Hola mi niño:
Es buen momento para hablar
después de tanto tiempo compartiendo la misma casa, viviendo apretujados bajo
la piel del mismo cuerpo, merodeando por los laberintos de neuronas y nadando
en las arterias y las venas. Es hora de mirarnos a los ojos y llegar a un
acuerdo.
Recuerdo que naciste cuando
Yo seguramente andaba por los primeros años. Eras travieso y te gustaba hacer
maldades, alegre y dicharachero como otros niños del pueblo, aprendiendo desde
entonces las leyes de los ciegos: que allá afuera hay un mundo misterioso que
nos amenaza y que dentro no hay nada. Tuviste los mejores maestros en los
padres y todo el vecindario, el resto de la familia y la escuela donde tanto se
desaprende y fuiste creciendo en un campo de temores y dudas que tan
eficazmente te enseñó la madre, a las tormentas tropicales, los toros bravos
que pastaban en el potrero y hasta meterte en la nariz una semilla de guayaba y
que se fuera a los pulmones. Y la muerte desde siempre parapetada en la
oscuridad, mostrando su poder, alardeando de que podía acabar en un santiamén
con toda la ternura de los abuelos y podía llevarse a su reino de sombras uno
por uno a los vecinos mayores.
Desde entonces viviste con
esa espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza, luego el ejército y las armas
de fuego, el pánico y la muerte rondando tu casa como buitres, expandiéndose
lentamente como la noche sobre los tejados. Y el padre de todos los misterios
multiplicándose como una criatura macabra: miedo a que tu niña se muriera de un
simple resfriado, miedo a casarte y que no fuera con la mujer apropiada, miedo
a divorciarte y quedarte solo para siempre sin una mano que te ayudara a
atravesar esa frontera hacia donde parece que todos vamos. Miedo a quedarte sin
trabajo, miedo a que se rompiera un álabe de la turbina de aquel avión que te
ayudó a atravesar el Atlántico.
Tu historia mi niño, es la
historia de tus miedos, la historia de tus batallas estériles, de los aparentes
triunfos contra la suerte: aquel deseo ardiente de colgarte un cartel que te
diferenciara de otros como universitario, capitán o teniente, padre ejemplar y
marido cariñoso. Es la historia de la inconformidad, de vivir atado a ese
lastre de que algo no está bien, de que hay que batallar por una quimera que se
llama felicidad en una pírrica batalla contra el tiempo, con los ojos perdidos
en un espejismo que le llaman futuro, donde paradójicamente te espera esa
señora vestida de negro para cortarte el cuello. Y los años pasando como esas
personas que toman el metro a la hora pico, con la cabeza gacha y los ojos
perdidos nadie sabe dónde, viajando como bólidos del pasado al futuro sin
detenerse en la fugaz esperanza del presente.
Entonces te fuiste
acostumbrando a que todos te hicieran la guerra, a que te mencionen con
reservas, a que digan que eres el culpable de todas las desgracias y tragedias.
Pero cómo va a acusarte nadie si te han adiestrado para vivir sufriendo, te han
proporcionado todas las herramientas para consumirte en el hielo.
Por eso quería hablar
contigo esta tarde, quería decirte que siento mucho haberte tenido olvidado,
que siento más que nada el letargo en que los dos hemos estado: Tú pensando que
eras Yo, y Yo sin saber que soy libre como un rayo de luz que viaja por El
Universo, que vine a conocerte y compartir una experiencia simplemente, que
vine como quien quiere estar en unas vacaciones con sus padres. Pero ni por un
segundo pienses mi niño eterno que voy a marcharme con las manos vacías de tu
casa: me iré con las lecciones aprendidas que me enseñaste, con el coraje que
tuviste para amar aún sabiendo que podían hacerte daño, me iré con la dulzura
que nunca perdieron tus ojos rodeados incluso de otros egos ignorantes, me iré
con la sabiduría de tu paciencia forjada como el acero, con la vibración alta y
llena de afectos de ese corazón que se atrevió a desafiar los retos.
Es hora de decirte que no
has estado solo nunca, que hemos estado espirando el mismo aire, abrazados tan
fuertemente que pensábamos que éramos uno, para poder vivir las mismas
experiencias. Ahora mi niño has madurado y de cierta forma me has ayudado a
reconocernos, has tenido el coraje necesario para reconocer que no eres eterno,
que has vivido en el espejismo del tiempo y me has brindado todo lo que eres.
No sé qué nuevas ilusiones
quedan por vivir, no sé qué sueños y, más que nada, no sé qué retos, no sé
cuantos años, pero ahora es diferente porque es de mañana en mi tiempo y voy
calado hasta los huesos por la generosidad del Universo, me va embarrando la
belleza del momento presente y el amor es como la luz del amanecer que se va
metiendo en todos los escondrijos de mi monte. Tú sales de tus aposentos a
penas para jugar conmigo, para burlarnos de las sombras y nadie sabe hace donde
los miedos se han escabullido. Por un momento tenemos la certeza de lo efímero
del tiempo y el mundo de las formas se vuelve acto de magia que observamos, por
fin nos miramos frente a frente.
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Autor: José Miguel Vale (josemiguelvale@gmail.com)
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