia de la gente antes de que podamos
actuar. Las instituciones que se presentaban como liberadoras se convierten en
controladoras. En nombre de la libertad, Google y Facebook nos han llevado por
el camino hacia el control absoluto.
¿Cómo detectar el peligro en las nuevas tecnologías sin
convertirse en un paranoico que sospecha de todo?
Uno debe indagar sobre lo
que se presenta como real. Eso es lo que hacemos los escritores y los artistas.
Yo no sospecho. Sospechar implica que hay algo oculto y yo no creo que Facebook
tenga nada oculto. Simplemente no lo queremos ver. No queremos afrontar que lo
gratuito implica siempre una forma de dominación.
En tiempos de redes sociales, ¿cómo preservar la intimidad?
Lo que ocurrió con
Cambridge Analytica es un delito: alguien robó y vendió información privada. No
hay misterio. Es un negocio ilegal que han camuflado con charlas sobre
protección de datos. Quien recibió la información pagó por ella. Pero el truco
es llevar una discusión que no debería existir a los medios de información. Los
delitos deben ser castigados.
¿Sus ensayos se leen de otra manera después de la quiebra de
Lehman Brothers?
Tras ese colapso, las
ventas de mi libro La cultura del nuevo
capitalismo se dispararon. Hasta entonces las críticas al orden económico
eran consideradas nostálgicas. Muchas de las cosas que están pasando son tan
increíbles que tendemos a no creerlas, aunque las tengamos delante.
A Trump no lo anticipó. Ni al Brexit tampoco.
Quedaron más allá de mis
poderes. Aunque sí tuve una intuición. El problema de Obama es que hablaba con
una elocuencia maravillosa, pero la desigualdad seguía aumentando. No logró
controlarla. Apoyó la sanidad pública, pero el resto se quedó en palabras. Y
eso es muy peligroso. Hubiera sido un gran juez del tribunal supremo, pero no
actuó como un gran presidente.
¿De qué maneras pueden actuar hoy los políticos para defender los
derechos de los ciudadanos frente a las presiones de los poderes económicos?
La historia lo explica.
Hace 100 años Theodore Roosevelt decidió que el Estado debía romper los
monopolios. Era conservador. Pero era el presidente de todos los americanos. El
capitalismo tiene tendencia a pasar con gran facilidad del mercado al
monopolio. Y ahí, con la represión de la competencia, empiezan los grandes
problemas, la gran desprotección. Con monopolios, el capitalismo pasa de ser el
sistema de la competencia a ser el de la dominación. Aumentar la brecha
salarial entre los ricos y los pobres tanto como está sucediendo ahora es la
vía para todos los populismos. Eso ha sido Trump. En Reino Unido tuvimos el
equivalente a Obama en Tony Blair. Peor que Obama. Obama es un hombre de total
integridad personal. Y Blair es solo un político.
¿Por qué el Estado de bienestar solo parece sostenible en los
países nórdicos?
Me resisto a esa idea. No
se necesita ser rico para que ese sistema prospere y se mantenga. En Colombia
existe con muchos menos recursos. En Botsuana hay un modelo justo, aunque la
equidad cuando tienes poco significa poco. Bismarck construyó el Estado de
bienestar en Alemania con malas intenciones: quería evitar que los trabajadores
se rebelaran. Con el Estado de bienestar la gente se vuelve conservadora. La
destrucción de esas políticas que se está dando en España es una tragedia.
¿Sabe que mis padres lucharon en la guerra civil española?
He leído que por ser hijo de brigadistas le ofrecieron la
nacionalidad española.
Ojalá. Escriba eso: ojalá.
La aceptaría enseguida. Soy americano y británico, pero también me gustaría ser
español. Escríbalo.
Se levanta
para contárselo a su esposa, la socióloga Saskia Sassen, que trabaja en la
habitación de al lado. “Ya sabes lo que van a preguntar nuestros amigos
españoles: ‘¿Española o catalana?’. Tenemos que tener cuidado”, contesta ella.
Creció en un barrio pobre de Chicago, Cabrini Green.
Mi madre era trabajadora
social. Trabajó para el partido comunista y fue perseguida por McCarthy hasta
que, como casi todos los comunistas americanos, se dio cuenta de en qué se
había convertido el comunismo soviético y dejó de ser comunista. Dedicó casi
una década a idear la legislación para un sistema público de salud pionero.
Pero ella y mi padre eran los típicos comunistas burgueses.
¿A su padre lo conoció?
No. Y eso es parte de mi
drama personal. Conocí a su hermano mayor, mi tío Bill, que también luchó en
España con los republicanos.
¿Supo por qué se fue su padre?
Estoy seguro de que fue por
otra mujer. Mi madre no me dio ninguna explicación. Pero, ya que pregunta, el
momento de mayor tensión con mi madre no fue por eso. Fue por mi decisión de
convertirme en chelista profesional. Tenía miedo a cualquier cosa que se
apartara de esa seguridad. Y veía la música como una vida bohemia.
Pero usted eligió esa vida.
Tuve un lustro de vida bohemia
en Nueva York. Luego regresé al orden. Me llamaron a filas para ir a la guerra
de Vietnam y decidí evitarlo regresando a Chicago para volver a la universidad.
Luego, en Harvard, me operaron porque el túnel carpiano en la mano de muchos
músicos y algunos atletas se tensa de tal manera que los músculos se enrollan
unos con otros. En los últimos 40 años, he tenido que encontrar maneras de
compensar la debilidad de algunos dedos cuando toco el chelo. Eso me apartó de
la música profesional.
