Vivimos en un mundo de
ruido. Hay ruidos mecánicos: el arrancar de la impresora, el rugir de un avión
a reacción, una broca neumática; estos ruidos podrían ser considerados útiles e
incluso necesarios. También están los sonidos que el hombre crea para entretenerse
y que a veces son un tormento para los vecinos, como los provenientes de la
radio, de la televisión o de las discotecas. Es un hecho conocido que los
ruidos fuertes causan sordera y que en cuanto más sordo se es, más se necesita
la amplificación. En verdad, muchos jóvenes tienen dificultades de audición.
Aparte de todo esto, la propaganda y los anuncios utilizan el ruido para
influenciar a las personas.
Las ideas se infiltran en
el subconsciente y pueden causar ciertas reacciones automáticas que nos
asustarían si estuviésemos conscientes de ellas.
No es tan solo el ruido
mecánico el que rige en nuestra época. La voz humana también contribuye, a
veces las personas hablan demasiado alto, además hablan sin necesidad, quizás
para esconder su insatisfacción interior, para vencer el tedio o para compensar
un complejo de inferioridad con su opuesto, un complejo de superioridad.
Aldous Huxley, en su Filosofía Perenne, se refiere al hecho
de que nuestras palabras son tantas veces poco delicadas, egoístas o necias.
Más no tenemos conciencia de ello cuando continuamos hablando sin pensar.
Se ha dicho que, en ciertas
circunstancias, como por ejemplo cuando estamos alterados, antes de hablar
deberíamos contar hasta diez. También se ha dicho que deberíamos preguntarnos
si lo que queremos decir es verdadero, amable y útil. Lo verdadero, amable y
útil forman una útil criba de la mente, que debería ser capaz de juzgar lo que
es verdadero. La criba del corazón (no las emociones), que sabe lo que es
amable y lo que no lo es. La criba de la razón práctica, que nos dice si
aquello que queremos decir vale de hecho la pena de ser dicho.
A veces se afirma que lo
que es verdadero, muchas veces no es amable sino cruel y viceversa, lo que es
amable no siempre es verdadero. Mas si juzgamos y hablamos a partir de un punto
de vista más elevado, lo que se dice puede ser tan amable como verdadero. Así,
desde ese punto de vista más elevado vemos no sólo a la personalidad y sus
errores sino también a la naturaleza interior de la otra persona. Existe algo
de admirable en todo ser, incluso aunque no aparezca en la superficie.
El criterio de utilidad es
quizás el más estricto. Si lo aplicásemos siempre, hablaríamos mucho menos. Es
importante distinguir entre lo útil y lo inútil, porque las palabras inútiles
son una pérdida de energía. Agotan no sólo al que las dice sino también al que
las escucha. Seguramente que todos hemos experimentado esto alguna vez.
El control de la lengua, el
“*miembro rebelde*“, es una de las cosas más difíciles. Así, el control de la
palabra, por muy difícil que sea, es uno de los ejercicios más provechosos.
Esto fue reconocido por Pitágoras que obligaba a sus pupilos principiantes a
guardar silencio durante dos años. La mayor parte de los monjes y monjas modernos
practican el silencio durante largos periodos del día.
¿Por qué es tan importante
permanecer en silencio? ¿Por qué razón el silencio es tan necesario y tan
valioso?
En primer lugar, debemos
investigar por qué hablamos tanto sobre lo que hablamos. Frecuentemente
proviene de la necesidad que sentimos de afirmarnos o de justificarnos. Muchas
veces hablamos de nosotros, directa o indirectamente. Contemos cuántas
personas, o nosotros mismos, usamos aquellas pequeñas palabras “*yo*” “*mi*” o
“*mío*“. Como dijo una vez un santo “cuando el yo, el mí, o lo mío
desaparezcan, el trabajo del Señor estará hecho”. No sirve de nada intentar
conscientemente de evitar aquellas palabras. Es la actitud de autoafirmación y
de pose que expresan lo que las torna en un obstáculo. El silencio espontáneo,
no forzado, de que el pequeño “yo”, es menos predominante. Aquí reside, en
primer lugar, la importancia del silencio en la vida espiritual.
