Un día reunió a mucha gente
y, llevándola junto a la falda de una montaña, así les hablaba:
—Mirad que lo que me hace hablar no es el
impulso de mi lengua, sino el impulso de la sed de Verdad que hay en vuestros
corazones.
»Sabed que hay muchas cosas que no os puedo decir. No porque no
quisiera mi corazón sino porque vuestros oídos son aún sordos a ellas. Y,
entonces, decidme: ¿Para qué derramarlas por el viento si son más preciadas que
las piedras preciosas y que las gemas y que todo lo que atesora la ciencia del
hombre? ¿No sería mejor guardarlas para cuando vuestros oídos estén maduros y
vuestros ojos tengan luz?
»Porque sabed que cada cosa tiene su tiempo, y lo que el espíritu
humano comió en una época y le dio la saciedad, le puede producir hambre en
otra época y llevarlo a la muerte.
»No seáis como aquellos que cortan su tiempo de una forma e imponen
cortar todos los tiempos de la misma forma. Ellos son fanáticos del
conocimiento y tan solo se quedarán en las superficialidades sin comprender aquello
que les dio origen. Son como las flores de papel que a lo lejos parecen flores,
mas al acercarnos vemos que solo llevan la apariencia.
Y uno se levantó y le preguntó:
—¿Por qué el ser humano es tan dado a estancarse y ver con ojos de
miedo todo lo nuevo?
Y él le contestó:
—Imaginad a una persona que
trabajó gran parte de su vida en hacer los cimientos de su casa. Si cuando ha
terminado y empieza a construir solo aguanta dos plantas, querrá que toda la
ciudad tenga tan solo dos plantas.
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Autor: Cayetano Arroyo
Fuente: Diálogos con Abul
Beka (Editorial Sirio)
Nota: En homenaje a la memoria
de Cayetano Arroyo y Vicente Pérez Moreno,
un texto extraído de los Diálogos de Abul Beka se publica en el este blog todos
los
miércoles desde el 4 de octubre de 2017.
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