Amor… ¿Qué es el amor? Y tú me lo pregunta… Lo escribió Rumi y en la
ceremonia de nuestro enlace espiritual a Rumi, conmovido, se lo
exprese: “Cuando los que aman se reúnen, la forma otra. Con el vino del amor,
la ebriedad es otra. Aquella ciencia adquirida en la escuela es una cosa y el
amor es otra”. Y ella, estremecida, con palabras de Ibn Arabi, me contestó: “Del
amor procedemos, por él fuimos creados. Así, al amor tendemos y estamos
consagrados”.
La Consagración de la
Primavera. Experiencias de tonalidad, métrica y ritmo en
acentuación y disonancia… La Vida misma… La consagración de una vida entera,
porque el amor es vida y la vida es amor. Por esto, recordando la Sabiduría
perenne y sin edad que ha acompañado siempre a la Humanidad a lo largo de su
devenir histórico y evolutivo y bebiendo de las fuentes teosóficas que tanto
han contribuido a ponerla en valor, me atrevo a cruzar el puente que Thornton
Wilder tendió ante nosotros y nuestra existencia. Toma mi mano y atraviésalo
conmigo...
La totalidad de la humanidad, todas y cada una de las personas que
conocemos y nos rodean y, por supuesto, nosotros mismos podemos ser
clasificados en dos grandes categorías: los que han amado y los que no.
Los que no han amado suele ser porque carecen de capacidad para
amar o, lo más importante, para sufrir por amor. Son seres leves que
difícilmente logran dar sentido ni intensidad a sus palabras, mero parloteo; ni
a su risa, hondamente hueca; ni a sus lágrimas, vacías de emoción; ni a su
vida, que casi no puede afirmarse que estén vivos.
En cambio, los que hemos probado el amor sabemos que basta con
saborearlo una vez para no olvidarlo nunca; conocemos que es una dolencia fiera
que nos deja extenuados, pero preparados para vivir. Una experiencia brutal a
partir de la cual nunca se vuelve a mirar a un ser humano, desde el más poderoso
al más humilde, como una cosa inanimada o mecánica. Tal es el poder del amor.
Cuando ama, el ser humano es un Sol radiante que todo lo ve y todo
lo transfigura. Pero cuando no ama, es una morada sombría en la que
anodínamente se consume un pobre candil. Por eso afirma el Evangelio de Juan: “Todo aquel que ama, conoce a Dios. El que no
ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
¿Qué vale todo lo que las personas hacemos y pensamos durante
siglos frente a un solo momento de amor? El amor es lo más logrado y lo más
hermosamente divino y sagrado de la Naturaleza… Escucha La Voz del Silencio: “Ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella; y
la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te obedecerá”.
Juan de Yepes, como De la Cruz alzado sin su voluntad a los
altares, nos invitó por medio de la poesía a vivir la Experiencia: “Amado con
Amada. Amada en el Amado transformada”… Y en prosa lo glosó: “El más perfecto
grado de perfección a que en esta vida se puede llegar que es la transformación
en Dios”… Tres siglos después, Blavatsky, recogiendo y recopilando la sabiduría
de los Mahatmas, lo describió así en La
Doctrina Secreta: “El hombre tiende a convertirse en un Dios, y después en
Dios, lo mismo que todos los demás Átomos en el Universo”. De este modo, Juan y
Helena subieron al Monte que antes Al-Hallaj, también con poesía y amor, había
forjado: “Dios es yo; y yo soy Dios cuando cesó de ser yo”.
¿Estás dispuesto a cesar de ser tú? No lo dudes: el amor es la
clave. Y fue el amor lo que llevó al gran teósofo Antonio Alonso Vital, desde su destierro en la Peña de Arias Montano, a resumir así a mi
admirado Joseph Tarragó todo lo que en esta vida había aprendido: “Lo único que
te puedo decir es que yo soy tú”.
Y gran verdad es que hay un mundo de los vivos y un mundo de los
muertos. Y la puerta que los une es el amor, lo único trascendente, lo único
que goza de sentido.
Amantes, ¡disfrutad, pues, de vuestro amor y vivirlo con plenitud!
No os perdáis nunca el uno al otro. Si es necesario, recorrer los astros
durante milenios, adoptar todas las formas, todos los lenguajes, todas las
maneras y modalidades de vida del Cosmos para volver a encontraros una vez más.
Lo que es afín no tarda en reencontrarse y vuestras almas ya lo son.
Nuestras almas, amada Rumi. Nuestras almas, querido Gopala.
Nuestras almas, estimado lector. Pasea sereno y entusiasmado por estos versos y
abre ante ellos tu Corazón. De par en par, sin miedos y enteramente libre, que,
como Amancio Prada canta, libre te quiero: ni mía, ni de nadie, ni tuya
siquiera... ¡Venga, vamos! Sumérgete plenamente en la esencia de esta Noche. Lo
merece.
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Prológo de Emilio Carrillo para el libro La noche se lo merece, de José María (Gopala) Márquez Jurado:
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