Atención y elección consciente
Solo prestando atención a cuánto va ocurriendo en nuestras facetas
emocional y mental podremos empezar a impulsar la transformación necesaria para
la regeneración de uno mismo y de la de la humanidad. No en balde, la
transformación a alcanzar corresponde, sin duda, a cada uno, pero repercute a
su vez en la humanidad en su conjunto.
Y cuando avanzamos en esa transformación interna, nuestras
elecciones adquieren un significado que no deriva de los deseos personales o
las influencias psicológicas (emocionales, mentales…), sino desde el substrato
más profundo de nuestro ser. Estas elecciones conscientes y no condicionadas
son fundamentales para recorrer el Sendero espiritual que está dentro de cada
uno. Un Sendero en el que iremos progresando paso a paso actuando en el en el
aquí-ahora (recuérdese: nariz vertical) y con la mirada puesta a la vez en el
horizonte bodhisáttvico (mirada horizontal) que da una orientación y dirección
a todas nuestras actitudes y, por ende, a todos nuestros pensamientos, emociones,
conductas y comportamientos. Es así como se va produciendo una transformación
interna de la consciencia que genera una especie de inversión del modo usual de
actuar en el mundo.
Inversión de la consciencia
Tal inversión de la consciencia es imprescindible
para quien quiera cumplir su obligación humana: traer el Cielo a la Tierra,
esto es, plasmar en la vida diaria la naturaleza divina que todos atesoramos.
¿En qué consiste exactamente la inversión de la consciencia? Hay
diversos modos de expresarlo. Acudiendo al segundo de los Yoga-Sutras de
Patanjali, se puede afirmar que radica en “inhibir las modificaciones de la
mente”: detener las alteraciones kamásicas (el mundo de los deseos) y las
turbulencias de índole físico-emocional-mental que nos pueden atan y atenazar
–de hecho lo hacen- en nuestra cotidianeidad.
Por tanto, no se trata de añadir nada. La inversión de la
consciencia es más bien una limpieza de campo para que surja la acción de forma
espontánea y creativa desde el centro interno monádico que configura nuestra
esencia divinal. Este centro está ahí todo el tiempo. Y lo que debemos hacer es
quitar todas las obstrucciones que impiden su manifestación en día a día.
Unidad
A las consideraciones anteriores hay
que unir la comprensión de que la transformación fundamental que nos ocupa
supone ir desde el egoísmo a la unidad.
Ahora bien, esto no es un juego más de
la mente concreta: ¡ah, sí, todo es uno!... A menudo, convertimos en términos
débiles palabras tan llenas de hondura como “unidad”, “fraternidad”, “armonía”
o “compasión”. Nunca tenemos que olvidar que estamos tratando algo muy serio,
de gran contenido y de intensas repercusiones prácticas.
Y la unidad en la que la transformación interna desemboca es
aquella en la que, paradójicamente, uno es total y enteramente uno mismo.
Transformación interna y externa
Cuando hay una genuina transformación
interna, tiene lugar una auténtica transformación externa porque percibimos el
mundo de una manera nueva: ojos nuevos para un mundo nuevo.
Somos co-creadores en el proceso
evolutivo. El Cosmos, en su configuración y desenvolvimiento, teniendo ciclos
propios y un devenir en el que integran, es también participativo. Y esto
conlleva una responsabilidad: participamos en todo cuanto ocurre en el mundo y
tenemos la responsabilidad de participar significativamente en la producción de
la transformación esencial de la consciencia, lo que acabará dando como
resultado la paz y la armonía a escala mundial.
El Amor como acción
Como se ha insistido en capítulos
anteriores, el estado bodhisáttvico no representa divorciarse de la acción.
Todo lo contrario: implica una acción tan nueva (en comparación con los
ajetreos que antes nos atrapaban en el sota, caballo y rey de lo material) como
intensa consistente en el Amor y en el desarrollo de la Sabiduría-Compasión y
de la verdadera generosidad de corazón.
En la
razón de ser del Cosmos se halla el Amor. Pero no es un sentimiento empalagoso
ni una emoción agradable y cómoda: es una colosal energía que tiene que
dirigirse a través de lo humano.
La realidad es que estamos llenos de
Amor, que es una gigantesca fuente de bondad. Y desde el Amor co-creamos el
mundo y lo podemos transformar desde una vida sencilla y alegre, la simplicidad
natural, la claridad y la tranquilidad de la mente concreta, de modo que
vivamos y actuemos desde un corazón sabio y compasivo. El mundo es realmente
como un espejo y lo que damos y repartimos es lo que nos devolverá.