En segundo lugar, lo que es
realmente profundo, no puede ser expresado con palabras. En el Taoísmo se dice
que el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao. Lo Divino es
“inconcebible e indivisible”. A veces, las personas intentan una aproximación
al concepto de Divino negando todo lo que la mente puede concebir: Aquello es “no
esto, no eso” – neti neti. En La Luz de
Asia leemos: “Quien pregunta yerra; quien responde yerra; no digas Nada”.
El clásico chino Macaco cuenta cómo un monje piadoso se pone en camino de
Occidente, partiendo de China, para ir a buscar las escrituras budistas y
traerlas al regreso a casa. Cuando las recibió, quedó sorprendido al ver que
consistían de páginas en blanco. Se quejó y Buddha le contestó que, en ese
caso, le daría páginas escritas para su pueblo dado que eran demasiado
estúpidos para entender las verdaderas escrituras (en blanco). Las Grandes
Verdades no pueden ser expresadas con palabras. Esto está claramente afirmado
en Las Cartas de los Maestros: “La mayoría, o casi todos los secretos son
incomunicables…” Entonces, queda de relieve que, si esos secretos pudiesen ser
dichos con muchas palabras, todo lo que los Mahatmas tendrían que hacer era
escribir un manual de tal modo que las grandes verdades pudieran ser enseñadas
a los niños tal y como la gramática en la escuela.
El Mahatma añade que lo que
es necesario, en el caso de tener que transmitir grandes verdades, es que el
discípulo esté interiormente pronto a recibirlas. Aquí reside la tercera razón
para guardar silencio. Aquel que habla continuamente, no escucha. Quien
parlotea interiormente, quien está constantemente cavilando en sus
pensamientos, imaginaciones y sentimientos, no está abierto a nada. Donde todo
está lleno no hay espacio para nada nuevo. Un aspirante fue a ver a un maestro
zen y le pidió que le instruyese sobre la vida espiritual. El maestro comenzó
por ofrecerle el té. Vertió el té en la taza del aspirante, sin detenerse
después de llenarla, de modo que se vertió fuera. El aspirante protestó, pero
después percibió el sentido simbólico de aquel gesto. En tanto estemos totalmente
orientados para lo mundano –el egoísmo- no existirá espacio para lo espiritual.
“Silencio” no significa tan
sólo evitar la palabra hablada. Molinos, un místico español del siglo XVII,
hablaba de tres tipos de silencio: silencio de los labios, de la mente y de la
voluntad.
Con el silencio de los
labios evitamos pérdida de energía a nivel físico. Tal vez el silencio de la
mente pueda ser comparado con “chitta vritti nirodhah” o apaciguamiento de las
ondas de la mente, que es la definición del “Raja Yoga” dada por Patanjali.
¿Cómo se ocupan las ondas de nuestros pensamientos? Con el pasado y el futuro,
con recuerdos y fantasías. Raramente nuestra consciencia reside en el presente,
tal vez porque el pequeño “yo” no encuentra lugar en el presente, en el que no
encuentra nada con lo que se pueda adornar.
En cuanto al silencio de la
voluntad: el parloteo de la voluntad (o deseo) forma muchas veces
inconscientemente, el telón de fondo para el habla de la mente. El silencio de
la voluntad se refiere a la cesación de nuestras aspiraciones o deseos y de
nuestras aversiones.
¡Cuán importante es para
todos el estar conscientes de esos deseos y aversiones! Sería un primer paso en
dirección al silencio interior, el camino para la verdadera iluminación.
¿Dónde reside el
sufrimiento humano? De acuerdo a la filosofía Yóguica de las “Kleshas” (del
sufrimiento y sus causas), como se explican en los Yogas-Sutras de Patanjali, deseos y aversiones forman parte de las
cadenas que nos subyugan, las cuales causan el sufrimiento de la humanidad y de
todos los seres. De la ignorancia, el primer eslabón de la cadena, proviene el
sentido del ego, o sentimiento de ser un “yo” separado. Ignorancia aquí
significa ilusión en el sentido de que la persona ve las cosas y a sí mismo
como algo diferente de aquello que son. Por ejemplo: consideramos lo que es tan
sólo temporal como si fuera permanente. Podemos saber, en teoría, que algo no
es duradero pero actuamos como si fuese eterno. Así, las personas coleccionan
poses que tendrán que dejar atrás, en el último momento, cuando el cuerpo
físico muere. Es el resultado de esta ignorancia, es el sentido del ego, el
segundo eslabón en la cadena de las “Kleshas”. Incluso inconscientemente,
también consideramos que el “yo”, nuestro ser actual consciente, es algo
permanente. Ese “yo” desea ciertas cosas para sí y rechaza otras. De este modo,
del sentimiento del ego nacen deseos y aversiones, el cuarto y el quinto
eslabones en la cadena del sufrimiento.
