Hace muchos años, durante
una fiesta de pijamas en casa de una amiga, vimos en su habitación un papelito
al lado de la cama, con una frase que se me quedó grabada: “Yo soy yo, y eso
nadie lo puede cambiar”. Se me quedó grabada esa frase y ese momento porque
algunas amigas que estaban ahí comenzaron con burlas y trivializaciones de esa
frase y del por qué esa amiga tenía eso ahí. Y los motivos por los que tenía
eso ahí, la verdad, no eran para reírse. Y yo recuerdo que me quedé ahí
plantada, callada, mirando… dándome cuenta de cosas pero sin decir nada,
entonces era así de reservada y miedosa… con el tiempo ves que muchas veces no
supiste reaccionar porque no ves las cosas con tanta profundidad y no acabas de
entender bien siendo más cría… Pero esa frase y ese momento hoy vuelven, como
recordatorio de por qué aquella amiga tuvo ese papelito, al lado de su cama,
en aquella época adolescente:
Se trataba de recordar que
la imperfección es perfecta. Que estamos en total libertad de mostrarnos
felices cuando lo somos, pero también tristes cuando lo estamos. Era un
recordatorio de ser libres a la hora de dejarnos ser, tanto si es considerado
positivo como negativo. Es concederte la libertad de abrazar todo de ti (lo que
te gusta como lo que no te gusta) y dejar que se exprese si te apetece
expresarlo… que no somos máquinas diseñadas para complacer a los demás
saltándonos nuestro propio espacio oscuro. Podemos decir no cuando no apetece
algo. Que lo oscuro no es más que luz sin luz, no es algo malo ni es algo que
necesite patadas y ser apartado como una parte tuya que rechazas (y contra más
rechazas más fuerte se hace).
Se trataba de recordar que
a pesar de todas esas normas impuestas de afuera, uno es libre de dejar que eso
le condicione o no, que no pasa nada por mostrarte tal y como eres, a pesar de
las burlas, trivializaciones, prejuicios, etc (que la mayoría en muchos momentos
hemos caído y caemos en eso). En definitiva, era recordar que cada uno es único
y a la vez perfecto dentro de sus imperfecciones, y dejar que sea así… honrarse
por lo que eres, no por lo que esperan que seas o por lo que tú mismo te
auto-impones en base a la persona que deseas ser y no eres. Es honrarte aquí y
ahora con lo que eres. Tanto si hay partes que te gustan o no te gustan.
El papelito también me ha
recordado que con el paso del tiempo puedes ser más genuino o estar más cerca
de ser lo que eres, y ya eras (pero no lo sabías), o puedes perderte en el
camino y ser lo que otros esperaban que fueras, lo que otros querían que
fueras, lo que otros y otros y otros… y desde esa realidad en la que “otros
decidan tu vida por ti y tu vida sea diseñada por otros” supongo que desde esa
dinámica, te parece que tienes permiso de decidir o imponer la vida de
los demás, lo que es válido o lo que no lo es, en la vida de otro … y eso se
llama muchas veces, por ejemplo, amor. “Lo digo por tu bien, has de hacer ésto”…
“Sé lo que es mejor para ti porque te conozco, házlo”… o en un nivel superior :
“has de cambiar para ser así/de esta otra forma y cumplir mis expectativas, y
si no lo haces o no eres así, no me valoras o no me quieres” …. Amor?
Otro recordatorio ha sido
el que se puede aceptar todo, excepto el sometimiento, la humillación y la
anulación/supresión hacia uno.
Se puede aceptar que haya
visiones diferentes sobre algo, me guste o no, eso es así para el otro, lo
acepto y no lo voy a cambiar. Es así. Se puede aceptar que sus valores de vida
no sean para nada los míos. No me gusta pero es así y lo acepto. No lo voy a
cambiar, es su vida. Para el otro será lo suyo lo más acertado, para mí lo mío.
Es así. Lo acepto.
Pero cuando aceptas algo
que no te gusta, y no sólo no aceptan lo tuyo, sino que pasan a imponerte una
realidad o suprimen la tuya, o la humillan, ahí ya no hay aceptación.
Simplemente un limite bien marcado. Vale, entiendo que te salga controlar,
mandar, imponer, querer otra cosa, y eres libre de tener tu realidad, pero
hasta aquí, por aquí no pasas.
Tu realidad sobre mí no
pasa por encima de la mía, hasta el punto de anular mi acción y decisión. Ahí
ya no hay entendimiento ni apertura, porque no hay respeto ni aceptación en
ambos sentidos. Y mucho menos que eso se llame amor. (Gracias esa forma tuya de
quererme, no gracias).
La cosa es simple: a mayor
autenticidad con uno mismo, mayor libertad y amor. Contra más desconectas de lo
genuino más te lanzas a dejar tu vida en manos de los demás y te esclavizas del
reconocimiento. Y ahí todo tipo de dramas, a más necesidad de aprobación, más
sensación de ser incompleto, más pedir a los demás lo que uno no se sabe dar,
etc. y todo porque para ser genuino toca si o si ver tus sombras, sin ellas no
hay luz ni felicidad que sea real.
Y aquellos que tanto
imponen o suprimen a los demás, y quieren cambiar la vida del otro porque no la
aceptan, y como es inaceptable, te rechazan si dices “no”, me recuerdan, como
el papelito, que la única persona que va a estar siempre conmigo, soy yo. Y por
eso, sigo mi instinto. Y es perfecto así, siendo imperfecto. Con errores o sin
ellos.
Y si hay que decirse adiós,
se dice adiós y gracias por reflejar que esto ahora, ya no lleva a ninguna
parte y no es lo que era antes… que ahora ya no doy más valor a la cantidad que
a la calidad, por miedo a la soledad, como lo hacía antes. Ya no hay necesidad
de demostrar algo a quien no me importa o no me conoce ni hay necesidad de
dejarse ser sometido o anulado. Que el respeto empieza en uno y quien entre en
la dinámica de someter a otro, porque en su vida se anula o se deja someter por
reconocimiento exterior, allá cada uno con lo que decide. Pero para mi no,
gracias.
Que no se puede cambiar a
nadie pero si se puede elegir lo más saludable para uno. Que ya no importa ni
siquiera el conflicto porque eso te lleva precisamente a ser más genuino con
uno mismo. Así que lo malo, lo oscuro, también sirve y mucho. Porque acaba
recordando lo esencial. Y como decía el papelito, lo único importante es
ser genuino y esencial.
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