En La corrosión del carácter
describe la falacia de que la flexibilidad laboral mejora la vida.
¿Qué tipo de carácter van a
producir Uber o Deliveroo? Vidas sin columna vertebral. Un carácter cuyas
experiencias no construyen un todo coherente. Algo muy circunscrito a nuestro
tiempo y preocupante porque los humanos necesitamos una historia propia, una
columna vertebral. Los peligros del trabajo flexible derivan de la
autoexigencia y la falta de arraigo.
¿Cómo ve el futuro de sus estudiantes?
Trato de quitarles de la cabeza
que la vida intelectual depende de las universidades. En cualquier profesión
uno puede y debe tener una vida intelectual activa. Es fundamental que
cualquier persona tenga conciencia de su capacidad intelectual y de su
necesidad de contribuir a ese desarrollo. Incluso si no tiene una carrera
universitaria.
Usted no parece un teórico. Como sociólogo se sirve del trabajo de
campo, no de las estadísticas. Habla de personas con nombres y apellidos…
Siempre me he sentido
arraigado en la antropología de la vida cotidiana. Eso era sospechoso para la
Escuela de Fráncfort de los años treinta, excepto para Benjamin, que usaba sus
propias experiencias para tratar de entender el mundo. Por eso sufrió el
desprecio de la Escuela de Fráncfort. La única persona que lo protegió fue
Hannah Arendt.
Se le considera discípulo de Arendt. ¿Qué recuerda de ella?
La conocí en 1959. Mi grupo tocaba los
cuartetos de Bartók en la Universidad de Chicago y al terminar una mujer
pequeñita subió al escenario a felicitarnos. Dijo que había conocido a Bartók.
Cuando volví a Chicago, cogí su curso de estética y odié la estética. Creo que
la defraudé y que ella significó mucho más para mí de lo que yo supuse para
ella.
¿Qué significó para usted?
Fue una piedra de toque
intelectual en mi trayectoria. Pero le enseñé un borrador de mi libro El
declive del hombre público y lo odió. Fue ese tipo de relación... Ella tenía
una conexión mejor con gente que era filosóficamente más sofisticada que yo.
Por eso me da miedo que se sobrevalore esta relación. Me hubiera gustado ser su
discípulo, pero no creo que lo sea. Creo que a la gente le resulta difícil
entender que alguien pueda influirte profundamente sin ejercer un rol posesivo
sobre ti. Sentí una gran tristeza hacia ella cuando publicó Eichmann en Jerusalén y se convirtió en
una paria ante la mayoría de la comunidad judía que había huido de los nazis.
Ha escrito que los maestros ofrecen lecciones y los grandes
maestros dudas. Usted terminó cuestionando a Arendt.
Lo que me chocaba de ella es
que tenía cierta sordera cultural. Estaba en contra de forzar algunas formas de
integración racial en América. Escribió un artículo muy oscuro sobre eso. No
ignoraba que los negros necesitaban forzar esa vía. Pero se quedaba en el
análisis de la propuesta abstracta: ¿Deben los negros ser forzados a convivir
con los blancos? Theodor Adorno dijo que odiaba el jazz porque era una música
primitiva. Pues lo mismo, para mí esa generación de filósofos tenía un
problema: la sordera ante el presente. Lo vimos con la generación de nuestros
padres: a ellos les costaba entender que no cayéramos rendidos en los brazos
del partido comunista. En su ecuación, ser anticomunista era igual a ser nazi,
o algo así.
Hoy ¿dónde se sitúa usted políticamente?
Atravesé un periodo muy
conservador. Fui liberal. Pero ahora estoy de nuevo a la izquierda. Soy un
socialista de Bernie Sanders.
¿Por qué la izquierda ya no conecta con la voluntad de cambio de
la gente?
Eso es lo que me pone tan
triste sobre la izquierda española. Los intereses de los partidos de izquierdas
—de derechas ya no hablamos— han pasado a ser más importantes que los intereses
de la población. Y así no se puede avanzar.
¿Qué va a pasar después de Trump?
Es evidentemente un
criminal. La cuestión es si será considerado responsable de sus delitos o no.
El mundo está lleno de criminales sueltos. Y puede que él se una a ese grupo.
Lo único que me consuela es que Trump es un juez tan penoso de los demás que
eso le lleva a cometer grandes errores. Cuando uno llega a ser tan egocéntrico,
deja de ver al resto. Pero… de momento es el hombre más poderoso del mundo.
Incluso sus votantes saben que es un delincuente.
¿Y por qué lo apoyan?
Es un enigma. Pero no es un
fenómeno únicamente americano. Ya lo vivimos con Berlusconi. La gente sabía
cómo era y, aun así, lo querían para mostrar su enfado, para fastidiar. Trump
es la expresión de la política del agravio. En este país hemos dejado ya atrás
la idea de cazarlo. Ya ha sido cazado. Lo que no sabemos todavía es si pagará o
no por ello. Berlusconi fue capaz de destrozar el sistema judicial italiano. Y
puede que Trump consiga hacerlo aquí.
¿Hoy la creatividad es clave en todos los trabajos?
Sí. En sociología, creativo es buscar una voz propia. Pero uno solo
la tiene cuando le habla a alguien. No se tiene voz propia para hablar solo.
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