Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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11/5/17

Sí, Soy Loco, ¿y qué?


Son apenas las diez de la mañana y acabo de darme cuenta que estoy loco. Ya tenía la sospecha, pero ahora es una convicción profunda y sin el más pequeño atisbo de duda: ¡estoy como un cencerro!

Ayer estuve más de dos horas hablando con los gorriones en el parque y me explicaron por qué arman esa algarabía en las ramas al atardecer, con lo sencillo que resulta y tanto que me había roto la cabeza. Pues simplemente me revelaron que agradecen por haber vivido otro día y lo hacen con alegría. ¿De qué otra forma se pueden agradecer las cosas?, me dijo uno.  Aproveché para preguntarles por qué no llevan equipaje, ya que eso siempre me ha preocupado. ¿Cómo es posible que no tengan alguna maleta con sus pertenencias? ¿Algún documento que acredite quiénes son, de dónde vienen, cómo se llaman y a quién avisar en caso de muerte? ¡Jamás había visto a un gorrión partido de risa!

Alina no ha cumplido aún dos años y no es hija de mi hija, pero es mi nieta porque a los dos nos da la gana. Me encanta jugar con ella a darle patadas a un balón que tiene. Ya va pasando de pronunciar algunas palabras sencillas a organizar frases: dice clarito “hola papi” y “dame agua”. Pues quien les cuenta que el otro día fuimos al parque y me sorprendí mucho porque no tiene idea de la hipoteca que mantiene locos a sus padres. Puso una carita de mucha atención cuando le pregunté, pero me pareció que increíblemente ese tema no le importa y prefiere que yo la impulse en una silla para mecerse. ¿Qué ropa te gustaría ponerte mañana?, le pregunté. Y abrió unos ojos preciosos que tiene y repitió con mucha gracia: “mañana”. Me quedé frío porque temo que no sabe lo que es y entonces me quedé pensando cómo se puede respirar sin saber lo que es mañana y sin la preocupación de la hipoteca y así ir por la vida con esa sencillez de darle patadas a un balón, peinar las muñecas o volar de rama en rama armando una algarabía porque se empieza un nuevo día.

El colmo son las personas de la ciudad donde vivo: de la noche a la mañana se han vuelto normales y ya han dejado de parecerme tontos, irresponsables que hacen cosas como fumar o andar de prisa sabe Dios a qué sitio a resolver qué problemas. Ahora me ha dado por compararlos con los puntos de un segmento de recta: cada uno ocupando el lugar que les corresponde, simplemente siendo y, lo que es más sencillo, exactamente como les corresponde y ni más ni menos. Los miro con sus rostros a veces inexpresivos, otros tristes u ocupados en un aparato extraño que llevan en las manos, otros con prisa arrastrando una maleta de ruedas y los gorriones riéndose de ellos y unos naranjos sembrados en las aceras de mi ciudad, que jamás se han movido de donde nacieron, perplejos ante tanta carrera.

De pronto me doy cuenta que voy perdiendo la noción del tiempo, que no entiendo mucho de calendarios, que se van apagando las fronteras que me separan de otras gotas de agua, me percibo en el mendigo que se arrastra pidiendo una limosna, en el olor a tierra mojada que va llegando con la primavera y el azahar de los naranjos ha dejado de traerme nostalgia por la niñez que me parecía inalcanzable y perdida. Busco el silencio de la montaña o el misterioso crujir de los bambúes que están impregnados de una fortuna que no conocía.

Una vocecita en mi cabeza, juguetona que no paraba se va aburriendo de mí y me abandona, aunque sigue a mi alcance para cuando la necesito, como ahora para escribir esta confesión tan tremenda, me va dejando en paz y ando por ahí con cara de síndrome de Down, con ganas de saludar a todo el mundo y dar abrazos. Me importa un rábano que se derritan los polos y que haya un agujero en la capa de no sé qué cosa: el mundo me parece perfecto y absolutamente todo encaja. Dios me mira desde todas partes, no me da sermones, sino que me acepta, se ríe junto conmigo y juega a que somos iguales. Dios me agradece que esté viviendo una de sus vidas y yo le agradezco haber perdido la razón o, mejor dicho, de haber empezado a disponer de ella como me da la gana.

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Autor: José Miguel Vale (josemiguelvale@gmail.com)
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