Una tarde, de las muchas de
primavera, cuajada de flores y frutos, se habían reunido cerca de los Baños,
donde el arroyo que bordea las murallas le da un beso de unión al Guadalevín y
se hace su eterno compañero de viaje.
Y uno de entre los que le
seguían le dijo:
—Maestro, derrama tu voz y
danos fuerzas para que también nosotros nos hagamos eternos compañeros de viaje
contigo hacia la Luz.
Y Abul Beka le respondió:
—Mis compañeros de viaje aquí
en la Tierra ya los fijó, hace mucho, el Cielo. Lo único que hago es recoger lo
que Él sembró.
»¿Y durante cuántas vidas
habéis venido a mi lado y cuántas otras seguiréis junto a mí? Mirad que el
maestro nunca os abandonó. Esa soledad nacía de vuestro aislamiento, mas Él
nunca se apartó de vosotros. No os dejéis llevar por las apariencias de que se
visten las cosas en este mundo y sabed distinguir debajo de ellas. Porque Él puede estar velado para los ojos de
la carne, mas no para los del Espíritu.
»Y puede estar vuestro maestro
muy cerca de vosotros y no lo reconocéis. Lo mismo que están vuestros hermanos
de camino y no los reconocéis.
»Hay un dicho muy conocido en
Oriente, que reza: «Cuando el discípulo está preparado, viene el maestro». Mas
yo os digo: ¿acaso no es porque el maestro nunca nos abandonó y era nuestra
ignorancia la que lo mantenía oculto?
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria de Cayetano Arroyo y de Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en el este blog todos los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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