Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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18/6/18

Para que se vaya esfumando el miedo que es raíz de todos los miedos: ¡el miedo a la muerte!


        Y de pronto todo lo que acontece a nuestro alrededor parece detenerse: ¿quién soy realmente?, ¿qué hago aquí?, ¿de dónde vengo?, ¿qué pasará unos segundos después que mi corazón deje de latir y no llegue sangre al cerebro?...

Recuerdo que de niño me aterrorizaban los funerales y los entierros. En aquella época era bastante diferente y a las mujeres les daban "ataques" y se desmayaban llorando por el muerto y luego guardaban luto vestidas de negro y no se podía poner música si se moría un vecino.

A un soldado de la Unidad Militar donde yo estaba destacado, se le escapó un tiro y se mató; y me tocó a mi ir a comunicarlo a los familiares, porque era en las Sierras del Escambray y el cadáver demoraría en llegar. Aquello fue una tragedia de las grandes y el padre del chico me dijo: "Ustedes se lo llevaron vivo y me lo devolverán vivo o los mato". Entonces tuve que ir a casa de un tío del muchacho para que nos ayudara a calmar al padre. Al llegar el cadáver hubo una explosión de ataques de histeria de la madre, las hermanas, las vecinas...

Otro compañero oficial se electrocutó por accidente y durante el tiempo que duró el velatorio, que entonces se hacía en la casa del muerto, a la mujer le tuvieron que habilitar unas cajas de refresco vacías para poner encima una silla y no quitar los ojos ni un segundo de la ventana del ataúd.

Aquella lúgubre imagen de las pequeñas habitaciones donde se velaba al muerto toda la noche, estrechas por lo general, con olor peculiar a las flores y las velas. Luego el rostro de los dolientes transigidos de dolor y desesperación y aquellas despedidas de duelo, con más desmayos y gritos desesperados, dejó en mí siempre una mezcla de miedos y "no quiero saber nada de eso" Recuerdo que un día tomé la decisión de que, mientras no fuera imprescindible, no iría a más funerales en mi vida. Y si tenía que ir a alguno, iría a diez fiestas para compensar…

Pero cada etapa de la vida tiene sus sombras y sus fantasmas y a medida que nos adentramos en los años, se hace cada vez más evidente que un día seremos los protagonistas de esos sucesos. ¡O sea que el muerto será uno, vamos!

Hay quienes no lo enfrentan nunca (también se mueren un día, claro). Se buscan mil excusas y prefieren hablar de fútbol, no sin antes atacar y decir que tú tienes un miedo a la muerte que te cagas, y que ellos no tienen ni pizca de eso y por tanto de eso no hablan.

Respeto mucho a las personas y me conmueve el sufrimiento humano y mi compasión no da lugar a la burla o la crítica, ni siquiera a la necesidad de expresar siempre mi punto de vista, pero observo y percibo muchos indicios de miedos ocultos.

¿Qué significado tiene el afán desmedido de algunos de atesorar cosas materiales, de buscar seguridad extrema, de retener, acaparar, guardar, no compartir...?

¿Qué significado tiene vivir ajeno a todos los Seres que te rodean, a cuales son sus problemas, sus ideas, sus vivencias?

¿Será posible que alguien esté tan ocupado siempre que no tenga cinco minutos para escuchar a esa vecina, solitaria, viuda, a quienes sus hijos no visitan nunca?

¿Será que no tienes ni un adarme de tolerancia para aceptar sus quejas, su mal carácter, su expresión sufrida, reflejo de la soledad y los miedos que le atormentan?

¿Serás tan endeble que no puedas dedicar una hora para escuchar a tus padres, si aún están vivos, hablar de sus preocupaciones (que seguramente no serán las tuyas) de sus historias intrascendentes, rutinarias, efímeras, sin interrumpirles, sin llevarles la contraria, aún sabiendo que puede ser que estén equivocados?

¿Serás tan pobre que no tengas quince minutos para jugar con tus hijos, con tus nietos y que prefieras mirar la tele, charlas con amigos de temas banales...?

¿Tendrás tan ocupada tu mente, tan repletos de preocupaciones los cajones de tu cerebro, tan escondidos los miedos, que no puedas permitirte un rato de silencio a solas, en la montaña o en medio de una plaza repleta de gente, para arrojar un poco de luz sobre quién realmente eres?

¿No dejarás un pequeño escalón en esa escalera, que son los días vividos, para olvidarte de "maestros espirituales, guías religiosos, expertos en entender la vida, videntes, iluminados, ascendidos... " y buscar ahí, en tu pecho?

Nadie mejor que tú, sabe las ternuras que has experimentado, nadie conoce tus sentimientos, nadie ha estado tanto tiempo contigo, nadie sabe a que te has enfrentado y has vencido, nadie sabe a que incomprensiones, a que impaciencia a que intolerancia has tenido que sobreponerte. A nadie podrás convencer, con nadie podrás contar a la hora de conocerte, hay oportunidades que tendrás que enfrentar.

Si algo me ha dado gozo en esta vida ha sido lo siguiente: Buscar en mi interior, meter el dedo en esos rincones oscuros, encontrar mis pequeñas virtudes, mis dones y talentos y mis grandes defectos, luego aceptarlos, después hacerles las grandes preguntas: ¿para qué estáis en mi vida, qué me habéis aportado? Luego perdonarme y entonces, como por arte de magia, disfrutar observando como se empequeñecen (claro que aparecen otros), pero es divino el juego.

De esa manera percibo, observo, que se va esfumando el miedo que es raíz de todos los miedos: ¡el miedo a la muerte!

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Autor: José Miguel Fernández Nápoles (josemiguelvale@gmail.com)
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