Los paramitas
Ante todo lo enunciado, podemos preguntarnos
cuáles son las herramientas a nuestro alcance para desplegar y plasmar nuestros
potenciales bodhisáttvicos. En La Voz del
Silencio se indica que son los Paramitas, las virtudes transcendentes o
ideales de perfección espiritual y humana. Y aunque la mayoría de los textos
budistas enumeran seis o diez paramitas, en La
Voz del Silencio se citan siete. Vamos a examinarlos sabiendo que todos
están relacionados entre sí, que la expresión de uno implica la de todos ellos
y que, no obstante, se puede reconocer en ellos una cierta progresión o
sucesión de etapas de realización:
+”Dana”:
Caridad y amor inmortal, generosidad. A veces confundimos la caridad con dar lo
que nos sobra o ya no necesitamos. Sin embargo, la palabra procede de
“caritas”, que es un interés genuino, un interés por aquello que tiene que
cuidarse en cada uno. Se basa en la percepción de la riqueza de todo lo del
mundo: en todas las cosas y seres vivos hay algo precioso que debe ser atendido
y cuidado. Y esto conlleva Amor: amar aquello que es preciso en cada coas y ser
del mundo y el universo. Es la voluntad y el movimiento interior que nos lleva
darse a uno mismo y hacer lo que requiera en cada momento, en el aquí-ahora. Su
manifestación puede ser una simple sonrisa o una palmada afectuosa que
comunique simpatía y comprensión.
+”Sila”:
Ética, armonía de palabra y acto. De la apertura y generosidad de espíritu, que
se interesa verdaderamente por todo cuanto vive, surge “Sila”. Es un darse a sí
mismo desde la sabiduría de que uno tiene un “Yo” que dar y que uno es único no
de manera egocéntrica, sino de una forma individual y única. Este carácter
único es lo que damos. Es el hacer lo correcto en el momento adecuado, con una
pureza de acción que fluye naturalmente desde un corazón pleno de Amor. Cada
palabra y acto sintonizado con lo que el momento requiere. E implica,
igualmente, una simplicidad básica en nuestras actitudes y acciones: nos
hacemos complicados, no convertimos lo sencillo en complicado y mantenemos viva
y presente nuestra Inocencia original (el Niño Interior de que muchos hablan)
en todo cuanto hacemos y decimos. No es infantilismo, sino una Inocencia tan
pura como consciente.
+”Kshanti”:
Dulce paciencia que nada puede perturbar. Este tercer paramita completa la
llamada Triada de la Ética Superior (dana, sila y kshanti), que actúa al
unísono en la persona cuya percepción espiritual (“prajna”, en el que nos
centraremos más adelante) ha despertado. Solemos querer que las cosas ocurran
inmediatamente, a la velocidad que nuestro ego desea. Y nos impacientamos con
nosotros mismos. Pero una experiencia no cuando algo nos ocurre, sino cuando
nosotros le ocurrimos a algo. Eso sí es una verdadera experiencia. Cada momento
es un acontecimiento y se transforma en una experiencia cuando nosotros le
ocurrimos a él, cuando estamos totalmente presentes en él. Entonces no hay
prisa alguna. Y una verdadera generosidad de espíritu (dana), combinada con una
conducta armoniosa (sila), precisa de una paciencia (kshanti) que nunca espera
nada, ni teme nuevas situaciones. A menudo sentimos que, si no nos empujamos a
nosotros mismos, todo ira mal. Y entonces empujamos a otros a aceptar nuestra
interpretación de la verdad y nos mostramos muy impacientes cuando los demás no
reconocen el significado de nuestras ideas. La paciencia consiste en establecer
una relación de Amor con los demás y con el mundo. Se señala del Bodhisattva
que nunca provoca una reacción porque se puede acomodar a las necesidades de la
situación en el momento mismo, en el aquí-ahora. Ahora bien, la paciencia no es
indolencia, indiferencia o pereza: es la atención en el momento adecuado.
+”Viraga”:
Sin color, Indiferencia al placer y al dolor. No está generalmente en la lista
de paramitas de los textos budistas. La Ética Superior conformada por los tres
primeros paramitas conlleva acciones que hay que tomar sin color, desde la
imparcialidad y la ecuanimidad, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, sin
comparaciones, sin dualidades, sin ninguna expectativa ni deseo de resultados.
No implica frialdad, sino ausencia de una actitud enjuiciadora. Viraga nos
anima a mirar más allá de las diferencias y apariencias que podamos disfrutar y
encontrar enriquecedoras, a situar nuestra consciencia en la naturaleza
esencial presente en todos los seres y cosas. Los miramos sin aplicar ningún
color, es decir, sin distinciones (no sin diferencias). Nos transformamos en la
representación del Amor y la sabiduría-Compasión (dana), nuestras acciones
están en armonía con la vida (sila) y tenemos paciencia (kshanti). Las
diferencias están presentes, pues la Unicidad es diversidad, no uniformidad.
