Un día, de los muchos días que son como notas en el curso de la
vida, iba por una calle y vi a un anciano tendido sobre el suelo, y su cuerpo
estaba frío y su cara descompuesta. Mi corazón se abrió y fue hacia él para
socorrerlo, pero mi cuerpo no podía levantarlo. Entonces le dije a un hermano
que pasaba:
«¿Puedes venir a ayudarme a levantar a este hermano para llevarlo a
mi casa?».
Y él me respondió sin pararse:
«¿Cómo iba a perder el tiempo en
levantar a hermanos que se dejan vencer por el alcohol y los vicios y después
no pueden, apenas, valerse de sí mismos para guardar el decoro?».
Y vino otro, que se acercó y, mirándolo, dijo:
«¡Pobre hermano,
debe de estar enfermo! Debes llevarlo a un hogar y abrigarlo y darle de comer y
medicarlo».
Y yo le dije:
«Ven, dame tu mano y uniremos las fuerzas para
llevarlo a mi casa», pero él me respondió mientras se iba:
«Aunque quisiera no
puedo, porque el tiempo se va como una paloma y no vuelve, y hay muchos que me
necesitan».
Y allí me quedé, con dolor de corazón, viendo cómo se iba la vida
de la cara de aquel hombre. Y entonces grité:
«¡Oh Humanidad, ¿hasta dónde ha
llegado tu insensibilidad que ves cómo tus hijos caen y no tiendes las manos de
tus otros hijos para levantarlos, que buscas argumentos para mantenerlos
separados, que buscas excusas para no hacer lo que dicta tu corazón?».
Y unos
cerraban las ventanas y otros decían:
«Callad a ese loco que entorpece nuestros
sueños».
Y cuando las lágrimas
aparecían por el horizonte de mis ojos, vino un niño y me dijo:
«Dame tu mano,
y con tu fuerza y mi fuerza llevaremos a nuestro hermano a tu casa».
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul
Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria
de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en este blog todos
los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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