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El blog El Cielo en la Tierra publica todos los lunes, desde el 3 de septiembre de 2018, una entrada relacionada con el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. Por medio de este enlace se puede tener información sobre sus objetivos y contenidos y cómo colaborar con él:
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Ficciones que muestran un futuro desesperanzador,
alienante, sin libertad y absurdo. Sociedades ficticias gobernadas por estados
totalitarios que buscan garantizar la estabilidad social mediante la
manipulación psicológica y en algunos casos científica de los individuos. Obras
que vienen a cuestionar el viejo sueño utópico de una sociedad perfecta.
El tema del presente artículo es la literatura distópica,
obras que se han considerado hijas bastardas de las clásicas utopías, o una
especie particular de utopía de carácter negativo, que tienen su origen en la
primera mitad del siglo XX, y que todavía están presentes no sólo dentro de la
literatura sino también dentro del cine. De manera que para abordar en
profundidad las características específicas de este tipo de literatura, será
conveniente volver a referirnos, aunque sea de forma breve, a algunos aspectos
del concepto madre de donde provienen las novelas distópicas, al concepto de
utopía que tuvo origen en el Renacimiento.
En el año 1516, a partir de la publicación de Utopía, se comienza a utilizar el nombre
de “género utópico” para referirse a las novelas que presentan características
similares a la obra de Tomás Moro; no obstante eso, en la historia de la
literatura ya existían obras que mostraban mundos alternativos, paradisíacos e
ideales, similares al que Moro creó en el siglo XVI, con lo que se podría decir
que el pensamiento utópico ya estaba presente en muchas obras, incluso antes de
que se lo denominara de esa forma. Cuando nos referimos a la literatura
utópica, estamos hablando de ficciones que describen el funcionamiento de un
Estado ideal, no localizado en un lugar específico, perfectamente pensado desde
el punto de vista político, social, científico y en ocasiones religioso, donde
los habitantes cuentan con una predisposición natural a aceptar las leyes y
normas de convivencia; son estados ideales de ficción que se presentan como
alternativos a los del mundo real.
Los proyectos que se describen en los diferentes mundos
utópicos guardan relación con los que se encuentran en el mundo existente; son
una herramienta utilizada por diferentes autores, de distintas épocas, para
proyectar sus concepciones acerca de una sociedad ideal. Mediante la
comparación, que se hace implícita al lector, entre lo existente y lo
ficcional, también está comprendida la crítica, muchas veces feroz, a lo
establecido en el mundo real. De esta manera, podemos decir que la literatura
utópica abarca diferentes aspectos que hacen a la realidad del hombre y a su
vida en sociedad, como por ejemplo lo filosófico, lo social, lo teológico. Son
manifestaciones tendientes a mostrar la posible realización humana, a plasmar
lo deseado, a trascender dentro de la ficción hacia mundos más justos y
esperanzadores.
Este tipo de ficciones, que se empiezan a escribir de
manera sistemática a partir del Renacimiento, han tenido una larga vida, de
alguna manera hasta en la actualidad encontramos obras que presentan
características propias de las utopías tradicionales. De todas maneras, el
género utópico a lo largo de la historia ha tenido sus variantes; en el propio
Renacimiento se enfocaba a expresar el espíritu del humanismo, a reelaborar
viejas historias de carácter igualitarista, a crear y situar los distintos
mundos de ficción en aquellos lugares geográficos recién descubiertos; allí
encontramos obras como la propia Utopía
(1516), de Tomás Moro; La ciudad del
Sol (1602), de Tommaso Campanella, y La nueva Atlántida (1623), de Francis Bacon. La Ilustración puso a
las utopías al servicio de la razón, continuó con la tradición de los libros de
viajes y con la descripción de lugares ideales donde los autores aprovechaban
para expresar sus críticas sociales y plasmar en sus sociedades ficticias el
progreso que deseaban para las sociedades contemporáneas existentes; allí se
destacan obras como El naufragio de
las islas flotantes (1753), de Étienne-Gabriel Morelly; El Manifiesto de los Plebeyos (1795), de
Graco Babeuf, y Aline y Valcour (El
Reino de Butua) (1788), del Marqués de Sade. En el siglo XIX distintos
pensadores, intelectuales y escritores, pertenecientes a corrientes de
pensamiento vinculadas al primer socialismo, utilizaron el género utópico como
una vía de expresión de sus ideas. Dentro de estas obras, pertenecientes a un
movimiento teórico conocido hoy como socialismo utópico, se destacan Viaje por Icaria (1840), de Étienne
Cabet; Teoría de la unidad universal
(1841), de Charles Fourier, y Noticias
de ninguna parte (1890), de William Morris.
Esta presencia del género utópico, con sus
características propias, se mantuvo casi de forma invariable hasta comienzos
del siglo XX. Claro que las distintas épocas históricas que sucedieron al
Renacimiento introdujeron en el género pequeñas variantes, pero siempre fueron
obras que se caracterizaron por crear mundos ideales y que apuntaban a
proyectar en el imaginario colectivo el pensamiento de que otras formas de
relacionamiento social eran posibles, apuntaban a un futuro prometedor, de
progreso, perfeccionamiento y justicia social.
En las primeras décadas del siglo XX surgió una utopía de
carácter negativo, donde el futuro aparece muy distinto a como lo habían soñado
los utopistas clásicos. En los años 20 del siglo pasado, cuando comienzan a
escribirse este tipo de obras, la humanidad estaba viviendo un momento
histórico muy especial, había terminado la primera guerra mundial, comenzaba el
afianzamiento del régimen soviético, comenzaba a surgir el nazismo en Alemania,
y algunos escritores empiezan a alertar sobre el perjuicio que implicaría el
establecimiento definitivo de un régimen totalitario para la libertad de los
individuos, ante el peligro de la masificación y la desindividualización.
El mundo comenzaba a vivir bajo un potencial tecnológico nunca visto, el
peligro nuclear estaba latente, de manera que no es extraño que la utopía diera
un viraje y mostrara su peor rostro, el de un futuro alienante, sin libertad,
absurdo.
Estas obras no van a venir a plantear un modelo ideal de
sociedad, sino que van a criticar el orden existente, y a su vez van a
proyectar construcciones sociales que advertirán sobre lo nefasto que podría
ser para la sociedad el triunfo de algunos sueños utópicos. Son sociedades
dominadas por la ciencia en manos de estados que buscan garantizar la
estabilidad social mediante la manipulación psicológica de los individuos. Las
distopías son obras que ponen en cuestión los sueños de las clásicas utopías,
los sueños de una sociedad perfecta, advierten sobre los peligros de un futuro
proyectado con las ideas de un presente. Allí aparecen temas como el del
socialismo de estado, el consumismo, el control social (por diferentes
ideologías), el hombre en la sociedad y en la individualidad.
La forma más clásica de advertencia que utilizan estas
obras es mostrar el enfrentamiento que se da entre un personaje y las
condiciones sociales con las que le ha tocado vivir, ejemplos como el de John
el Salvaje en Un mundo feliz
(1932), de Aldous Huxley; Winston Smith en 1984 (1949), de George Orwell,
o el bombero Montag en Fahrenheit
451 (1953), de Ray Bradbury, son una clara muestra del enfrentamiento del
individuo con lo impuesto socialmente.
En síntesis las distopías son obras que ponen en cuestión
los sueños de las clásicas utopías, los sueños de una sociedad perfecta,
advierten sobre los peligros de un futuro proyectado con las ideas de un
presente.
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Autor: Fernando Chelle (Escritor)
Fuente:
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