Pero las distinciones no oscurecen nuestra realización de aquellas diferencias,
de las singularidades que están presentes.
+”Virya”:
La inquebrantable energía que se abre camino hasta la Verdad sobrenatural.
Implica una determinación férrea para alcanzar nuestro objetivo. La paciencia
combinada con virya es la inmutabilidad interna. Es ese tipo de energía que se
manifiesta gozosa y creativa, alerta siempre a toda oportunidad que pueda
surgir. Siempre estamos abiertos a la
vida y a las posibilidades que tenemos delante. Esta energía interna nunca
conduce a la fatiga y emana cuando la mente permanece en silencio.
+”Dhyana”:
Su puerta de oro, una vez abierta, nos lleva hasta el reino de Sat eterno y su
incesante contemplación. Cuando uno está internamente despierto en cada
momento, con una consciencia panorámica o percepción global de la vida, hay una
constante contemplación interna de lo real y una actúa a partir de ella. Dhyana
es una concentración de nuestros pensamientos y energías en la dirección que
conscientemente hemos escogido.
+”Prajna”:
Verdadera sabiduría, intuición divina, visión clara y sin obstruir, el conocer
original, el ver original. Se suele indicar que este séptimo paramita es el
principio directo de todos los demás. A “Prajna” se le ha definido como el
“ojo” que vigila, con una visión y claridad perfecta, todo el campo de la vida,
determinando, así, dónde y cómo han de llevarnos nuestros pasos.
Epílogo
Empecemos aquí-ahora. El viaje hay que
hacerlo desde la transformación interna a la externa. La palabra tibetana para
el mensaje del Buddha es “cho”, que significa literalmente “enderezando lo que
es incorrecto”. Así es. Cada uno de nosotros ha de enderezarse a sí mismo: sus
cuerpos físicos denso y etérico, sus emociones, sus pensamientos, su corazón,
su personalidad entera. Todos tenemos en nuestro interior el potencia de
auto-corregirnos, de cambiar hábitos, inclinaciones, tendencias y esquemas
atávicos de respuesta y comportamiento. Nadie puede hacerlo por nosotros y, sin
embargo, viajamos juntos y en la gloriosa compañía de aquellos –los
Bodhisattavas- que han seguido este camino antes que nosotros y se quedan para
acompañarnos.
Debemos saber cómo generar la
Sabiduría-Compasión y la amabilidad de forma consistente, independientemente de
las circunstancias externas presentes. Un estado mental más sano y más calmado.
Hemos de trabajar en nosotros mismos.
Cada paso adelante es una extensión y una transformación de la consciencia.
Para cada nacimiento hace falta una muerte. Incluso una misma reencarnación
puede contener muchos momentos de renacimiento.
El Sendero a recorrer supone tanto un
proceso como un objetivo. De manera misteriosa, el proceso es el objetivo
porque lo que más importa es la dirección. Tenemos que asegurar, una y otra
vez, que la brújula del corazón está realmente dirigida al norte del Yo Uno. El
trabajo que hay que hacer es, a la vez, simple y complejo, fácil y difícil a la
par. Esta es parte de la paradoja inherente en el viaje espiritual.
Todos poseemos el potencial de la
cordura, de la felicidad, de la Sabiduría-Compasión, de la calma emocional, de
la tranquilidad y claridad mental, de la paz de corazón. Se nos ha mostrado una
manera; se nos han proporcionado las herramientas de la auto-transformación.
Somos nosotros los que debemos seguir el Sendero que tenemos delante y usas
esas herramientas que generarán un nuevo estado de consciencia.
El final de La Voz del Silencio indica
la naturaleza del resultado del viaje. Es un pasaje de la obra que nos recuerda
que no trabajamos por nosotros mismos ni para que se nos reconozca o se nos
admire; y subraya el hecho de que el viaje que hemos emprendido ha sido elegido
por nosotros mismos y que, una vez en él, no hay vuelta a atrás.
Qué los Maestros nos pongan en el
lugar, aquí-ahora, donde podamos ser más útiles.
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Autor: Joy Mills (extracto del capítulo 6 de su libro "De la Transformación
interna a la eterna" utilizados en las reuniones del Subgrupo 2 del Grupo de
Estudios Teosóficos de Sevilla con fechas 9 y 11 de abril de 2018 )
interna a la eterna" utilizados en las reuniones del Subgrupo 2 del Grupo de
Estudios Teosóficos de Sevilla con fechas 9 y 11 de abril de 2018 )
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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