Todos
hemos nacido así: El mobiliario lo han puesto nuestros padres, nuestra cultura,
nuestras creencias, nuestros errores y aciertos. Hoy tenemos un nombre, unos
recuerdos, un diploma, unas heridas, unos falsos tesoros de los cuales no
queremos desprendernos u otras bolsas de basura que quisiéramos olvidar.
Aprendimos pronto a decir: esto me gusta y esto no, quiero esto y no quiero lo
otro, aprendimos a juzgar y juzgarnos, a separarnos de algunas cosas y tratar
de estar unidos a otras. Aprendimos a luchar, a batallar, aprendimos a asociar
momentos de placer con objetos materiales, mentales o emocionales: algo que
proviene del mundo de las formas. La alegría es buena, la tristeza mala, mi
hermano es maravilloso, mi hermana borde, un hijo modelo, otro un desastre.
Aprendimos la culpa y el miedo y los guardamos donde ni nosotros mismos podemos
encontrarlos.
Aprendimos
a encontrar una explicación a todo, a encontrar una circunstancia, un culpable
de nuestro sufrimiento sutil, del que se manifiesta detrás de una sonrisa,
también aprendida. Aprendimos la hipocresía, la envidia, a quedar bien con Dios
y el diablo.
Amueblamos
nuestra divinidad con fantasías y la saturamos, la usamos para tapar lo que
realmente somos. Estamos tan vestidos, tan enmascarados que no se ve la piel y
si sólo quedan los ojos al descubierto, ahí no miramos. Le huimos a la tranquilidad,
a la calma, a estar un rato en silencio sin hacer nada. Necesitamos un aparato,
algo que de, de comer a la fiera para que se calle, para que pare ese monólogo
torturante que nos clava algo puntiagudo en un costado. "Aquí algo falta,
algo no es como debería ser, algo es incompleto; y es imprescindible hacer algo
ahora que nos ponga en camino de la felicidad".
Eso
dice la voz interior constantemente…
"No
estoy conforme con este momento, no me parece suficientemente bueno, no lo
acepto, quiero cambiarlo para tener la felicidad que necesito" Y se esfuma
el recinto, se pierde la divinidad que hace que estos pensamientos se
materialicen, que estas emociones cobren forma, que este dolor de cabeza tenga
un cuerpo para SER.
Los
árboles no nos dejan ver el bosque.
¿Quieres
alcanzar el mayor tesoro que te pertenece en esta vida? ¿Quieres ser dueño de
tu reino? ¿Quieres pasar en un minuto de ser esclavo a ser Dios?
Pues
es tan sencillo que tu mente le pondrá pegas, dirá que es una tontería, que hay
que ver las cosas a las que das crédito, que acabes de poner los pies en la
tierra, que...
Pero
aún así déjame que te recomiende:
No
lo dejes para después, hazlo ahora, en cuanto termines de leer esto. Por a
funcionar una cuenta atrás de UN MINUTO. Y quédate en silencio, SIN HACER NADA.
Respira
profundo y cierra tus ojos y simplemente observa, se consciente de alguna parte
de tu cuerpo, puede ser una mano o una pierna, siente como la sangre fluye por
ella, siente la vida que la anima. Luego observa algún pensamiento, el que
primero venga y no lo juzgues, observa, observa, ponte alerta. Si hay alguna
emoción, descúbrela, ve dónde aparece (¿en el pecho, en el abdomen?)
Ya
está: este proceso no es reversible, una vez que tu consciencia se manifieste,
progresivamente aparecerán en tu vida los caminos, las personas, las
circunstancias que le posibiliten volver y volver a hacerlo.
No
hay prisas, El Universo seguramente cuenta con varios cientos de miles de
millones de años.
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Autor: José Miguel
Fernández Nápoles (josemiguelvale@gmail.com)
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