En
España hay cada año cerca de 4.000 fallecidos por suicido y casi 8.000
tentativas tan graves que requieren la hospitalización de los afectados. Esto
representa el doble de víctimas mortales de las provocadas por accidente de
tráfico; y 65 veces más que por violencia de género. Y eso que la tasa de
suicidios en España, 8,7 por cada 100.000 habitantes, es inferior a la europea,
11,4 según las últimas cifras; y esta menor que la tasa mundial, que supera el
12,0.
Lo
que llama la atención en el caso español es que la tasa de muertes por suicidio
se resiste a descender -alrededor del 0,1% de las muertes anuales totales-,
mientras que por otras causas, desde el cáncer a las drogas o el tráfico, se
han conseguido importantes avances.
Los
casos de suicidios están íntimamente ligados con problemas de salud mental -depresión,
psicosis, adicciones, trastorno límite de personalidad- y acoso escolar.
Por
tramos de edad, la cuarta parte, aproximadamente, de las muertes por suicidio
se producen entre personas mayores de 70 años, pero afectan también a menores
de 30 años: una de cada 13 suicidas. Y con datos de 2015, el catálogo de
motivos de ingreso en hospitales del sistema sanitario registró 273 altas de
menores de 15 años después de un intento de quitarse la vida.
El
suicidio es un tema que ha vivido en el ostracismo. La razón hay que buscarla
en parte en el miedo de los medios de comunicación y otras instituciones de
provocar un efecto contagio: que informar sobre un suicidio provoque otro. La
propia Organización Mundial de la Salud advierte sobre este peligro. Pero los
expertos y afectados lo tienen claro: no se trata de no dar las noticias sobre
suicidios, sino de darlas bien. Y eso tiene un principio básico: no ahondar en
los detalles personales y, sobre todo, no comunicar el método empleado. Se
trata de abordarlo con cautelas, pero sin miedo, tal se como lleva años haciéndose con
las muertes por violencia de género.
Parte
del auge del movimiento por una información responsable sobre el suicidio la
tienen los llamados supervivientes, que han sobrevivido una tentativa de suicidio. Y junto a ellos, los familiares (sobre todo
padres y madres) de los que se han quitado la vida.
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