El mes de Tishri, cuando abren sus
capullos las flores y los campos se visten de verde, bajó de la montaña Abul
Beka. Su cabeza resplandecía con los rayos del sol de la mañana. Y su cuerpo
era esbelto como un junco. Su vestido era una túnica y andaba descalzo. Sus
ojos eran profundos y su mirada, lejana, como distante.
Por tres días y sus noches anduvo como
dormido por las calles de Medina Runda, y vivió en sus plazas y miró a sus
gentes; pero fue al cuarto día cuando abrió la boca para hablar.
Y muchos cuando le veían se decían:
—Ya ha vuelto el soñador, aquel que
vimos irse a la montaña, pero ¿dónde ha dejado su sonrisa y su alegría? Sus
cejas se arquean como si guardaran una pena y sus ojos parecen no mirarnos.
Y un anciano les dijo:
—La madre montaña os ha robado a un
amigo de la infancia pero os ha devuelto a un Maestro. Escuchadlo.
Y Abul Beka miró a sus hermanos y vio
sus corazones, y en ellos advertía mucha hambre de Verdad y muchas ansias de
salir de la ceguera que les causaban los siglos y las tradiciones. Entonces les
hablaba con estas palabras:
—Pueblo de Runda: cuando recéis, hacedlo
con el corazón y no con la garganta. Porque las oraciones son como las semillas
que fecundan los campos y despiertan a los dormidos.
»Y no hagáis de la religión una
superstición.
»Porque verdad es que pierde el tiempo
aquel que se arrodilla con el cuerpo, mas continúa frío en su corazón. No os
engañéis.
»Sed claros como las noches de
primavera. Y abríos como rosas a los vientos.
»Que vuestra religión sea la naturaleza
de la ciencia unida a la fe de los Cielos. Que la fe levante vuestros pilares y
la ciencia sirva para estructurarlos.
Entonces un joven se levantó y dijo:
—Maestro, dinos: ¿qué hace a cada
religión considerarse la única depositaria de la Verdad del Cielo y luchar con
las otras para imponerse?
—Hermano –le dijo–, verdad es que los
Grandes Maestros vienen todos de un tronco común; son las supersticiones de los
hombres y los ritos mal llevados los que han provocado tal daño, porque hay que
considerarse hermanos de todos, respetando las creencias y no imponiendo las
del más fuerte.
»Mirad, los olivos que llenan estas
tierras conviven en paz con las encinas. Todos viven de la naturaleza y
ninguno, por estar en mayoría, transforma a sus hermanos de las otras especies.
»Mirad la multitud de las plantas que
habitan la humedad de los ríos y los arroyos. Todas viven apoyándose unas en
otras con respeto y armonía.
»El fanatismo mueve al espíritu del
hombre cuando el viento se ha llevado su humildad y su Amor. Y sabed que son
los fanáticos los que más daño hacen y se hacen.
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y de Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en el este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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