En dos millones de años, el
cerebro humano casi ha triplicado su tamaño, desarrollando una corteza
pre-frontal que permite simular experiencias antes de que ocurran. Esto es conlleva la capacidad de mirar al futuro y extraer reflexiones para vivir el presente. Es algo maravilloso, fruto de un extraordinario proceso evolutivo de la materia, guiada sin duda por el Espiritu con el que interacciona en todos los planos, que impulsa el nivel mental y el pensamiento -"manas", en el antiguo idioma sánscrito- hacia niveles superiores, que es lo que caracteriza y distingue al ser humano -apelativo que deriva precisamente de "manas"-.
Ahora bien, hay que tener en cuenta algo muy importante: en su
ejercicio cotidiano, cuando no somos conscientes, la citada capacidad puede producir disfunciones muy graves. Un ejemplo es la conocida y reconocida obsesión por el mañana, que nos impide vivir el momento presente. Otro, en el que estas líneas se van a centrar, es la tendencia a sobrestimar el
placer obtenido o perdido a partir de acontecimientos futuros.
Para entender mejor esto último, basta con percatarse de como, cuando
vivimos una circunstancia traumática, solemos pensar que la
felicidad no volverá a nuestra vida. Sin embargo, la experiencia pone de
manifiesto que los efectos de la mayoría de los principales traumas no van más
allá de tres meses. Conviene tener esto en consideración cuando, en el aquí-ahora, nos enfrentamos ante una difícil situación de la vida o una disyuntiva vital.
Como efecto de la citada disfunción, la mente tilda esa tesitura de "mala", la rechaza de plano y se atora hasta el punto de no percibir que se trata realmente de una experiencia-oportunidad que hemos puesto en nuestra
vida para crecer como persona, desarrollar la consciencia y evolucionar espiritualmente.
Pero es que, además, al hilo de lo que aquí más nos interesa, ese bloqueo mental lleva también a olvidar que los temidos impactos "negativos" no durarán normalmente más
de 100 días. Mäs allá de las ficciones provocadas por los bloqueos mentales, esta es la realidad: un sistema de procesos cognitivos, sobre todo inconscientes,
permite a la mente cambiar de perspectiva y sentirse "positiva" pasado un tiempo
después de un trauma. Es algo natural y magnífico. Sin embargo, el atoramiento de la mente nos impide recordarlo y nos introduce en una absurda dinámica de dolor que, finalmente, se sublima en clave de sufrimiento.
Esto es aplicable al mundo
de los deseos y emociones. Pensamos que no seremos felices si nuestros deseos,
del tipo que sean, no se satisfacen. Pero este sentimiento social predominante
es una falacia impuesta por las creencias generadas por el sistema
socioeconómico: si la gente tomara consciencia de que puede ser feliz con independencia de que sus deseos no se
cumplan, esto afectaría a los pilares de la sociedad de consumo y a todo lo
que se ha organizado y montado en torno a ella. Los estudios científicos evidencian que
nuestro mundo mental y emocional es capaz de orientarse hacia la felicidad aún
cuando los acontecimientos no sigan el camino de nuestros deseos.
A lo que hay se unir el
hecho de que nuestros deseos, así como las percepciones a ellos asociadas, se
mueven en un contexto de relatividad. Un experimento científico ayuda a
entenderlo: 1º Mostramos distintos objetos a diferentes personas. 2º Les
pedimos que los ordenen en un ranking que vaya desde el que más les gusta al
que menos. 3º Damos a cada persona uno de los objetos que se encuentran en el
punto medio de la selección realizada. 4º Les solicitamos que vuelvan a hacer el
ranking de esos objetos. ¿Cuál es el resultado? Pues que sube muy sensiblemente
la valoración del objeto que poseen. Y esto sucede incluso con sujetos que
padecen de amnesia anterógrada, los cuales, al volver a ordenar los objetos, no
recuerdan cuál les fue asignado.
El análisis
las decisiones que tomamos en nuestra vida también puede ayudar a que
comprendemos las mentiras entre los que nos movemos en este campo. A la mayoría de la gente le gustan
las decisiones reversibles, mientras llevan mal aquellas que son permanentes,
en las que no hay posibilidad de marcha atrás. Sin embargo, en un experimento
de la Universidad de Harvard, los participantes fueron aleatoriamente
distribuidos en dos grupos: en el primero, se les permitió tomar decisiones
reversibles; y en el segundo, las elecciones eran permanentes. ¿Quiénes se
mostraban después felices con los resultados? Solo los del segundo grupo. Y es
que las decisiones permanentes producen mayor felicidad que las reversibles,
aunque la mente concreta tienda a preferir estas últimas.
Conviene recordar todo lo
anterior cuando nos encontremos ante una difícil tesitura de la vida o ante una
disyuntiva vital.
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Autor: Emilio Carrillo
Fuente: Reflexiones a propósito de la lectura del libro:
Fuente: Reflexiones a propósito de la lectura del libro:
La sorprendente ciencia de
la felicidad,
de Dan
Gilbert.
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