Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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1/8/18

El oro es como un velo


Y sentándose con todos sus hermanos en la Plaza de las Esmeraldas, al lado de las fuentes, así les decía:

—Un día, un padre moribundo llamó a sus hijos y les dijo: «Hijos míos, se acerca la hora de mi salida de este cuerpo para volar en otro más sutil y andar más allá de vuestras vistas. Venid a mi lado para que os reparta los bienes que atesoraron mis manos en esta vida». Y repartió sus bienes.

Entonces, cuando llegó el turno al más pequeño de entre ellos, con voz dulce este dijo: «Padre mío, ¿soy partícipe de tu amor?». Y el padre se quedó extrañado, porque era el hijo al que más muestras le había dado de cariño. Y le dijo: «Bien sabes, hijo mío, que mi amor por ti es más pleno que el amor de la primavera por las flores».

Y de nuevo le preguntó el hijo: «¿Soy partícipe de tu amor?». Y el padre, con dolor, le respondió: «¿Acaso te he dañado? ¿Dejé de darte aquello que deseabas? ¿Acaso te miré con malos ojos?».

Y el hijo pequeño, dulce como la miel, le contestó: «Padre mío, no me martirices pues, ni cargues mis frágiles espaldas con el peso del egoísmo. Ni marchites mi vida al unirla al oro y la plata. No venzas mis tiernas alas dándome un peso que no podría soportar. Ni entristezcas mis días atándome con cadenas de oro, ni me encierres en una jaula de marfil. Toma mi parte de tu heredad y repártela entre aquellos que aún no saben lo malo de las riquezas. Porque tienen necesidad de pan y no conocen el ocio. Yo quiero que mi casa sea este cuerpo que visto, mi hogar el mundo y mi techo las estrellas. Déjame que me levante con el Sol y coma con el trabajo de mis manos; y cada día dé a ese día mi corazón, y después, al atardecer, cuando se acerque la noche, yo la espere meditando y sereno, y le dé mi mano tranquila para irme con ella al jardín de donde vengo. Déjame no poseer nada».

»Y el padre lo miró con ojos llorosos y, abrazándole, le dijo: «Dame tú, hijo mío, de tu riqueza interior porque siempre fui un mendigo de ella. Tenía que llegar al umbral de la muerte para comprender que el oro es como un velo que tapa los ojos del espíritu y embrutece al hombre y lo hace enemigo de sus hermanos los hombres. Y yo en mi ignorancia quería empañar tu brillo y cortar tus alas. Perdóname, hijo mío».

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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en el este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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