El universo y nuestro sistema solar incluyen
siete planos de materia o campos de energía que se compenetran (cada uno cuenta,
a su vez, con siete subdivisiones de materia o frecuencia vibracional). Son
estos, enunciados de más a menos sutilidad y frecuencia: divino, monádico,
átmico, búddhico, mental, emocional y físico. Este último tiene dos
subdivisiones principales: el “denso” y otro nivel más sutil llamado “etérico”
o “doble corpóreo”. Igualmente, el plano mental (también llamado “manas” por
derivación del sanscrito) presenta dos subdivisiones fundamentales: “inferior”
y “superior”, que denominaremos “mental”, al mental o manas inferior, y
“causal”, al superior.
La totalidad de estos
planos están presentes en el ser humano y le proporcionan los componentes y el
material que lo configuran, dando lugar a los distintos aspectos o “cuerpos”
que lo constituyen. La naturaleza y la esencia del ser humano son, por tanto,
divinas, a lo que se hace mención con el término Mónada. Y esta, gracias a las
aportaciones de los planos reseñados, se reviste en su encarnación humana de
una serie de cuerpos que se clasifican en siete grandes categorías, de mayor a
menor densidad: físico, etérico, emocional, mental (mental o manas inferior),
causal (mental o manas superior), búddhico y átmico.
Atendiendo a los
efectos en el ser humano de la muerte física, los siete aspectos citados suelen
ser agrupados en el cuaternario perecedero o “personalidad” (físico, etérico,
emocional, mental) y el ternario imperecedero o “individualidad
(autoconsciencia) espiritual” (causal, búddhico y átmico).
El término “cuerpos” pone de manifiesto que el
ser humano interactúa con las energías de los siete planos citados, cada uno
con sus propias características. Son, por tanto, los aspectos o “vehículos” de
la consciencia en cada plano y no deben percibirse como si fueran cosas fijas y
estáticas. Sabemos que incluso nuestro cuerpo físico está constantemente
cambiando, aunque a una velocidad mucho menor que nuestros cuerpos más sutiles
debido a su baja tasa de vibración.
Podemos considerar nuestros cuerpos sutiles como
ondulantes líneas de fuerza que siguen cierto patrón, modificado a cada momento
por nuestras emociones y pensamientos, actitudes hacia la vida y el mundo y
formas de reaccionar ante las experiencias. Todos los cuerpos son, en realidad,
campos de fuerzas localizados: nuestros focos individuales o concentraciones de
energías de campos más amplios en los cuales éstos operan. Cada cuerpo tiene
alrededor un campo de energía radiante del cual él es el centro. Estos campos
de energía que los rodean son llamados “auras”.
Hablamos de los cuerpos como siendo distintos
unos de otros, pero sólo para los propósitos de la exposición, pues ellos no
están verdaderamente separados: son interdependientes y funcionan como un todo.
Bien sabemos que nunca sentimos emociones sin que haya pensamientos, ni
pensamos sin sentir algún tipo de emoción; o que los pensamientos y emociones
afectan a nuestro cuerpo físico y viceversa.
Las conexiones entre nuestros distintos cuerpos
son los chakras, palabra sánscrita que significa “rueda” o “círculo”. Estos
constituyen siete centros de energía principales (y un número de centro
menores) distribuidos por nuestros cuerpos sutiles en puntos donde convergen
los canales de energía, teniendo la apariencia de una rueda o una flor de loto.
Ellos concentran las energías que fluyen a través de los cuerpos y los
comunican de un plano de la realidad a otro. Con respecto al cuerpo físico
denso, los chakras principales están localizados aproximadamente en la base de
la espina, en la raíz de los órganos reproductivos, en el ombligo, el corazón,
la garganta, entre las cejas y en la coronilla.
Si bien nuestro campo de energía o cuerpo
emocional compenetra al físico, se extiende más allá de éste. Del mismo modo,
el cuerpo mental compenetra tanto el físico como el emocional y se extiende más
allá de éste último. Estos cuerpos sutiles están fuera del rango de nuestra
visión normal, pero son reales. Aquellos que tienen la facultad de la visión
clarividente los han descrito. Y cada uno de nosotros experimenta sus energías,
los podamos ver de algún modo o no.
El cuerpo causal es más permanente que los otros;
es a lo que San Pablo se refirió como “cuerpo incorruptible”. Está compuesto de
materia tenue (o energías de mayor frecuencia) pertenecientes al plano mental
superior. Nuestra consciencia funcionando en ese plano es nuestro verdadero
“Yo”, el aspecto de nosotros que encarna en los cuerpos inferiores para ganar
experiencia a través de ellos. Es el cuerpo de nuestra individualidad
(autoconsciencia) permanente, siendo esta distinta de la personalidad temporal
que se expresa a través de nuestros cuerpos físico, etérico, emocional y mental
(manas inferior). Se le califica como causal porque en él se preservan las
causas que, tarde o temprano, se convierten en efectos en el mundo externo y
visible. Nuevamente, no debemos pensar en este “depósito” en términos de
espacio. Las causas no son cosas, sino posibilidades vibratorias. El cuerpo
causal es el repositorio permanente del tesoro que hemos acumulado a través de
nuestras experiencias de pensamiento, sentimiento y acción en nuestros cuerpos
inferiores a lo largo de nuestra cadena de vidas o reencarnaciones.
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Fuente: Capítulo
IV del libro “Teosofía, Curso Introductorio”, de John Algeo
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Las Reflexiones Teosóficas se publican en este blog cada domingo, desde el
19 de febrero de 2017
19 de febrero de 2017
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