Molinos, que habló del
silencio de los labios, de la mente y de la voluntad, fue el fundador del
Quietismo, un misticismo devocional. Su filosofía no estaba en la línea de los
dogmas de la Iglesia, y murió en una prisión de la Inquisición.
Pero de hecho, el
Quietismo, como todos los tipos de fe, contiene ciertos peligros cuando es
interpretado erróneamente. Existe el peligro de la pasividad. Si nos referimos
a las tres “gunas” de la filosofía india, podremos decir que este peligro
consiste en vencer “rajas” o la actividad excesiva (por ejemplo el parloteo exagerado)
con pasividad excesiva o “tamas” en vez de armonía o “sattva”.
El silencio significa, en
cierto modo, el estar vacío o abierto. Hemos de estar abiertos antes de poder
recibir cualquier cosa. Pero la apertura no es todo, pudiendo en ciertas circunstancias,
ser peligroso. Un médium está abierto a influencias ilusorias e incluso
peligrosas. Nuestro silencio debe basarse en pureza absoluta, ha de ser
altruismo. Por encima de todo hemos de estar abiertos a lo que se encuentra
dentro. Esto no significa la apertura a las influencias astrales, a las
influencias de nuestra propia imaginación, tendencias y aversiones. Debemos
estar abiertos a los niveles más profundos de nuestra naturaleza espiritual
interior, que es nuestro verdadero ser. Esto es muy difícil, porque nuestros
sentimientos muchas veces se disfrazan de elevadas inspiraciones e intuiciones.
¡Hemos de ser muy desconfiados en relación con nosotros mismos!
Por consiguiente, es
necesaria la apertura para lo que está dentro, debiendo ser esta apertura a lo
que es altruismo, a lo más elevado, a lo que está siempre más allá. La apertura
para lo que está fuera también es necesaria, mas no se trata de aceptar todo lo
que nos encontramos, todo lo que entusiasma a los demás. Se ha dicho: “examina
todas las cosas y guarda lo que es bueno”c. Para saber lo que es bueno
precisamos del discernimiento. El gran obstáculo a ese discernimiento es el
egocentrismo. Nuestros intereses distorsionan nuestra imagen de las cosas.
Como decimos, el silencio
genuino y profundo no es la pasividad, no es un estado adormilado. Es quietud y
sosiego. Es, por consiguiente, poco perceptible a nuestros sentidos y
capacidades usuales. Es conciencia pura, esto es, conciencia sin “yo”. Como
dice Krishnamurti, donde no haya “yo”, ahí está “lo otro”, significando *Lo Más
Sublime*, el Fundamento de todas las cosas. Donde no estuviere el “yo”, está el
amor verdadero.
Donde, en este sentido,
reina el vacío o silencio, hay energía y una tremenda actividad. Así, nuestra
fuerza ya no es desperdiciada a través de palabras, pensamientos, sentimientos
y deseos innecesarios. La dinamo gira de manera tan rápida que su movimiento es
invisible, incluso siendo la gran fuente de energía.
Esto tiene que ver con el
estado de “Pralaya” en el cual todo está contenido aunque en estado latente.
“La Madre Eterna”, el Espacio está presente en “Pralaya”, como también está el
Gran Soplo, el movimiento constante de inspiración y de respiración. Es análogo
a la Deidad trascendente, en contraste con la Deidad inmanente que corresponde
al universo manifestado. Esta trascendencia es la fuente de la inmanencia, esto
es, del universo manifestado. Es simultáneamente su objetivo final. Y… es
también su corazón. Cuando el exterior está silencioso, podemos oír la voz interior
del silencio. Cuando lo inferior está en silencio, lo superior puede hablar.
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Autora: Mary Anderson
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Las Enseñanzas Teosóficas se publican en este blog cada
domingo, desde el
19 de febrero de 2017
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